Texto: Fernando Hualde
Juan Antonio
Induráin Anaut, párroco de los siete pueblos roncaleses, ha recogido en un
libro un completo inventario de todas las imágenes de santos existentes en las
iglesias y ermitas del Roncal.
Las iglesias y ermitas de nuestros pueblos
atesoran en su interior un patrimonio artístico de un valor más que
considerable. Retablos, imaginería, órganos, pilas bautismales, orfebrería,
forja… son algunos de los elementos que configuran todo este rico patrimonio.
Hoy, sin embargo, nos vamos a centrar en las imágenes, concretamente en las
imágenes de los santos, y más concretamente aún en las existentes en el valle
del Roncal.
Viene esto a cuento de que recientemente el
párroco que está al frente de las siete parroquias del valle, Juan Antonio
Induráin Anaut, ha publicado un interesante libro que lleva como título
“Referentes de vida cristiana. Santos con presencia en los pueblos del Roncal”,
que viene a ser continuación de otro libro que sacó con anterioridad dedicado a
la devoción a la Virgen en este valle, en sus diferentes advocaciones. No son
libros que se puedan encontrar el librerías, sino que, como hijos y fruto de la
generosidad, han sido obsequiados a los feligreses de estas siete parroquias,
que son las de Burgui, Garde, Isaba, Roncal, Urzainqui, Uztárroz y Vidángoz.
Inventario
Al margen de las consideraciones religiosas, que
por su oficio y su vocación no podía ni debía desatender el autor; y al margen
también de las biografías que expone de todos y cada uno de los santos que
aparecen representados en estos templos, que nos ayudan a entender mucho mejor
la devoción que en algún momento se les ha profesado y se les profesa; Juan
Antonio Indurain ha acometido en este trabajo la gran labor de identificar a
todos y cada uno de los santos que habitan por los retablos, capillas,
sacristías, hornacinas, y ermitas del valle del Roncal. Creo no equivocarme si
digo que nunca, nadie, había hecho esa labor en este valle; el caso más próximo
que conozco es el trabajo que hizo el sacerdote Francisco Barber con algunos de
los retablos del valle de Salazar. Y este párroco del Roncal ha dado ahora este
paso tan importante; y además, acompañando a esta labor, ha recuperado
letrillas, novenas y oraciones; ha recompuesto las tradiciones, las de antes y
las de ahora, que en torno a los santos hay; y ha rastreado su presencia en los
topónimos, en las fuentes, en los caminos y en otros muchos elementos. Es, en
consecuencia un trabajo muy completo.
Desde un punto de vista práctico sería muy bueno
que en otros pueblos, y en otros valles, se hiciera exactamente lo mismo que en
el valle del Roncal ha hecho Juan Antonio Induráin. Sería bueno, digo, que se
haga un inventario de todo, de la misma manera que cada museo hace una
catalogación de los bienes que alberga, acoge y cuida. Y ese inventario debiera
de ir acompañado de una ficha individual de cada pieza, con fotos, medidas, peso,
descripciones, ubicación, autor, historial, marcas, y cualquier otro detalle
que se considere de interés. Serviría esto, en primer lugar, para saber con
exactitud que es lo que hay, para cuantificarlo; y en segundo lugar, para que
quien un día tenga la tentación de robar una de estas piezas sepa que están
catalogadas y fotografiadas, con lo que eso conlleva de dificultad para
comercializarlas.
Es por ello, insisto, que al margen del contenido
espiritual y etnográfico que hay detrás de un trabajo de estas características,
sería aconsejable que todas las parroquias de Navarra, sin excepción alguna,
copiasen esta iniciativa de un párroco, el de los pueblos del Roncal, que
pudiendo optar por la cómoda postura de mirar hacia otro lado, ha entendido que
tenía ante sí una labor importante, un patrimonio que detrás del arte que
exhibe, puede transmitirnos un testimonio de fe, y puede también contarnos el
porqué de su existencia en ese lugar en el que está; y desde esa perspectiva
cristiana lo que ha hecho es un arduo trabajo de investigación iconográfica que
ha derivado en un completo inventario en el que se fusiona el patrimonio
material y el patrimonio inmaterial.
