12 DE FEBRERO DE 2012

BEROIZ (II)
AL OTRO LADO DE LA PUERTA

Texto y fotos: Fernando Hualde




Puerta de la Casa Nueva vista desde el interior

Dejamos que sean las puertas las que esta semana nos cuenten la intrahistoria de Beroiz (Izagaondoa), el día a día de lo que fueron sus últimos años de vida.

            19 de julio de 1936. En la llamada Casa Nueva, de Beroiz, la señora María se asomó primero a la ventana de su alcoba al oír las voces en el camino de abajo; finalmente tuvo que salir de casa y otear desde la puerta de la iglesia. No era normal ese alboroto, y lo peor fue, al asomarse, comprobar que detrás de aquellas voces no había más protagonista que el joven Carmelo, Carmelo Echávarren, hijo de Juan, el veterinario de Urroz. “¡Ha empezado la guerra!, ¡ha empezado la guerra!”, era su escueto pero alborotador mensaje, proclamado a plena voz desde allí abajo para que el lugar de Beroiz quedase enterado. Y sin desmontarse tan siquiera de su caballería siguió su camino hacia Turrillas, o tal vez primero Urbicain, no se sabe, y tampoco importa ya. Y la señora María lo vio alejarse al muchacho, tocado para la ocasión con una boina roja, y probablemente ataviado con la camisa caqui, de requeté, con los pies en los estribos, las manos asidas a las bridas, y la cabeza repleta de emociones e ilusiones. Y quien sabe si acompañando al ruido de los cascos con algún pletórico Oriamendi. “…por Dios, por la Patria y el Rey, lucharemos nosotros también…”.
            Lo pregonado por el urroztarra, que con anterioridad ya se barruntaba inminente, seguramente que habría dejado en la señora María un cierto poso de inquietud. Pero bastó dejar pasar unos días para comprobar que en Beroiz la noticia no había tenido una repercusión especial; tan sólo Mateo, un pastor de Gardalain que tenían allí contratado, fue quien al enterarse del inicio de la contienda, en ese mismo instante, sin dudar una décima de segundo, dejó la segadora en el monte, y allá que marchó, a empuñar una herramienta mucho más peligrosa, desde una trinchera que nada tenía que ver con el ambiente de quietud que en la poche de Zuza le aportaban sus ovejas.

