Texto: Fernando Hualde
Foto: Diario de Noticias
La exposición “Pamplona y San Cernin 1611-2011” que se clausura el día 3, cierra los actos conmemorativos del cuatrocientos aniversario del patronazgo en Pamplona de San Saturnino.
El próximo día 3 de marzo será el último día en el que se pueda visitar la exposición “Pamplona y San Cernin 1611-2011” , que se inauguró en el Palacio del Condestable el pasado 28 de noviembre, víspera de la festividad de San Saturnino, o San Cernin (en lengua occitana), con la que se ha querido conmemorar el IV centenario del voto de la ciudad de Pamplona para la celebración de su fiesta, es decir los cuatrocientos años de su condición de patrón de esta ciudad.
Hay todavía margen, no mucho, para que quien no haya visitado todavía esta muestra, no se quede sin hacerlo. Merece la pena hacerlo, especialmente si se tiene la suerte de poder pillar alguna de las visitas guiadas que hace la guía que atiende esta exposición, quien con mucho arte es capaz de ofrecer una visión tan imparcial como pedagógica de lo que supuso y supone para Pamplona la figura de San Saturnino, sus reliquias, su iglesia, su burgo, o la imagen de Nuestra Señora del Camino.
Es una exposición dividida en cuatro partes, perfectamente estructurada, siendo a la vez toda una exhibición de piezas y documentos que la impregnan de calidad y de autenticidad, y que nos acercan a la realidad de lo que en los últimos siglos ha sido, y es, la devoción a San Saturnino, y a toda la leyenda que envuelve, interfiere, y se mezcla con su biografía. La muestra plasma perfectamente cuanto hay de historia y cuanto hay de creencias populares, creencias estas que en muchos casos se afianzan sobre episodios reales, o sobre episodios no documentados (leyendas). Todo esto, entremezclado, y sometido a un proceso de siglos, que abarcan mucho más que los últimos cuatrocientos años de patronazgo, forman parte del patrimonio religioso de la ciudad de Pamplona; el mismo que recoge esta exposición.
Objetos
Un curioso plano de la ciudad, plano y alzado para ser exactos, elaborado en 1767 y atribuido al arquitecto madrileño Pablo Ramírez de Arellano, es el que nos permite contextualizar el escenario de aquella ciudad del siglo XVII, no muy diferente a la del siglo XVIII que nos muestra el mencionado plano, que en 1611 daba el paso de nombrar a San Saturnino como patrón de esta ciudad; quedando así para San Fermín el patronazgo de la diócesis eclesiástica, y posteriormente su condición de copatrono de Navarra, compartida a partes iguales con San Francisco Javier.
Es una buena oportunidad para acercarnos a la religiosidad popular de aquella Pamplona de hace unos siglos. Si en algunas portadas románicas vemos talladas en piedra auténticas lecciones de catequesis, aquí, a través de arte y de la artesanía, vemos también pequeñas lecciones teológicas, o esbeltas biografías, bordadas en hilo de oro, de la vida, en este caso, de San Saturnino. Así pues, podemos ver una capa pluvial, reservada para las grandes solemnidades, elaborada sobre raso carmesí entre los años 1576 y 1584, en la que como si de viñetas de hilo de oro se tratase, podemos ver siete momentos de la vida del patrón de Pamplona; concretamente su ciclo vital, su predicación en Pamplona, y su martirio en Toulouse arrastrado por un toro. Esta pieza, que es ahora la tercera vez que se exhibe en público, por sí sola bien merecería una visita a esta exposición.
Otra lección, teológica en este caso, son esos cuadros, grabados, y bordados en los que vemos a San Fermín y a San Saturnino mirando hacia arriba, concretamente hacia la Virgen del Camino. Téngase en cuenta que hace cuatrocientos años quienes sabían leer eran minoría, y eso explica la importancia de las expresiones gráficas, como este tipo de grabados o de cuadros, con los que la Iglesia Católica, por un lado complacida de que la presencia de unas reliquias haya disparado la devoción popular hacia estos dos santos obispos y mártires (Fermín y Saturnino), y por otro lado preocupada por ese culto deísta que se les llega a dar, a través de esta imagen concreta marca perfectamente el escalafón que dentro de la fe hay que darle a estas figuras; y es así como nos indica que por encima de los santos está la Virgen (representada por la Virgen del Camino), y por encima de ella sólo Dios (representado por la paloma del Espíritu Santo).
Una pieza que particularmente me ha parecido sobrecogedora es una Cruz procesional de plata, bañada en oro, correspondiente a la iglesia parroquial de San Saturnino, y de la que se sabe que es anterior a 1527 y posterior a 1423. Toda una exhibición de repujado y de filigranas, y que a pesar de las reformas y transformaciones a que ha sido sometida –particularmente la de 1780- conserva todo su esplendor y su aspecto primitivo.
Mención especial merece también la imagen de San Saturnino (de Artajona), en la que vemos al obispo en posición de pie y sin barba, a diferencia de otras muchas imágenes, como las de Pamplona, que lo representan barbado y sentado; en cualquier caso la iconografía lo recoge siempre con báculo y mitra.
Iruña
Nos perdemos muchas veces en disquisiciones en torno a si Pamplona o si Iruña, siempre en función de la ideología política que uno haya mamado. Pues bien, cualquiera de las dos formas eran empleadas siglos atrás sin causar resquemor alguno. Y una prueba más de ello la podemos encontrar en esta exposición con la presencia de documentos que recogen ambas formas, aludiendo siempre al mismo entorno o ámbito geográfico.
Mención especial merece el documento en el que el rey Alfonso I el Batallador le concede el fuero de Jaca a los francos que habitaban el burgo de San Saturnino. Se trata de un texto del año 1129 que, en su segunda línea, menciona a Pamplona como “Iruina”; no hay que olvidar que fonéticamente la “i” seguida de la “n” se convierte en el sonido de la “ñ”.
En fin. Como he dicho al principio, estamos, a mi entender, ante una buena exposición, ante una exposición que no debiéramos dejar de ver. Sin prisa, disfrutando de cada uno de los objetos, aprendiendo, interpretando… Este próximo viernes, día 3 de marzo, acaba. Es difícil que vuelva a haber, o que nosotros volvamos a conocer, otra oportunidad para ver de cerca las tallas de San Saturnino de Pamplona y de Artajona, o esa capa pluvial que desde la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929) no se había vuelto a exhibir, o esa concesión manuscrita del fuero de Jaca, o esa Cruz procesional de plata de más de cinco siglos de antigüedad, o esos relicarios, o tantas y tantas piezas que son de propiedad particular (coleccionistas) y que excepcionalmente se han podido agrupar para esta ocasión. Lo dicho, una oportunidad única.
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