25 DE ABRIL DE 2010

VALLE DE ASPE
ALMADÍA DE ORO

Texto: Fernando Hualde




Este próximo sábado volverán a bajar las almadías la presa de Burgui. Dentro de esa jornada se hará un reconocimiento a la historia almadiera del vecino valle de Aspe, en el Alto Bearn, cuyos bosques sirvieron para rehacer la Marina Real francesa.

A una con el ecuador de la primavera, las aguas del río Ezka, columna vertebral del valle de Roncal, serán escenario el próximo sábado, a su paso por Burgui, del descenso de las almadías. La expectación está servida, y no es para menos. Las miradas se clavarán en el horizonte que marca la lámina de agua del río, a la espera de ver aparecer por aquella curva cada una de las balsas que previamente han sorteado los diferentes obstáculos que les ofrece un cauce que no es fácil. Llegados a esa curva podemos decir que han hecho ya lo peor; y ahora les queda… ¡lo más difícil!, o al menos lo más espectacular. Allí, ante la mirada de miles de personas, les toca afrontar el siempre difícil descenso del puerto de la presa de Burgui.


Como antaño

Manos firmes agarrando el remo, el cuerpo tenso, el espaldero atrás, la mirada adelante, la vida en juego, también el orgullo, y sin posibilidad de volver atrás. Son segundos que resumen a la perfección lo que durante siglos y siglos ha sido la vida del almadiero. Finalmente el tramo delantero encauza bien, a golpe de remo, y arrimándose al molino, la rampa de la presa. El agua hace todo lo demás. Los troncos se aceleran, los almadieros se encomiendan, y en un instante la almadía se clava en el lecho espumoso del río para inmediatamente salir a flote. Las manos se han agarrado fuerte al remo, algunas al burro (ropero), la posición del cuerpo en un difícil equilibrio ha acompañado a la de los troncos, y a una con ellos el cuerpo se ha sumergido en el agua, hasta la rodilla, o hasta la cintura, incluso más algunas veces. Muy importante haberse mantenido en sus puestos, pues no hay mucho tiempo para deleitarse en escuchar los aplausos; y es que el siguiente obstáculo esta allí, unos metros más adelante; es el puente medieval, con sus ojos pétreos de desigual tamaño. Es fundamental no chocar, eso supondría almadiero al agua, o cruzarse la almadía taponando totalmente el puente, o romperse, o…
Una vez más, una a una, las almadías pasan el puente siguiendo aguas abajo en medio de los aplausos de la concurrencia. Bonito reconocimiento a quienes han sabido hacerlo, dignos sucesores de unos antepasados que sorteaban obstáculos, bajaban presas, libraban pilastras de puentes… rodeados entonces de soledad, tal vez de alguna lavandera vespertina. Son los de hoy, aplausos con carácter retroactivo. No en vano es el mismo río, el mismo puente, el mismo molino…, ¡la misma sangre!.
Este sábado, 1 de mayo, volveremos a ver esta misma imagen, los mismos ritos, el mismo riesgo. Es la imagen de un pueblo, Burgui, que tributa homenaje a sus gentes y a su historia.



