UN SEÑORÍO, UN MARQUESADO, UN CENTRO PATRIMONIAL
Texto: Fernando Hualde
Un palacio de cabo
de armería, otro algo más moderno, la iglesia de San Andrés, la casa parroquial,
y algunas casas en ruinas, configuran hoy, en el valle de Aranguren, la
localidad de Góngora. Un espacio con historia.
En el año 2007 la Sociedad de Ciencias Aranzadi
adquiría en Góngora (valle de Aranguren) una parcela de 7000 metros cuadrados ,
concretamente la que acogía los restos del “palacio viejo” de este antiguo
señorío. Hoy, cinco años después, aquellas ruinas se han convertido de nuevo en
un palacio, en un edificio señorial, destinado a acoger la sede en Navarra de
esta entidad guipuzcoana, a la vez que va a servir de apoyo al propio valle en
sus actividades culturales, sociales y medio ambientales.
Detrás de ese solar, y también detrás de ese
conjunto de solares que configuran aquél núcleo de población que es Góngora,
hay una historia, muy propia de un señorío de esas características, de un
marquesado, pero que a la vez es una historia forjada por personas, nobles y
plebeyos, amos y sirvientes, en la que incluso la propia basura ha sabido
hacerse un hueco y protagonizar uno de los episodios más curiosos de la
historia de este lugar.
Al pie de la sierra
Góngora está a tan solo doce kilómetros de
Pamplona. Desde la calle Tajonar, en el sur de la ciudad, se accede
directamente al valle de Aranguren que nos recibe con un polígono industrial
que en las últimas décadas se ha ido formando en torno a la vieja venta de
Mutilva. Algo más adelante está la localidad de Tajonar, que es la que da
continuidad a esa carretera local con forma de herradura. Sin salir de ese
término, una línea parcialmente imaginaria se cruza en nuestro camino; es el
antiguo acueducto del que Pamplona se abasteció de agua canalizada desde Subiza
por obra y gracia de Ventura Rodríguez. Pasamos Zolina, pasamos Labiano, y un
poco más adelante, al pie de la Sierra de Góngora, nos recibe en el lado
derecho esta pequeña localidad que centra hoy nuestra atención.
Se mantiene en pie el “palacio nuevo”, una
construcción con forma de L, que podría ser del siglo XVI; también sobreviven,
aunque en muy malas condiciones, la iglesia de San Andrés y la anexa casa de la
Abadía; y a partir de allí… es poco más lo que queda, y todo en ruina. Y frente
a todo ello, sustituyendo a los esqueléticos restos de la vieja torre de los
marqueses, y a la vieja portalada que, como elemento único hasta hace muy poco
se sostenía en pie dando paso a un solar semi vacío, lleno de piedras, se alza
ahora el nuevo “palacio viejo”, tras cinco años de reconstrucción.
El atrio de San Andrés, refugio tantas veces de
inoportunas tormentas, con su suelo empedrado y su diminuta ventana, es un
lugar mágico, evocador, que invita a imaginarnos al cura recorriéndolo con el
breviario en la mano, o a los feligreses sentados allí haciendo tiempo para
entrar a los oficios religiosos. Hoy, además de todo eso, es también un lugar
peligroso por el estado ruinoso del techo. Si don Luis Latasa, párroco en los
años cuarenta, viese hoy cómo está la iglesia en la que tantas veces él había
predicado, se quedaría sobrecogido.
Y de agradecer es que Juan Puldain, representante
de la sociedad guipuzcoana que hace varias décadas compró este lugar (y no me
refiero a la actual sociedad guipuzcoana titular del palacio), acometiese en su
día la obra de arreglar toda la cubierta de la iglesia y de la casa de la
Abadía, o casa parroquial. De no haber sido así es fácil suponer que el estado
actual de ambos edificios sería todavía mucho más lamentable y ruinoso.
La realidad es que en Góngora hace unas cuantas
décadas, cuando a principios del siglo XX compró este lugar Damián Mugueta,
vivían en este lugar un centenar de personas. Hoy cuesta imaginar que Góngora
tuvo su propia escuela; recuerdo el testimonio de Juana Itulain Redín, que fue
maestra “de temporada” en Góngora entre 1946 y 1948, con un sueldo de 400
pesetas. En aquellos tiempos sí que tenía vida la fuente y su lavadero, los
mismos que hoy están en evidente desuso.
Iglesia de San Andrés
San Andrés es el titular de la iglesia parroquial
de Góngora. Se trata de un edificio del siglo XV, que artísticamente podríamos
encuadrar en el gótico tardío. Todo hace pensar que esta iglesia se construyó
sobre otra anterior, románica seguramente; por lo menos un frontal románico, en
madera, de la primitiva iglesia se conserva en el “Museo de pintura románica de
Barcelona” según informa Julio Caro Baroja en su “Etnografía histórica de
Navarra”; este frontal exhibe un conjunto de pinturas, a modo de calendario, en
donde aparecen representados los doce meses del año en base a las siguientes
representaciones: enero (una figura con las llaves, que representan poder),
febrero (un hombre calentándose al fuego), marzo (un hombre podando un
arbusto), abril (una figura masculina con flores), mayo (un jinete con una
pieza de caza), junio (un segador con guadaña), julio (un segador con hoz),
agosto (trillando con trillo de madera), septiembre (cerrando las cubas de
vino), octubre (arando), noviembre (la matanza del cerdo), y diciembre (un
banquete novial).
