UNA CITA CON LA INDUMENTARIA RONCALESA
Texto: Fernando Hualde
Fotos: Pablo Roa
El próximo domingo, día 5, en el marco de la celebración del III Día de
la Indumentaria Roncalesa, la villa de Isaba conmemorará el 500 aniversario de
la llegada de la comitiva real, camino del Bearn.
Por tercer año consecutivo, habiendo arraigado con
fuerza esta jornada cultural, la villa de Isaba, gracias al buen hacer
organizador de la asociación Kurruskla, celebrará en la mañana de este primer
domingo de agosto la tercera edición del “Día de la Indumentaria Roncalesa –
Erronkari Janzkearen Eguna”. Se trata de una jornada que persigue el objetivo
claro de recuperar, exaltar y dar a conocer la rica indumentaria de este valle
en todas sus variantes.
A su vez, y con muy buen criterio, los
organizadores utilizan los antiguos indumentos como hilo conductor para recrear
parcelas del patrimonio histórico y cultural roncalés. Debutaron en el 2010
recreando lo que un siglo antes era la llegada al pueblo de las alpargateras, o
golondrinas, que habían pasado el
invierno en Mauleón trabajando en las fábricas de alpargatas; ese mismo día
reprodujeron, también, con minuciosa fidelidad cómo era siglos atrás un alarde
de armas. Y ya, el año pasado, la segunda edición de esta jornada vino
acompañada de la reproducción de una boda, a semejanza de las ceremonias
matrimoniales que en el siglo XIX podían verse en la iglesia de Isaba.
Hecho histórico
Corría el mes de julio de
1512 y, hallándose en su palacio de Pamplona los reyes Juan de Albret y
Catalina de Foix, las tropas castellanas, comandadas por Fadrique Álvarez de
Toledo, II Duque de Alba, procedentes de Vitoria, irrumpieron en el reino de
Navarra a través de la Burunda.
Eran, aproximadamente,
15.000 soldados marchando hacia Pamplona; el ejército más poderoso que se
conocía. Era materialmente imposible frenar una invasión de esas
características. Los reyes de Navarra tuvieron que abandonar la capital tras
tener la certeza de que militarmente nada se podía hacer ante una invasión de
esa envergadura; un puñado de cientos de roncaleses salieron en Oskía al
encuentro de las tropas castellanas frenando momentáneamente su avance mediante
el sistema de guerrilla y emboscada. Obviamente era impensable, con los
rudimentarios medios que ellos tenían, tratar de vencer al que en ese momento
era el ejército más potente del mundo que, procedente de las tierras alavesas,
se adentraba en el reino de Navarra portando cañones y armas de fuego, ocupando
una extensión de, nada menos, doce kilómetros de longitud.
El Duque de Alba, temeroso
de una posible emboscada, frenó al llegar a Oskía la marcha de sus tropas, tomó
todas las precauciones imaginables, e incluso se tomó la molestia, para evitar
riesgos, de abrir un nuevo camino para sus tropas. Y salió airoso de aquella
acción guerrillera con la que quisieron recibirle los roncaleses; pero
desconocía que tras esa primera victoria lo que había era un rey que había
ganado algo de tiempo para poder salir de Pamplona con su familia, con sus
adeptos, y con el Archivo Real.
Finalmente, el 24 de julio
las tropas invasoras se afincaron a las puertas de la capital navarra, montando
su cuartel general en el Palacio de Arazuri. Un día más tarde, festividad de
Santiago Apóstol, sin resistencia alguna, las tropas del Duque de Alba hacían
su entrada triunfal en la ciudad de Pamplona, en donde recibieron las llaves de
la ciudad, no sin antes haber advertido el Duque de Alba que “si la obediencia no traían, la ciudad sería
metida a saco con gran crueldad”.
Mientras tanto los reyes,
Juan y Catalina, partieron inicialmente hacia Tudela, pero viendo cómo se iba
desarrollando todo tuvieron que maniobrar, desviando su camino, para pasar
noche en Lumbier, en donde reagruparon a las tropas fieles.
Catalina, con los hijos,
siguió su camino hacia el Bearn. Tan precipitada fue su huida que uno de los
hijos, Francisco, murió de agotamiento durante el camino. Mientras tanto, Juan
de Albret, estudiaba desde Lumbier la posibilidad de organizar una ofensiva
para recuperar Pamplona; pero su realidad era la que era, y el sentido común le
aconsejó replegarse al Bearn, en donde esperar pacientemente una mejor
oportunidad.
