5 DE FEBRERO DE 2012

BEROIZ (I)
DOS CASAS Y UNA IGLESIA

Texto y fotos: Fernando Hualde



Iglesia de San Martín

En pleno valle de Izagaondoa sobreviven las ruinas de un pueblo que hace ahora medio siglo que se quedó sin vida.

            Beroiz está situado en el valle de Izagaondoa; justo después de pasar la localidad de Iriso, en dirección a Lumbier, lo encontramos en el lado izquierdo de la carretera, a unos cien metros de la misma. No existe rótulo informativo ni señalización alguna.
            Con tan sólo trece años de edad, procedentes de la casa Peru, de Lizarraga, el joven Javier Martínez se trasladó con su familia a la localidad de Beroiz, todo ello en el valle de Izagaondoa. Y quienes hasta ese momento habían vivido en la denominada Casa Nueva, de Beroiz, se trasladaron a Lizarraga, a casa Peru. Era el año 1904. Y se desconoce cuales fueron las causas de este curioso intercambio. Lo cierto es que en Beroiz se abría una nueva etapa en su historia. Hay quien dice que ese tipo de intercambios eran habituales en aquella época, y sobre todo en esa zona de Izagaondoa, en la que muchos pueblos, como era el caso de Beroiz, estaban habitados exclusivamente por renteros. A los verdaderos dueños poco les importaba quien habitase aquellas casas con tal de que les trabajasen bien las tierras.
            En lo que se refiere a Beroiz, era en aquél momento un pueblo con dos casas principales, algún corral, al menos un granero tras la Casa Nueva, una iglesia, y una soberbia torre defensiva en la parte baja, equiparable a la de Mendinueta, a la de Celigueta, o a las que hubo en Urbicain y en Errondo, todas ellas en línea visual, y equiparable a alguna otra, con seguridad, cuya existencia desconocemos pero intuimos a través de los viejos legajos, y que con Leguín como referencia, establecían una línea defensiva y visual perfectamente diseñada. Aquella torre de Beroiz“Era una torre feudal, de planta cuadrada, de 5x5 metros, con una altura de 15 ó 20 metros, y toda de piedra de sillería; estaba donde hoy está la carretera, a la altura de la casa del pastor”, recuerda todavía hoy Desiderio Martínez Orradre, uno de los hijos de Javier. Aquella torre, curiosamente, fue desmontada cuando se construyó la carretera (la carretera se empezó en 1939 y se acabó en 1942), su piedra, debidamente picada, sirvió para relleno en la caja de la carretera, igual que se hizo en ese valle con otras construcciones, incluida alguna ermita. Cosas de antes, que quiero pensar que hoy serían impensables.

Restos del viejo Palacio

Propiedad

            Beroiz, en aquellos primeros años del siglo XX, pertenecía a Mariano Arrasate Jurico, nacido en Lumbier en el año 1877, que fue escritor, y que en los años veinte llegó a ser diputado foral. Todo un personaje muy interesante, pero que en la medida que se va hurgando en la memoria de los ancianos de los pueblos del entorno, se observa que mucha gente no llegó a entender su testamento (falleció en Pamplona, en 1935), pues mientras a su hermana Claudia le dejaba una modesta pensión, buena parte de sus muchas propiedades las legó a la Colegiata de Roncesvalles y a un sacerdote de Lumbier. Esa fue la suerte de Beroiz, y esos fueron sus nuevos propietarios.
            Mientras tanto, Javier Martínez, cuando tenía 29 años, se casó con María Orradre, con quien tuvo ocho hijos. Para situarnos mejor diremos que Javier era desde 1904, como hemos visto, el arrendatario de la Casa Nueva. La otra casa, curiosamente mucho más grande y palaciega, y también mucho más destartalada, era el viejo palacio, en donde vivía la familia del pastor. Toda una paradoja que en Navarra sólo se ve en los carnavales, una inversión de papeles que… simplemente era así. La única ventaja de la Casa Nueva era su proximidad a la iglesia, y que había menos para limpiar.
            Fue en 1948 cuando por fin Javier Martínez pudo hacerse con la propiedad de Beroiz, es decir, las casas y todo el término municipal; y digo por fin porque previamente hubo un intento por parte de Uranga de comprar todo esto. Martínez tuvo que alegar prioridad y agarrarse al derecho de comprar aquello por el mismo precio que ofrecía Uranga, pues el hecho de vivir allí le asistía en ese derecho, y fue así como por 800.000 pesetas de las de entonces Javier Martínez se hizo con la propiedad. El paso del tiempo, que tantas cosas aclara y tantas difumina, permitió conocer que aquellos vendedores le habían engañado al modesto labrador nada menos que en 175.000 pesetas, que fue lo que dijeron de más sobre la cantidad que realmente había ofrecido Uranga; pero es ya agua pasada, y no deja de ser historia, o intrahistoria. Depende de la importancia que se le quiera dar.
            Finalmente, viendo como evolucionaba todo, en 1962, hace ahora medio siglo, se tomó la decisión, siempre triste, de vender y dejar aquello. El nuevo comprador, y actual propietario, fue el marqués de Jaureguizar.
            En teoría el último habitante de Beroiz fue Santos Martínez, uno de los hijos de Javier -así lo afirma Domingo Larraya, de Iriso-, quien al casarse a casa de su mujer, en Grez, abandonó definitivamente la casa. Sin embargo parece que, poco después, el marqués de Jaureguizar vivió allí unos meses; de hecho en 1964 pudo nacer en esa casa su hija Teresa Dulce; la siguiente hija de los marqueses nació en Madrid, y la bautizaron con el nombre de María Beroiz.

