13 DE DICIEMBRE DE 2009

SALINAS DE IBARGOITI 
PASEANDO POR SU HISTORIA

Texto y fotos: Fernando Hualde


Vista general de Salinas de Ibargoiti


A 22 kilómetros de Pamplona, en el valle de Ibargoiti, se encuentra Salinas. Paseamos hoy por la historia de esta localidad, y también por la de su término municipal que esconde joyas arquitectónicas como las ruinas del monasterio de Elizaberria.

El valle de Ibargoiti es en Navarra uno de los grandes desconocidos, tanto a nivel de historia como a nivel de parajes y de rincones. A diferencia de otros valles los pueblos de Ibargoiti no se arriman mucho a la N-240, o a la Autovía del Pirineo, que es su vía de acceso y su moderna columna vertebral. Y digo moderna porque su trazado de caminos era antaño muy diferente. Sus pueblos se mantienen dispersos, y en algunos casos ocultos a la vista del viajero, mientras que los peregrinos jacobeos que entran a Navarra por el camino aragonés gozan del privilegio de recorrer este valle por la vieja ruta que serpentea el terreno uniendo sus pueblos. Uno de los pueblos del valle, Idocin, fue cuna del célebre guerrillero de la Guerra de la Independencia, el general Francisco Espoz y Mina.

A su vez Ibargoiti está rodeado de otros valles (Elorz, Aibar, Izagaondoa, Unciti…) que configuran una zona dentro de la merindad de Sangüesa que merece la pena visitar despacio y dejarse cautivar por la paz que allí se respira.


La sal

Hoy vamos a acercarnos a uno de esos pueblos, a Salinas, o Getze. Un pueblo que, al menos desde el siglo XV, vivía comercialmente de la sal. Para entender esto conviene recordar que antes no había frigoríficos en las casas, y que por lo tanto durante siglos y siglos la sal ha sido un elemento especialmente valioso e indispensable a la hora de conservar los alimentos. Todavía hoy día al sueldo le llamamos salario; que no deja de ser un recuerdo de que antaño muchos trabajos se remuneraban no con dinero sino con sal.
Había en Navarra varias salinas, o explotaciones artesanas de sal, entre las que podríamos citar las del valle Ollo, Salinas de Oro, Salinas de Pamplona (Galar), Salinas de Ibargoiti, y las saleras de Idocin, entre otras. Eran, en definitiva, aprovechamientos de las manantiales de agua salada, agua esta que era canalizada hasta unas pequeñas piscinas, eras, de no más de un palmo de profundidad, en donde se obtenía la sal mediante el sencillo sistema de la evaporización de la salmuera. Una vez que cristalizaba se retiraba y se guardaba en pequeños terrazos o depósitos que estuviesen protegidos del agua de la lluvia; esto era muy importante.
En torno a esta operación tan sencilla las localidades que tenían el privilegio de poseer en sus términos manantiales de agua salada pudieron basar en buena medida sus economías en este recurso. Es el caso de Salinas de Ibargoiti, en donde a mediados del siglo XIX llegó a haber hasta ocho pozos de sal con sus correspondientes eras cada uno de ellos.