75 santos representados
El libro al que hacemos alusión, en sus
trescientas páginas identifica a un total de setenta y cinco santos diferentes
que son los que están representados en las iglesias, ermitas y casa
parroquiales del valle del Roncal. Esta lista, además de los santos
propiamente, incluye algún ángel y arcángel (Ángel de la Guarda, San Rafael,
San Gabriel y San Miguel), algún profeta (Samuel), al Niño Jesús de Praga, y al
venerable padre Cipriano Barace, mártir jesuita izabar cuya causa de
beatificación está abierta… pero dormida.
De cada santo, de cada uno de ellos, el sacerdote
Juan Antonio Induráin nos hace un amplio bosquejo de su biografía y de sus
méritos, seguidamente nos indica las fechas en la que se le festeja en cada
pueblo, y nos indica en dónde exactamente está su imagen, o imágenes, en el
valle; en algunos casos no hablamos de esculturas, sino de relieves o pinturas.
Hay santos, los menos, que llegan a estar en las siete localidades, como es el
caso de San Francisco Javier, San José, San Miguel, San Pedro y San Sebastian.
De la misma manera que hay santos que por una u otra razón tan solo se han
venerado en una única localidad; entre estos está San Amadeo (Garde), San Babil
(Garde), San Benito (Roncal), San Bonifacio (Garde), San Cipriano (Isaba), San
Cornelio (Isaba), San Fabián (Roncal), San Felipe de Neri (Garde), San Félix (Garde),
San Isidro (Roncal), San Jorge (Urzainqui), San Julián (Isaba), San Lázaro
(Uztárroz), San Luis Gonzaga (Uztárroz), Santa María Magdalena de Pazzi
(Urzainqui), San Nicasio (Uztárroz), Santa Orosia (Roncal), Santiago el Menor
(Urzainqui), San Saturnino (Isaba), Santo Tomás apóstol (Burgui), y Santo Tomás
de Aquino (Burgui).
Igualmente, hace el autor un repaso, pueblo por
pueblo, incluyendo iglesia y ermitas, de los santos que en ellos hay
representados; de tal forma que podemos ahora saber que en Burgui hay 25
imágenes de santos diferentes, 21 en Garde, 37 en Isaba, 33 en Roncal, 33 en
Urzainqui, 31 en Uztárroz, y 16 en Vidángoz, lo que suma un total de 196
imágenes, quedando fuera de este cómputo las que puedan existir en casas
particulares, y quedando fuera también las pequeñas reliquias atribuidas a unos
y a otros santos, que son bastante abundantes, especialmente en la iglesia de
Urzainqui. Y de todos ellos se indica la ubicación exacta.
En muchos casos, a todos estos datos se añade la
información de si dan nombre a algún paraje (ejemplo: monte de Santa Bárbara),
camino (ejemplo: San Andrés, en Urzainqui), puente (ejemplo: San Nicasio, en
Uztárroz), fuente (ejemplo: San Pedro, en Isaba), calle (ejemplo: San Blas, en
Burgui), barrio (ejemplo: Santa Lucía, en Garde), u otros elementos (ejemplo:
Piedra de San Martín, en Isaba).
