A LA SOMBRA DE IZAGA
Texto y fotos: Fernando Hualde
Estuvo a punto de extinguirse, pero este pueblo de Izagaondoa ha vuelto
a recuperar su pulso, y se reencuentra con su memoria.
Una iglesia en avanzadilla, y apenas
una docena de casas cubriéndole la retaguardia. Ese es el patrimonio
arquitectónico de Reta, uno de los pueblos que, a la sombra de la peña de
Izaga, forman y dan vida al valle de Izagaondoa. Así expuesto parecería que no
es mucha cosa, y sin embargo… ¡hay tanta historia tras todos esos muros!.
Hoy no es fácil reconocer al Reta de
hace un siglo, mucho menos al de siglos atrás; ha cambiado un poco su aspecto,
y más aún la vida de sus vecinos. Una mirada retrospectiva a aquél pueblo de
antaño nos permitiría descubrir dos soberbias torres en pleno núcleo urbano, la
de Beriain y la del Palacio; incluso una ermita, la de San Bartolomé. Hoy es
diferente, y sin embargo sigue teniendo un encanto especial; se nota, se percibe
que hay allí una intrahistoria rica, una intrahistoria en la que se entremezcla
el palacio de cabo de armería, la iglesia de San Pedro, la antigua fuente
medieval, o las posesiones que en su día tuvo una marquesa de Lumbier, por
poner tan solo algunos ejemplos de los entresijos que allí pudo haber. Y hubo.
Iglesia de San Pedro
El primer edificio que recibe al
visitante es la iglesia, con su aspecto defensivo; donde otras tienen cuidados
canecillos, esta exhibe matacanes, como si estuviese hecha más para pelear que
para orar. Por su ubicación viene a ser algo así como la tarjeta de
presentación de Reta, o de Erreta, que era su nombre en la época que fue
levantado este templo en honor a San Pedro, allá por el año 1200. Desde el
punto de vista artístico estamos hablando de un románico tardío, o de
transición hacia el gótico. Pero románico. Si bien, en el siglo XIV se le hizo
una reforma que es la que introdujo en esta construcción su imagen parcial de
templo gótico, y que es la que hace que todavía hoy convivan ambos estilos.
En su interior llama la atención el
retablo, dorado y reluciente, construido hacia el año 1700. La imagen de San
Pedro está flanqueada por la de San Pablo y la de San Bartolomé, titular este
último de una ermita que hubo dentro de la localidad. Sobre ellos, en el piso
superior, vemos los relieves policromados de un calvario (sobre San Pedro),
flanqueado por el martirio de San Fermín (sobre San Bartolomé), y por la imagen
de San Francisco Javier, con roquete blanco (sobre San Pablo). Otra pieza
valiosa es la pila bautismal, románica por su edad y por su estética, pues luce
en todo su perímetro una arquería de arcos de medio punto; y junto a ella un
soberbio crucifijo, con Cristo y cruz tallados en madera.
Y luego está lo que no se ve. Y lo
que no se ve es la memoria de lo que se ha vivido entre estas paredes. Una cosa
es la pila bautismal, y otra cosa es la realidad de que sobre ella se ha
bautizado en los últimos ochocientos años a la totalidad de los vecinos de
Reta. Una cosa es la imagen de San Pedro, y otra es las miradas que ha
concentrado en los últimos siglos, y las plegarias que ha escuchado. Una cosa
es toda la piedra de sillería que exhiben esos muros, y otra lo que entre esas
piedras se ha vivido.
Las personas de más edad que hoy
viven, aún guardan memoria de don Matías Equiza, aquél párroco que vivía con el
ama, con Clarencia. Mucha más gente se acuerda de su sucesor, de don Gregorio,
que aplicaba una disciplina que hoy sería difícil de entender y de aceptar, a
quien los monaguillos temían especialmente.
Desde esa puerta salían los
penitentes, entunicados, descalzos, con las cruces, cantando las letanías… en
ascensión penitencial a San Miguel de Izaga, reuniéndose en el camino con el
grupo que había salido desde Zuazu, que agrupaba a los vecinos de Artaiz, de
Mendinueta y del propio Zuazu.
Allí quedan aquellos Domingos de
Ramos, en los que se bendecían aquellas ramas de mimbre, para luego colocarlas
en las ventanas de la casa, una al norte y otra al sur. Y la casa quedaba
protegida de todo maleficio. Seguro.
Y atrás quedan aquellas Semana
Santas, en las que las campanas callaban, y en su lugar sonaban aquellas tabletas y aquellas carracas que elaboraba Joaquín Zandueta en su tienda-taberna; ¡qué
momento más sobrecogedor el de las tinieblas,
en el que la iglesia quedaba a oscuras y todos hacían sonar las carracas!.
