11 DE DICIEMBRE DE 2011

SAN MIGUEL DE IZAGA
MEMORIA DE UNA DEVOCIÓN

Texto: Fernando Hualde
Fotos: Fondo Documental Erronkari





El Grupo Cultural del Valle de Izagaondoa en estas últimas semanas está entrevistando a los más ancianos del valle. La memoria de la devoción a San Miguel es una de las parcelas que queda salvaguardada.

He de empezar por admitir que la peña de Izaga, antaño conocida como higa de Izaga, ejerce sobre mí una especie de magia, de encanto. Sus laderas, y también allá hasta donde llega su sombra, han conocido siempre el trasiego del ser humano, de quien le daba vida a todo ese entorno, que se apiñaba en torno a ella en pequeños núcleos de población, que a su vez eran, y siguen siendo, como una familia. Un porcentaje considerable de aquellos pueblos son hoy un conjunto de ruinas, de casas caídas, de corrales convertidos en un montón de piedras, de iglesias mudas, de senderos muertos, sin caballerías que los trasieguen. Otros pueblos, algo más afortunados, parecen haber resistido la embestida de la industrialización, aunque su población numéricamente sea muy reducida, ocasionalmente testimonial.
En estas últimas semanas se está haciendo un esfuerzo importante por parte del Grupo Cultural del Valle de Izagaondoa de rescatar, en la medida que se pueda, la memoria de todos estos núcleos de población. Un esfuerzo que pasa por recoger y grabar los testimonios de quienes, ya muy mayores, han sido testigos y protagonistas de algunos de estos pueblos que llevan varias décadas deshabitados. Hoy todavía se puede hablar con el último vecino de Urbicain, con el último de Mendinueta, con el último de Beroiz, con quien ha conocido la vida de Guerguitiain, de Muguetajarra, de Izánoz, de Zoroquiain… Hoy, digo, todavía se puede; pero mañana, a corto plazo, no quedará nadie que pueda hacerlo. Por eso la labor que se está haciendo ahora es mucho más importante de lo que se pueda imaginar. Se está recogiendo, con toda riqueza de detalles, cómo era esa vida; y se está poniendo nombres y apellidos a los que habitaron aquellas casas, y se recogen sus costumbres, y qué es lo que hacían en fiestas, y en carnavales, y los kilómetros que andaban para ir a la escuela, y a moler, y al mercado…


Podemos imaginar

Poco a poco Izaga recupera su memoria. Sus senderos, a través de estos testimonios, vuelven a recordarnos a aquellas largas comitivas de penitentes entunicados, con la cruz alzada, descalzos, desgranando avemarías y plegarias camino de la ermita, camino de la basílica en la que se venera a San Miguel de Izaga. Cada pueblo con su cruz parroquial, cada vecino con su cruz penitencial; gentes de aquí y de allá, dando gracias los de Lónguida por la intercesión de este arcángel en aquella semana de calamidades, “astegaiz” o “estegaiz”, que se pierde en la noche de los tiempos; y gentes de Urroz, y de los Urraules, y del valle de Unciti, y del propio valle de Izagaondoa.
Después de haber grabado estos testimonios podemos hoy imaginar a los de Urroz llegando a Mendinueta, y todos juntos seguir hasta Reta, y a partir de aquí, en comitiva mucho más numerosa, comenzar el ascenso hacia Izaga.
Podemos hoy imaginar a los de Beroiz, que previamente habían recibido en sus casas a otros vecinos de otros pueblos del entorno. acudiendo a recoger a los de Iriso, y allí entunicarse todos, y con las cruces ir hasta Ardanaz, cuyos vecinos les esperaban ya para salir procesionalmente hacia arriba, no sin antes haberse rezado juntos en la iglesia. Vemos a un Ardanaz lleno de vida, tocando las campanas que anunciaban la llegada de los penitentes, y despidiéndolos.
Podemos hoy imaginar a los de Muguetajarra, prescindiendo del camino corto, bajar hasta Celigueta, a donde habían acudido los de Vesolla y de otras localidades de Ibargoiti, para marchar todos juntos desde Celigueta hasta Guerguitiain, y de allí a Indurain, y de allí a Izaga.
Podemos hoy imaginarlos a aquellos vecinos fusionarse en el término de Izánoz con otras penitentes comitivas, sumando cruces, sumando plegarias, sumando promesas.
Podemos hoy imaginar cómo se alojaban los peregrinos en las casas, refugiándose en las entradas, y dejando agradecidos unas pintas de vino para los hospitalarios dueños que hasta allí habían llevado los “alforjeros”. Y los podemos ver cortando “colostias” (acebo) para pasarlas arriba por la imagen y poder ponerlas después en sus casas para así librarse de las tormentas. Y podemos ver, casi escuchar, esas salves, primero a la Virgen de Roncesvalles, después a la de Ujué, mirando con fe a sus respectivos santuarios; o esos gozos, esas bendiciones, y esos conjuros que siempre han acompañado a los actos piadosos de la Pascua.