Algunos de estos santos corresponden a los
patrones de estos pueblos, otros nos recuerdan que en otro tiempo hubo allí
cofradías dedicadas a ellos, otros son lo único que queda de aquella ermita que
un día les honró, algunos han sido paseados procesionalmente, los hay que
presiden un grandioso retablo, y los que habitan en algún rincón escondido, y
otros viven aún en las primitivas ordenanzas de algunos pueblos. Todos, sin
excepción, son valiosos, independientemente de su antigüedad, de su autor
(anónimos casi todos), de su material, o del arte que en ellos se perciba. Son
valiosos en la medida que en ellos se ha puesto oraciones y esperanzas durante
generaciones; son valiosos porque etnográficamente representan y canalizan la
religiosidad popular de un valle, con sus novenas, con sus refranes, con sus
coplas populares, con sus chascarrillos…
San Bonifacio
Entre todos estos santos podríamos decir que hay
uno que es diferente a los demás. Es decir, mientras de los demás lo que se
conserva es una escultura o una pintura, de San Bonifacio lo que se conserva
es, nada menos que su cuerpo. Está más presente que ninguno.
En su día, en esta misma sección le dedicábamos un
amplio reportaje, explicando cómo el patrón de Alemania, y de los cerveceros,
tenía su cuerpo en dos sitios diferentes, uno de ellos la iglesia de Garde. Sin
embargo, para que queden tranquilos los alemanes, se ha podido ver que en la
localidad roncalesa en otro tiempo se le veneraba a este santo el 15 de mayo,
lo que nos hace sospechar que estamos hablando de otro San Bonifacio, es decir,
el de Garde es San Bonifacio de Tarso.
Nos recuerda muy bien Juan Antonio Induráin que “la parroquia de Garde dispone de
documentación fidedigna que acredita la autenticidad del cuerpo del santo que
hace ya casi tres siglos fue exhumado del lugar donde estaba enterrado, y
traído a esta iglesia para que pudiera ser venerado por la feligresía”. El
documento al que alude el párroco está firmado y sellado el 10 de agosto de
1730 por fray Agustín Nicolás, obispo de Porfiria, prefecto del Tesoro
Apostólico y asistente al Solio Pontificio, y en ese documento refleja la
donación que le hace a Pascual Beltrán de Gayarre, arcediano de la Cámara de la
Catedral de Pamplona, del cuerpo del mártir San Bonifacio, extraído del
cementerio de Santa Inés, en Roma, “vestido
de seda encarnada con adornos diversos, juntamente con una espada, que recuerda
las que utilizaron sus verdugos para segar su preciosa vida, así como un
vaso-relicario que contiene muestras de la sangre derramada por el santo en
defensa de su fe, y la palma, que es el emblema del martirio”.
Al hecho de traer el cuerpo de San Bonifacio a
Garde, le sucedió la obligada autorización de las autoridades eclesiásticas
para exponer el cuerpo y a recibir este la veneración de los fieles en esta
localidad. Esta autorización se materializó por escrito el 20 de junio de 1732,
y fue concedida por don Fermín de Subian, oficial principal del Obispado de
Pamplona. Para alojar este cuerpo-reliquia se construyó en Garde el retablo en
el que desde entonces está.
Llama la atención el poderío de este vecino de
Garde, Pascual Beltrán de Gayarre, que mientras algunos se las veían y se las
deseaban para poder traer una minúscula reliquia de algún santo, este hombre,
que sepamos, trajo al menos a Navarra cinco cuerpos enteros, que son: San
Bonifacio (en la iglesia de Santiago, en Garde), Santa Colomba (en la ermita de
Santa Colomba, en Meoz), y los de San Fidel, Santa Diosdada y San Inocente (en
la Catedral de Pamplona). Parece que todos ellos fueron traídos a esta tierra
por el de Garde entre 1729 y 1730.
Todo eso que aquí contamos, y mucho más, es lo que
queda recogido en este libro del párroco Juan Antonio Indurain. Como mínimo, al
margen de los objetivos religiosos que haya en esta publicación, ha sentado una
base de datos muy amplia; una base de datos que algunos trataremos de ir
engordando.
Lo dicho, se podía haber mirado hacia otro lado,
“ya lo hará otro”, pero… nunca el mundo lo han movido los que nada hacen. Y
este párroco, consciente de su responsabilidad, lo ha hecho, y lo ha hecho bien;
ahora hace falta que otros le imiten.
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