Texto: Fernando Hualde
Fotos: Archivo Txuri Beltzean y Fernando Hualde
Vista parcial de Vidángoz |
El sábado, a ritmo de lip-dub, los roncaleses recordarán en
Vidángoz-Bidankoze que su lengua es pieza importante e irrenunciable de su
identidad.
Este próximo sábado la localidad de
Vidángoz, o Bidankoze, celebrará el Uskararen Eguna, una fiesta roncalesa que
quiere llamar la atención sobre una parte muy concreta del rico patrimonio de
este valle, sin duda la más importante, pues no en vano es el nexo de unión de
todas esas parcelas que configuran este patrimonio.
Cuando hablamos de la indumentaria
roncalesa, cuando lo hacemos de las almadías, del queso, del Tributo de las
Tres Vacas, de los nombres de las casas, de los nombres de los parajes, de la
batalla de Olast, de Julián Gayarre, Gregorio Cruchaga, Mariano Mendigatxa, y
de muchas más cosas… algo fundamental a tener en cuenta es que todo eso, hasta
tiempos no muy lejanos, apenas dos generaciones, se ha vivido en vascuence, en uskara.
Difícil maniobra para los almadieros al pasar por delante de Casa Racas, donde nació el padre Prudencio Hualde |
Vivir en uskara
En uskara escribía el tenor Gayarre a su tía; en uskara predicaban los clérigos en la iglesia; en uskara se acusó y juzgó a quienes se les
creía brujas o brujos; en uskara se
enfrentaron hace quinientos años los roncaleses a las tropas del Duque de Alba
en las peñas de Oskía, en las campas de Noain, o entre los muros de la
fortaleza de Amaiur; en uskara daba
las órdenes Cruchaga a sus guerrilleros; y en esa misma lengua enseñaba el
maestro en la escuela hasta mediados del XIX, y se hablaba en las tabernas, y
en los egudiargos vecinales, y con el
vecino ansotano, y con el bearnés, y con el xuberotarra, y con el salacenco. Se
rezaba en uskara, se compraba en uskara, se sanaba en uskara, se llevaba esta lengua –y se
lleva- en el apellido, en el nombre de la casa, en el nombre de la tierra que
se cultivaba, en el nombre de la Virgen a la que se imploraba, en el nombre del
monte en el que apacentaban los rebaños. En la sangre se llevaba. En la sangre
la llevamos.
Es por ello que el uskara, en nuestra tierra roncalesa, es
la esencia de todo, el condimento de todas las salsas, la sabia de todos y cada
uno de los árboles genealógicos del valle; es la lengua que durante siglos,
¡decenas de siglos!, han oído los muros de nuestras casas.
Y nuestra lengua, siendo tan vasca
como la que se hablaba en Baztán, en Tolosa, o en las Encartaciones –por poner
algunos ejemplos-, tenía su propia riqueza lingüística que la hacía diferente,
más arcaica que ninguna, más pura. Con ella se entendía el abuelo, el mío, en
el mercado de Maule; con ella hablaba él en Ansó (Huesca) con los lugareños;
con ella se entendía con los pastores bearneses. Era la propia lengua quien
establecía las verdaderas mugas, y no las cambiantes fronteras administrativas.
Pero hubo un día…, y no está de más
repetirlo una vez más, en el que después de tantos siglos de presencia de esta
lengua…; hubo un día en el que nos impusieron a los roncaleses maestros
castellanos. Y lo malo no es que fuesen castellanos, que eso no es precisamente
un defecto, sino que con ellos venía la orden de imponer otra lengua castigando
la vernácula. Y, prácticamente ese mismo día, se abrió la carretera del valle,
entrando inmediatamente por ella los arrieros que no hablaban en uskara, y los andaluces que venían a
trabajar en las selvas, y los periódicos editados donde el uskara era puramente testimonial. Y a partir de allí, y mezclando
todos esos condimentos, hubo unos niños que se educaron con la convicción de
que conceptos como uskara y analfabetismo eran una misma cosa, de
que tras el uso de una lengua lo que había era un problema. Y poco a poco se
dejó primero de hablar en la escuela, y ya después en la iglesia, en los hornos
vecinales, en la taberna, en la calle, o con el vecino fronterizo, y… en casa.
Los últimos
El siglo XX vino acompañado del
fenómeno de los lingüistas, aquellos que quisieron rescatar, y rescataron, los
últimos vestigios de esta lengua, que vieron a mi abuelo Ubaldo, y a Fidela, y
a Simona, y a Pastora, a León, a Antonia, a Sotera, a Ricarda… como el eslabón
final de una lengua que se nos iba. Y que se nos fue.
Lo que se nos fue para siempre es la
lengua roncalesa, aunque justo es decir que gracias a ese trabajo combinado de
investigadores e informantes, se pudo rescatar mucho; y mucho quiere decir
miles de vocablos, canciones, frases, dichos y refranes, expresiones,
grabaciones… que se conservan, y que se deben conservar, como lo que son, como
un tesoro, como una reliquia de gran valor.
Pero con la misma fuerza, y con el
mismo ímpetu, con la que en este caso debemos de conservar estos restos
arqueológicos –lingüísticamente hablando-, debemos también de avanzar en la
idea de que la lengua vasca no es una pieza de museo. Lo es tan solo la
variedad roncalesa, la salacenca, la aezkoana…, pero hoy, con sus defectos y
sus virtudes, la lengua vasca está viva, y patrimonialmente conecta con aquél
último eslabón de la cadena de transmisión. Y en consecuencia hay que
conservarla, darle vida, y transmitirla.
Y digo también, que esa misma fuerza,
si se emplea en potenciar esa lengua, la nuestra, pero por otro lado admitimos
como autóctonas otras indumentarias, y otras costumbres, camufladas
erróneamente de vascas, flaco favor le estamos haciendo a nuestro patrimonio.
El uskara roncalés, la indumentaria
de este valle, las almadías, el ttun-ttun… como decían nuestros antepasados,
deben de ir tajo parejo, como han ido
siempre. Sin complejos y sin miedos.
En Vidángoz
Así pues, este año, este sábado que
viene, la cita es en Vidángoz-Bidankoze. Pocos pueblos hay que ostenten en su
historia la categoría y la autoridad moral que esta localidad roncalesa tiene
para alzar la bandera patrimonial del uskara.
El príncipe Bonaparte, desde fuera, y Mariano Mendigatxa y el padre Prudencio
Hualde, desde dentro, fueron en su tiempo la avanzadilla, el ejemplo y la
muestra de cómo empezar a rescatar de las cenizas una lengua. Tuvieron visión
de futuro, afortunadamente. Y Vidángoz es hoy ese pueblo, este sábado, quien
debe de recordarnos, que de las cenizas renació el ave Fénix.
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