UNA IMAGEN CON DOS LEYENDAS
Texto: Fernando Hualde
La iglesia parroquial de San Pedro, en Aibar, acoge en su interior la
imagen, extremadamente flaca, de un Cristo crucificado cuyo origen se
desconoce.
Existen a lo largo de toda la
geografía de Navarra una pequeña colección de crucifijos que son más o menos
significativos e importantes dentro de la religiosidad popular de esta tierra.
En unos casos bien por la veneración que reciben, en otros por su importancia
artística, e incluso en otros porque se les atribuye algún milagro o algún
origen legendario.
Seguramente que el más emblemático
de todos ellos es el risueño Santo Cristo existente en el castillo de Javier, a
quien se le atribuye que lloró sangre en el mismo momento en el que en el
lejano oriente fallecía San Francisco Javier. Particularmente expresivo es el
Santo Cristo que se conserva en la iglesia de Zuazu (Izagaondoa), que también
tiene sus pequeñas leyendas. En Piedramillera (valle de la Berrueza) se venera
a otro Santo Cristo que en los años veinte convulsionó a media Navarra con una
serie de curaciones milagrosas, atribuidas a su mediación, que hicieron que
desde muchos rincones acudiesen a él en busca “de lo que no se puede comprar con dinero”. Y sorprendente por su
rareza artística es el Santo Cristo que se venera en la iglesia del Crucifijo,
en Puente La Reina, único en Navarra en el que los brazos de la cruz tienen
forma de “y” griega. Sin duda hay algunos más; de hecho en la propia ciudad de
Pamplona podemos llegar a ver algún crucifijo con el pie forrado de metal, para
evitar el deterioro, piadosa erosión, de tantas y tantas manos que le tocan el
pie antes de santiguarse. Pero hoy, vamos a centrar nuestra atención en otro
Santo Cristo, el Cristo del Amparo, en Aibar, que goza también de una gran
veneración popular.
Cristo del Amparo
Quedan atrás, a principios de este
mismo mes que ahora acaba, las fiestas que en Aibar sirvieron para honrar a su
Santo Cristo, más conocido a nivel popular como el Cristo del Amparo.
Hay que empezar por admitir que nada
se sabe de él. Como mucho podemos aportar que estamos ante una imagen gótica. Y
lo que si es constatable y documentable es que esta figura religiosa no ha
pasado desapercibida durante su existencia, sino que ha canalizado un fervor
popular durante siglos, que todavía hoy sigue vivo, fuerte, y muy arraigado.
Detrás de esta talla de madera,
elaborada por manos anónimas, hay un origen legendario. Esto le hace común a
algunos crucifijos famosos, pero lo que realmente le diferencia de estos es
que, no solo es de origen legendario, sino que en torno a su origen hay dos
leyendas diferentes y contrapuestas. Incompatibles ambas.
La primera de ellas sitúa a este
crucifijo en Jerusalén como punto de origen. Se dice que un grupo de caballeros
de Aibar, enardecidos por el espíritu cristiano y caballeresco de la Edad
Media, acompañaron al rey de Navarra, Teobaldo II, a su campaña de conquista de
Jerusalén. De sus peleas, luchas y conquistas, quisieron traerse de aquellas
tierras un recuerdo, y ese recuerdo fue esta cruz, portada a hombros entre
varios caballeros, lo cual hace aún más meritoria su presencia en la aibaresa
iglesia de San Pedro. Sobra decir que los vecinos de esta villa valoraron la
acción militar de los caballeros locales en los Santos lugares del
cristianismo, y tanto más, valoraron el recuerdo y el esfuerzo que suponía
traer esta cruz desde un lugar tan lejano. El crucifijo fue acogido con
sorprendente veneración y cariño.
Dicen Dolores Baleztena y Miguel
Ángel Astiz en su libro “Romerías navarras” (Pamplona, 1944), que “los aibareses, desde antiguo, junto con
otros muchos pueblos de cerca y de lejos, han vivido alrededor del Cristo un
clima de amorosa devoción manifestado en romerías y súplicas”. Esto es
constatable en momentos difíciles que ha vivido esta villa y su entorno, de
calamidades, plagas y sequías, que es cuando los vecinos han sacado de la
iglesia a esta imagen, parece ser que siempre con buenos resultados, “y con sus manos extendidas y sangrantes del
Divino Sacrificio, aplacó las iras del Padre, y bendijo los campos
multiplicando las cosechas, y consiguió para estos buenos hijos, gracias para
el cuerpo y para el espíritu”, en palabras y versión de los autores ya
mencionados.
Y luego está la segunda leyenda
sobre el origen de la imagen del crucificado Cristo del Amparo. La recoge Rosa
Iziz Elarre en su primer tomo de “Aibar / Oibar” (2008), dedicado a la
etnografía de esta localidad. Manifiesta ella que es una leyenda transmitida
por varios vecinos y vecinas, coincidiendo todos en el mismo relato: “En tiempos lejanos, apareció un mendigo en
el pueblo que reclamó hablar con el párroco, y ante él lo llevaron. El
pordiosero pidió permiso para estar tres días en la cambreta (se le llama
así a una habitación que hay en la iglesia, que tiene un balcón desde donde se
divisa todo el pueblo), solo y con la
puerta cerrada por fuera. El párroco accedió a tan extraña súplica y le suministró
comida a través de la gatera de la puerta. Pasados los tres días, el sacerdote
abrió la puerta y con asombro vio los alimentos intactos y al Cristo del Amparo
en la cruz”.