La maleza asedia hoy el acceso a la iglesia de San Martín

Puerta de la iglesia

            Podrían haber sido estas líneas anteriores el inicio de una novela, pero nada más lejos de la ficción; esa fue la realidad. Ha bastado este escueto relato, real como la vida misma, para captar las historias que pudiera llegar a contarnos una puerta. En este caso fue la puerta de la iglesia de San Martín, en Beroiz; a la que tuvo que acudir la señora María, María Orradre, para enterarse del origen de esas voces, pues desde su casa la iglesia no le dejaba ver esa parte del camino.
            Esta misma puerta, la que daba acceso a la veneración de San Martín de Tours, si hubiese sobrevivido a estas décadas de abandono, podría habernos susurrado muchas más historias. Era una puerta, y un umbral, por el que se accedía a ese espacio por el que durante siglos y siglos han ido desfilando todos los vecinos, bien para ser recibidos en el seno de la iglesia a través del bautismo, bien para recibir el último adiós antes de recibir cristiana sepultura en el inmediato camposanto, o bien, simplemente, para que fuesen atendidas las necesidades espirituales de quienes vivían en Beroiz, o de quienes ocasionalmente lo visitaban.
            Cierto es que la actividad de esta iglesia venía ya muy mermada en las décadas previas a su cierre definitivo. Tan sólo se celebraba una misa al año, que era el 11 de noviembre, festividad de San Martín; ese era el día en el que los vecinos de Beroiz, arropados por los de Iriso, daban uso a su iglesia. Los domingos, y los festivos, acudían a misa a la iglesia de San Pedro, en Iriso, a tan solo quinientos metros de distancia. Y para los actos religiosos del día del Corpus Christie, los vecinos de Beroiz, junto con los de Iriso, marchaban a la iglesia de Ardanaz, en donde había procesión.
            Tan sólo unos años antes a esa única misa anual, el párroco, don Máximo –que era el párroco de Ardanaz- subía también a Beroiz a celebrar una misa el día siguiente de la festividad de Todos los Santos. Pero de esto… queda ya poca gente que se acuerde.
            También hay que reconocer que en fechas señaladas, sin necesidad de que hubiese un cura, los vecinos pasaban de la Casa Nueva a la iglesia para rezar allí la novena a San Francisco Javier, y también la novena a San José; que ninguna de las dos dejaba nunca de rezarse entre esas recias paredes del templo.
            Y fuera de eso… la última boda que se celebró en esa iglesia, según recuerdan Desiderio Martínez y su esposa Gloria Eslava, fue entre María Martínez y Máximo Otano, “igual acudieron 300 personas”, decía Desiderio, hermano de la contrayente.
            Es por ello que la propia puerta de la iglesia tendría que hacer un verdadero esfuerzo para rememorar aquellos tiempos. Tal vez habría oído alguna inocente confesión, o algún temperamental sermón con grandilocuentes recomendaciones morales, y letanías, y Kyries, y salmos, y plegarias a Santa Catalina, y… Nos podría contar también de cómo el día de Jueves Santo se hacía sonar las campanas a las 10 de la mañana para que los vecinos dejasen ya de trabajar; aunque en esos días santos tuviesen que ir todos a los oficios religiosos a la iglesia de Iriso.
            Incluso nos podría hablar de funerales y entierros. Desiderio Martínez nos ayuda a recordar uno de aquellos funerales que vivió esta iglesia, en el que la finada ni tan siquiera era vecina del lugar: “Nosotros teníamos parientes en Guipúzcoa, y en una ocasión vinieron desde allá tres tías mías para participar en la misa de aniversario de la abuela. Yo tuve que ir hasta Urroz con dos caballerías porque llegaban en ‘El Irati’. Las monté allí y las llevé hasta Beroiz. Entonces había hambre en muchos sitios, y por lo visto mis tías pasaban bastante hambre, cosa que en nuestra casa nunca hemos conocido. Tal fue la cosa que a la hora de comer mis tías se hartaron de comer, comieron un montón. Fue tan exagerada la cosa que mi tía Juliana, incomodada de tanto que había comido, se nos murió esa misma noche en casa, y la tuvimos que enterrar en el cementerio de Beroiz”.  
            En ese mismo camposanto una estela funeraria discoidea señalizaba la sepultura de Enrique Martínez, que fue quien en 1904 tomó la decisión de trasladarse con su familia a vivir a Beroiz dejando atrás su casa y su pueblo de Lizarraga. Ambos pueblos, Beroiz y Lizarraga, pertenecen a un mismo valle, al valle de Izagaondoa.
            Y… por hablar, hasta la puerta del confesionario tiene algo que contar; ¡tranquilos!, que el secreto de confesión va a quedar preservado. Nos cuenta la puerta que, pese a la ausencia de curas y de penitentes, no fue tan inútil aquél confesionario, que… alguien lo usaba para poner a buen recaudo una buena garrafa del mejor vino elaborado en Beroiz, que le garantizase su moderado consumo al hábil y astuto Desiderio. Queda dicho el pecado, y el pecador.

La Casa Nueva, y a la derecha la iglesia.

