29 DE AGOSTO DE 2011

HISTORIAS DEL CONTRABANDO EN BAZTÁN

Texto: Fernando Hualde



El contrabando era hasta ahora un tema tabú. Un libro de Juan Frommknecht saca a la luz un montón de historias de esta actividad en el Baztán.

El mundo del contrabando ha sido siempre un tema apasionante, un tema que atrae; es, tal vez, la curiosidad por ver cómo se las apañaban aquellas gentes para burlar la vigilancia fronteriza, o para dar salida comercial a todo lo que traían o llevaban. El trabajo de la noche que se vivía décadas atrás, muy especialmente en los años de la postguerra, todavía hoy se nos presenta bajo un envoltorio de leyenda, de silencio pactado, de misterio… Es difícil de calcular las fortunas que se han generado en torno a este juego del escondite nocturno. Y es que la actividad del contrabando no nacía necesariamente de la necesidad ni del hambre, sino que era una forma más de vida, un oficio como otro cualquiera, pero con perseguidores.
Poco a poco, en la medida que el tiempo va pasando y van desapareciendo los protagonistas de aquello, se van conociendo detalles del modus operandi de los contrabandistas, y también de los guardias civiles encargados de evitar el trasiego transfronterizo de mercancías.


Modus operandi

Personalmente he entrevistado a decenas de ancianos que en el Pirineo navarro, Eugi y Baztán principalmente, se dedicaron al contrabando; inclusive algún guardia civil de esos que miraban para otro lado, bien por propia voluntad o bien porque se lo ordenaba su superior. He conocido el testimonio de algunos guardias que estaban de patrona en determinadas casas en las que por la noche una parte de la familia anfitriona se ausentaba; sin saberlo estaban conviviendo con sus perseguidos, y rodeados de paquetes de contrabando. Pero lo más interesante son los testimonios de aquellos individuos que, amparados en la oscuridad, y perfectos conocedores del monte y del bosque, sabían utilizar mil argucias para burlar la vigilancia a la que estaban sometidos esos parajes por los que ellos transitaban con materiales prohibidos.
Aquellos hombres, como digo, hoy ancianos, y bajo el principio de “ahora ya no importa”, empiezan a desvelar qué es lo que se hacía, quienes, cómo, por dónde… Y es ahora cuando conocemos lo importantes que eran aquellos zuecos de madera con los que calzaban sus pies, en los que en la suela iba tallado el pie al revés, de tal forma que la Guardia Civil que descubría aquellas huellas que iban, lo que realmente tenían delante eran unas huellas que volvían. Por no hablar de aquellos zuecos que dejaban huella de herradura, o de pezuña de vaca.
Es ahora cuando sabemos cómo iban distanciados unos de los otros, dejando marcas a su paso, de tal forma que si los guardias pillaban a uno, inmediatamente se daban cuenta los demás de lo que sucedía; se iba separados para que en caso de descubrir a alguien solo podían confiscar lo que él llevaba; y por la misma razón, cuando había que ocultar los paquetes en el monte, estos también se ocultaban separados. Lo normal era que si un sendero estaba vigilado los guardias detuviesen al primero de los contrabandistas, que por lo general iba con un paquete falso (helechos envueltos cuidadosamente), a quien no podían detener; y este, al no dejar su marca, ya ponía sobreaviso a los que venían por detrás. Y… en aquellos años en los que había que declarar todo el ganado que se tenía, ¿cuántos animales se declaraban muertos a causa de enfermedad cuando realmente habían sido trasladados ya al otro lado de la frontera?.
La autoridad ordenaba vigilar estrechamente toda la frontera para evitar el contrabando; pero la autoridad eran hombres, y sus propias mujeres, sin ellas saberlo, eran las que daban de comer a los contrabandistas por ser las principales consumidoras de puntillas y encajes, que ilegalmente, de noche, y burlando a las autoridades, se traían desde el otro lado de la muga.
Y hubo guardias que denunciaron a su capitán porque les enviaba a vigilar a otros sitios para que no interceptasen el contrabando que esa noche iba a pasar por otro lado y del que el mencionado capitán era cómplice. Y viceversa. Que de todo hubo.


