LA INFANTA ISABEL EN LA PERLA
CENTENARIO DE UNA CURIOSA VISITA
Texto: Fernando Hualde
Después de los sanfermines de 1908 acudió a Pamplona la Infanta Isabel. Recibió honores de reina, pero rechazó alojarse en el Palacio provincial, optando por ocupar durante esos días una planta entera del Hotel La Perla.
Es sobradamente conocido que en el Gran Hotel La Perla , en la pamplonesa Plaza del Castillo, existe y se conserva la habitación del escritor Ernest Hemingway, y también la del violinista y compositor Pablo Sarasate. Sin embargo en el hotel hay otras muchas habitaciones dedicadas a personajes que desde su fundación en 1881 también han pasado por allí; habitaciones estas que por la razón que sea han tenido mucho menos eco en los medios, pero que no por ello dejan de representar una parte importante de la historia del hotel y de la historia de Pamplona.
Así pues, sépase que en La Perla existe una habitación que lleva el nombre de la infanta Isabel, que para muchos es una gran desconocida. De hecho, estos días de atrás se han cumplido cien años exactos de su visita a Pamplona, en donde fue recibida con todos los honores, y en la que los pamploneses pudieron percibir cómo era realmente el carácter de esta mujer.
De entrada adelanto dos pistas sobre ella: era la hermana del rey Alfonso XII e hija de la reina Isabel II, lo que le convertía en Infanta, recibiendo el trato de “Su Serenísima Señora Doña Isabel de Borbón”; y cuando en 1931 se proclamó en España la II República las nuevas autoridades le pidieron a ella expresamente que no se fuese del país.
Su nombre completo era Isabel Francisca de Asís de Borbón, aunque a nivel popular era conocida por todos como “la Chata ”. Nació en Madrid un 20 de diciembre de 1851, y murió en un convento de Auteuil, junto a París, tan sólo nueve días después de la proclamación en España de la II República , concretamente el 23 de abril de 1931. Hija, como ya he dicho, de Isabel II y del rey consorte Francisco de Asís. Desde 1851 hasta 1857, que es cuando nació Alfonso XII, ostentó el título de Princesa de Asturias; título este que volvió a tener durante el reinado de su hermano hasta que nació la hija de este, María de las Mercedes.
A Isabel la casó su madre con Cayetano de Borbón, Conde de Girgenti. Es decir, Isabel se tuvo que casar con su primo, enfermo de epilepsia, quien además contaba en su currículum con varios intentos de suicidio; de hecho se suicidó en 1871, dejando a Isabel viuda y exiliada con tan solo 20 años de edad.
Tras la Restauración y el acceso al trono de Alfonso XII la infanta Isabel optó por irse a vivir en Madrid a un palacete de la calle Quintana. Llamó de inmediato la atención por su carácter popular, siendo muy conocida y celebrada su afición por la música, por los toros y por las verbenas. De hecho, tal era su carácter, y el cariño que a nivel popular se le tenía, que al instaurarse la segunda República la infanta Isabel fue el único Borbón a quien se le pidió que no abandonase el país, pero ella, mayor y muy enferma, quiso acompañar en el exilio a su familia, muriendo a los cinco días de su salida de España.
Visita a Navarra
Una vez presentado el personaje, es el momento de recordar su visita a Navarra, hecho este que aconteció hace un siglo, los día 19, 20, 21, 22 y 23 de julio de 1908. Fue una visita plagada de anécdotas y de incidencias; y fue también una visita relegada al olvido. Obsérvese que se ha llegado a publicar algún libro sobre las visitas reales a Navarra, y esta visita es la gran ausente, y no es precisamente por que el autor lo hiciese voluntariamente, sino porque la información de esta visita en su momento, ya entonces, se dejó oculta a la futura acción de los investigadores e historiadores. La investigación sobre la historia del Hotel La Perla algo ha tenido que ver en la localización en el Archivo Municipal de Pamplona de toda la documentación relacionada con esta visita, y lo cierto es que hoy es el día en el que esa visita apenas ofrece lagunas para quien un día quiera extenderse editorialmente sobre este evento.
Mientras esto pueda llegar a suceder vamos a dar aquí, y por vez primera desde entonces, una visión mínimamente amplia sobre esta visita.
La infanta Isabel llegó a Pamplona el 19 de julio de 1908, a las cuatro de la tarde, entrando por la Puerta de San Nicolás (actual avenida de San Ignacio). Lo hizo montada en un automóvil en el que le acompañaban la Marquesa de Nájera y el Conde de Coello. En la Puerta de San Nicolás le esperaban los gigantes y cabezudos, maceros y timbaleros, y al frente de todos ellos el Ayuntamiento de la ciudad con sus trajes de gala. Una vez oída la Salve en ese punto la comitiva se trasladó hasta el Hotel La Perla en donde la Infanta tenía reservada una planta entera, en concreto la primera.
