DE DESPOBLADO A POBLADO
Texto y fotos: Fernando Hualde
En pleno corazón
de la Valdorba hay un pueblo que se resiste a morir, que ha recuperado su vida,
y que está en un entorno lleno de historia. Amunarrizqueta vive.
A lo largo de la historia podemos encontrar en
Navarra numerosos casos de núcleos de población que, tras haber quedado
despoblados, han vuelto a recuperar su pulso vital, han vuelto a humear sus
chimeneas, y por los umbrales de sus puertas han vuelto a transitar personas y
animales que les dan vida y calor los 365 días del año.
Hace no mucho un servidor, en su afición por
recoger con su cámara los últimos vestigios de aquellas localidades que un día
quedaron vacías y en silencio, se acercó, en pleno corazón de la Valdorba, a la
localidad de Amunarrizqueta. Había leído en más de un sitio que este concejo se
había quedado deshabitado, igual que había sucedido con otros pueblos de ese
mismo valle, o, sobre todo, del valle colindante, La Vizcaya (Aibar) en el que
la totalidad de los pueblos quedaron deshabitados, incluso ya inaccesibles
algunos de ellos.
Lo cierto es que hasta allí que fui, y… para
sorpresa y alegría mía, me encontré con que, no sólo había recuperado su vida,
sino que al menos, en teoría, tenía posibilidades de recuperar su futuro. Había
juguetes, y ví pulular a un niño que entraba y salía de una casa en la que el
dintel de una ventana del primer piso denunciaba en una inscripción de piedra,
a relieve, que databa del año 1780. El ruido de los platos (era la hora de
comer), la presencia de coches, el buzón, y algún que otro animal doméstico,
fueron detalles inequívocos de que Amunarrizqueta, como mínimo Casa Pascual,
había recuperado su vida, que no se encontraba cómodo este pueblo en esa
extensa lista de despoblados que Navarra tiene.
Cementerio
Visita obligada era la iglesia, precedida en el
camino de acceso por unos columpios. Salta a la vista que es un templo
desacralizado, abandonado, y en ruina total, muy especialmente la casa abacial.
Para que nada le falte hay que decir que el atrio está tapiado, y el edificio
vallado y con las correspondientes señales de “Prohibido el paso”. Con estas
medidas de seguridad el titular de la propiedad de esa iglesia queda ya exento
de responsabilidad alguna si alguien osa alcahuetear más allá de la valla
metálica. Tan solo se libra de este cercado un lateral de la iglesia, por
inaccesible, y la parte opuesta al pueblo, en la que está el cementerio con, al
menos, tres sepulturas señalizadas. La más reciente es del año 2007, de don
Basilio Jiménez Gurbindo; la más antigua, la de don Aproniano Zulet Sola, es de
1949; y una tercera sepultura, sin fecha, acoge de forma genérica los restos
mortales de la familia Zulet Aranguren.
Parece obvio que el apellido Zulet está presente
en este lugar desde hace un tiempo. El primer Zulet, o Zuluet, que llegó a
Amunarrizqueta lo hizo en 1750. Se trataba de Juan José de Zuluet, de 25 años
de edad, y era natural de Orizin. Y vino a casarse con Mariana de Morondo, de
la llamada casa de Leonena, quien a su vez era hija de Miguel de Morondo y de
Francisca de Lerga. Cuatro años después vemos que este joven era el único
propietario que vivía en Amunarrizqueta, de los tres propietarios que había; el
resto de vecinos eran tres caseros, el casero del Palacio, propiedad del
marqués de Fuerte Gollano, don Joaquín de Solchaga, de Estella, y los dos
caseros de las casas que allí tenía don Juan Martín de Azpilicueta, de
Barasoain. Así pues, es a mitad del siglo XVIII cuando vemos a los Zulet
ubicarse en este emplazamiento.
Hoy, el cementerio ofrece un aspecto desolado, con
un terreno totalmente irregular, y al que, sin embargo, se ve que todavía hay
quien le aplica un poco de mimo. Son, como digo, tres sepulturas las
identificadas, pero intuyo que muchas más las que están sin identificar,
anónimas para siempre.
No hay que olvidar que antaño los enterramientos
se hacían en la iglesia. Viendo hoy cómo está ese edificio, cuesta imaginar
aquél funeral y enterramiento que tuvo en septiembre de 1720 Graciana Iracheta.
Había muerto el día 5 de ese mes, y a sus pompas fúnebres acudieron nada menos
que una veintena de sacerdotes. Debía de ser mujer piadosa aquella, y también
algo pudiente, porque su familia entregó a la iglesia nueve robos de trigo, y
estacas, y tortas, “como acostumbran en
semejantes funciones”, dice el documento que se conserva en el Archivo
Diocesano. Pero lo curioso no es eso, sino que diez años más tarde fallecía en
Amunarrizqueta otra vecina, Felicia de Gulina, que fue enterrada en la misma
sepultura que una década antes había acogido los restos de Graciana de
Iracheta. La sorpresa fue que al ir a enterrar a Felicia, se encontraron con
que Graciana permanecía incorrupta; el propio abad, don Agustín de Barasoain,
se ocupó de dejar constancia escrita de aquél hallazgo: “(…) estaba con una rara integridad al cavo de cerca de diez años (…),
adviértase a los excavadores el tiento cuando se ofrezca abrir la dicha
sepultura”.
