RESA
ANTIGUO DESPOBLADO DE SAN ADRIAN
Texto: Fernando Hualde
Vista de San Adrián |
En la Ribera del Ebro, el término municipal de esta villa acogió, siglos atrás, una localidad de la que solo queda el topónimo.
Por lo general la palabra despoblado se traduce en nuestro subconsciente en la imagen de un pueblo abandonado, con edificaciones semihundidas, en donde la vegetación poco a poco se va adueñando de todo, y que de alguna manera nos permite ver o intuir cómo era allí la vida unas décadas atrás. Pero esa imagen de nuestro subconsciente, tenemos que admitir, es solamente válida para aquellos núcleos de población que han desaparecido, o se han extinguido, aproximadamente en el último siglo.
Existen muchos núcleos de población en Navarra que han desaparecido con anterioridad, y de los que tan solo queda en pie su iglesia, reconvertida hoy en ermita. Y por último, hay otros muchos núcleos de población, que desaparecieron hace varios siglos, y de los que hoy no queda el mínimo vestigio a la vista; tan sólo los viejos legajos hacen referencia documental a su existencia, y como mucho algún topónimo nos permite hoy situarlos de una manera aproximada.
Así pues, vamos hoy a trasladarnos al término municipal de San Adrián, en donde al menos llegó a haber dos núcleos de población, además de la actual villa, y nos vamos a centrar en uno de ellos. En el archivo de la Catedral de Pamplona se conserva lo que se denomina el “Libro Rotundo”, y en él se refleja la narración que nos cuenta cómo fue la cura milagrosa de la infanta doña Urraca, vinculada a la localidad de San Adrián. Aquella infanta, muy agradecida ella, de acuerdo con su esposo García Ordóñez el de Nájera, donan a la iglesia de San Adrián (año 1084, primera referencia de esta villa) algunos viñedos y tierras que estaban repartidas por los términos de Azagra, Calahorra, Ressa, Almonaster, Penella y Ocón. De las localidades citadas, dos de ellas estaban dentro de lo que hoy es el término municipal de San Adrián. Hoy están totalmente desaparecidas.
Testimonio de Moret
La primera de esas localidades, y de la que nos vamos a ocupar hoy, es Ressa, Resa, Arresa, o Arrezo, indistintamente. Probablemente –es una hipótesis con bastante fundamento- se trata de un topónimo vascón que podría traducirse, derivado de Erretza, como “prado del río”.
Su ubicación se correspondería con lo que hoy se conoce como Soto de Resa. Y de su historia, teniendo en cuenta los siglos que hace que desapareció, no es mucho lo que ha trascendido. Pero algo sí. La recopilación de toda esa historia la hace Santiago Esparza en aquél libro que publicó en el año 2000, “Cante la aurora el amanecer”, en el que abordaba la historia de la Aurora y de los Auroros de San Adrián y de quienes nos ocuparemos otro día. En el epílogo de aquél libro el autor hace un repaso a la historia de estos despoblados, y sobre Resa nos indica que, según recoge el padre Moret, el 10 de diciembre del año 926, festividad de Santa Eulalia, se celebró en Arrezo (Resa, que es lo mismo) el aniversario de la muerte del Rey de Pamplona, Sancho Garcés I, y que en palabras de Moret, “en el margen del río Ebro, célebre en aquellos tiempos y paso frecuente de Navarra para las tierras de la Rioja, por un puente sobre el Ebro, cuyas ruinas se ven hoy, y del lugar también han quedado más que ruinas y el nombre, algo inmutado de Resa, enfrente de Murillo de Calahorra (…)”.
Este es el testimonio, redactado en el siglo XVII, que nos deja escrito el padre Moret, cronista, tras ver él las ruinas de aquella localidad. Nos habla de ruinas y nos habla de la existencia de un puente. Nada queda de todo aquello. Absolutamente nada.
De las casas es normal que nada quede. Tenemos pueblos en Navarra, desaparecidos en el siglo XX, y no pocos, de los que no queda prácticamente nada a pesar de la consistencia de sus edificaciones de piedra; y una de las razones, entre otras, es el aprovechamiento que se hace de la piedra para edificar otras casas en otros lugares. A eso hay que añadirle que Resa probablemente sería una localidad de pastores y de agricultores, en donde en la mayoría de las casas la piedra escasearía, en beneficio del adobe, lo cual nos permite intuir que el proceso de ruina habría sido rápido, y lógicamente justifica que hoy, tantos siglos después, tan sólo sobreviva el topónimo.
La vida allí tampoco es difícil de imaginar; la fertilidad de las tierras en las orillas del Ebro era algo garantizado. Los vecinos encontrarían en el río un lugar de ocio y esparcimiento, y a la vez un medio de vida; era el río abrevadero que nunca se seca, lugar para lavar la ropa, y para el baño, y para la pesca. El río generaba y garantizaba pastos para el ganado.
Tierra, paja y agua eran los elementos básicos para hacer una casa, y las tres cosas les sobraban. Es fácil imaginar aquellos campos, aquellos ganados, y aquellas casas, rodeadas de empalizadas que les protegiesen de lo que entonces denominaban alimañas. Probablemente habría también alguna casa de piedra, o la iglesia, cuyas ruinas perfectamente pudieron ser las que el padre Moret vio a mediados del XVII.