A las 8’30 de la tarde se inició la música en la Plaza del Castillo (entonces Plaza de la Constitución ) en honor a Su Alteza Real. Media hora después delante de La Perla se quemó un toro de fuego para goce y deleite de la chiquillería. La música duró hasta las 11 de la noche. A las 9’30 hubo en el Teatro Gayarre una función de gala en honor a la Infanta , a la que asistieron, además de ella, las autoridades y numeroso público que abarrotó el teatro.
El día 20 las autoridades acudieron a La Perla a buscar a tan ilustre huésped. A las 10 se trasladaron a la Catedral , y hora y media después hubo una recepción en el Palacio Provincial a donde la Diputación había convocado a alcaldes y concejales de toda Navarra.
Ya por la tarde Isabel de Borbón visitó las iglesias de San Saturnino y de San Lorenzo, así como el Asilo del Niño Jesús, los jardines de la Taconera , las obras de construcción del Hospital de Barañain, y también a la Junta de Socorro de la “Trata de blancas”, en el convento de las Adoratrices. Culminó la tarde en la casa consistorial de la ciudad, en donde vio el salón de plenos y los objetos y recuerdos de Pablo Sarasate. Por la noche se repitieron los actos del teatro y los festejos delante de La Perla.
El 21 de julio, acompañada en todo momento por los gigantes y cabezudos, asistió la Infanta a la capilla de San Fermín a oír misa. Visitó posteriormente el convento de los Carmelitas Descalzos y el Manicomio Navarro. Por la tarde visitó los conventos de las Recoletas y de las Franciscanas, así como la Ciudadela. Un acto en el palacio de los Condes de Guendulain y una función a ella dedicada en uno de los cinematógrafos de la Plaza del Castillo pusieron fin a su jornada en la que tampoco faltaron ante el hotel la consabida música, el paseo, y el toro de fuego.
El día 22 lo dedicó la Infanta Isabel a conocer Roncesvalles, Valcarlos y Elizondo, así como algunas otras localidades del otro lado de la muga. Por la noche hubo lo de siempre en la Plaza del Castillo, sorprendiendo a todos la Infanta con su asistencia inesperada a uno de los cinematógrafos.
Por último, el día 23 a la mañana se concentraron delante de La Perla las autoridades provinciales y corporaciones municipales de diversas localidades de Navarra. La Infanta salió del hotel con todo su séquito, se montó en un coche, y seguida de numerosos vehículos de mandatarios y de Grandes de España, abandonó la ciudad por la Puerta de San Nicolás, y tras circunvalar la Vuelta del Castillo tomó la carretera hacia Estella, deteniéndose unos minutos en Puente La Reina. En Estella estuvo desde las doce del mediodía hasta las cinco de la tarde. Y a partir de aquí, con su llegada a Logroño se pone punto final a esta visita real.
En La Perla
Una de las diez habitaciones que la Infanta ocupó en el hotel, concretamente una que estaba orientada a la calle Estafeta, se destinó a recibidor particular de S.A.R.; en esta habitación, según informaba “El Demócrata Navarro”, había, además de “muebles ricos y hábilmente colocados”, un piano y elegantes rinconeras rematadas en su parte superior con macetas floreadas. Aquí recibió la Infanta al Gobernador Civil, al Alcalde de Pamplona, al Obispo de la Diócesis , Gobernador Militar, Coroneles de los Cuerpos, y a otras entidades.
La habitación del señor Coello, secretario de la Infanta , era una de las que tenía vistas a la plaza. Y contigua a esa habitación estaba el comedor, o mejor dicho, uno de los comedores, concretamente el que solía usar Pablo Sarasate. El adorno de este comedor era sencillo y elegante, y en él podían comer hasta diez personas. Eso sí, todo estaba preparado para que si la Infanta desease un día invitar a un número mayor de comensales, estaba preparado a tal efecto otro comedor en la planta entresuelo, como así sucedió el mismo día de la llegada, 19 de julio, en el que a las 20’30 horas se juntaron a cenar la Infanta , la Marquesa de Nájera, el Conde de Coello, Gobernador Civil, Alcalde, Condes de Guendulain, Obispos de Pamplona y de Madrid-Alcalá, General Gobernador, Vicepresidente de la Diputación , Deán de la Catedral , Presidente de la Audiencia , Fiscal de S.M., y el Capitán de la Compañía que le dio guardia de honor. Se sabe que durante la cena la Infanta Isabel relató numerosas anécdotas y curiosidades de su madre la Reina doña Isabel.
Contigua al comedor estaba la habitación de la Marquesa de Nájera, con balcones a la Plaza del Castillo y a la calle Héroes de Estella (actual calle Chapitela). Seguido a este dormitorio estaba el de la doncella de la Infanta.
La habitación destinada a S.A.R. doña Isabel de Borbón era una amplia estancia, de estilo italiano, con balcones a la calle Héroes de Estella. Decía el mencionado rotativo que la decoración de esta habitación “es de muy buen gusto, sencilla, con elegante sencillez. Sobre la cama -de nogal tallado- vimos hermoso cobertor de seda azul brocheada de plata. Un bonito escritorio de señora, elegante armario de luna, y demás muebles completan el decorado del dormitorio que puede calificarse de regio”. Quiso también la Infanta , y así se hizo, que en la habitación se le pusiese un tocador.
