31 DE JULIO DE 2010

INDUMENTARIA RONCALESA
DEL TOCADO A LA MANTILLA

Texto: Fernando Hualde
Fotos: Fondo Documental Erronkari




El actual traje femenino roncalés, traje oficial de Navarra, es el resultado de una rebelión de las mujeres roncalesas en el siglo XVIII contra un acuerdo que les obligaba a distinguirse con un paño cuando caían en la “fragilidad humana”.

Lo mismo hoy que antaño, aquí que allá, hablar de indumentaria es hablar de una evolución permanente en la forma de vestir. Las modas han existido siempre, solo que frente a las inocentes influencias de otros valles o regiones en siglos pasados, hoy es el marketing comercial y las multinacionales quienes marcan la pauta de lo que se ha de llevar “la próxima temporada”.
Navarra, en su indumentaria tradicional, hoy extinguida, de hace uno, dos o tres siglos, también vivió con fuerza una progresiva evolución en las formas de vestir de sus habitantes. Los valles pirenaicos navarros, y muy especialmente el valle de Roncal, se diferenciaron del resto de Navarra en su celo por salvaguardar la indumentaria tradicional, perviviendo en estas zonas hasta los comienzos del pasado siglo XX, no sólo el uso diario y cotidiano de estas prendas, sino los batanes y telares de donde salían los denominados “paños del país”.
A su vez, dentro de la indumentaria roncalesa, un análisis general nos permite descubrir una importante evolución y una rica historia en torno a algunas de sus prendas más emblemáticas. De hecho, poco o nada se parece el traje femenino roncalés del siglo XVIII al del siglo XIX, convertido este último, actualmente, en traje oficial de Navarra. ¿A qué se debe un cambio tan brusco en tan poco tiempo?, ¿porqué no se da ese cambio en la indumentaria masculina?. Todo tiene su respuesta. La clave está en… la mantilla roncalesa.


Desde el siglo IX

Todo comenzó a mediados del siglo XVIII. El modernismo iba extendiéndose como un reguero por toda la geografía, cuestionando irrespetuosamente todo lo tradicional, abriéndose paso en la sociedad navarra a costa de dar al traste con muchas cosas respetadas hasta entonces desde tiempos inmemoriales. Era el caso, en el valle de Roncal, de su indumentaria; un atuendo que, pese a las lógicas evoluciones siempre intrascendentes, se había mantenido celosamente salvaguardado desde hacía muchos siglos a imagen y semejanza del que –según afirma la tradición- concedió el rey de Navarra a los roncaleses hacia el siglo IX por su brillante actuación en la batalla de Olast contra el ejército morisco de Abderraman. Fue entonces una valiente mujer roncalesa, de la casa Andreu, de Urzainqui, la que cortó de un tajo la cabeza del caudillo musulmán, haciendo así merecedor al valle, como premio a su valor, de una indumentaria que le diferencie y le distinga.
Durante siglos los roncaleses conservaron y protegieron su traje, no permitiendo su uso ni a los advenedizos, ni a los agotes. “En realidad –decía Florencio Idoate- era algo unido indefectiblemente a su hidalguía colectiva, disfrutada desde la citada batalla de Olast y confirmada por todos los reyes de la monarquía navarra y posteriores”.


Fragilidad humana

Pero volvamos al siglo XVIII. Uno de los bastiones de la identidad del valle, la indumentaria, empezaba a tambalearse. Aquellos hombres que componían la Junta del Valle alguna anomalía debieron de detectar en el uso del traje, que forzó en el año 1744 un novedoso acuerdo de la mencionada Junta en los siguientes términos:
“…Lo otro, también se acordó de conformidad de todos los alcaldes y diputados, que de hoy en adelante, para que haya distintivo entre los originarios y advenedizos, no se permita a los dichos originarios en días festivos, en la concurrencia de los divinos oficios en la iglesia de cada pueblo, y como es, a los hombres casados, estar sin capote y valona roncalés; y a las mujeres, con el honesto ornato de lienzo engomado sobre el tocado y su delantal del país. Y en la misma conformidad, todas aquellas solteras que hubiesen caído en la flaqueza de la naturaleza humana, violando el sexto precepto de los mandamientos de la Ley de Dios, lleven también sus cabezas cubiertas con un lienzo blanco y sin toca, a distinción de las casadas y también de las solteras, para que les sirva de confusión y escarmiento a otras. Y que se guarde inviolablemente esta determinación en todos los pueblos del Valle, llevándoles la pena de 8 reales a cada uno, por cada vez que lo alterasen. Y porque nadie pretenda ignorancia, en cada villa se convoque concejo y en él notifique el escribano infrascrito a todos los concurrentes”.


