FOTÓGRAFO DE ITUREN
Texto: Fernando Hualde
Fotos: Víctor Sagardia
Portada del libro |
Víctor Sagardia Karrikaburu (1900-1976) fue un sacerdote de Ituren que acompañó su vida de una cámara fotográfica con la que retrató todo su entorno.
Hace unos días, para mi sorpresa, descubría en una librería un libro que me sorprendió; y que además me sorprendió gratamente. A través de sus páginas permitía descubrir la biografía de un clérigo de Ituren, que era protagonista de este libro, no por su condición de sacerdote, sino por su afición a la fotografía.
Estoy hablando de Víctor Sagardia, y estoy hablando de una colección de imágenes de Navarra –principalmente del entorno de Ituren- que rebasa con generosidad el millar de negativos. Fue para mí el descubrimiento de un verdadero tesoro que no me canso de hojear, y que hoy quiero compartir.
El libro, “Víctor Sagardia, fotógrafo / argazkilaria”, editado en castellano y en euskera por el Departamento de Cultura, Turismo y Relaciones Institucionales del Gobierno de Navarra, es fruto de la labor agradecida de Javier Sagardia Armisén, sobrino de este sacerdote y fotógrafo.
Imagen parcial del autorretrato de Víctor Sagardia |
Sacerdote
Hay que reconocer que nuestro protagonista de hoy fue en caso singular, atípico, y además desde el primer día. Baste con decir que cuando nació, aquel 29 de enero de 1900, fue bautizado… ni por clérigo alguno, ni en pila bautismal, sino en casa y por el propio médico que atendió el parto de doña Francisca Karrikaburu, casada con Francisco Sagardia. Esto sucedía al pie del monte Mendaur, en la localidad de Ituren.
Quien conozca esta zona, bañada por el río Ezkurra, y afamada por los ioaldunak, podrá entender desde ahora el hecho de que Víctor Sagardia quisiera inmortalizar con su cámara todo ese entorno mágico, bello a los ojos de cualquier persona, y tremendamente fotogénico a los ojos sensibles del fotógrafo.
Víctor estudió en el Seminario de San Juan, en Pamplona, que es ese edificio, en la calle del Mercado, que acoge hoy la sede del Archivo Municipal de Pamplona; ya en este lugar podemos ver que hizo fotografías. Y el 29 de septiembre de 1924 la parroquia de San Martín, en su Ituren natal, era, como no podía ser de otra manera, el escenario de su primera misa, “en medio de una gran fiesta en la que participó todo el vecindario”, puntualiza su sobrino Javier Sagardia.
Interior de la ermita de Ugarra. Año 1925. |
Se estrenó como sacerdote en la parroquial de Napal (Romanzado). Aquí, en este lugar podemos ver de nuevo que continuó haciendo fotografías. Como curiosidad diremos que una de ellas, realizada hacia el año 1925, corresponde al interior de la iglesia –hoy ermita- de San Esteban, en el despoblado de Ugarra, cuyo término pertenece a Napal; en esta imagen que digo, se pueden ver tres imágenes, que de izquierda a derecha son: San Blas, San Esteban (con la palma del martirio) y Santa Isabel. Si algún lector reconoce de ver en algún lugar la imagen de San Blas o la de Santa Isabel, que sepa que está ante dos imágenes robadas, por si le quiere sacar los colores al supuesto dueño.
Bien; de Napal, en donde estuvo desde finales de 1924 hasta agosto de 1926, Víctor Sagardia pasó a Bera, como capellán del Colegio de la Enseñanza existente en esa localidad, perteneciente a la Orden de la Caridad, en donde también sacó muy buenas fotografías. Y ya de allí, en 1930, pasó a su pueblo, haciéndose cargo en esa localidad de la Capilla de los Sagrados Corazones, en la que permaneció hasta su jubilación, con la excepción de un paréntesis de cinco años, de 1947 a 1952, que estuvo en Elgorriaga.