En primer plano ruinas del monasterio de Elizaberria


Despoblados

Pero si la sal, única roca mineral comestible, es algo tan propio de este enclave del valle de Ibargoiti, hay que decir que Salinas tiene otra particularidad un tanto atípica, o al menos no muy común. Y lo curioso es que dentro del término municipal de Salinas llegó a haber, al menos, hasta seis localidades más; se trata de Ariskano, Elezpuru, Elizaberria, Marsain, Ubel, y Ziroz. Pudo haber alguna más. Con la excepción de las ruinas del monasterio de Elizaberria, y algunos restos en Ziroz, podemos decir que de los demás nada queda, tan solo el topónimo.
Se trata de despoblados medievales que, como sucedió en otros sitios, se vieron absorbidos por el auge de una localidad próxima, en este caso Salinas. Es muy probable que precisamente la explotación comercial de la sal favoreciese este despoblamiento progresivo en beneficio de Salinas. Y esa incorporación de aquellos núcleos de población es la que explica la caprichosa forma que tiene el término municipal de Salinas, en forma de U invertida, con un caprichoso brazo ubicado entre los términos de Zabalza y Equisoain, que se corresponde con el emplazamiento del desolado de Marsain.
Elizaberria, o Lizaberria, que en su tiempo dependió del monasterio de San Salvador de Leire, está pidiendo a gritos una intervención. Seguramente que ya no es hora de pedir una reconstrucción de ese antiquísimo monasterio, pero sí que procede una limpieza del entorno y una consolidación de sus ruinas. Es un edificio con una categoría, con un nivel artístico, y con una entidad histórica, que lo hacen merecedor de este esfuerzo. En pocos años la vegetación se ha apoderado totalmente de esas ruinas, incluso de esa bóveda. Sin duda no estamos hablando de una inversión millonaria la que habría que hacer en este paraje que se ubica entre Salinas y Zabalza.
En el otro palo de la U, el más grueso, delimitado por Zabalza, Idocin, Abínzano, Leoz y Sabaiza, se situaron los otros cuatro despoblados mencionados. Del de Ziroz quedan restos de su iglesia, y también del cementerio; y además su pila bautismal oportunamente se trasladó al Museo Diocesano.


Iglesia parroquial de San Miguel


Historia

Pero lo cierto es que de todos estos núcleos de población el único que subsiste es Salinas, y además conserva unas casas dignas de conservación en la mayoría de los casos. Sin duda también tiene su historia, que nos indica que ya en el siglo XIII los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén compraron allí una de las casas; sería esta, probablemente, la primera referencia documental. Ya en el siglo XIV, concretamente en 1376 nos encontramos con que los vecinos de Salinas ceden el patronato de su iglesia de San Miguel al Monasterio de Leire, del que dependía Elizaberria. Curiosamente esta cesión fue aprobada por el obispo Bernardo Folcaut, pero condicionada a que la elección de los sacerdotes quedase en manos del vicario, y a su vez condicionando a este a que esos clérigos fuesen oriundos de la diócesis, a que fuesen basconciatus (vascongados), y a que supiesen hacerse entender y predicar en la lengua vasca, por ser este el idioma que se hablaba en el lugar.
En cualquier caso mi recomendación es acercarse a Salinas y pasear un poco por la localidad, y sobre todo fijarse en los detalles. Ponerse delante de la iglesia y buscar detalles en sus piedras es casi como un juego; enseguida uno descubre curiosos dibujos solares tallados en piedra, alguno fechado en 1589, como es el caso de un círculo que encierra la habitual flor hexafólica, o el reloj de sol que ese mismo año hizo Domingo de Sarasti.


Una de las calles de la localidad


El paseo nos permitirá descubrir algunas estelas funerarias en el interior de un jardín; o una mesa de piedra que perfectamente podría ser el altar de una iglesia; o un sencillo picaporte, tan sencillo como antiguo, con decoraciones laterales; o una torre venida a menos; o la portalada de una casa que ha quedado reconvertida en ventana; o una ventana con parteluz, y otra con arco conopial; o algunas claves con el anagrama de IHS; o un soberbio dintel del año 1749 que nos recuerda que allí habitaron Juan José Irisarri y Catalina Biurrun; por no hablar del sencillo puente de un ojo apuntado por el que los peregrinos jacobeos salvan el río Elorz.

Lo dicho, lo ideal es ir allí y disfrutar de esta localidad, deleitarse en todos sus detalles, y no perder la referencia de lo que allí hubo; sabiendo además que lo que se visita además de ser un pueblo, forma parte también de un valle, y que ese valle esconde rincones de ensueño.
Seguiremos hablando aquí de Ibargoiti; algún día nos acercaremos al palacio de Equisoain, que ahora lo están rehabilitando; husmearemos en la torre de Celigüeta; denunciaremos el estado de la iglesia de Vesolla; nos deleitaremos por los rincones de Idocin; y lamentaremos que a la iglesia de Zabalza se le esté dejando caer. Pero todo esto será otro día.

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