Casa Nueva

Edificios

            Hoy, cuando el pueblo lleva ya medio siglo sin vida, además de la iglesia, y con peor suerte que ella, se alzan todavía las dos casas que siempre tuvo. Estos tres edificios han sido testigos, no solo del abandono que hoy padecen, sino también de siglos de vida a la que nos aproximaremos en el siguiente reportaje.
            Básicamente estos tres edificios, junto con todo el término, han configurado lo que siempre ha sido el Señorío de Beroiz. Un señorío cuya primera referencia documental la encontramos en el año 1142 como sobrenombre locativo del senior Aznar Galíndez, senior de Beroiz. Si bien, es a partir del siglo XIII cuando podemos acreditar documentalmente que este lugar estuviese habitado; y, curiosamente, es en el siglo XIV cuando, por vez primera, lo vemos deshabitado, tan sólo temporalmente.
            En 1427, sus dos vecinos estageros no debían de pagar pecha alguna, ni ninguna otra carga señorial. Los censos de población nos indican que en 1553 Beroiz tenía tres fuegos; en 1678 tan sólo un fuego; en 1786 vivían 19 personas; 20 en 1824; 21 en 1858; 23 en 1887; 19 en 1930; 18 en 1940; 16 en 1950; y 9 en 1960. A partir de ese momento, por segunda vez en su historia, vuelve a figurar como un lugar deshabitado.
            De sus edificios ya hemos visto que la torre defensiva que había debajo del palacio, en la actual carretera, por muy poco no llegó a mitad del siglo XX. Esa disposición: el palacio arriba, y la torre abajo, a una cierta distancia, la vemos repetida en el vecino Urbicain, con la salvedad de que allí la torre desapareció mucho antes.
            Por lo demás, el palacio de Beroiz es hoy el edificio peor conservado; su interior es prácticamente inaccesible; y, por supuesto, la recomendación es que no se intente. Es en este caserón, que está a una cierta distancia del resto del pueblo, en donde sobrevive parcialmente el azulejo de cerámica, blanco y azul, que acreditaba la identidad del lugar: “Provincia de Navarra. Partido judicial de Aoiz. Lugar de Beroiz”, es lo que ponía en tres líneas; hoy apenas sobrevive una tercera parte de esta pieza.
            El interior de esta casa, al menos en la primera mitad del siglo XX, albergaba dos viviendas diferentes. A una de esas viviendas, según informa Desiderio Martínez, se le conoció como “Casa Regino”, que era el nombre de quien vivía allí.
            En el Catálogo Monumental de Navarra se describe a este edificio como “un palacio con fachada rectangular encajada entre dos torreones”. Javier Itulain Irurita, que en el año 2002 publicó en “Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra” un amplio y completo estudio oiconímico del valle de Izagaondoa (oiconimia, para que nos entendamos, es el nombre de las casas), recoge de este edificio que en documentaciones de 1698 y de 1742 se le identificaba con el nombre de “Palacio”; posteriormente, en 1762, se alude a él como “la Casa grande”; en 1852 otro documento habla de “Casa llamada la vieja”; y en 1855 se le llamaba “Casa Vieja”. Durante el siglo XX a nivel popular se usaban indistintamente las denominaciones de “Casa Vieja” y “Palacio”, además del ya mencionado de “Casa Regino”.
            El otro edificio que se usaba como vivienda, por lógica posterior en su construcción al anterior, es la denominada “Casa Nueva”. Se conserva mejor que el Palacio, pero aún y todo está en ruina total. Tan sólo está accesible la planta baja, usada por el ganado, y tampoco es recomendable entrar en ella, pues el peligro de derrumbe de su interior es grande. Ahora mismo el techo de esa planta baja está aguantando a duras penas todo el peso que tiene encima de la techumbre del piso superior y el tejado, así como de parte de la fachada; y cediendo ya por algunos sitios en la medida que la lluvia y el hielo van deteriorando las vigas que soportan ese peso. A título informativo diré que nada más atravesar el umbral de la puerta, en el lado izquierdo estaba la masandería (pequeña habitación en la que se amasaba para hacer el pan), y anexo a ella sobreviven los restos de lo que fue el horno de pan.
            Por el citado estudio oiconímico de Javier Itulain, sabemos que este edificio en los documentos de 1852, y posteriores, ya recibía el nombre de “Casa Nueva”. Es a mediados del siglo XX cuando vemos que también se llega a usar para este edificio el nombre de “Casa Enrique”.