Puerta de la Casa Nueva

            La puerta de la iglesia se queda mirando al valle, como no queriendo ver esa otra realidad de Beroiz, mucho más mundana, que se vive a sus espaldas. Así que para conocer ese otro pulso vital de este lugar, obligadamente tenemos que recurrir a la puerta de la llamada Casa Nueva que, aunque muy maltrecha, todavía hoy se aferra con sus goznes y bisagras al marco que siempre le dio juego, como recordándonos que aún puede contarnos muchas cosas si hubiera alguien que quisiera escucharle.
            Hablábamos antes de María Orradre, y hablábamos antes también de la iglesia de San Martín. Pues bien, María era lo más parecido que podía haber a San Martín; si aquél santo compartió su capa con un pobre, María, que era la bondad personificada, también lo compartía todo. Allí, en la parte interior de esa puerta, se queda el recuerdo de aquellas multitudinarias cenas de Nochebuena, pobres y ricos en torno a una misma mesa; allí la señora María acogía a todos. No existía la excepción.
            Testigo, y beneficiaria de aquella bondad de María era Úrsula, una gitana de Urroz que durante muchos años acudió a por limosna a esa casa. Úrsula sabía que en Beroiz siempre iba a ser bien acogida por María, y que siempre iba a recibir de esta una buena limosna. “En una ocasión la madre estaba mala, en la cama, y cuando llegó Úrsula el padre le informó que su mujer no podía atenderle, pues no se encontraba bien; y la gitana, sintiendo que se quedaba sin nada, le dijo a mi padre: ‘ya podía haber sido usted el que se hubiese puesto malo’, y con eso se quedó mi padre”, recordaba Desiderio, hijo de este matrimonio.

En primer plano la Casa Nueva. Al fondo se vislumbra el Palacio

            Dice la puerta que allí todo giraba en torno a la mesa; en la época de la trilla trabajaban en Beroiz entre quince y veinte hombres habitualmente, y en esos días, y en esa mesa, se comían aquellos un cordero diario. ¡Y qué buenas que sabían aquellas habas que se trillaban en la era!.
            Otro detalle curioso, seguro que de grandes y muy buenos recuerdos; el año tiene 365 días, pues bien, si algo tenían en común dentro de esa casa todos esos días era que, como si de un ritual se tratase, a las seis de la tarde, tras la merienda y la jornada de trabajo, los hermanos Félix, Santos y Desiderio Martínez Orradre, desenfundaban la guitarra, la bandurria y el laúd, y allí que interpretaban y cantaban unas cuantas piezas. En ocasiones les tocó tocar en alguna boda, incluso en fiestas de algún pueblo; “desde Turrillas nos llamaron un año para que tocásemos en fiestas, porque el acordeonista se les tuvo que ir”, recuerda Desiderio.
            Y hablando de fiestas… Había dos fiestas, grandes y pequeñas. Las fiestas grandes eran en honor al patrón San Martín (11 de noviembre), y duraban tres días. “Se traía un acordeonista, un tal Villabona, guipuzcoano, que le gustaban mucho los menudicos de cordero; y ya después vino Ceferino, que es el que tenía el Bar Museo, en la calle San Gregorio, en Pamplona. Si llovía se hacía el baile en un granero, y sino en la era. El cuarto día se iba a la feria de Urroz, y se aprovechaba para comprar turrón”.
Comenta en Iriso el vecino Domingo Larraya que si el día de San Martín caía en domingo, ese día los vecinos de Iriso acudían a misa a Beroiz.

