17 DE MAYO DE 2009

URZAINKI
USKARAREN EGUNA

Texto: Fernando Hualde



El próximo sábado, bajo el lema Behin batean, la villa roncalesa de Urzainqui acogerá una nueva edición del Uskararen eguna; una fiesta que tiene en el pasado un referente, que tiene en el presente un compromiso, y que tiene en el futuro una esperanza.

Behin batean…, érase una vez… un pequeño valle, rodeado de altas montañas, repleto de frondosos bosques, bañado de norte a sur por un cauce de aguas bravas y de no pocos barrancos. Era este un valle que estaba en el reino de Pyros. En el cielo, el vuelo majestuoso del quebrantahuesos; en sus selvas, la presencia invisible de los osos; en sus ríos, las escurridizas truchas poniendo en el agua sus destellos de plata. Todos ellos vivían allí, en ese paraíso natural; y todos eran importantes, y seguramente que necesarios. Nada sobra en la naturaleza.
Pero en el valle había algo más que montañas, y ríos, y bosques; había algo más que quebrantahuesos, y osos, y truchas. Estaba el ser humano ocupando su propio espacio, poniendo alma y sentido a la vida entre esas montañas. Eran hombres y mujeres, la cara racional del valle.
Los había que vivían apacentando sus rebaños, buscando siempre para ellos los mejores pastos. Con la llegada del otoño, antes de que la nieve tendiese su manto blanco, conducían a sus rebaños a otras zonas sin tanta montaña, sin osos, sin truchas, de amplios horizontes. Y pasado el invierno regresaban a casa.
Otros tenían en el bosque su medio de vida; lo explotaban de una forma ordenada, con inteligencia, desde dentro hacia fuera, forzando así la autoregeneración del bosque. Los troncos, amarrados con ligaduras naturales, formando balsas, eran conducidos por el río hacía otras tierras no tan favorecidas en riqueza forestal.
Había también en ese valle mujeres que trabajaban los campos, que cuidaban a los ancianos y a los niños, que se hacían cargo del ganado, que hilaban, y lavaban.
Los menos, se dedicaban al comercio, a herrar, a sanar enfermos, a elaborar el pan, o la cal, o a hacer tejas, o aparejos para las caballerías.
Cada gremio era un mundo; pero sucedía que el pastor que cuidaba el rebaño, el maderista que bajaba en almadías por el río, el clérigo que predicaba desde el púlpito, el tendero de la taberna, la hilandera, el médico, el maestro, el hornero…, todos ellos tenían una cosa en común, todos hablaban una misma lengua, vivían en esa lengua. Uskara le llamaban.
Al pájaro le decían txori; árdia a la oveja; a la noche se saludaban con un gai on tras retirarse del egudiargo; y se daban las gracias con un eskerrik anitx. Al niño se le dormía a ritmo de Margu lili artean…; en Navidad no faltaba nunca el Gaiaren gai ona. El maestro enseñaba los números en la escuela: bat, bi, iror, laur, borz… Y no conocían otra lengua aquellas gentes.
No es casual que al monte por cuya loma discurría una cañada le llamasen Argibidegainea; no es casual que al monte donde vivían los lobos le llamasen Otxanea; ni que a la fuente de agua fría la conociesen con el nombre de Uturrotz, ni que el alcalde se apellidase Ezker, o Ederra el cabrero, o que al paso natural entre dos montes le llamasen atea.
Pero dicen que un mal día alguien dijo y convenció que aquella lengua era signo de incultura; otro mal día al cura de Burgui le tuvieron que poner traductor en Pamplona; y en las escuelas pusieron maestros castellanos aquejados de una fuerte alergia a la lengua del país; y vinieron los arrieros con otra lengua; y fuera del valle empezaba a ser difícil entenderse, y…

Érase una vez que aquél valle vio como desaparecían los viejos indumentos, y vio como desaparecían las almadías del río, ya no martilleaba el herrero sobre el yunque, ni bajaban los rebaños a la Bardena con los chotos al frente, ni pasaban a Maule las alpargateras, y las cuadras quedaron vacías de caballerías, y la televisión sustituyó al egudiargo, y la salsa al ttun-ttun, y el pater noster al aitagoria, y… Y con la desaparición de tantas y tantas formas de vida, desapareció también la lengua en la que estas se desarrollaban, como si obligadamente tuviesen que tener un mismo y triste destino. Y para colmo de males…, raras veces vuela ya el quebrantahuesos, y el oso y el pastor parecen extinguirse a la par; y las garzas y los cormoranes, advenedizos ellos, se han comido a las truchas que desde siempre habían poblado el valle.
Pero, ¡cuidado!, los cuentos no suelen acabar mal. De hecho, aunque ya murió Fidela, y Simona, y Pastora, y Doroteo, y Ubaldo, y León, y aquellos últimos euskaldunes, ¡el uskara vive!.
Vive en la toponimia, vive en los apellidos, vive en los nombres de las casas, vive en los nombres de los pueblos, vive de nuevo en la escuela, vive en la ilusión de muchos vecinos, vive en el respeto de quien no lo habla. Y este sábado vivirá en las calles de Urzainqui, y latirá con fuerza, y con esperanza.
Érase una vez…, behin batean.

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