Texto: Fernando Hualde
En estos días de verano se nos antoja que sería muy difícil vivir sin el aire acondicionado. Lo que ignoramos es que es que este sistema de refrigeración lo inventó un navarro, Jerónimo de Ayanz, autor de algo más de medio centenar de inventos. Un genio en su tiempo, y hoy ignorado y olvidado.
No es fácil entenderlo, ni es fácil buscar una explicación a esto, pero lo cierto es que en Navarra, y para los navarros, a día de hoy Jerónimo de Ayanz es un perfecto desconocido. Esto no tendría nada de particular si no fuese porque detrás de este nombre se esconde un auténtico genio, muy famoso en su época por sus dotes como político, como militar, como aventurero, y sobre todo como inventor. Fue una de las grandes figuras del Siglo de Oro.
Alguien quiso que aquél siglo pasase a la historia por su esplendor en las letras y en las artes, y ciertamente no era para menos; el problema es que el mismo empeño que se puso en ensalzar a los escritores se puso en ignorar a los científicos, como si la ciencia fuese algo exclusivo de aquellos países que estaban por encima de los Pirineos.
Y en el Reino de Navarra hubo de todo, y de calidad sobrada. Y hoy es el momento de decir que Jerónimo de Ayanz y Beaumont existió, que además fue uno de los grandes científicos de su época, sobre cuyos inventos fueron otros los que posteriormente se cubrieron de gloria. Fue Bernardo de Chartres quien dijo aquello de que “somos enanos subidos en hombros de gigantes”, y es que realmente los grandes avances y descubrimientos de los grandes científicos renacentistas no fueron sino la culminación o el perfeccionamiento del trabajo realizado por predecesores como Jerónimo de Ayanz.
Conde de Guendulain
Nicolás García Tapia, ingeniero y profesor de la Universidad de Valladolid, ha tenido a bien dedicar más de quince años de su vida a investigar sobre la vida y la obra de este navarro. Por él sabemos que Jerónimo de Ayanz nació en 1553, en la localidad Navarra de Guendulain, en el seno de una familia noble; hijo de Carlos de Ayanz y de Catalina de Beaumont. Inició su carrera militar como paje de Felipe II. Sabemos, a través de las crónicas, que llamaba la atención en su tiempo por la fuerza descomunal que tenía, lo que hace imaginárnoslo corpulento, y tal vez de una envergadura considerable.
Como militar combatió en Túnez, San Quintín (1557), Flandes, Portugal, las Azores, y en La Coruña , entre otros muchos sitios. Hasta llegó a desmantelar un complot francés que tenía como objetivo asesinar en Lisboa a Felipe II, acción esta que hizo que Lope de Vega le dedicase un poema a Jerónimo de Ayanz.
Tenía derecho de asiento en las Cortes de Navarra por el brazo militar en calidad de sucesor de Francés de Ayanz, su hermano mayor. Tampoco hay que olvidar que era caballero de la Orden de Calatrava.
Desempeñó varios cargos públicos, y además en lugares muy variados; regidor de Murcia, Gobernador de Martos, administrador general de las minas del Reino de España desde 1587 por nombramiento de Felipe II (gerente de las 550 minas que había en España y de las que se explotaban en América), Diputado del Reino de Navarra en las Cortes de 1628. Finalmente el rey Felipe IV, y a título póstumo (Jerónimo de Ayanz falleció en 1652) por Real Cédula de 6 de marzo de 1658 le concedió el título de Conde de Guendulain, que recayó directamente en su hija y heredera Josefa de Ayanz.
Inventor
Pero Jerónimo de Ayanz era algo más, ¡mucho más!, que un afamado político y militar. Sépase que era músico, empresario, cosmógrafo, geógrafo, pintor…, pero sobre todo, y esto es lo que le hace excepcional, era inventor.
Sería extensísimo tratar de repasar aquí todos y cada uno de sus inventos, pues superaban el medio centenar los patentados; pero entre todos ellos hay uno verdaderamente revolucionario y pionero, se trata de la primera máquina de vapor.
Ya hemos dicho que Jerónimo de Ayanz estaba estrechamente ligado a la explotación de las minas de mineral. Y en su época las minas tenían dos problemas serios, el de la contaminación del aire que había en su interior, y el de la acumulación de agua en las galerías; y para estos dos problemas buscó él una solución. Tal y como recoge y destaca José Javier Esparza, en hispanismo.org, inventó un sistema de desagüe mediante un sifón con intercambiador, haciendo que el agua contaminada de la parte superior, procedente del lavado del mineral, proporcionara suficiente energía para elevar el agua acumulada en las galerías. Este sistema inventado por el navarro, supone a nivel mundial la primera aplicación práctica del principio de presión atmosférica. Estamos ante el primer caso de empleo de la fuerza del vapor, ante la primera máquina de vapor; a partir de esto vendrían en todo el mundo numerosos adelantos al amparo de esta primera máquina que inventó hace cuatrocientos años un señor nacido en Guendulain. De hecho, científicamente, se le reconoce por esto a Jerónimo de Ayanz como un talento universal. Es más, lo que Ayanz había descubierto no era sólo el uso del vapor para propulsar agua por una tubería, sino que además empleó este mismo sistema para enfriar el aire del interior de las minas empleando en esta labor un artilugio con nieve; nuestro hombre acababa de inventar el aire acondicionado, que lo estrenó con éxito en la mina de plata de Guadalcanal (Sevilla). Este sistema de refrigeración no volvería a verse hasta el siglo XX.
