CIRILA GARATE
MEMORIA DE UN SIGLO
Texto: Fernando Hualde
El pasado día 17 nos dejaba en su domicilio de Pamplona la roncalesa, de Burgui, Cirila Garate Ustés, para todos la tía Cirila. Un siglo de historia, un siglo de recuerdos que, en buena medida dejamos hoy aquí recogidos.
El 9 de julio de 1907 nacía en Burgui una nueva vecina; le bautizaron con el nombre de Cirila, propio y normal en aquella época en la que el número de habitantes de esa villa triplicaba al actual. Sus padres eran Eusebio Garate Larrambe, de casa Larrambe, y Francisca Ustés Alastuey, de casa Aso (antigua casa Aso-Veral). Esta última, la madre, tenía cierta fama de curandera, hasta el punto de que muchos vecinos acudían a ella esperanzados de que sus pócimas aliviasen sus males.
No nacía Cirila en buena época. Su pueblo y su valle acusaban en esos años el fenómeno de la emigración, ¡allá estaba América!, con su canto de sirena ofreciendo un mundo de bienestar, un mundo diferente a la vida que en el Pirineo había. Cirila ya no fue de las que se marchó al otro lado del charco, pero el hecho de quedarse en Burgui en absoluto significaba que le esperaba una vida fácil. El Pirineo no fue creado para los amantes de la vida cómoda. Y Cirila Garate fue testigo de ese estilo de vida. Naciendo en 1907 le dio tiempo a ver pasar por la calle Mayor de Burgui a aquellos interminables rebaños que se desplazaban de un lugar a otro, no necesariamente de forma trashumante. Fue de la generación de aquellas mujeres que veían pasar a las almadías en dirección al Aragón mientras lavaban la ropa a la orilla del Ezka; todavía, hace unos meses, recordaba Cirila de cuando se ahogó Antonio, un almadiero de casa Martineta. A Burgui le tocaba vestirse de luto en aquella época con cierta frecuencia, pues los almadieros pagaban un tributo bien caro por sobrevivir, nada comparable con los peajes y pontajes de antaño.
Todas estas vivencias de Cirila, y la lucidez mental que conservaba cien años después, la convirtieron en objetivo obligado en los trabajos de recogida del patrimonio oral que ahora mismo se están desarrollando en toda Navarra. En este caso un servidor, acompañado de otros miembros del colectivo cultural “La Kukula”, de Burgui, nos desplazamos a casa de Cirila Garate en la tarde del 13 de marzo de 2007, tal y como habíamos quedado, para grabarle en vídeo una entrevista. Lamentablemente minutos antes de nuestra llegada ella se había sentido indispuesta y quiso acostarse, lo que no fue impedimento alguno para atendernos. Por razones obvias la entrevista no fue grabada en video, pero nos contó cantidad de cosas, y todas ellas fueron minuciosamente anotadas y trascritas con la máxima fidelidad posible. Se trataba de que, al menos algunas parcelas de su memoria, quedasen salvaguardadas para siempre. Y así fue. Y lo que hoy estamos haciendo, el mismo día que Burgui llora su muerte en la iglesia de San Pedro, es compartir con los lectores aquellas vivencias que ella nos narró. Entiéndase como un homenaje a la tía Cirila, fallecida este pasado jueves, día de San Antón, y entiéndase también como un homenaje a todas las mujeres roncalesas, cuya vida estaba condicionada por la necesidad, convirtiéndolas en auténticos motores de la vida del valle.
Testigo de otro tiempo
Lo primero que conoció Cirila en cuanto empezó a crecer fue el trabajo, y no un trabajo fácil precisamente. “A los 14 años, o antes, fui a Francia, a trabajar en las fábricas de alpargatas de Mauleón. Había allí varias fábricas, y contrataban a todas las que íbamos; íbamos mujeres de todo el valle, y también de Ansó.
No se podía trabajar allí si tenías menos de 14 años, así que si venía el inspector nos escondían en el baño.
A partir del 7 de octubre, Virgen del Rosario, salíamos hacia allí, andando, y a escondidas de los carabineros. Los hombres nos acompañaban con caballerías hasta la venta de Juan Pito, y a partir de allí seguíamos el camino solas, por Santa Engracia, hasta Mauleón. Regresábamos después del invierno, para ir a coger la hoz y la zoqueta. Nos pagaban allá 2 pesetas y la costa”.
Fuera de aquella experiencia alpargatera, que si duda le marcó mucho, la vida y los recuerdos de Cirila estaban centrados en Burgui. “En casa teníamos cabras, un cerdo, y un macho. El macho lo usábamos para llevar carga y para labrar la tierra. Muchas veces cuando íbamos a labrar lo que hacíamos era juntarnos con otro vecino que también tuviese macho, y así los dos trabajábamos con dos machos, que era mucho mejor”. Poco a poco iba recordando cosas, se acordaba de las boyeras, aquellas muchachas que se dedicaban a cuidar las vacas; “recuerdo que había una que era casi ciega, y que sin embargo solía ir por el camino de la foz hacia Salvatierra”; por no hablar del cabrero, “que se anunciaba tocando la corneta, recogía las cabras en el puente, y las pastoreaba durante todo el día. ‘Las cabras al puente, el cabrero al aguardiente’, decíamos en el pueblo”, recordaba ella.