Así pues, la iglesia actual tiene planta de cruz
latina con nave única de dos tramos cuadrangulares, con crucero y con cabecera
recta, a la que se adosa una sacristía por el lado de la epístola. La nave, de
origen medieval, parece que se corresponde con la parte más antigua del
edificio, a la que en el siglo XVI, en una de las reformas se le añade el
crucero y la cabecera, lo cual ayuda a entender la dos altura que se pueden ver
en el techo de este templo. La cabecera se cubre con una bóveda gótica
estrellada de cuatro puntas.
Al margen de estos detalles arquitectónicos cabe
destacar la presencia de una verja dorada, de forja, y los tres retablos
existentes en la cabecera y en las dos capillas. Dicho sea de paso, en la
capilla de la izquierda se conserva, en piedra, la sepultura del primer marqués
de Góngora, Juan de Cruzat y Góngora.
Palacio Viejo
Sin menospreciar a la iglesia de San Andrés, ni al
denominado “palacio nuevo”, y mucho menos a las ruinas de las casas de los
sirvientes, hay que reconocer que el grueso de la historia de Góngora está
entroncado en lo que fue el “palacio viejo”, recién rehabilitado, al que suponemos
origen y fundamento de este núcleo de población.
Para empezar diremos que las primeras referencias
documentales de Góngora datan del año 1353, que viene a informarnos que en esta
localidad “hay un clérigo”. Lo cual viene a recordarnos que la primitiva
iglesia al menos era del siglo anterior.
En 1366 los legajos nos informan que Góngora tenía
tres familias de hidalgos. Sabemos, igualmente, que en 1494, bajo el reinado de
Catalina I, el palacio obtuvo la remisión de cuarteles, lo cual le permitió ser
considerado desde entonces como palacio de cabo de armería. Cuando hablamos de
palacios “de cabo de armería” quiere esto decir que, al ser reconocidos como
tales, sus dueños, además de poder titularse caballeros, estaban exentos del
pago de cuarteles (una especie de impuesto “voluntario” que las Cortes de
Navarra concedían al Rey para afrontar los gastos del Estado; y se les llamaba
cuarteles porque se pagaban anualmente por cuartas partes), disfrutaban de un
asiento en Cortes, quedaban exentos también de la obligación de dar alojamiento
a las tropas, y eran poseedores de sus propias armas; entiéndase a tales por el
escudo nobiliario. Desde el punto de vista nobiliario, ser palacio “de cabo de
armería” se traducía también en que ese solar se habría de considerar cuna de
cualquier otra casa o rama nobiliaria que de él emanase.
En 1525 sabemos que el señor de Góngora era
beaumontés, pertenecía a la Milicia Real, que venía a ser la guardia personal
del rey, integrada por un selecto grupo de hombres, bien pagados, que en caso
de guerra estaban siempre predispuestos a salir a luchar con armas y caballos.
Lo mismo sucedía con su vecino, el señor de Zolina.
Y de señorío pasa a marquesado; esto sucede en
1695, cuando Carlos II nombra a Juan de Cruzat y Góngora primer marqués de
Góngora, título este que posteriormente pasó a la casa de Ezpeleta.
El palacio, analizado desde un punto de vista
arquitectónico, es un edificio de estilo gótico (al menos su torre del siglo XV
y su portalada) que estuvo provisto de dos amplios patios, uno de ellos
porticado, en torno a los cuales se organizaban las diferentes construcciones.
La fachada principal era un muro de sillarejo, en la que destacaba la portalada
gótica, que en su clave lucía el escudo de los Góngora, un escudo de azur, con
tres fajas de plata, cargadas de nueve lobos de sable; el mismo escudo que luce
el presbiterio de la iglesia, pues a ello tenían sus dueños.
Hoy, tras una larga época de agonía, muy lejos ya
de su vocación beaumontesa y nobiliaria, y lejos también de aquella otra
función mucho menos noble como lo era la de criar palomar en el palomar que
hubo en lo alto de la torre, vuelve hoy a lucir su torre libre de hiedras, sus
muros, sus aposentos… pero esta vez dispuestas las armas para enfrentarse a una
batalla patrimonial.
Este es Góngora, un pueblo, como vemos, en el que
la historia, la realeza, y el señorío lo impregnan todo; un pueblo que nunca
deja de sorprender, en donde la colocación dentro del término de Gongora de un
Centro de Tratamientos de Residuos, basuras, para que nos entendamos, marcó la
historia de este valle a finales de los años ochenta y principios de los
noventa.
Hoy es un lugar silencioso, un remanso de paz y de
historia, con todo un futuro cultural y patrimonial por delante; cargado para
siempre de buenos recuerdos.
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