Valle de Aspe

Y como cada año, esta fiesta almadiera se complementará en la sobremesa con un homenaje y reconocimiento público, en forma de Almadía de Oro; este año van a ser dos los reconocimientos, dos almadías de oro, hacia un trayectoria y hacia una historia. Por un lado el galardonado será el equipo femenino de balonmano, Itxako Reyno de Navarra, cuya trayectoria deportiva es más que meritoria; y por el otro lado la Asociación Bearnesa de Almadieros de los ríos Aspe y Olorón.
Es aquí, en esta segunda Almadía de Oro donde hoy nos vamos a detener. Vamos a dirigir nuestra mirada hacia el vecino valle de Aspe. Nos sorprenderá, sin duda, descubrir que allí, justo al otro lado, a tiro de piedra desde la cima de la Mesa de los Tres Reyes, donde todavía hoy yacen bajo la nieve los cuerpos de dos montañeros pamploneses, donde compartimos el vuelo del buitre, y los paseos del oso…; allí, en el valle bearnés de Aspe, también hubo durante un tiempo la tradición de bajar la madera en balsas por el río.
Con un considerable retraso respecto a los valles pirenaicos de esta vertiente, el siglo XVII marcó el inicio de la etapa almadiera en este valle. El estado francés se fijó en ellos cuando necesitó asistir a la Marina Real, ampliando también su flota. Había en esos montes un arbolado magnífico, de gran envergadura, mástiles en potencia…; y a eso había que añadir un puerto próximo como el de Bayona, capacitado para recibir y reexpedir todo ese alijo de mástiles. Y entre el árbol y el puerto estaba el río, y a este se le podía hacer navegable; el ejemplo lo tenían muy cerca, al otro lado de la muga.
Es así como vemos en 1677 a Luis XIV y a su ministro Colbert impulsando la explotación de los bosques de Aspe, y posteriormente los de Ossau. Aquello se paralizó entre los años 1720 y 1750, para seguidamente conocer su esplendor en tiempos de Luis XV. De aquella época nos queda un vestigio que todavía hoy sorprende a cualquiera; hablamos del camino horadado en la roca, a 900 metros de altura y hecho a pico, por encima de las gargantas de Sescoué, permitiendo así dar salida a la madera del bosque de Pacq d’Etsaut a base del uso de bueyes.

Muy buena madera tenía que ser aquella para que mereciese la pena abrir esta sorprendente vía en plena pared rocosa; muy buena tenía que ser para acometer entonces la gran labor de convertir el bravo río de Aspe en cauce navegable para las almadías. Y muy buenos y no menos bravos tenían que ser aquellos hombres para ser capaces de conducir las balsas por esos torrentes, en ocasiones a una velocidad de 29 kms./hora. Entre 6 y 12 personas viajaban en cada almadía para poder hacerse los relevos en tan trepidante viaje.
El trayecto no era fácil. En la primera jornada, después de encomendar sus almas en piadosa plegaria en Athas, llegaban hasta Navarrenx; en una segunda jornada se llegaba hasta Peyrehorade; y el tercer día era ya el puerto de Bayona quien recibía a aquellos intrépidos almadieros. En aquellos años se calcula una media de unas 300 almadías anuales las que cubrían el trayecto de Lées Athas hasta Bayona; y desde allí se derivaban los mástiles hacia los puertos de Rochefort, Brest o Toulon, en donde quedaban convertidos en arboladura para los barcos.



Actualidad almadiera

Hoy, cuando todo aquello ya es historia, en el valle de Aspe se ha dado el paso de intentar recuperar esa parcela de su patrimonio histórico; primero fue la publicación de la tesis de María Teresa Labarthe; después, en 1992, vino la iniciativa desde Brest de reconstruir el velero “Recouvrance” con abetos del bosque de Issaux; y a todo ello le siguió, por pura inercia, la creación de la Asociación Bearnesa de Radeleurs du Gave d’Aspe et de Oloron (ABERGAO); incluso han ido más lejos, y con la colaboración de la Asociación Cultural de Almadieros Navarros, en estos últimos años el descenso de almadías por los cauces del valle de Aspe vuelve a ser una realidad que a nadie deja indiferente, que obliga a rememorar lo que un día vivieron aquellos cauces fluviales. Ambos colectivos, el navarro y el bearnés, han forjado una buena relación. Es mucho y bueno lo que la Asociación de Almadieros Navarros tiene que ver en la recuperación en el valle de Aspe de la historia y de la tradición almadiera, pero nada de esto hubiese sido posible si allí no hubiese habido un buen equipo de personas, emprendedor, y siempre dispuesto a sacar a la luz una parcela tan curiosa de su patrimonio. Ese esfuerzo grande que han realizado, y que siguen realizando, es que el que este sábado se va a reconocer, agradecer y homenajear. La concesión de la Almadía de Oro viene a decirles a los vecinos bearneses que su trabajo merece nuestro aplauso, y que su amistad y la acogida que siempre han brindado a los navarros bien merece este abrazo fraternal entre hombres y mujeres del Pirineo, un Pirineo que no entiende de fronteras, y mucho menos ahora.

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