Tenemos, pues, a un navarro, como artífice de la primera máquina a vapor (oficialmente inventada en 1698 por Thomas Savery, pero patentada en 1606 por Jerónimo de Ayanz), y como inventor del aire acondicionado. Pero que nadie se piense que los inventos de Jerónimo de Ayanz se quedan en eso, que no sería poco precisamente. Van mucho más lejos.
En el mundo de la minería, en su afán por que las minas nunca parasen su producción, el de Guendulain, además del invento mencionado, aportó un montón de pequeños inventos que en su conjunto marcaron un antes y un después en la historia de la explotación minera. Por ejemplo, inventó y construyó nuevos sistemas mecánicos de extracción de mineral, molinillos, hornos perfeccionados, columnas destiladoras, balanzas de gran precisión capaces de discernir pesos de hasta menos de un gramo (capaces de pesar la pierna de una mosca), y un largísimo etcétera que hoy sigue sorprendiendo.
Para cuando Isaac Peral “inventó” el submarino, el navarro de Guendulain ya había inventado algo similar, aunque mucho más rústico y menos sofisticado tal vez; inventó una especie de barca cerrada a base de tablas calafateadas, diseñada para navegar por debajo del agua mediante un sistema de remos; algo así como un submarino dotado de un sistema de renovación de aire, y dotado también de un curioso sistema de pinzas o guantes que permitían al ocupante coger objetos del exterior; y de un no menos curioso sistema de renovación de aire perfumado. Es tan sólo un ejemplo, y hay muchos más.
Sin dejar de lado el submarinismo, otro de los inventos de Jerónimo de Ayanz es el traje de buzo submarino. La demostración de este invento se hizo, curiosamente, en las aguas del río Pisuerga a su paso por Valladolid; era el 6 de agosto de 1602. Aquél día el rey Felipe III, acompañado de su séquito y de Jerónimo de Ayanz, se situaron en la orilla del río, y asistieron en silencio a la inmersión de un hombre ataviado con un traje diseñado por el de Guendulain. Estuvo aquél buzo a tres metros de profundidad durante algo más de una hora, no hasta que ya no podía más, sino hasta que se aburrió el rey, quien ordenó dar por concluida la demostración. Quedaba así inventado el traje de bucear.
Inventó también, e hizo, una máquina para los barcos que convertía el agua marina en agua dulce, y por tanto potable. También un aparato que servía para achicar el agua de los barcos, y también de las minas.
Por otro lado, en el terreno de la geografía, Jerónimo de Ayanz aportó importantes avances y descubrimientos dentro del curioso mundo de las brújulas, así como en la teoría de la declinación magnética. En aquél momento estas aportaciones del navarro fueron claves en la navegación oceánica. Estábamos ante inventos absolutamente revolucionarios.
Sin reconocimiento
Desde luego hay muchos más inventos, todos ellos de gran importancia en su tiempo, y aún hoy. Algunos investigadores han definido a Jerónimo de Ayanz como el Leonardo Da Vinci español, y todos coinciden en señalar que Leonardo Da Vinci es quien tiene la fama y la gloria, mientras que Jerónimo de Ayanz es el gran desconocido, ignorado y olvidado. Da Vinci dejó sus proyectos diseñados sobre el papel, mientras que Ayanz además de diseñarlos, los hizo, los materializó, y los demostró. A eso hay que añadirle que el número de inventos del navarro fue superior en cantidad y en importancia a los de Leonardo Da Vinci. Lo más curioso es que todos estos inventos los realizó Ayanz entre los años 1598 y 1602.
Han quedado aquí relatados algunos de los inventos de Jerónimo de Ayanz; pero no podemos olvidarnos que hay muchos más. Ayanz diseñó varios modelos de molino de viento, llegando a la conclusión que las piedras cónicas y los rodillos metálicos eran óptimos para el proceso; revolucionó los sistemas eólicos, la planificación del regadío, las grandes obras hidráulicas...; inventó los sensores de potencia para el vapor (que no volverían a verse hasta el siglo XVIII), y muchas cosas más.
Jerónimo de Ayanz moría el 23 de marzo de 1613 en Madrid, siendo traslado su cuerpo a Murcia, la ciudad que él había gobernado, en cuya catedral reposan actualmente.
Después de conocer de cerca toda su inmensa obra, particularmente los 48 inventos que patentó en 1606, no es entendible, ni explicable, ni aceptable, que la figura del navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont, Conde de Guendulain, no goce en su propia tierra del reconocimiento que se merece. Sirva una vez más esta sección para empezar a poner en su sitio la memoria de quien en otros rincones del mundo estaría perpetuada en grandes enciclopedias, monumentos, calles, y todo tipo de muestras de reconocimiento.
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