22 DE NOVIEMBRE DE 2009

ESQUIROZ, ANTIGUO DOMINIO DE LOS SANJUANISTAS

Texto: Fernando Hualde


Esquíroz, en la cendea de Galar, es un lugar con historia, con una historia que tiende a difuminarse por los efectos de la proximidad de Pamplona y de todo el área industrial que la rodea.


La proximidad a Pamplona, al margen de las ventajas que pueda suponer, está demostrado que trae consigo una pérdida de identidad para muchas localidades que de pronto sufren un repentino crecimiento, vinculado además con todo el proceso de industrialización. Cierto es que estas localidades siguen escribiendo su propia historia, pero cierto es también que muchas de ellas, aún gozando de una buena situación demográfica, son verdaderos despoblados en la medida que han perdido su población original, o que han asistido a la extinción de aquellas sagas familiares que allí han habitado durante siglos. Pienso en Gorraiz, Mendillorri, Sarriguren, Barañain…


Esto, tal vez, exija una reflexión en voz alta, que es lo que hago yo ahora; pero lo que si exige, con seguridad, es un esfuerzo por sacar a la luz y proteger la historia de estas localidades que patrimonialmente han pagado cara su proximidad a Pamplona.


Hoy, en estas páginas, y aunque no cabe hablar de una extinción total de sagas familiares, nos vamos a acercar a la historia de Esquíroz, en la cendea de Galar; no a ese Esquíroz actual sino a aquél de hondo sabor rural que, aunque oyendo el repique de la campana María, todavía veía a Pamplona en la distancia.




Pueblo de los gitanos


Para empezar diré que cuando ahora escribía en el ordenador la palabra “cendea” me la subrayaba en rojo; no la reconoce. Conviene recordar que la cendea, exclusiva de Navarra y muy propia de la cuenca de Pamplona, como figura jurídica con la que se denomina a una agrupación de pueblos o concejos en un solo ayuntamiento, tiene un origen romano. Estamos ante un auténtico resto arqueológico oral. Pues bien, al sur de Pamplona, está la cendea de Galar, y dentro de ella la localidad de Esquíroz, con su propia historia.


Todavía no hace muchas décadas cuando en Pamplona se hablaba de Esquíroz se aludía a esta localidad como “el pueblo de los gitanos”; sobra decir que este calificativo venía propiciado por el alto índice de personas de esta etnia que allí vivían.


Pero remontándonos un poco más lejos podemos decir que la primera prueba documental que tenemos de la existencia de Esquíroz es del año 1182, que es cuando se produce la donación de este lugar a la Orden de San Juan.


Sabemos también que en el año 1213 el monarca navarro Sancho VII el Fuerte –que el año anterior había ganado la batalla de las Navas de Tolosa- intentó hacer alguna obra en Esquíroz, y para ello se tuvo que servir de la mediación de don Guillén Asalit para comprarle a doña Oria, viuda entonces de don Yñigo de Oriz, varias porciones de tierra en este término por las que pagó ochocientos maravedís alfonsís de buen oro y peso, dando por fiadores al prior de Esquíroz, don García, y a otros lugareños la cantidad de dos mil maravedís. Esta compra se materializó en el año 1214.


Algo más de dos siglos después, en 1454, la pecha de Esquíroz ascendía a 40 cahíces de trigo. Y en 1521…, en ese año se escribió en las inmediaciones de esta localidad una de las páginas más tristes de la historia de Navarra; se libró aquí una dura batalla en la que el general Asparrós, que aspiraba a devolver la soberanía de Navarra a sus legítimos reyes, no solo salió derrotado, sino que su derrota vino a consolidar la pérdida de la independencia del viejo Reino de Navarra. Después de este episodio, y por poco tiempo, la llama de la soberanía de Navarra aún estuvo heroicamente encendida en la fortaleza de Amaiur.




Espilce


Vinculado y entroncado en la historia de Esquíroz, hubo en este término una localidad, posteriormente despoblado, de la que sabemos que su nombre era Espilce; si bien hay que dejar constancia de que también llegamos a ver escrito su nombre con las grafías Aspilce, Espilz, Ezpilce, Ipilce e Izpilde. Sabemos que en el año 1214 este núcleo de población era una propiedad privada, perteneciente a Guillermo Assaillit (o Guillén Asalit), siendo comprado ese año por el monarca navarro Sancho VII el Fuerte. En 1313 el lugar de Espilce fue donado a Juan de Rosa, alcaide del castillo de San Martín de Unx; quien a su vez posteriormente lo vendió a Fermín Loys, que ya en el año 1391 figura como propietario del lugar. Su dueño a finales del siglo XV era Jaquemins Loys.