Todos los días había misa, y
rosario. Los hombres se colocaban adelante, en los bancos; y las mujeres atrás,
en sillas y reclinatorios.
Hoy es diferente. Se celebra misa
cuando se puede, hay un párroco para más de veinte pueblos. Y a pesar de ello
la iglesia se cuida, se limpia y se mima, como el tesoro que es, como el lugar
por el que durante siglos ha desfilado todo el pueblo; como mínimo al nacer y
al morir.
Lateral de Casa Palacio |
Casa Palacio
Y seguido de la iglesia estaba, y
está el Palacio. Un palacio de cabo de armería. Su dueño en 1513 era Fernando
de Reta; casi un siglo después su propietario era Juan de Bayona, y otro siglo
más tarde la propiedad estaba en José de Bayona, y después Pedro Fermín de
Bayona y Eguía, y más tarde Joaquín Javier de Bayona y Ezpeleta, y… hoy le dan
vida las hermanas Irene y Vicenta Murillo, dos mujeres que han sido
protagonistas de un estilo de vida que hoy cuesta imaginar; de las que conocieron
el pueblo sin carretera; de las que acudían diariamente hasta la fuente, con
sus pozales, a llenarlos de agua porque las gallinas, los cerdos, las palomas y
las caballerías tenían que beber; de las que acudían a la Berchera a lavar la
ropa, a frotarla sobre piedras, para luego blanquearla a base de ceniza; de las
que segaban a hoz y con zoqueta para proteger los dedos… Eran mujeres que
vivieron lo que les tocó, y lo que les tocó no fue fácil.
Y además de casa Palacio había más
casas; las propias hermanas Murillo pasan lista: “la del tío Cacho (casa Cacho),Aramendía, Zandueta, Escániz, la de la
Feliciana, Panchito, Liberal, Beriain, Bensino, Salinero, Lanzena, Valentín, la
del Cura…”. Y se acuerdan que frente a casa Lanzena había una torre, y que
una de sus paredes hacía de frontón.
Hubo tienda y taberna, todo en uno,
por obra y gracia de Joaquín Zandueta. El propio Joaquín salía también a vender
por los pueblos, tal y como recuerda su hija Carmen: “Recorría todo Izagaondoa, y Unciti, y pueblos de Ibargoiti… Primero
fue con una tartana de dos ruedas, después con otra de cuatro ruedas, y
finalmente, hasta los años sesenta, con una camioneta. Vendía cosas de
mercería, albarcas, alpargatas, azúcar, aceite…”. Joaquín era también quien
subía a Izaga, el día de la romería, a vender caramelos, garrapiñadas y
refrescos.
Y la escuela…, ¡cuántos recuerdos!.
Estaba entre Zuazu y Reta, para ambos pueblos. Vicenta Murillo aún pudo conocer
la escuela vieja; pero esta se hundió y hubo que levantar otra. Mientras se
hacía la escuela nueva, “en la misma
carretera, entre los dos pueblos”, se improvisó una escuela en la casa de
la Abadía. “Íbamos a comer a casa”;
entonces se empezaba a ir a la escuela a los seis años y se acababa a los 14
años; “en algunas casas se le pagaba algo
al maestro y podías estar uno o dos años más”.
Vicenta aún llegó a conocer a
Fortunato Marco, de Isaba, “un maestro
muy bueno, y muy inteligente”, al que al iniciarse la guerra las nuevas
autoridades provinciales apartaron de su oficio para que no contaminase sus
ideas republicanas. Después estuvo de maestra Antonina Villanueva (de la casa
Aldunate, de Artáiz), y Benita Belzunegui (de Cemborain), que venía en
bicicleta; también estuvo una tal Adriana (de Mendinueta), y Juanita (de casa
Caballero, de Zuazu).
Poco a poco se va difuminando la
historia de estos años de atrás; aquellos carnavales…, la guerra…, las fuesas
en la iglesia…, las navidades con aquellas colaciones, los juegos, las labores
de la casa, las fiestas, las huertas… Por ley natural en apenas una década esto
se habría perdido; pero el grupo Cultural Valle de Izagaondoa ha estado al
quite, y estos recuerdos, todos, han quedado inmortalizados en Reta, y también
en otros muchos pueblos del entorno.
Queda aquí tan solo unas pinceladas,
suficientes para tomar conciencia de la importancia de conservar la memoria de
estos lugares. Y la de Reta ha quedado ya a buen recaudo.
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