Interior de la iglesia de San Martín

La iglesia

            Justo enfrente de la Casa Nueva se alza la iglesia, dedicada a la advocación de San Martín. Es, sin duda, el edificio mejor conservado. Obviamente carece de culto; de hecho está medianamente habilitado para acoger en su interior al ganado; donde antes hubo bancos, hoy hay comederos. El suelo está muy deteriorado, la pila bautismal está ausente (tan sólo queda la base, y fragmentada), y las dovelas de la portada sufren el denominado “mal de la piedra”, tan solo se salva la clave central que, sobre un cuadrado, exhibe un cruz de cuatro brazos iguales.
            Desde el punto de vista arquitectónico la mejor definición la aporta el Catálogo Monumental de Navarra: “… presenta nave rectangular dividida en tres tramos desiguales, que incluyen la cabecera recta. Sobre este espacio se alza la bóveda de medio cañón apuntado sobre fajones que apoyan en cornisa, fragmento de pilar y ménsula bilobulada. La sacristía, de planta cuadrada, se adosa a la cabecera por el lado del Evangelio. El exterior, de sillarejo, conserva grandes contrafuertes que llegan hasta la cubierta. Al segundo tramo, por el lado de la Epístola, se abre un medio punto con imposta lisa y clave del siglo XVI con cruz. Repitiendo el modelo tantas veces visto, la torre prismática se alza sobre el muro de los pies con medios puntos para las campanas”.
            A principios de los años sesenta, seguramente en 1960, se trasladaron a Beroiz varios representantes del obispado, concretamente el Vicario General, don Juan Ollo, y otros dos sacerdotes, e intentaron convencer a la familia Martínez para que la imagen de Santa Catalina que en esa iglesia se veneraba fuese trasladada al Museo Diocesano. No hubo trato en aquél momento, pero la posterior venta de todo el término de Beroiz en 1962, vino acompañada del traslado al susodicho Museo Diocesano de la imagen de Santa Catalina, de madera policromada, en posición de pie, con la espada en una mano, y el timón en la otra. Con ella fue una segunda pieza, muy curiosa, que era un copón de madera dorada del siglo XVI.
            Esta es la historia de Beroiz, de sus edificios para ser exactos; pero dentro de ellos ha habido una vida, unas fiestas, unas creencias, unas costumbres, unas gentes, y a todo ello dedicaremos el próximo reportaje. Para que nadie diga que hacemos las cosas a medias.    

3 comentarios:

  1. Dos casas y una iglesia. Hay veces que dos casas y una iglesia dan más juego que cuarenta casas y una iglesia y esta es una de esas veces. El intercambio de vecinos entre pueblos, la torre desaparecida, el contrasentido de habitar los amos la casa más ´´humilde`` y el pastor la casa Palacio, el engaño a la hora de comprar el pueblo por un precio superior, la imagen de Santa Catalina y lo que promete venir en el segundo reportaje ya lo quisieran para su historia muchos pueblos con un mayor numero de casas.
    ¡ Que te voy a decir Fernando ! , como siempre un gran trabajo de ´´devolver`` a la vida estos lugares que injustamente habian caido en la fosa del abandono y el olvido.
    Espero con impaciencia la segunda parte.

    Saludos.

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  2. Muy bueno el escrito.Como dice Benedetti, el olvido, esta lleno de memoria.
    Un saludo !!

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  3. Muy bueno el escrito.Como dice Benedetti, el olvido esta lleno de memoria,
    un saludo !!!

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