Fue en el año 1406 cuando el rey navarro Carlos III donó la pecha ordinaria de este lugar a Juanot de Ezpeleta durante su vida. Sépase que el susodicho Juanot era hermano de Bernat de Ezpeleta, merino de Olite, caballero mayor del Príncipe de Viana, y hermano segundo de Beltrán, primer vizconde de Valderro y doncel de Carlos III. Es por ello que el rey navarro, considerando los buenos servicios y el linaje de donde descendía Juanot de Ezpeleta, le dio en aquél lejano año de 1406 la casa de Espilz, otra casa en la calle Navarrería de Pamplona, y toda la pecha ordinaria del lugar de Esquíroz; todo ello mientras viviese. La hermana de Juanot, Juana de Ezpeleta, se casó ese mismo año con mosén Pierres de Peralta, matrimonio este que el rey navarro premió con la donación de seis mil florines. Era evidente que a Carlos III los Ezpeleta le habían caído en gracia.


Tuvo que ser otro rey navarro, Juan II, el que en el año 1436 incorporó este término dentro del actual término de Esquíroz.


La iglesia del lugar de Espilce en el año 1448, y por adjudicación directa del papa Martín V, pasó a depender, junto con las de Cordovilla y Esquiroz, de la orden de los hospitalarios de San Juan. La catedral de Pamplona intentó en vano durante mucho tiempo hacerse con la propiedad de esta iglesia.


Se desconoce cuando quedó despoblado, pero por la ausencia de documentos posteriores que garanticen un mínimo censo de población, parece que pudo quedar deshabitado en el siglo XIII, a pesar de que las rentas de sus tierras fueron asignadas a diversos particulares por los sucesivos reyes. Sirva como dato que en el año 1448 ya no figuraba en los documentos ni tan siquiera el caserío.




Iglesia de San Adrián


Pero volvamos de nuevo al pueblo de Esquíroz, que del término no habíamos salido. Volvamos a aquél ambiente rural, a aquellos años en los que los niños salían el día de San Nicolás a rociar las cuadras con agua bendita, a la vez que recogían alimentos para hacer una buena merienda. O cuando en fiestas iban los mozos por las casas bebiendo vino y comiendo pastas, estas últimas a veces con piperropiles (pasta dulce con harina, huevo, anís, y salpicada de pequeños chochos). O cuando en la iglesia sobrevivía todavía el ritual del pan bendito; o cuando para fiestas se nombraban mayordomos, o se cobraba el barato mientras se vigilaba si venía la Guardia Civil. O cuando a las casas se les conocía por su nombre: Arzaracua, Belzunce, Cura Viejo, Elixagaray, Garayoa, Pastor, Sendo, Simonecua, y Vera.


Sin embargo el denominador común de todos los vecinos, su auténtico nexo de unión, era la iglesia; por ella pasaban todos, y de alguna manera era el epicentro de la vida del pueblo. A ella acudían hombres y mujeres, niños y ancianos, nobles y plebeyos. La de Esquíroz, construida en 1555, estaba dedicada a San Adrián, quien recibe los honores el 16 de junio, independientemente de que las fiestas se celebren en agosto.


Esta iglesia dependió directamente del prior de los sanjuanistas en Navarra, que ostentaba el cargo de abad de la iglesia de Esquíroz. Era ya una tradición que habitualmente el cargo de abad de esta iglesia era ocupado por el gran prior de los sanjuanistas; ¿desde cuando esta dependencia?, no se sabe, pero sí que se sabe que en el siglo XIII, a principios, ya dependía del prior del Hospital de San Juan, y que en el siglo XVIII se mantenía esta costumbre.


Miguel Marsal, afamado escultor de Villanueva de Arakil, es el autor del retablo principal; en el vemos, además del sagrario, las imágenes de la Virgen, de San Adrián, San Bernardo, San Antonio, San Julián, San Francisco Javier, San Saturnino y San Fermín.


Se desconoce lo que pudo suceder con la pintura primitiva; tan solo se tiene datos de que el olitense Juan de Frías Salazar era quien había decorado el sagrario; este hombre murió en 1616. Pero fue Fermín Rico, de Pamplona, quien pintó y doró el retablo entre los años 1765 y 1768.


Y no quisiera dejar de hacer una mención muy especial a la antigua ermita de Santa Elena y al cementerio que tenía anexo; ambas construcciones curiosamente fueron demolidas hace medio siglo por el riesgo que suponían para los aviones; estamos hablando de las inmediaciones del aeropuerto. La Diputación rehizo ermita y cementerio en otro emplazamiento, pero… ya no era lo mismo.


Finalizo dedicando un recuerdo muy cariñoso a don Leonardo Aguinaga, que fuera secretario del Ayuntamiento de la Cendea de Galar desde 1935 hasta 1971, a quien se debe en buena manera la salvaguarda de la memoria histórica de esta cendea y de este lugar de Esquíroz. Él se ocupó de rebuscar información, de recogerla, de plasmar lo que él conoció; y todo ello lo depositó en un libro sencillo, “La Cendea de Galar”, editado en 1974. Representa este hombre a toda esa amplia muestra de historiadores locales, que con santa paciencia y con profundo amor al lugar, dedican cientos de horas a hurgar en los archivos, y también la memoria de los más ancianos. Gracias a ellos, y en esto Navarra es privilegiada, buena parte de la intrahistoria de esta tierra está a buen recaudo. Y aquí, en Esquíroz y en la cendea de Galar, don Leonardo hizo un buen papel, y nunca mejor dicho.

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