Y fue así como, el 31 de
julio de 1512, procedente de Lumbier, Juan de Albret, o Juan III, rey de
Navarra, acompañado del Mariscal de Navarra y de un grupo de nobles, y cubierto
en su retaguardia por las milicias roncalesas al mando de Petri Sanz –el mismo
que había dirigido la operación militar de Oskía-, llegaba a la villa de Isaba
tras recorrer todo el valle, en la que fue recibido por Sancho Ibáñez, entonces
alcalde de la misma. Con ellos iba también el canciller Juan de Bosquer,
portando, como ya ha quedado dicho, gran parte del archivo real.
Juan de Albret pasó el día
en esta localidad, durmió en el castillo de Isaba, y a la mañana siguiente, por
el collado de Arrakogoiti, tras despedirse del mariscal Pedro de Navarra,
marcharon hacia Sauveterre de Bearn.
500 años
después
Este próximo domingo, cinco
siglos después de aquél episodio histórico, las calles de Isaba van a vivir una
recreación de lo que aquello pudo ser. A las doce en punto del mediodía,
utilizando el antiguo Camino Real, será recibido Don Juan de Albret en la
antigua Cruz de Erminea, o Cruz de la Magdalena –recuperada para este acto-, le
acompañarán el Mariscal de Navarra, un grupo de nobles, doncellas, guerreros, y
también el legendario Petri Sanz, acaudillando a los guerreros roncaleses que
formaban la élite del rey, cubriendo siempre su retaguardia. Todo ello envuelto
en un ambiente de indumentaria roncalesa y pirenaica, de banderas y escudos de
la época, y de otros cuidados detalles.
Será el propio Petri Sanz
quien le dé al monarca la bienvenida antes de adentrarse en las calles de la
localidad; y le hablará de lealtad, pero no de una lealtad incondicional, sino
de una lealtad condicionada en la medida que el rey continuase siendo el
garante de los usos, costumbres y libertades del viejo reino de Navarra. Y el
monarca le corresponderá con unas palabras de agradecimiento, recordando el
valor del que siempre han hecho gala los roncaleses y las roncalesas, y con
ellos sus vecinos pirenaicos.
La colorida comitiva,
haciendo uso de lo que entonces era el Camino Real, recorrerá las empedradas
calles del pueblo hasta llegar a la iglesia de San Ciprián, una
iglesia-fortaleza que se complementaba con el castillo, creando ambos un
bastión defensivo de primer orden.
Desde el balcón de la
iglesia, antiguo conjuratorio contra todo tipo de males, será el alcalde de
Isaba, Sancho Ibañez, acompañado del abad, quien le dé la bienvenida oficial al
rey entregándole, además, las llaves del portón de la villa. Le recordará que
va a descansar esa noche en el castillo, un castillo que solo es entendible en
la medida que sirva para defender la independencia del reino.
Nuevamente será Juan de
Albret quien, emocionado, y sabedor ya de las traiciones y perjurios que se
están viviendo en el reino, exaltará el valor de la lealtad, a la vez que
recordará a los asistentes que el Bearn es la prolongación natural del reino de
Navarra. Y allí mismo, ante esa iglesia de Isaba, a la sombra de lo que en otro
tiempo fue el castillo, los roncaleses, a la voz de ¡Juan de Albret!, lo proclamaran ¡Real!, ¡Real!, ¡Real!.
Tras los acordes del Himno
de las Cortes de Navarra, interpretado por la Coral Julián Gayarre bajo los
acordes del órgano barroco de la iglesia de Isaba; y tras los bailes de la
bandera y del ttun-ttun, la comitiva se trasladará al anfiteatro en donde se le
mostraran a don Juan de Albret, y a cuantos le acompañen, toda la variedad de
trajes que tiene la indumentaria roncalesa.
Espejo
Con este acto, sencillo y
evocador, la asociación cultural Kurruskla lo que busca es, además de los
mencionados objetivos en torno a la indumentaria roncalesa, poner un espejo
ante los roncaleses; un espejo en el que verse quinientos años atrás. A nadie
se le escapa que también en este valle tuvo don Juan de Albret detractores; es
real que, impresionados por la bula de excomunión, los párrocos de Uztárroz y
de Urzainqui consiguieron reunir a centenar y medio de roncaleses para unirse
en Lumbier a las tropas del Duque de Alba; como real es también que fueron
cientos y cientos los roncaleses que cerraron filas en torno a la causa de Juan
de Albret; que roncaleses eran quienes custodiaban su retaguardia; que
roncaleses era quienes acecharon desde Oskía; y que roncaleses hubo entre
quienes lucharon en Noain; y entre quienes resistieron en Amaiur. Aquel
episodio histórico lo último que causó en este valle fue indiferencia; y solo
don Juan de Albret sabe que, cuando todos le iban fallando, con él, fieles,
permanecían los roncaleses. Todo es historia, y a través de la indumentaria lo
que se busca es rescatarla, revivirla, darla a conocer; que no es poco.
En definitiva, una fiesta la
del próximo domingo para no perdérsela. El 5 de agosto, en Isaba.
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