Revuelta femenina

El acuerdo no podía ser más claro. Los hombres pusieron esmero en cumplir y hacer cumplir las ordenanzas; el capote y la valona continuaron, sin problemas, su uso milenario. Pero las mujeres… si fueron capaces de cortarle la cabeza al caudillo moro, ¿de que no podrían ser capaces?.
Para empezar, ese acuerdo de 1744 no fue de su agrado; no entendían que los hombres les forzasen a distinguirse públicamente cuando una de ellas caía en la “flaqueza de la naturaleza humana”. De ahí que alguna de ellas, en claro estado de rebelión, acordase no llevar ni el tradicional tocado roncalés ni el lienzo blanco acusatorio, poniéndose en su lugar una mantilla en señal de disconformidad con la decisión de la Junta del Valle. Esta increíble situación provocó en 1750 una nueva resolución de la Junta que decía así:
“Lo otro, deseando que los naturales y vecinos de este Valle permanezcan con el vestuario acostumbrado comúnmente llamado roncalés, creyendo que de dejarse su uso, se pueden seguir algunos inconvenientes, porque se ha experimentado especialmente en las mujeres que, aquellas que han incurrido en la fragilidad humana, debiendo llevar por divisa un lienzo blanco para ocultar su pecado, como también otras solteras, que según inmemorial costumbre, deben ir con el traje roncalés y las cabezas descubiertas, especialmente a los divinos oficios. Y otras que se han casado, de pocos años a esta parte, dejando el tocado roncalés, se ponen también mantilla, y que a su tolerancia, como se refiere, pueden resultar inconvenientes; y no parece bien que haya distinción entre las mujeres roncalesas, sino que todas lleven el mismo traje y la división de casadas y solteras, y las que han padecido la fragilidad humana, vayan sin mantilla a los divinos oficios de las iglesias. Y por cada vez que contravinieren a esta determinación, les lleven los alcaldes a real de a ocho cada una, a propio arbitrio. Y si hallare resistencia con reincidencia, dé cuenta en el Valle para que recurra a tomar la providencia correspondiente al Real y Supremo Consejo. Y que a los alcaldes que fueren omisos en poner en práctica esta resolución, se les lleve dos reales de a ocho, de pena, para la bolsa del Valle, aplicando la tercera parte para el Real Fisco”.
Cuenta Florencio Idoate en su obra “Rincones de la Historia de Navarra” que, pese a esta última resolución de la Junta, hubo muchas roncalesas que permanecieron en actitud permanente de resistencia, llegando incluso a querellarse ante el Consejo al ser castigadas en cumplimiento de las Ordenanzas. Esta rebelión femenina forzó en 1778 un nuevo acuerdo en un tono ligeramente más suave en el que la Junta además de insistir de nuevo en la conveniencia de conservar el tocado y prescindir de la mantilla, delegaba no obstante en cada alcalde una parte importante de responsabilidad, sabedores de que alguno de ellos ya habían mostrado sus reticencias a que se mantuviese como obligatorio el uso del tocado, inclinándose por una actitud más tolerante hacia el uso de la mantilla. En cualquier caso el nuevo acuerdo insistía en que la Junta consideraba el uso de la mantilla como un desprecio al traje tradicional, a la vez que alertaba de que algunas mujeres “del uso de la mantilla han pasado al de echar basquiñas de distinto traje”.