Serrando una tabla en Ituren hacia 1930 |
Fotógrafo
No cabe la menor duda de que Víctor Sagardia era un apasionado de la fotografía; se manejó a la perfección con su cámara Contessa, en formato de 10x15, y posteriormente con su segunda cámara, una Zeiss Ikon. Ciertamente el libro muestra una selección, y habría que ver si entre las que no han pasado esa selección había alguna imagen que pudiéramos considerar mediocre, que en eso no creo que nuestro hombre sea diferente a los demás, pues hasta los mejores fotógrafos tienen en su haber un pequeño porcentaje de fotos defectuosas. Lo que sí podemos decir es que sin ser Víctor Sagardia un fotógrafo profesional, supo captar, con una mezcla de arte, de sensibilidad y de buen gusto, una cantidad muy importante de imágenes que son para deleitarse. ¡Fotos buenas!. Fotos que tienen el atractivo de estar exentas de ese ojo fotográfico del profesional, para ser sustituido por ese otro ojo fotográfico que funciona desde lo afectivo, desde la sensibilidad espiritual, y desde un gusto especial por hacer las cosas bien.
Su obra, como he dicho, está mayormente centrada en Ituren y en sus alrededores de Malerreka. Para el pueblo de Ituren la obra, ayer, de este fotógrafo, y el libro, hoy, de Javier Sagardia, es un lujo. Son muchos los pueblos que hoy quisieran haber tenido entre sus antepasados un fotógrafo, y además un fotógrafo de esta calidad y sensibilidad.
Fotos familiares, fotos de grupos, danzas, ioaldunak, calles y edificios, trabajos artesanales, costumbrismo puro y duro que, como se dice en la contraportada del libro, “nos deja en sus imágenes un cabo amarrado a una época extinta”.
Y además de todo eso hay otra parte de su obra fotográfica que afecta a otras zonas de Navarra. Ya hemos mencionado el caso de Napal, en donde además de retratar a sus feligreses en la ermita de Ugarra, inmortalizó también una panorámica del pueblo que hoy adquiere especial valor, y a cada una de las familias delante de las puertas de sus respectivas casas. Las imágenes de Pamplona, hasta ahora inéditas, son extraordinarias, con encierros de los años 40 retratados desde el local de la Asociación Católica de Padres de Familia, con imágenes de la coronación canónica en septiembre de 1946 de la que desde ese día es Santa María la Real (hasta entonces Virgen del Sagrario), o de la procesión del Sagrado Corazón de Jesús flanqueado por los Luises, por poner algunos ejemplos.
Nos muestra también el recorrido itinerante del Ángel de Aralar, incluso también una fotografía del santuario. Y el palacio de Aizkolegi, en el señorío de Bértiz; y la barca por el río Bidasoa, y…
De nada hubiese servido toda esta labor fotográfica, si detrás de ella no hubiese habido un alguien que se ocupase de ordenarla y de conservarla. Y, lo que es mejor, toda esta obra, y esto sí que no lo sospechaba el fotógrafo, se ha visto culminada, desde la propia familia, por una labor de documentación y de narración, que son las que han hecho posible que este libro sea hoy una realidad, y también todo un homenaje.
Y digo esto cuando tengo entre mis manos los restos, rescatados de un contenedor de obra, de un caso muy similar al de Víctor Sagardia, de un fotógrafo de esa misma zona de Navarra, cuyos propietarios quisieron guardar el mueble que acogía los negativos y tiraron a la basura decenas de cajas de cristales negativos. Realmente… para llorar, tanto más cuando el propietario es una institución. Tiempo habrá, en un futuro reportaje, de hablar de esto y de que los lectores puedan ver lo poco que se ha podido rescatar. Lo cito aquí porque lo que se ha hecho con las fotografías de Víctor Sagardia debe de ser el ejemplo a imitar, debe de ser la referencia para quienes tengan alguna colección de imágenes similar.
Merece la pena disfrutar de este libro, recrearse en todas y cada una de las imágenes; rostros, indumentaria, casas, detalles… Nada tiene desperdicio.
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