Historia en Baztán

Hoy, cuando ya no hay vigilancia fronteriza y el mercado es libre, la historia del contrabando es “agua pasada”. Ya no cabe buscar responsables, ni hay sanciones que valgan, tanto más cuando el contrabando era algo muy popular, pues rara era la familia que en determinadas zonas no se dedicaba a esta actividad. Por el contrario, ahora que estamos asistiendo a la desaparición física de las últimas generaciones de contrabandistas, es importante hacer el esfuerzo de preservar la memoria de aquello, que no deja de ser un oficio y una actividad extinguida. Ya sabemos que en algunos lugares sigue siendo un tema tabú, pero no por ello hay que arrojar la toalla. Hay que recoger los testimonios de las últimas personas que se dedicaron a ellos; están saliendo testimonios muy interesantes en las grabaciones que se hacen para el Archivo del Patrimonio Oral e Inmaterial de Navarra; de la misma manera que en Eugi se recogieron valiosos testimonios a la hora de crear el Centro de Interpretación Histórica. Hay generaciones que han crecido en torno a ello, que lo han mamado. Incluso podríamos decir que el contrabando ha sido la única actividad en aquella Navarra de los años cuarenta, tan difícil económicamente, que ha generado riqueza, y sobre todo que, mientras en otras zonas rurales de Navarra se emigraba a la ciudad, en el Baztán –por ejemplo- escribían a sus familiares en América para que volviesen, pues aquí había posibilidades de ganarse el pan.
Y en medio de toda esta labor cobra especial importancia el libro que hace un par de meses escribió el concejal pamplonés Juan Frommknecht Lizarraga, en donde recoge una porción muy importante de historias que tienen al valle de Baztán como protagonista. En “Historias del contrabando en Baztán” (Editorial Sahats, 2011), Frommknecht recoge aquellas historias que le contó su abuelo, y las que le contó Patxi Barandiarán, y los Arraztoa, y.... Son historias que a él le fascinaron, historias de travesías en la nieve, historias de marchas apresuradas con la Guardia Civil pisando los talones, historias de tiroteos en las que los guardias nunca acertaban, historias de noches al raso, historias de contactos al otro lado, historias entre regatas, bosques y collados; e historias que, ocasionalmente, se entremezclaban con las de los maquis.
El autor no sólo se ha dejado fascinar, que eso nos ha pasado a muchos, sino que ha dado el paso importante de escuchar, recoger, redactar y publicar. Y eso sí que ya no se pierde.
El libro aporta cosas nuevas en torno al contrabando, con gran abundancia de testimonios, e incluso a temas paralelos, como es el caso de los maquis. Estos, con su presencia, vinieron a complicar la vida de los contrabandistas, que vieron cómo además de la Guardia Civil –a quienes ya tenían muy controlados-, era el propio Ejército el que vigilaba los montes ocupando y asentándose en algunos caseríos que se convertían en cuartel improvisado.
Nos narra también el autor, y de forma muy descriptiva, las formas de vida en los caseríos, convirtiendo el libro en un relato muy interesante desde el punto de vista etnográfico. Esa vida en los caseríos llegó a alcanzar un alto nivel gracias al trabajo de la noche, que por ser nocturno era perfectamente compatible con las labores propias del caserío; no es casual que en Elizondo llegase a haber tantas entidades bancarias. Había dinero, ciertamente, pero se vivía con humildad y sencillez. Y destaca la cultura de la hospitalidad baztanesa, la de ayer y la de hoy.
En definitiva, estamos ante un libro riquísimo en testimonios, ante un libro que por vez primera nos aproxima con gran fidelidad a la realidad de lo que fue el contrabando. Baztán está de enhorabuena con esta obra. Y con ella, el contrabando empieza a ser desde ahora un tema mucho menos tabú. Muy buen trabajo.

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