Iglesia de San Bartolomé
Año 2012, septiembre. Contemplo ahora la iglesia
de San Bartolomé, cubierta parcialmente de hiedras; con el campanario orientado
al caserío al que la ausencia de campanas lo mantienen obligadamente mudo; el
atrio tapiado en su acceso, ocultando así el desplome de cascotes y vigas del
que un día fue su techo; la casa abacial es ya irrecuperable desde el punto de
vista arquitectónico, no pasa de ser un amasijo de piedras, lajas, vigas y
tejas. Ese es el panorama que ofrece este conjunto de arquitectura religiosa.
Ya a mediados del siglo XVIII se sabe que esta iglesia estuvo en muy mal
estado, pero parece que entonces, por iniciativa de los de casa Leonena,
nuevamente volvió a ser la que fue. Hasta hoy. Silencio total entre esos muros.
Pero… basta un mínimo de sensibilidad para oír a
las piedras cómo nos susurran historias; son historias que impregnan ese
espacio, esa portalada de medio punto, esas paredes interiores todavía bien
lucidas… Hay allí, en todo ello, una historia que hay que saber escuchar, que
hay que saber leer, que hay que saber sentir.
Desde el siglo XIII que fue levantado este templo,
¿qué no nos podría contar?, ¡y se está cayendo!. Nos podría hablar largo y
tendido de los Azpilicueta, parientes del Doctor
navarro de Barasoain, que eran los titulares del palacio de Amunarrizqueta,
un palacio que a principios del XVIII ya estaba en ruina total, deshecho.
Por no hablar de cada uno de los abades que por
este templo han pasado. A uno de ellos le tocó ser protagonista de asunto
medianamente turbio, aunque no por su parte; todo había empezado en 1593 cuando
el abad de Zabalza, don Pedro de Leoz, hizo entrega al platero Miguel Férriz de
una manzana de plata para que la
aderezase (se le llama manzana en las
cruces parroquiales al pomo redondeado que hay entre la barra y la cruz); lo
cierto es que aquél platero desapareció del mapa sin devolverla al abad que le
había hecho el encargo; eso sí, antes de desaparecer se la vendió al abad de
Amunarrizqueta, desconocedor de su procedencia, que unos años más tarde se tuvo
que enfrentar al correspondiente litigio por parte de los de Zabalza.
Sabido es también que en aquellas oscuras épocas
los vecinos pagaban a la iglesia el diezmo, un impuesto que obligaba a estos a
entregar al abad una décima parte de todos los frutos de sus campos. Obviamente
el abad atesoraba con ello bastante trigo, que a su vez lo iba vendiendo a unos
y a otros, dedicándose así a negocios no muy espirituales que supuestamente los
beneficios de los mismos servían para atender las necesidades propias de la
iglesia y de la Iglesia, entiéndase. Y es así como, por ejemplo, en 1630 vemos
a la panadera de Barasoain denunciando al abad de Amunarrizqueta, don Martín de
Iratxeta, acusándole de vender el trigo por un precio superior al que le correspondía;
sin embargo vecinos de unos lugares y de otros cerraron filas en defensa de la
honorabilidad del abad acusado, sacando así a relucir que tras las denuncias de
la panadera había, no solo falsedad, sino otras causas ajenas al clérigo de
Amunarrizqueta.
Allí, en esa iglesia han sido bautizadas decenas
de generaciones. Alguno, al leer esto pensará que esta idea le es ajena, que ni
conocen Amunarrizqueta, ni conocen su iglesia, y que en consecuencia, aún mucho
menos, conocen su pila bautismal. Pero tal vez se equivoquen, pues su pila
bautismal es una de las más conocidas y fotografiadas de Europa, no en vano se
exhibe, como fuente, en el centro del claustro de Roncesvalles, testigo mudo
del paso anual de miles de peregrinos jacobeos.
Y podríamos seguir poniendo ejemplos, y contando
más cosas. Pero… otro día más, que da para mucho. No obstante, quien quiera
conocer más a fondo este lugar, yo le recomendaría acudir al Archivo Diocesano
de Pamplona y al Archivo General de Navarra. Incluso, mejor aún, en 2006 la
Editorial Altaffaylla publicó un interesante libro de Ricardo Urrizola,
altamente recomendable, dedicado a los lugares de Amunarrizketa e Iriberri, que supo poner a buen recaudo la memoria
de ambos lugares.
Lo que ahora importa es que Amunarrizqueta vuelve
a vivir después de haber quedado despoblado. Lo que ahora importa es que sus
casas e iglesia todavía pueden contarnos muchas cosas. El valle de Orba, o
Valdorba, es una fuente inagotable de sorpresas. Una maravilla, se mire por
donde se mire.
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