CAPILLA FUNERARIA JACOBEA
Texto: Fernando Hualde
Antes de abandonar Navarra, el Camino de Santiago nos muestra en Torres del Río otra joya arquitectónica del románico.
La semana anterior nos deteníamos en esta sección ante el capricho arquitectónico de Eunate, por su condición de templo de planta octogonal. Toda una rareza. Y hoy, como complemento, o como continuidad, creo que es obligado, sacar a la palestra al otro ejemplo de arquitectura octogonal que tenemos en Navarra; se trata del Santo Sepulcro, en Torres del Río.
Dos cosas tienen en común ambos templos: su ubicación jacobea, y su finalidad funeraria. La primera más clara que la segunda.
Eunate, como si de un encanto añadido se tratase, se nos muestra solitario y apartado, como si así quisiese exhibir mejor su octogonalidad; quede acuñada esta palabra si es que no existe. El Santo Sepulcro de Torres del Río, me atrevería a decir que como si de otro encanto añadido se tratase, se oculta entre casas, en el cruce de tres calles, en donde un acusado desnivel del terreno incluso obligó a calzar el terreno para que asentase mejor el ábside. Además, uno de los lados de su octógono ha sido sustituido por un ábside semicircular; su figura es más estilizada que la de Eunate, como quejándose de que al no tener sitio para ensancharse tuvo que ir hacia arriba; y además está coronado por una torre campanil que poco tiene que ver con la actual espadaña que luce Eunate. Toda esta conjunción de cosas le confieren al Santo Sepulcro un aspecto mucho más recargado. Más parece toda una exhibición arquitectónica, ante la que solo cabe la contemplación y el deleite.
Para qué
Hay que admitir que estamos ante una iglesia caprichosa, se mire por donde se mire. Y estéticamente bella. El arte está a la vista, es algo tangible. Pero luego está la otra cara de la moneda, la de su historia, la que nos fuerza a preguntarnos el ¿desde cuando?, el ¿para qué?, o el ¿quién?. No seré yo quien siente cátedra al respecto cuando los expertos no han llegado a ponerse de acuerdo. Pero por lo menos trataremos de arrojar alguna luz en torno a estas dudas.
Una de las personas que más estudió y profundizó sobre este templo fue el padre Valeriano Ordóñez, jesuita, y nacido en esta localidad. Una de las características de este sacerdote era la de su profesionalidad, es decir, su condición de clérigo sabía dejarla al margen a la hora de ser imparcial ante la realidad de las cosas; priorizaba lo que él entendía que era real y veraz, sobre lo que a él le hubiese gustado que fuese. Esto es algo que no se puede decir de muchas de las personas que se dedican a recomponer la historia. Sentada esta premisa, o hecha esta aclaración, hay que decir que el padre Ordóñez era de los que defendían que detrás de los inicios de la iglesia del Santo Sepulcro, quien realmente estuvo fue la orden de los Caballeros del Santo Sepulcro; trás esta afirmación había una extensísima labor de investigación por parte de este jesuita navarro que, de forma muy resumida, la dejó plasmada en el libro La orden del Santo Sepulcro en la Navarra Mayor (Pamplona, 1993).
María Concepción García Gainza en el Catálogo Monumental de Navarra desvela también la existencia de unos documentos del siglo XIV en los que los Caballeros del Santo Sepulcro aparecen como propietarios de esta iglesia. Un detalle importante a tener en cuenta a la hora de contextualizar todo esto es que Torres del Río, y también Los Arcos, víctima de la sentencia arbitral dictada por el rey Luis XI de Francia con la que zanjó, o pretendió zanjar, las disputas entre Juan II de Aragón y Enrique IV de Castilla, quedó anexionada a la corona de Castilla desde 1463 hasta 1753, hecho este que no impidió que los vecinos se siguiesen sintiendo navarros hasta el punto de que siguieron gobernándose por el fuero navarro.
