CALLEJEANDO POR CORELLA
Texto y fotos: Fernando Hualde
Las calles de Corella parecen haber sido diseñadas para entretener y sorprender al visitante. Hay que recorrerlas sin prisa.
Huele a fiestas en Corella. Andan estos días los operarios municipales preparando la localidad –localidad que es ciudad- para honrar debidamente a San Miguel y a Nuestra Señora de la Merced, que son los dos patronos; los tablones del encierro, que fueron concebidos para convivir siempre en paralelo, están ya apilados, dispuestos a que con la inminencia de los festejos alguien los coloque sobre los soportes rojos marcando el recorrido de las vacas.
Es el momento de callejear un poco, de pasear sin rumbo, que es la mejor forma de tomarle el pulso a los sitios. Las tiendas acaban de abrir sus puertas en esta mañana soleada. Sorprende ver tanta gente de par de mañana. Una señora va sacando barcas de melocotones a la puerta de casa para su venta; otro señor, desde su camioneta, pone empeño a través de la megafonía en que se le venda a él todo tipo de muebles y objetos antiguos; “oiga, ¿tiene usted algún trasto viejo por casa?”, me interpela desde la ventanilla, “sí que tengo” le dije, y se quedó sin entender que no se los vendiese. No era momento ni lugar para explicarle todo lo que pienso sobre la metodología de algunos chamarileros.
Toro con soga
Hoy es día 7 de septiembre. Siglos atrás, hasta 1880 para ser exactos, el de hoy hubiese sido un día muy especial en Corella; era el día de empezar las fiestas, que eran del 7 al 12 de septiembre. Los libros de cuentas del Ayuntamiento nos informan que el 7 de septiembre de 1649, por ser la víspera del día de la Virgen, se gastó el municipio la cantidad de 8 reales en un toro con soga que ese día se corrió por las calles de la localidad. Y que nadie piense que el toro ensogado en Corella era algo anecdótico; todo lo contrario, era esta una modalidad taurina muy habitual, que aparece documentada por lo menos desde 1481 hasta el 6 de mayo 1984 (festividad de la Virgen del Villar). Durante siglos se ha corrido el toro con soga por las calles de Corella, en concreto en la festividad del 8 de septiembre se hacía por el día y por la noche. En una ocasión, y de esto hace poco más de cien años, el Ministro de la Gobernación (Sr. De la Cierva) tuvo a bien decretar la prohibición de correr toros o vacas con soga por las calles de Corella; era el año 1908, y aquél politiquillo no sabía cómo las gastaban en Corella. Destituyó del cargo de alcalde a Pascual Sesma por haber consentido, a pesar de la prohibición, que se corriese por las calles de la localidad un toro ensogado; y enseguida le volvió a poner de nuevo en el cargo al darse cuenta que don Pascual había sido listo; ocasionaba menos problemas de orden público hacer la vista gorda cuando sacaban el toro, que tratar de impedirlo. De hecho, la prohibición del Ministro fue respondida de inmediato en Corella con una parodia en la que los corellanos corrieron por las calles a un burro con soga; algunos quisieron ver en él al Ministro; lo más cándidos, o inocentones, ajenos al personaje que encarnaba el jumento, argumentaban que el decreto hablaba de toros y de vacas, pero no de burros.
Ciudad barroca
Lo cierto es que la soleada mañana de este 7 de septiembre está como para disfrutarla. Las calles que confluyen en la Plaza de España se van llenando de gente por momentos, hasta empieza a haber problemas para encontrar huecos libres en las terrazas. Buscando un poco de tranquilidad me acerqué hasta el Museo Arrese, cerrado a esas horas, pero que me permitió deleitarme un rato contemplando esa fachada de lo que en otro tiempo fue un monasterio benedictino.
Observé que allí mismo estaba la calle Cañete, cuyo nombre viene a recordarnos que Corella tuvo su río que atravesaba el pueblo; era el río Cañete, reconvertido hoy en una acequia subterránea por obra y gracia de los urbanistas.
Y sigo paseando. Visualmente me guío a través de las torres de una iglesia, que resultó ser la de San Miguel, la más antigua de esta localidad. Allí, junto a ese templo, y en muy poco espacio, conviven la propia iglesia, la Casa de los Aguado, la Casa de los Arrese y, mucho más modesta, la casa en donde vivió de niño el poeta Mariano José de Larra (hijo del médico); la verdad es que en esta última hay que hacer un verdadero esfuerzo visual por descifrar lo que pone en la placa, ya muy añeja, que informa que fue allí donde vivió este afamado poeta de la época del romanticismo.
Merece la pena recrear la vista en algunos de los edificios civiles, por lo general construcciones de ladrillo, de dos o tres alturas, con galería de arcos en la parte superior, que es la antesala de un hermoso alero apoyado sobre perrotes bellamente decorados. Me llama la atención en la Plaza de los Fueros, acompañando a la iglesia de la Virgen del Rosario, la fachada de la Casa de los Virto de Vera, del siglo XVIII, fiel al estilo arquitectónico descrito, con su escudo pétreo en el centro de la fachada, y su viejo portalón, ya excesivamente deteriorado, en el que me recreo contemplando la aldaba y todo ese conjunto de clavos que le dan a ese portón un sabor y un encanto extraordinario; obsérvese que el embellecedor de los clavos, en algunos casos el herrero que los fabricó se preocupó de hacerles en la fragua la curvatura exacta para adaptarse a la curvatura natural de la madera.
Corella es para pasearla, para callejear, para recrearse en mil detalles. Pienso en las pinturas que hay en la fachada de la Casa de los Arrese, pienso en los numerosos escudos que hay repartidos por todos esos caserones, verdaderas mansiones que nos evocan el esplendor y el poderío que esta ciudad tuvo en los siglos XVII y XVIII. Corella es la ciudad barroca por excelencia. Hay que ir despacio, a ser posible en momentos en los que se pueda visitar el interior de las iglesias, tan llenas de arte; y a la vez con la tranquilidad de que si estas están cerradas, el visitante tiene sobradamente con qué deleitarse.
Calles, callejas, pequeños rincones, plazuelas…, y siempre gente amable, dispuesta a indicarte lo que buscas. Sin duda volveré.
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