25 DE OCTUBRE DE 2010

AMOCAIN
ATALAYA DEL VALLE DE EGÜÉS

Texto: Fernando Hualde
Fotos: Marian Inda



Desde Ibiricu, en el valle de Egüés, una carretera nos lleva, por Echálaz, hasta Elía, desde donde sale una pista que asciende hasta el despoblado de Amocain, cuyos edificios, poco a poco, se vienen abajo, y que hoy convertimos en punto de llegada para una excursión otoñal.

Ahora que parece que nos metemos de lleno en el otoño, vamos a proponer hoy un paseo agradable. Vaya por delante la recomendación de abstenerse de hacerlo los días de lluvia, o los días posteriores a esta, salvo que a uno no le importe ponerse de barro hasta las orejas.
Nuestro punto de partida ha de ser Elía, en el valle de Egüés, un rincón agradable. Guardo un buen recuerdo de las largas horas de tertulia que viví allí con Bernardo Maisterra, aquél sacerdote que encontró en este lugar su rincón de paz y de oración. Ahora que ya no está entre nosotros no importa ya que exalte y ensalce aquí su importante papel como promotor de la recuperación de la ermita y del entorno de San Antonio de Aguinaga; huía Bernardo de ese protagonismo, pero sé bien que sin su arrojo y sin el trabajo desinteresado de varios vecinos de los valles de Egüés y de Lizoain, esa ermita no luciría hoy el aspecto tan saludable que tiene.
Buen recuerdo guardo también en Elía de Margarita Aguinaga, de Casa Rodrigo, buena informante etnográfica, mujer de profundas convicciones religiosas, que me ayudó a recomponer la historia de Aguinaga y la de Galdúroz, y me contaba no pocas cosas de Echálaz y de la vieja ermita de San Román que todavía allí subsiste escondida a la vista del paseante. Y nunca me han faltado contertulios en Elía, gracias a que los vecinos mantienen la buena costumbre de reunirse a charlar en un banco, muy cerca del lavadero, junto a aquél viejo tractor que un día se hizo bajar desde Galdúroz, cuando sus casas llevaban ya muchos años deshabitadas y expoliadas.



Hacia Lakarri

Pues bien, desde Elía, en donde dejamos el coche, arranca una pista, el “Camino de las Huertas” creo que le llaman los lugareños, que es el que nos pone en camino hacia Amocain. Apenas trescientos metros más adelante tomamos la desviación que se nos presenta a la derecha. Y de inmediato llegamos a una verja que nos da paso al término de Amocain.
Es especialmente importante tener en cuenta que a partir de ese momento en el que cruzamos esa verja de hierro –habilitada para impedir el tránsito del ganado- estamos en una finca particular. No estoy diciendo que no se pueda pasar, pero lo que sí que estoy diciendo es que hay que saber dejar las cosas como están, o mejor. Igual que hay que saber respetar la tranquilidad de los caballos y yeguas que por allí pastan entre las ollagas.
Basta con alzar un poco la mirada para descubrir allí, en ese alto, las viejas ruinas de lo que hasta 1955, aproximadamente, fue un lugar habitado. Me dicen que entre los últimos habitantes estaban los Zugasti. Si fuésemos en verano, con el terreno seco, podríamos alcorzar, igual que hacen los montañeros que desde allí suben al Lakarri, abandonando la pista por el lado izquierdo, descendiendo suavemente hasta el vértice del pequeño barranco que discretamente baña esas tierras; hay que salvar este cauce dando un paso largo, de orilla a orilla, y remontar después un repecho, no excesivamente largo, pero de una inclinación respetable. Y para quien no quiera alcorzar, lo único que hay que hacer ese seguir por la pista, que se adentra en una zona sombría ofreciéndonos pronto una hermosa curva hacia la izquierda que en ligero ascenso nos hace remontar hasta las mencionadas ruinas de Amocain, del señorío de Amocain.



San Miguel sin puerta

Hace unos años (2 de febrero de 2003), en esta misma sección, ya publicábamos en estas páginas la historia de Amocain con toda la leyenda que aquí hay en torno a Santa Felicia. No lo vamos a repetir ahora; únicamente decir que quien quiera acceder a ese texto puede hacerlo a través de internet en despobladosnavarra.blogspot.com. Y para quien no se quiera tomar esa molestia tan solo decirle que Amocain fue escenario de una de las leyendas jacobeas más hermosas, la misma que se escenifica en el Misterio de Obanos.
Pero volvamos a donde estábamos, hasta donde nuestros pies nos han llevado. Observaremos que hay varios restos de construcciones, todas ellas inhabitables, incluso de alguna de ellas tan sólo queda alguna piedra, pocas, que nos sirven para saber cual era su ubicación, y que nos orientan sobre cual fue su tamaño. Las construcciones más deterioradas se corresponden con algunos corrales y con las que en otro tiempo fueron viviendas de la servidumbre.
Y mirando al valle, cuan atalaya privilegiada, se mantienen en pie dos edificios. Se trata del palacio de Amocain, y de la anexa ermita, o iglesia, dedicada a la advocación de San Miguel Arcángel.
El palacio, con su portalada de medio punto, que hasta hace unos años servía de cuadra para el ganado caballar, nos muestra hoy un interior totalmente hundido. Justamente puede apreciarse dónde estuvo la fregadera de la cocina, y el fogón. Seguramente que dentro de unos años ni eso. Comparo fotos sacadas este año con otras que saqué hace cinco años, y veo que han desaparecido partes importantes de la fachada. Y que la transformación del interior todavía es más penosa; paredes, techos, vigas, tejado… se amontonan al otro lado del umbral.
Y dando casi continuación al edificio palaciego encontramos la que fuera iglesia del lugar, cuyo tamaño me invita a llamarle ermita. Mantiene alzada la espadaña, soporte en otro tiempo de una campana cuyo tañido llamaba a la oración. Conserva también una ventana saetera, que en aquellas épocas del medievo permitía la defensa del lugar, con poco riesgo de ser alcanzado. Sépase que hace unos años fue parcialmente rehabilitada esta ermita para frenar su deterioro. Carece de cubierta, la maleza se ha apoderado de su interior, y lo más lamentable de todo es que, poco después de su rehabilitación, alguien se tomó la molestia de desmontar la portalada de esta ermita de San Miguel, piedra a piedra, para llevársela y lucirla seguramente en alguna vivienda particular.
Aquí acaba hoy nuestro paseo. Media hora ir, y media hora volver. No obstante, para quien lo desee, que sepa que esa pista sigue ascendiendo hasta llegar a un portillo. Llegados allí, a nuestras espaldas queda el valle de Egüés, y por delante el de Lizoain. A nuestra derecha un camino nos permite llegar a Aguinaga, y si pasamos el portillo y seguimos por la pista, esta nos llevará hasta Galdúroz, otro despoblado, desde donde se baja hasta Zunzarren. Pero a todos estos los dejamos para futuros reportajes, y para futuras excursiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario