27 DE SEPTIEMBRE DE 2009

BALNEARIO DE MINTXATE.
AGUA DE SEPTIEMBRE, SALUD PARA SIEMPRE

Texto: Fernando Hualde


Septiembre nos invita a rescatar la memoria del balneario de Mintxate, en el término de Isaba; un afamado establecimiento durante siglos, extinguido hoy, que cada mes de septiembre atendía a cientos de visitantes que buscaban sanar sus males, y que además lo conseguían.


Una cosa que va quedando en el olvido es que el valle de Roncal ha sido durante siglos un foco de atracción para las gentes del Pirineo que buscaban mejorar su salud; los vecinos del otro lado de la frontera eran unos visitantes asiduos, clientes fieles y perseverantes; pero tampoco habría que olvidarse de todos los que venían del norte de Aragón y de buena parte de Navarra. Hoy, sin embargo, lo único que vagamente nos hace recordar aquello, y ya fuera del valle, son las ruinas del balneario de Tiermas, que al bajar el nivel del agua del pantano, siguen todavía congregando a cientos de personas.




Turismo sanitario


El valle de Roncal en tiempos tuvo dos importantes balnearios y un manantial, o fuente, con un poder de atracción equiparable al que hemos conocido de Tiermas. Por hoy nos vamos a olvidar de otro foco importante de atracción, para nada relacionado con el agua, como lo fue la ermita-basílica de Nuestra Señora de Zuberoa, en Garde, a la que tradicionalmente acudían las auchas, mujeres supuestamente endemoniadas que a lomos de caballerías las traían desde Francia para que la Virgen de Zuberoa les sacase sus demonios; todo parece indicar que aquellas mujeres poseídas por el diablo tenían una enfermedad tan habitual como la que hoy conocemos como epilepsia, pero este tema queda para otra ocasión, y hoy nos vamos a centrar en las propiedades curativas del agua, especialmente en uno de aquellos balnearios, el de Mintxate. Y es que el balneario de Mintxate, cerrado a mediados del siglo XX, es un establecimiento cuya memoria todavía vive en el recuerdo de las personas mayores.


Quien ya no vive en el recuerdo de los más ancianos es otro balneario que hubo en el término de Urzainqui, concretamente en la cabecera del barranco de Urralegui (“lugar de aguas”), que a finales del siglo XIX cerró sus puertas. Hoy todavía pueden verse parte de sus cimientos junto al final de la actual pista.


Tampoco recuerda ya nadie al viejo manantial de Uturrotz (“fuente fría”), en la parte baja de la selva de Oxanea, justo enfrente del caserío de Isaba, al pie de Ardibidepikua. Hasta aquella fuente acudían personas de todo el entorno pirenaico con el convencimiento de que beber esa agua durante unos días, durante una novena, equivalía a estar libre de enfermedades durante todo el año. A principios del siglo XX, durante esa primera década, el izabar Ángel Galé Hualde pagó de su bolsillo la canalización de ese manantial hasta el pueblo, y es así como desde 1910, esa agua mana incesantemente por tres caños de bronce dorado en la fuente de Uturrotz ubicada en la plazuela denominada de Ángel Galé. Hoy es el día en el que todavía muchos vecinos de ese barrio prescinden del agua del grifo de sus casas y beben exclusivamente la que sale de esta fuente.




Balneario


Y nuestro protagonista de hoy es el balneario de Mintxate, un balneario que funcionaba exclusivamente durante el mes de septiembre; situado en un pequeño valle, Mintxate, que está a caballo entre los términos de Isaba y de Uztárroz. Me atrevería a decir que este valle tiene su propio ritmo de vida, su estatus propio, sus gentes de siempre que son las que le dan vida los 365 días del año. Allí esta Valentín Urzainqui Ansó, que un día cambió la albañilería por la ganadería, poco amigo del oso, tremendamente culto, de hablar atropellado, y que a la vez que cuida sus ovejas ha sido capaz de crear un museo al aire libre que a nadie deja indiferente. Es Valentín quien me guía hasta lo que un día fue el balneario; la verdad es que el acceso es difícil, se ha cerrado el camino, y quien no conoce el terreno –como es el caso del amigo Valentín- lo tiene difícil para llegar hasta allí. Lo primero que visitamos fue el manantial, todavía huele el agua a batueco, y sobra decir que Valentín aprovecha la ocasión para echar un trago. A escasos metros nos encontramos con los restos de un edificio que poco a poco la maleza se va comiendo; no hay tejado, ni puerta, y las paredes semi caídas nos dejan ver el sorprendente grosor que en vida tuvieron.


A la hora de interpretar esas ruinas me resulta fundamental el testimonio de Socorro Etulain Aldaz, de Isaba, cuya familia fue la última propietaria del establecimiento, y en donde ella trabajó en su adolescencia y juventud. Ella recuerda bien cómo era aquél balneario: “El edificio tenía una sala, embaldosada hasta la mitad, con dos bañeras de cinc; y luego había dos cuartos de descanso. La parte superior del edificio era una terraza. Los clientes hacía uso del balneario durante sesiones de una hora, de tal manera que media hora la pasaban en la bañera, y la otra media hora la pasaban o bien en una cama en uno de los cuartos de descanso, o bien en la terraza, de tal manera que las dos bañeras estaban permanentemente ocupadas; en el momento que uno pasaba de la bañera al cuarto de descanso, otra persona pasaba a la bañera”.


El sistema de funcionamiento era sencillo. A finales de agosto se ponían los tubos que canalizaban el agua desde el manantial hasta el edificio del balneario. El agua llenaba un depósito de cobre de mil litros de capacidad que se calentaba a través de un horno con leña, y con ella se iban llenando las calderas; hay que tener en cuenta que el agua sale del manantial a unos 10º de temperatura –lo cual se traduce en que no emana de grandes profundidades-, y lo que se hacía era aplicarle al depósito un termómetro, que todavía lo conserva Socorro Etulain, que servía para vigilar y evitar una excesiva temperatura calorífica. No faltaban tampoco personas que, además de la sesión de baños se untaban las piernas con barro y lo dejaban secar sobre su piel.




El agua


Pero… ¿qué es lo que tenía –y tiene- esta agua para que durante siglos haya atraído a tanta gente?. Empezaremos por aclarar que estamos ante un manantial de aguas minero-medicinales sulfurosas, bicarbonatadas y cloruradas, tal y como se recoge en el informe que en el año 1917 elaboró el doctor F. Claret, director del Laboratorio Municipal de Pamplona.


Gracias a este estudio sabemos que en 1917 manaban en este manantial 0’65 litros de agua por segundo, agua que era transparente y cristalina, es decir, unos 40 litros por minuto, que equivaldría a 60 metros cúbicos por día, indistintamente de que fuese verano o invierno, lo cual no deja de ser sorprendente.


Decía el doctor Claret que esta agua “tiene olor marcadísimo sulfuroso y sabor algo fresco y muy franco a huevos podridos, o dicho en términos técnicos, a gas sulfhídrico, cualidad que (como en todas las aguas similares) desaparece después de guardada embotellada durante algunos días”.


Precisamente la abundancia de gas sulfhídrico (aguas sulfurosas) es la que hace que estas aguas estuviesen altamente recomendadas para enfermedades como el escrofulismo, hepetismo, erupciones y todo tipo de enfermedades de la piel, además para los tumores blancos, oftalmias, otitis, reumas, catarros crónicos, y otras irritaciones de las mucosas.


Por otro lado, su condición de aguas bicarbonatadas y cloruradas, hace que sean idóneas para curar dispepsias, catarros gástricos, y otras indisposiciones del aparato digestivo; así como para enfermedades del hígado, del bazo, del aparato génito-urinario, vejiga, riñones, etc.


Hay que decir que el resultado de este análisis que hizo el doctor Claret, como él mismo indicaba, venía además avalado por el hecho de que desde tiempo inmemorial estas aguas estaban usándose con éxito para sanar todas estas enfermedades. Según fuese el tipo de mal a sanar se recomendaba una u otra aplicación del agua, bien sea bebiéndola a determinadas horas o en determinados momentos, bien fuese bañándose en ella a la temperatura recomendada para cada enfermedad, o bien aplicándola con barro sobre la piel.




Hospedería


Complementando al balneario estaba la hospedería, también llamada posada o “Casa de los Baños”, a escasos quinientos metros. Hay que tener en cuenta que este manantial de aguas estaba a varios kilómetros de distancia de Isaba, y que hasta él solo se podía acceder con caballerías, y que en sus últimos kilómetros el camino que hasta allí llegaba era de los denominados de herradura. Todo esto hacía necesario crear, tal y como ha existido durante siglos, una hospedería próxima al balneario, en donde pudiesen alojarse y alimentarse los usuarios.