Y otro hecho importante a la hora de contextualizar los orígenes y primeros siglos de esta iglesia, es que dentro de Torres le tocó compartir existencia y fieles con el monasterio benedictino de Santa María de la Redonda. Digo esto porque algunos han querido ver en el monasterio benedictino y en la iglesia del Santo Sepulcro una misma cosa, y es un error que se ha arrastrado con bastante más frecuencia de la permisible; basta rastrear un poco en los viejos legajos para encontrar abundantes documentos que los diferencian claramente, por no hablar de las continuas alusiones a espacios ubicados “entre las tierras de Santa maría y las del Sepulcro”.
Así pues, esta orden militar, la Orden de los Caballeros del Santo Sepulcro estaba vinculada al priorato de Logroño; y es una de las tres órdenes militares de aquella época (la otras dos fueron la del Templo del Señor y la del Hospital de los Pobres) que se vieron beneficiadas, año 1131, en el testamento del rey Alfonso el Batallador. Es a partir de ese momento, y tal vez como resultado de la necesidad de marcar su territorio, cuando se levanta este templo al estilo románico de ese momento. Se calcula que pudo construirse entre los años 1160 y 1170. Es en este primer instante cuando la denominada teoría sepulcrista (la de los defensores de la vinculación con la Orden del Santo Sepulcro) presenta menos consistencia, a favor de quienes defienden que es el Monasterio de Irache el impulsor de este templo.
¿Y para qué este templo?. Al margen de quien lo construyó, parece albergar menos dudas el para qué. Su ubicación en el Camino de Santiago no ofrece muchas dudas, y los abundantes enterramientos hallados en su entorno, vienen a consolidar la idea de capilla funeraria, o sepulcral.
Joya del románico
Dejando ahora a un lado la historia, todavía bastante difuminada, en la iglesia del Santo Sepulcro de Torres del Río hay otro aspecto en el que la duda no tiene cabida, y es el de su valor artístico. Estamos ante una de las principales joyas del románico en Navarra.
Es precisamente el estudio de sus capiteles, por comparación con los que tuvo el claustro de Pamplona, lo que permite situar la construcción de este templo entre 1160 y 1170.
El cuerpo central del edificio, como ya hemos indicado, es de planta octogonal. Y sobre esa planta se alza el edificio exhibiendo tres tramos diferenciados, como si fuese un edificio de tres pisos, para que nos entendamos.
En el piso, o tramo, inferior, orientada al sur encontramos la puerta de acceso, con arco adintelado de medio punto. En el tramo intermedio, destacan las ventanas que por el noreste y sureste flanquean al ábside; el resto de los vanos son ciegos. Y el tramo superior exhibe un vano, o ventana, en el centro de cada uno de los lados.
Todo este cuerpo central queda cubierto por un tejado a ocho aguas, sobre el que se apoya en la parte central la torre campanil, o linterna, que viene a ser como el cuerpo central que hemos descrito, pero en pequeño, y también con tres tramos diferenciados, que aparecen cubiertos con un tejado hecho a base de lajas de piedra.
En uno de los lados del octógono se ha añadido el ábside semicircular, que hace el papel de cabecera del templo; y en el lado contrario se alza una torre cilíndrica con su escalera interior, que era para acceder al tejado y a la linterna, y también cubierta con lajas.
El interior es todo un mundo decorativo en el que se entremezclan motivos de la zona, con otros de tendencia árabe, y también bizantina. Llama la atención las pequeñas ventanas abiertas en la cúpula, atípicas del románico, y que solo serían entendibles como elementos de ventilación de una capilla funeraria. Otra cosa que sorprende es el trazado que hacen los nervios en la cúpula, formando una caprichosa estrella de ocho puntas, de clara influencia árabe.
Se podría contar mucho más, pero a riesgo de aburrir a quien no tiene sensibilidad para el arte. Lo mejor es ir, ver, recrearse, disfrutar, interpretar, entender, dejar que las piedras nos cuenten a través del arte. Y Torres, siempre acogedor, invita a ello.
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