Contra la blasfemia
A finales del siglo XIX la Iglesia
Católica puso especial empeño en combatir la blasfemia. Desde los púlpitos se
arengaba a los feligreses advirtiéndoles de las nefastas consecuencias que para
sus almas tenía la blasfemia.
En Aibar, el párroco don Manuel
Armisén hizo oír su voz “dolida por la
extensión de la blasfemia, inconsciente y terrible plaga que se extendía más y
más entre sus feligreses y en toda aquella zona”, según relataban medio
siglo después Dolores Baleztena y Miguel Ángel Astiz en “Romerías navarras”.
Lo cierto es que el susodicho
párroco convocó en Aibar un acto público contra la blasfemia, en señal de
desagravio por todo lo que se venía oyendo. Para este acto se sacó de la
iglesia al Cristo del Amparo y se colocó en la plaza pública de la localidad,
para que presidiese tan piadosa manifestación popular, que estuvo precedida de
una solemne procesión. Al acto acudieron cientos de hombres, y también varios
ayuntamientos; unos y otros prometieron ante el Santo Cristo “luchar consigo mismos y con sus vecinos
para arrancar de raíz el mal”.
Pero… era tal la aglomeración de
gente que, en un momento dado, la plataforma que se había levantado para los
músicos acabó cediendo a causa de su peso. El problema no era solo que se
rompiese la plataforma y que se cayesen los músicos, sino que al cobijo de esas
tablas había decenas de personas, a quienes todo, tablas y músicos, se les vino
encima. Se dice que entre los gritos de angustia y los lamentos pudo oírse la
voz firme del párroco, diciendo “Mi vida,
Señor, por la de mis hijos”.
Cuando se acabó de retirar los
escombros, y se evaluaron los daños personales, la gran sorpresa, dicen, fue
que nadie salió malherido, ¡ni tan siquiera un rasguño!. Se consideró entonces
que aquello era milagroso, y más aún cuando un mes después, contra todo
pronóstico, fallecía repentinamente el párroco, que hasta entonces había gozado
de una salud pletórica.
Ante este luctuoso hecho, “y como muestra de la grandiosa voluntad de
curación del vicio de la blasfemia de estas gentes, como homenaje a aquel
párroco, promotor de esa delicada y necesaria reparación, en la iglesia de
Aibar puede verse un libro en el cual figuran las firmas de Ayuntamientos,
hombres y muchachos, de cerca y de lejos, que suscriben esta ingenua rima de la
promesa: ‘Prometí no blasfemar. Sed Vos testigo, Cristo de Aibar’”, narran
los mencionados autores en 1944.
Rosa Iziz, además de recoger esta
misma anécdota (ella la sitúa en 1895, y la otra pareja de autores en 1893),
nos recuerda que el 3 de mayo, fiesta de la Cruz de Mayo, “si coincide este día con domingo, se celebra el Santo Cristo, si no,
el domingo siguiente”. Con nueve días de antelación a esta fiesta los
aibareses celebran la denominada “Novena
del Santo Cristo”.
El día de la fiesta se comenzaba con
el canto de la Aurora, recorriendo las calles. Hoy se sale a las ocho de la
mañana, pero antaño era costumbre salir antes de que amaneciese. Recoge Rosa
Iziz que se canta la primera aurora en el Portegao, y después se va recorriendo
el pueblo con unos puntos fijos de parada. La música de esta letra la compuso
Javier Zoco, mientras que la letra es obra de quien fue coadjutor, Agustín
Rebolé.
Se acudía después a la misa mayor; y
cuando digo que se acudía me refiero a los vecinos de Aibar y a otros muchos de
los pueblos del entorno. Era un día importante.
Queda aquí la historia de este Santo
Cristo, en su mes, para que quede constancia de ella. Queda en el recuerdo de
la gente mayor aquella fiesta tan solemne que se hacía antaño en su honor, con
todo el gentío agolpado junto al atrio de la iglesia; queda también el recuerdo
de todos los puestos de golosinas que se ponían en la plaza por la que se
accede a la iglesia; para los niños ese era el día de romper la hucha, ¡y con
qué ilusión!.
Y allí están, también, apiñados bajo
el Santo Cristo, los “Apostolados de Ujué”,
una hermandad de hombres que, ataviados con sus túnicas negras, salen a media
noche desde Ujué, con una cruz a modo de báculo en su mano derecha y un farol
en su mano izquierda, y caminando llegan hasta la iglesia de Aibar para oír
misa junto al Cristo del Amparo, y seguidamente volver de nuevo, andando, a
Ujué.
Son historias de ayer, y son
historias de hoy, con el crucificado uniendo épocas y linajes. Es… el Cristo
del Amparo, el Santo Cristo de Aibar.
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