Piénsese que los clientes acudían allí enviados en muchas ocasiones por sus médicos, quienes les recetaban una novena en Mintxate, es decir, una sesión de baños en ese balneario durante nueve días. Esto se traducía en que había que estar allí conviviendo con otras personas durante todos esos días, que el tratamiento diario tenía una hora de duración, y que por tanto la hospedería se convertía en ese lugar en el que había que pasar el resto del tiempo, lo que ayudaba a crear un ambiente de conversación, de juego, de canciones…, creando una atmósfera mágica de la que siempre se iba uno con un recuerdo inolvidable.


De la posada queda el edificio entero, con su planta baja dedicada a establo de animales, y su primer piso que conserva las siete habitaciones que había, así como la cocina en edificio anexo; sabemos que en 1870 se le abrió una puerta hacia el lado sur, lo que hace suponer que es muy probable que fuese entonces cuando se eliminase la entrada de la fachada principal, con arco de medio punto. Los viajeros entraban al edificio, procedentes del balneario, por una puerta que había, y hay, en el lado norte, que daba acceso directamente al piso superior; hace unas décadas se quitó tierra de ese lado norte para sanear la fachada, lo que hizo que ahora esa puerta, inutilizada, se quedase a unos metros de altura. A día de hoy las puertas de las habitaciones conservan numerosas escrituras que en ellas dejaban los viajeros.


Socorro Etulain, a la que agradezco su amabilidad, el tiempo que me dedicó para que yo pudiese recoger la memoria de este establecimiento, y la posibilidad de reproducir material gráfico, fue testigo directo de los últimos años de esta hospedería. Recuerda con nostalgia cómo en este mes de septiembre llegaban a dar hasta cincuenta comidas diarias; y cómo se llenaba la hospedería con clientes de Ochagavía, de San Sebastián, de Francia…, y de otros muchos lugares. Recuerda el paso por la hospedería y el balneario del entrenador de fútbol Marcel Domingo Algarra (en ese momento entrenador del Atlético de Madrid, y anteriormente famoso portero de ese mismo equipo), que llegó a entrenar a un total de 17 equipos franceses y españoles; de nacionalidad francesa, aunque su segundo apellido invita a pensar que podía tener ascendencia roncalesa.


Me habla también Socorro de aquellas juergas que se montaban a base de guitarras; y lo hace añorando una época que se extinguió, y no precisamente porque la clientela fuese escasa o porque el agua hubiese perdido sus propiedades. Atrás han quedado las identidades de los últimos propietarios: Pedro Garde (de Casa Paletas, de Isaba), y su esposa Justina Anaut; atrás quedó la larga etapa que abarcó las primeras décadas del siglo XX en la que Cipriano Anaut estuvo al frente del negocio.


Y atrás va quedando la historia de este establecimiento, a la espera de que alguien se sumerja en ella, la desempolve y la saque a la luz. Algo sabemos, y se me antoja que es poco. Sabemos que llego a haber dos balnearios diferentes compartiendo un mismo manantial. Los documentos lamentablemente no nos aportan mucho sobre la historia de este balneario. Sabemos que en el año 1862 hubo un pleito sobre la propiedad del balneario, propiedad esta que reclamaba para sí el vecino José Alastuey y su mujer Francisca Falcón, resolviendo finalmente el Juzgado de primera instancia que las doce robadas de tierra en donde estaba el balneario pertenecían a la villa de Isaba, y todo lo demás, es decir, la fuente de agua mineral, las bordas y los terrenos de su entorno a la Junta del Valle de Roncal, quien compró estas propiedades en 1832 a los antiguos inquilinos de la casa en donde están los baños, que eran precisamente los antecesores de José Alastuey y su mujer. Pero todo esto ha dado muchas vueltas en años posteriores; y lo que nos pone de manifiesto es la necesidad de rescatar esa parte de la historia de este lugar que nos permita documentar los siglos de existencia del uso medicinal de estas aguas.


Ojalá algún día podamos escribir con todo ello una segunda parte con aquella historia oculta; y ojalá también que en un futuro alguién pueda llegar a escribir una tercera parte en la que se cuente cómo en el siglo XXI hubo alguien que fue capaz de volver a dar vida a un balneario que sanaba de verdad.


Mientras tanto, quede aquí el testimonio y la memoria rescatada de lo que un día fueron las “Aguas y Baños de Minchate”.



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