A la cárcel

Recoge Idoate el dato de que “muchas mujeres dejaban de acudir a la misa mayor y vísperas en los días festivos, para no tener que sujetarse el tocado a la cabeza en cumplimiento de las disposiciones”. Solamente en la villa de Roncal llegaron a contabilizarse hasta veintiuna rebeldes que llegaron a consolidar durante unos años el uso cotidiano de la mantilla; pero no contaban éstas con la llegada a la alcaldía de Roncal de don Pedro Vicente Gambra, de recia personalidad, y gran partidario de conservar todas las tradiciones. Éste convocó de inmediato a las veintiuna al salón consistorial, arengándoles sobre la necesidad de prescindir de la mantilla y de recuperar el tocado. Sus palabras enérgicas y autoritarias lograron convencer a dieciocho de ellas, a las que solo sancionó por su falta pasada con una peseta de multa. Las otras tres, Juana Engracia Burugorri, Lucía Recari, y Agustina Ederra, que continuaron aferradas a la mantilla, fueron sancionadas, para empezar, con ocho reales. Su negativa a pagar la multa les costó la cárcel.
Por si esto no fuera suficiente Gambra sacó varios bandos prohibiendo expresamente el uso de la mantilla y recordando la obligación de acudir a la iglesia con el traje del país, “que se reduce a un tocado a modo de corona en la cabeza y una ropilla de paño de la tierra”.
Esta actitud firme del Valle, dirigida por Gambra, lejos de aplacar los aires rebeldes de las roncalesas que habían persistido en el uso de la mantilla, lo que hizo fue provocar por parte de éstas una nueva querella ante el Consejo Real, entrando desde entonces, ambas partes, en un litigio jurídico de difícil solución.
Parece ser que las dos partes defendían su postura desde una base legal que les respaldaba, si bien, fue el procurador de Gambra quien puso el dedo en la llaga cuando expuso que lo importante no era la mantilla en sí, sino que el consentimiento de ésta acarrearía posteriormente otras innovaciones “alterando las demás insignias con que se ha distinguido y distingue el Valle”.
El 22 de enero de 1787 se dio cuenta de un despacho del tribunal de la Corte, autorizando a una de las litigantes, Lucía Recari, a llevar mantilla, en atención al informe médico de los doctores Lucea y Romeo, en el que certificaban que su paciente no podía mover libremente la cabeza a causa de unos tumores en el cuello.
Pero la respuesta no se hizo esperar y, tan sólo seis días después, Isaba, Urzainqui y Roncal unían su voz pidiendo “que se procure por todos los medios la subsistencia del traje roncalés, que de tiempo inmemorial a esta parte se ha usado en este valle”. Vidángoz, aun posicionándose también contra la mantilla, abogaron por dejar el tema en manos de cada alcalde. Burgui también pensaba así, pero rechazaba claramente entrar en esta guerra de símbolos. Garde fue partidario de dar plena libertad a las mujeres en el uso del tocado o de la mantilla; y Uztárroz se adhirió al acuerdo de Vidángoz.
Finalmente, fue el paso de los años el que arrinconó definitivamente el tocado roncalés, siendo sustituido éste, desde principios del siglo XIX por la mantilla “roncalesa”.



31 de julio
DÍA DE LA INDUMENTARIA RONCALESA

Este próximo sábado, día 31, el valle de Roncal celebrará por la mañana en Isaba el “Día de la Indumentaria Roncalesa”. La iniciativa, que viene de la mano de la asociación Kurruskla, quiere llamar la atención sobre esta parcela del patrimonio roncalés y navarro, a la vez que busca promocionar el uso de esta indumentaria como signo de identidad del valle.

Esa mañana las calles de Isaba volverán a poblarse de nuevo de capas, valonas, jubones, justillos, ongarinas, mantillas, calzones, zaragüelles, zintamuxkos, sombreros, tocados… La historia, hecha tejido, va a salir a la calle, y de una manera pedagógica. Y con los trajes veremos una recreación de lo que antaño suponía anualmente el retorno de las alpargateras; y veremos de nuevo a las milicias roncalesas exhibir armas y bandera en sonoro “alarde de armas”, igual que durante siglos se ha hecho.

Va a ser la primera vez que asistamos a una concentración de trajes roncaleses de esta magnitud. Allí veremos los trajes que ya conocemos, y descubriremos los que no conocemos (trajes medievales, traje de iglesia, etc.). Una cita obligada.




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