La brujería no era algo exclusivo de otros siglos, que en esto Burgui ya vivió lo suyo, sino que en la infancia de la tía Cirila todavía era algo que impregnaba la vida cotidiana, y en esto sus recuerdos eran nítidos: “La abuela de Anaut (Camila, de casa Anaut) vino una vez a casa a pedir el macho; le dijeron que no se lo podían dejar porque lo iban a emplear en los trabajos de ese día. Ella le pasó al macho la mano por encima, y dicen que ya no pudo trabajar en todo el día”; y aún recordaba otro caso, vivido también en la propia familia, que era mucho más sorprendente: “Al abuelo le pasó que encontró una cabra en la foz que casi no podía moverse. Él la cargó, y la llevó hasta el pueblo, y al dejarla en el suelo junto al puente, ella le dijo “gracias Larrambe”, y se fue andando”.
Ciertamente, cuando uno va entrevistando a la gente de más edad tratando de rescatar la memoria de lo que han conocido, hay muchos temas en los que lamentas haber llegado una generación tarde. Uno de esos muchos temas es el del carnaval. Y es aquí donde Cirila apenas guardaba un par de recuerdos, que sí, son pocos, pero especialmente valiosos: “Hubo uno en Garde que bajó al pueblo después de estar unos cuantos días en el monte trabajando en la madera, con buena barba, y coincidió que eran entonces los carnavales; se puso una gabardina vieja y fue pidiendo por las casas, ¡y nadie le reconoció!.
En Burgui se vestían de cipoteros, con tela de saco y sombrero de paja. Iban por las casas pidiendo, y cada vecino les daba lo que buenamente podía. Les gritábamos “cipotero, morro de puchero”, recordaba.
Sin luz eléctrica
Con Cirila Garate se nos va también el testimonio de una generación que llegó a vivir cuando en el pueblo todavía no existía la luz eléctrica; “Antes no teníamos luz eléctrica en las casas, y nos iluminábamos en casa y en las bordas con teas, que eran zocas de pino viejo bien secas. Las teas se ponían en el tedero”.
Igualmente, con sus recuerdos nos retrotrae a aquella época en la que lavar la ropa era otra historia, nada comparable a cómo se hace hoy: “Lavábamos la ropa en el río, en el barranco de Chares. La llevábamos en un balde que iba encima de la cabeza. Entre el balde y la cabeza poníamos un cabezal.
Para blanquear la ropa la enjabonábamos y la poníamos al sol; pero lo normal era utilizar un roscadero, que era una pieza cilíndrica de mimbre. Allí la cubríamos con una tela, y encima poníamos ceniza. Se iba echando encima agua caliente, que después salía por abajo, por una canaleta”.
Eran, sin duda, otros tiempos, tiempos en los que la leche se tomaba con sal y cocida en la sartén; o en los que la lechuga se condimentaba con azúcar (todavía hoy esto es muy habitual en el valle de Roncal); o en los que los cuchareros venían de Castillonuevo, y tenían su cueva en el paraje de Sevince en donde hacían su labor; y en los que las abuelas hilaban el lino, la lana y el cáñamo usando la burquilla y el huso.
Cirila Garate fue de aquella generación que jugó a las tabas, que iba al pedregal a buscar arriskikos, o que jugaban al burro cantando el tantarantán. Y no sólo conoció y vivió el éxodo de las mujeres que acudían a Mauleón a trabajar en las alpargatas, sino que también conoció esa época –poco estudiada- en la que los hombres del pueblo marchaban también al país vecino, concretamente a Las Landas, a trabajar en la madera.
Recordaba también aquella época en la que la mendicidad era una práctica habitual: “Solía venir a Burgui un mendigo que nos daba a todas mucho miedo, y que iba pidiendo por las casas. Le llamábamos el loco de Bagués. Se emborrachaba, e iba siempre a dormir a casa Bertol. En el pueblo le sacamos una canción que decía: Ya viene Bagués a Burgui, / ya viene con su alforjón, / se enzorra en casa de Iglesia / y duerme en casa Bertol”.
Fue testigo de aquellos años en los que los niños salían en Nochebuena cantando por las calles del pueblo el kukulubitate; de aquellos otros en los que las mujeres se servían del horno de Portalatín para hacer el pan; o de aquellos en los que las mujeres y los hombres trasladaban temporalmente su residencia a las campas de Sasi para dedicarse a la siega.
Estos que aquí han quedado escritos son tan sólo una parte de los recuerdos de la tía Cirila; son el testimonio de unas formas de vida, y fiel reflejo de cómo vivían las mujeres. Algunos los considerarán más o menos interesantes, pero quieren ser, y son, un homenaje a Cirila Garate, y un homenaje, en definitiva, a todas las mujeres del mundo rural que vivieron su día a día, en silencio, en su tiempo…, llevando el peso de una sociedad en la que sólo ha pasado a la posteridad la vertiente masculina de la supervivencia.
El 9 de julio de 2007 cumplió Cirila Garate un siglo de vida recibiendo ese día el homenaje de la Junta del Valle de Roncal, del Ayuntamiento de Burgui, y de la asociación cultural La Kukula. Hoy, desde estas páginas, le despedimos compartiendo con todos los lectores sus recuerdos, la memoria de un siglo. Adios Cirila.
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