10 DE ABRIL DE 2011

CASTILLO DE LEGUÍN
FUERTE Y ENRISCADO

Texto: Fernando Hualde
Fotos: Grupo Cultural de Izagaondoa


Cimientos dela torre

El monte de Leguín, en el valle de Izagaondoa, esconde en su cima los cimientos de la fortaleza más antigua que se conoce en Navarra.

            “Luego el emir se dirigió a Iguin (Leguín); arrasando todo a su paso, destruyendo cosechas y arruinando aldeas y castillos”: era el 23 de julio del año 924. El califa Abd al-Rahman, en plena campaña musulmana arrasaba la fortaleza de Leguín después de haber cruzado el valle de Izagaondoa en su marcha de Lumbier hacia Pamplona. Esta es la primera referencia documental, escrita por el cronista de aquella campaña, que encontramos del castillo de Leguín, en Izagaondoa; un castillo que a pesar de su gran importancia, no ha podido evitar que el paso de los siglos se haya llevado sus muros… y su memoria. Cierto es que siempre nos va a quedar esa memoria que aparece depositada en los diferentes documentos, pero a nivel popular sorprendentemente Leguín es el gran desconocido. Y no debiera de ser así.


Torre de vigilancia

            ¿Dónde está Leguín?. Sitúese el lector en el valle de Izagaondoa, un coqueto valle que siglos atrás era atravesado en toda su longitud por el Camino Real que unía Sangüesa con Pamplona. Se trata de un corredor natural que unía la capital con uno de los puntos fronterizos del Reino. Esa circunstancia se traducía en que ese Camino Real estaba jalonado de torres de vigilancia, unidas visualmente entre sí, que en caso de invasión por parte del enemigo de turno, permitían comunicarlo con una gran rapidez para reaccionar cuanto antes y de la manera más eficaz.
            Así pues, Leguín en sus orígenes fue una torre vigía, intermedia entre la de Irulegui –en el portillo de Laquidain- y alguna otra, hoy inexistente, que podía estar en Urbicain, Ardanaz, Beroiz, o algún otro punto de las inmediaciones. La fortaleza de Leguín estuvo, y está, en la parte alta del monte conocido como Leguín, muy cerca de Mendinueta, desde donde se domina perfectamente buena parte del valle de Izagaondoa.
            Si en el año 924 los musulmanes destruyeron completamente esta fortaleza, en los años posteriores los cristianos la volvieron a levantar. A través de un acta de donación a Leire firmada el 17 de abril de 1014, sabemos que en esa fecha al frente del castillo de Leguín estaba un tal García Ortíz. Puntualizo, para que nadie se engañe, que lo que se donó a Leire en ese fecha no fue este castillo sino un monasterio, el de Yrrumendi, cuya ubicación se desconoce. Curiosamente un año más tarde Leguín ya había cambiado de titular, en beneficio de García Fortuniones.
            Informaba el padre Moret que en el año 1139 el de Leguín “era un castillo muy fuerte y enriscado, cuyas ruinas se ven muy cerca de Urroz”, y aportaba además el dato de que ese año quien estaba al frente de la fortaleza era el conde Don Ladrón.
            Unos años más tarde, en el 1175, era el ejército castellano quien conquistaba este castillo, si bien, al año siguiente fue restituido al rey de Navarra.
            Al cambiar de centuria, en aquellos primeros años del siglo XIII, el alcaide era Rodrigo de Agaiz; posteriormente, reinando ya Teobaldo I, vemos de alcaide en 1234 a Sancho Fernández de Monteagudo; en 1280 era Pero Roiz de Argaiz, y en 1290 un tal Pero Aibar de Iriberri.