Puente sobre el Ebro
Y el puente… Hoy conocemos muchos puentes antiguos en Navarra, pero si han pervivido es precisamente porque eran de piedra, y además han sido sometidos a procesos de rehabilitación. Pero no nos olvidemos que la mayoría de los puentes que salvaban los cauces de los ríos navarros eran de madera; y se los llevaba la riada, y se volvían a hacer, y vuelta a llevárselo el río, y vuelta a levantarlo, y…; claro que una vez que, en este caso, Resa queda deshabitado, o una vez que aparecen o desaparecen motivos estratégicos, defensivos o de comunicación, aquellos puentes podían quedar desaparecidos para siempre. Lo cierto es que a mediados del siglo XVII sabemos que de aquél puente solo quedaban ruinas. Y hoy ni eso.
Aquél puente, de madera o de piedra, o combinando ambos materiales –casi seguro-, probablemente fue vital para los vecinos de Resa, pues les habría permitido dar salida comercial a sus productos y a su ganado en los mercados de Calahorra y de todo el entorno.
Santiago Esparza, sin duda buen conocedor de las formas de vida de antaño, nos evoca en su libro cómo pudo ser en Resa el tránsito de aquellas mercancías: “es muy posible que el elemento básico de transporte fueran las bestias, normalmente asnos y mulos, con los que se podría cargar a sus lomos los productos agrícolas de una forma bastante cómoda, rápida, y sin mayores complicaciones. El vino en pellejos, el aceite en cántaras de cerámica, el grano en sacas de esparto, y los frutos y hortalizas en mimbre”.
Evidentemente el puente debiera de tener la suficiente consistencia como para soportar el tránsito de rebaños de ovejas, vacas, o el paso de algún carro pesado tirado por bueyes; lo que nos hace intuir que aunque fuese de madera, tendría unos soportes arquitectónicos de piedra, uno en cada orilla, y seguramente un tercero en el centro del cauce.
Últimos habitantes
Queda comprobado que de Resa no se sabe apenas nada; que existió, y poco más. Podemos intuir cómo era, o cómo vivían, pero no pasan de ser intuiciones con bastantes posibilidades de acercarse a la realidad de lo que aquello fue. Santiago Esparza, por ejemplo, ante el hecho real de que en el año 926 se celebró en Resa el aniversario de la muerte del rey de Pamplona, se anima a desarrollar literariamente ese detalle aplicando, y con muy buen criterio, una lógica de porqué se celebra en Resa ese aniversario, o destacando la importancia que para aquél monarca, que tantas veces desafió al Califa de Córdoba, pudo tener este entorno geográfico.
Pero hay algún minúsculo capítulo de la historia de Resa que no hay que imaginárselo, que está en los documentos, y que en un caso como este no hay porqué cuestionarlo.
Así pues, los documentos nos aportan el dato de que en el siglo XI Resa fue una tenencia del reino, lo que nos permite suponer que habría algún tipo de fortaleza. Esos mismos documentos aluden a que cerca de Resa estaba el monasterio de Santa María, que a su vez podría ser el núcleo de ese otro núcleo de población que hubo en el término de San Adrián, Almonaster. De aquél monasterio sabemos que en el año 1071 fue donado al monasterio de San Millán por el monarca navarro Sancho García el de Peñalen. Parece que este mismo rey pudo ceder, o perder, la localidad de Resa, que temporalmente pasó a pertenecer a Castilla, si bien en el año 1079, Sancho VI el Sabio recuperó de nuevo esta localidad para Navarra, comprándola por 30.000 sueldos a Rodrigo Díaz de Cameros.
Todos estos avatares, u otras causas que desconocemos, hicieron que poco a poco Resa se fuese despoblando. Andosilla y San Adrián fueron quienes acogieron a esa gente que de allí se marchaba. Hasta el punto de que en el año 1366 sabemos que sólo había un fuego en Resa, es decir, tan sólo quedaba habitada una casa, cuyo titular era Juan Jiménez de San Adrián, que a su vez constaba como alcaide de Resa (no había muchas más posibilidades). Los documentos nos revelan la existencia de al menos dos alcaides posteriores en Resa, que parecen que eran padre e hijo; se trata de Sancho Pérez de Cahués y de Pero Sánchez de Cahués. Consta el dato de que en 1377 este último era el alcaide de Resa; y consta también el dato de que en 1405 esta localidad ya estaba totalmente deshabitada. ¿Se volvió a habitar después?, no queda reflejado en ningún sitio; tan solo sabemos, por el padre Moret, que a mediados del XVII todavía podía verse sus ruinas.
Esta es la historia de uno de esos muchos pueblos navarros que han desaparecido. Se deshabitó Resa hace algo más de 600 años, tiempo más que sobrado para que su historia se difumine, y se pierda. Recogiendo el trabajo previamente realizado por Santiago Esparza Esparza, aportamos aquí esta recopilación de su historia, como quien pone una pequeña pieza en ese puzzle gigante que es nuestra historia de Navarra. También aquellas gentes son merecedoras de que hoy se les recuerde. Por supuesto.
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