Las fiestas de Beroiz eran una cita obligada para mucha gente, “llegábamos a juntarnos hasta setenta personas; en casa se criaban pollos para esos días. Y antes se vestía mucho con corbata, al contrario que ahora”, indica Desiderio Martínez.
Se alojaba a la gente donde se podía, se llenaban todas las habitaciones de la casa, y se habilitaba un pajar para meter a las cuadrillas de mozos que no cabían en casa. “Se tumbaban todos para dormir, uno al lado del otro, en orden, y después iba uno con un rastrillo echándoles paja por encima. Y había uno al que le llamaban ‘Pololo’, y le solíamos gastar la broma de hacerle desayunar el primero, y lo hacía bebiendo leche directamente de las tetas de la vaca, pensando que después iban a desayunar los demás así”.
En otros pueblos los mozos solían rondar a las mozas marchando con la música de casa en casa. En Beroiz se puede decir que las fiestas se centraban en una única casa, “y entonces –dice Desiderio Martínez- los mozos íbamos por la casa, de habitación en habitación, rondando a las mozas”.
Las fiestas pequeñas eran en honor a Santa Catalina (25 de noviembre); “ese día nos limitábamos a hacer una buena comida”.
Y los carnavales… ¡qué recuerdos!. Cuenta Desiderio: “recuerdo que en una ocasión mi hermano Félix y yo nos disfrazamos de mendigos, y nos fuimos a Iriso a pedir limosna por las casas después de haber pedido en las de Beroiz. Con lo que recogimos hicimos después buena merienda”.

Restos del horno de pan
            Y todavía recuerda aquella puerta de la Casa Nueva cuando en aquellos años de la guerra por ella salían los niños de la casa para ir a la escuela, ¡pero a la escuela de Ardanaz!. A ella acudían los niños de Ardanaz, Beroiz e Iriso, se juntaban más de 40 alumnos. La maestra era doña Raimunda, coja. Existía también una especie de escuela nocturna, en la que don Eustaquio Eslava se esforzaba de formar a aquellos muchachos que a una edad temprana habían dejado la escuela para dedicarse a las tareas del campo.
            Al acabar la escuela… ¡vuelta a casa!; y nunca faltaba tiempo para jugar un poco. Solían jugar, principalmente, al fútbol y a la pelota. El campo de fútbol era un corral de ovejas, “y de balón teníamos un saco hecho una bola y atado con cuerdas”. Posteriormente cogieron la costumbre de ir a jugar a fútbol a Indurain, a un campo de rastrojos que había allí, “de portería poníamos unas piedras, y ya está; no había postes ni largueros; íbamos andando y volvíamos andando”. Al frontón jugaban en un granero, aprovechaban cuando éste se vaciaba. “Posteriormente se hizo un frontón en Iriso, de cemento, y ya entonces íbamos a jugar allí, y antes que en Iriso pusieron también en Reta”.
            Y la puerta, con la ayuda de Desiderio Martínez, podría seguir contándonos muchas más cosas; de cómo se hacía el pan en la masandería que había junto a la entrada, de cómo lavaban la ropa, de cuando se mataba el cerdo, de cómo se hacía el vino, del tiempo del estraperlo, de La Izagaondarra, de cuando subían a Izaga, o de cuando entró la primera radio a esa casa y a ese pueblo… Era el año 1945… cayó en toda Navarra una nevada que hizo historia. En el caso de Izagaondoa estuvo el valle todo un mes incomunicado. En cuanto se pudo empezar a transitar, Javier Martínez (Beroiz) y Daniel Larraya (casa Ilbarrena – Iriso), se fueron a Pamplona y compraron una radio cada uno, de tal manera que si volvía a suceder lo mismo no estuviesen tan incomunicados. Al menos, en el caso de Beroiz, esta fue la primera radio que hubo en el pueblo.
            Son puertas que hablan, que transmiten, que hacen que un pueblo nunca muera, porque nunca muere su memoria. Esto, y mucho más, es Beroiz. En Izagaondoa.

1 comentario:

  1. Pues con la misma calidad que el primer reportaje, un gran complemento entre los dos. Seguro que disfrutaste mucho oyendo estas historias tan humanas y entrañables.
    Las gentes que hayan leido estos reportajes cuando vayan por la carretera de Izagaondoa y pasen a la altura del pueblo ya no lo veran con la indiferencia con que seguramente lo habian visto otras veces, de ver una iglesia y un par de casas apenas en un alto, ahora lo miraran con curiosidad y se acordaran de que Beroiz pese a ser tan pequeño tuvo mucha historia e historias de gentes sencillas que hemos podido conocer gracias a ti.

    Saludos.

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