Fuente del Moro

Reparaciones

            Una parte muy importante de la información de estas fortalezas que ha llegado hasta nuestros días proviene de los permisos, informes y descripciones de las obras de reparación, lo cual nos permite a conocer con riqueza de detalles cómo eran realmente estos castillos, cómo estaban hechos, e incluso cómo era la vida en su interior. En el caso de Leguín un documento de 1305 alude a las obras de reparación que allí se hacen; era entonces alcaide Martín de Aibar, y se recubrieron las edificaciones que rodeaban a la torre con cubierta de madera y de lajas. A través de las investigaciones realizadas por Juan José Martinena se conoce toda la relación de alcaides que hasta 1494, el último el señor de Olloqui.
            En esa segunda mitad del siglo XIV podemos ver que Leguín era realmente un núcleo de población; cada casa tenía su nombre. En 1361 se reconstruyó la casa del horno, y hubo que hacer tejado nuevo en la casa Aldategui, pues las goteras la estaban haciendo inhabitable. Cuatro años más tarde se hicieron nuevas las puertas del castillo, incluso hubo que hacer dos puertas de madera de haya para el interior del mismo. En 1367 se hacía las tres puertas de los portales de la muralla que rodeaba Leguín, y se hacía también un puente “para subir al muro”, según recoge Iñaki Sagredo en el primero tomo de “Navarra. Castillos que defendieron el Reino”.
            A principios del siglo XV, en 1403 exactamente, un rayo destruyó la redonda torre de Leguín, inutilizándola por completo, dejando la parte superior “sin antepeytos nin mureznos”. Aquél incidente, a nivel documental se traduce en un relato curioso de las obras a realizar en esa “torre maor del donjon, redonda, fecha a la morisca”, diciendo que el castillo estaba “sitiado en alto logar et Redrado de logares poblados, et que los maestros et braceros que obrarian ailli passarian la maor partida del dia en ir a las noches a dormir a los logares poblados et en vennir en la maynnanas a obrar”.
            Aquella obra de reparación de la torre le fue adjudicada a dos vecinos de Indurain, también valle de Izagaondoa; su nombre era Johan Martiniz de Ozticayn y Semen Periz de Leoz, y eran maestros mazoneros. Recogía Fernando Pérez Ollo que el pago se hizo en tres plazos: al principio, “cada et luego que començarian fazer las dichas obras”; en medio, “feytas et obradas montamiento de la meatat”, y al término, “cada que las dichas obras ouiessen acabadas de fazer”. Llama la atención, tal y como recoge Pérez Ollo de que en esas obras de reconstrucción de la torre, a la hora de hacer la cal, echaron al horno nada menos que 282 litros de aceite “con tal que millor se quemase”. Pero más curioso es todavía es que la reina, hasta que las obras no estuvieron acabadas y certificadas, no las autorizó.
            Al año siguiente Carlos III nombró alcaide del castillo de Leguín a Martín Pérez de Noáin, que ocupó el cargo desde 1404 hasta 1431, que es cuando en atención a “su gran decripitut de vejez” se le da el relevo a su hijo Juan Martínez de Noáin.
            Era el año 1466 Juan II hizo donación del castillo y de las tierras que a esta fortaleza pertenecían, a Juan de Egüés, prior de Roncesvalles. Solían ser estas posesiones monedas de cambio, pago de favores, o premio de lealtades.
            Y finalmente, invadida y conquistada Navarra, con el fin de anular su capacidad de recuperar su independencia, las tropas castellanas, o al servicio de la Corona de Castilla, demolieron en 1516 el castillo de Leguín.
            Esta es la pequeña historia de Leguín, la que nos remonta esta fortaleza nada menos que al siglo X, la que nos permite intuir que este castillo ya existía en tiempo de los reyes pirenaicos. Basta con hacer un análisis de todos los documentos medievales para darse cuenta de que durante muchos siglos se entendió que esa fortaleza había sido una de las más importantes de la historia de Navarra; y hoy, salvo los lugareños del entorno, poca es la gente que sabe de su existencia.
            Hace unos años un incendio forestal acabó con toda la vegetación de la cima de Leguín. Aquello permitió dejar a la luz los restos que todavía subsisten. Allí están los cimientos de la torre del homenaje, de aquella torre redonda “fecha a la morisca”, con sus tres metros de diámetro interno y su metro de profundidad, que Iñaki Sagredo define como “de gruesos muros realizados con piedras de perfecta sillería extraídas de la roca madre”. Quedan allí restos de muros, pequeños lienzos de pared de muy escasa altura. Se puede llegar a apreciar el cuerpo del castillo, lo que pudo ser su fortificación original, que viene a ser un habitáculo alargado de 20 metros de largo, por 6 de ancho. Unos metros más abajo se aprecian restos de lo que fue la muralla que circundaba y protegía la fortaleza.
            Y en la ladera del monte todavía podemos ver la Fuente del Moro, a base de piedra de sillería, y que no podemos desvincular del castillo que hubo en la cima.
            Pues eso, que sepamos que allí, en ese alto, se alzaba una fortaleza antiquísima, con una historia rica. Izagaondoa tiene eso, historia y arte por doquier; y en este caso se impone volver a reconquistar esa cima, y si Cisneros tiró sus muros, que nosotros, al menos, seamos capaces de alzar su memoria.

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