Intrahistoria y leyendas

Y acompañando a todos estos testimonios, además de una historia hay también una intrahistoria de gran sabor. Detalles pequeños, de los que no suelen salir en los libros. Que si las cruces eran de haya verde algunas de ellas; que si “la abuela nos ponía en casa un buen puchero y unas cuantas tortillas para el camino”; que si junto a la ermita se ponían las “chocheras”; que si de Urroz venían siempre quince o veinte, “los Bastida y unos cuantos más”; que si cuando se restauró la ermita se encontró un enterramiento, pero… enterrado de pie.
Mención especial merece aquél de Urroz a quien llamaban Pescafrailes, y todo porque una vez se ahogó un fraile en el río y fue él quien consiguió sacar el cuerpo del agua. Dicen que Pescafrailes era muy guasón, y que en cuanto entraba a la ermita de Izaga proclamaba en voz alta: “Un padrenuestro y un avemaría para los que han subido en caballería”, ganándose así una buena regañina de cualquiera de los clérigos que por allí anduviese.
Y si la ermita hablase… nos podría contar confidencias de los pastores que a su sombra y a su abrigo se refugiaban, historias de amor, leyendas que tal vez un día no lo fueron. Y nos contaría que en otro tiempo hasta allí acudían las mozas para hacer sonar la campana, pues cada tañido auguraba un hijo.
Por no hablar del amo y del criado. Para quien no lo sepa el amo es la imagen titular de San Miguel que allí está todo el año; y el criado, o criadico, es esa otra imagen de San Miguel, más pequeña que se guarda en la iglesia de Zuazu. Desde mayo hasta septiembre el criado sube –lo suben en andas- a hacerle compañía al amo; dicen que a lo que realmente sube es a ponerle al día de lo que sucede abajo, en el valle; que le transmite las peticiones y las necesidades de cada uno; que le cuenta como van las cosechas, o si se ha hecho alguna obra, quien ha fallecido y quien ha nacido. Son unos meses de confidencias. Algunos no entienden que en invierno el amo esté allá arriba, pasando frío, mientras que el criado esté bien caliente en Zuazu; viene a recordarme esto a las dos casas que hay en Beroiz, en donde los amos vivían en la pequeña, mientras que el pastor vivía en la grande, en el palacio.


El santerico

Las entrevistas a la gente mayor nos sirven para salvaguardar otra parcela muy curiosa de la historia que rodea y adorna a San Miguel de Izaga. Los más mayores de hoy todavía recuerdan la llegada de San Urbano a los pueblos de Izagaondoa; San Urbano realmente era un señor, santero de oficio, que recorría los pueblos portando una pequeña capilla devocional, y a la vez limosnera, con la que recogía fondos para la ermita de San Urbano de Gascue.
Pero lo que ya no llegan a alcanzar, por edad, es al recuerdo del último santero, o santerito, que hubo en Izaga. Tan solo su hijo es capaz de hablarnos de él. Era Mario Zuza, de casa Mondela, de Zuazu, quien recorría en la semana previa a la romería numerosos pueblos de todo el entorno; un año hacía un recorrido, y otro año hacía otro recorrido, de tal manera que entre los dos años se recorría todo el valle de Izagaondoa, el de Lónguida, los Urraules…. De alguna manera anunciaba la inminencia de la romería, y a la vez recogía limosnas destinadas al mantenimiento de la basílica y a promover el culto a San Miguel. De no haber sido por Fermín Zuza, el hijo del último santero, la memoria de este oficio hubiese quedado excesivamente difuminada, tal vez extinguida.
Lo más curioso es que durante las entrevistas que se están realizando, tratando de indagar si alguien más era capaz de aportar algo sobre esta figura del santerico, una de las personas informantes sorprendió mostrando a los entrevistadores una pequeña joya que guardaba con gran cariño en su casa; se trataba nada menos que de una de las dos capillas devocionales que se empleaban en este oficio, una pieza con varios siglos de antigüedad a sus espaldas.
Y es así como poco a poco Izaga va salvaguardando su memoria. El esfuerzo que ahora está haciendo el Grupo Cultural del Valle de Izagaondoa está siendo especialmente oportuno. Hacerlo dentro de unos años es llegar tarde, muy tarde.


1 comentario:

  1. Faustino Calderón26 de enero de 2012, 16:51

    De los reportajes que a mi me encantan si señor, lo que daria por retroceder en el tunel del tiempo y ver por una ventana mágica esas romerias a la ermita, reunión de las gentes llegadas de pueblos distintos pero ese dia formando una gran familia y compartiendo amistades y convivencias, un autentico dia de confraternización de los que apenas ya hoy no quedan.
    Como mágicas son esas historias tan hermosas que han pervivido a traves de la tradición oral del santero, el pescafrailes, el amo y el criado, los Bastida, las tortillas de la abuela y tantas otras que como bien dices si la ermita hablase que gozada iba a ser escucharla. Me apuntaba el primero.

    Gran reportaje amigo izabarres.

    Saludos.

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