La escalera central, como los accesos a las habitaciones, estaban minuciosamente decorados, dignos de una visita de esa categoría. El resto de las habitaciones estaban destinadas a la servidumbre real.
Anécdotas
Lo primero que llama la atención de esta visita es que Isabel de Borbón rechaza la invitación de la Diputación para alojarse en los aposentos reales que en ella existían. El carácter de la Infanta hizo que prefiriese alojar a su persona y a todo su séquito en el Hotel La Perla , en donde alquiló diez habitaciones, antes que en un Palacio gobernado por carlistas.
En consecuencia con lo anterior nos encontramos con que ante una noticia de esta magnitud, como lo es la visita a Navarra de un miembro de la Familia Real , solamente “Diario de Navarra” y “El Demócrata Navarro” se hicieron amplio eco de este acontecimiento; el resto de periódicos provinciales hicieron caso omiso y boicot informativo a la Infanta.
Dentro del extenso capítulo de anécdotas que se produjeron en torno a esta egregia visita se puede destacar el hecho de que a media mañana le gustaba a S.A.R. acercarse a La Perla para tomar un caldo.
Pero lo realmente gracioso sucedió el día que llegó la Infanta. Se sabía que venía en un coche descapotable, y se observó que la lluvia hacía acto de presencia de una manera tormentosa. Ante este hecho el presidente de la Diputación , don Manuel Albistur, y el diputado foral don Máximo Goizueta, tuvieron el detalle de salir en un automóvil cubierto al encuentro de la Infanta para traspasarla al coche cubierto. La localizaron en la venta de Izco, en donde la comitiva había parado para merendar. La Infanta agradeció enormemente el detalle, pero rehusó el ofrecimiento. Así pues, cumplidos con el deber de cortesía, las autoridades navarras regresaron a la capital dejando atrás, descansando, a la egregia comitiva.
A las tres y cuarto de la tarde hizo su aparición por la carretera de Zaragoza, ascendiendo a la ciudad, el coche del presidente de la Diputación en el que supuestamente tenía que viajar la Infanta. Al visualizarlo dieron en Pamplona la señal de aviso; se esperó a que se acercase el vehículo un poco más, y cuando ya estaba llegando se activó todo el dispositivo de recibimiento a la egregia visita: música, cohetes, tracas… Para cuando el presidente de la Diputación paró su coche y salió precipitadamente de él haciendo señas de que no traía a la Infanta , ya era tarde, se estaba consumiendo ya toda la colección de cohetes en honor a una infanta que descansaba todavía a treinta kilómetros de la ciudad ajena a los honores que se le estaban tributando. Pero… el anecdotario de su visita no había hecho más que empezar.
Otra anécdota curiosa la protagonizó la propia Infanta en el momento de su llegada a la ciudad al comprobar que en la Plaza del Castillo estaba la tropa en formación, bajo una intensa lluvia, a la espera de que ella pasase revista a los soldados. Inmediatamente ordenó que rompiesen filas, a la vez que mostraba y exteriorizaba su malestar por el hecho de que alguien hubiese tenido a los soldados mojándose sin ninguna necesidad de ello.
Tan sólo unos minutos después sucedía otro hecho curioso. Instalada la Infanta Isabel en sus aposentos del hotel fue requerida para salir a uno de los balcones, pues las autoridades y los Grandes de España querían rendirle su particular homenaje. En un momento dado, estando la comparsa de gigantes lista para hacer su coreografía, la Infanta les hizo cortésmente una seña autorizando el inicio de la actuación. Seguidamente las egregias figuras de cartón piedra se pusieron en movimiento, con el consiguiente susto para el caballo que tiraba del carruaje del Conde de Guendulain que salió corriendo, en estampida, haciendo volcar al vehículo y arrastrándolo por la plaza ante la sorpresa de todos.
La última anécdota –que se sepa- que protagonizó la infanta sucedió por la noche. Las autoridades le habían preparado un acto en el Teatro Gayarre al que asistió, como no podía ser de otra manera. Pero…, finalizado el acto, la Infanta decidió meterse en uno de los cinematógrafos que se habían instalado en la plaza para el pueblo liso y llano; y allí, en ese cinematógrafo, se proyectaba en ese momento, precisamente, una película que trataba del intento de un anarquista de atentar contra el rey. El público, al darse cuenta de que había llegado la Infanta y de que se había acomodado entre el público, empezó a protestar para que el encargado del cinematógrafo suspendiese la proyección de la película pues no les parecía correcto que estando allí la Infanta se proyectase esa película con tan escabroso tema. Tal fue la crispación que la propia Infanta se sumó a la protesta, pero en este caso su petición era precisamente para lo contrario, pues no quería quedarse sin ver la película ni el desenlace de la misma.
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