ARCHIVO DIOCESANO
CATALOGADOS MILES DE DOCUMENTOS
Texto y foto: Fernando Hualde
Acaba de ver la luz el tomo número 31 del Catálogo del Archivo Diocesano de Pamplona. Detrás de toda esta obra existen miles de horas de trabajo y una labor profesional que no se puede ni se debe pasar por alto.
A quienes nos gusta hurgar en los archivos para ir entresacando la historia y la intrahistoria de nuestra tierra, y ya de paso ofrecerla a los lectores, nos resulta fundamental esa labor previa que se hace en los fondos documentales institucionales de catalogar todos esos miles de papeles y legajos. Si no existiese esa labor de catalogación, nunca reconocida de forma pública, sería prácticamente imposible poder acceder a toda esa información.
En el casco antiguo de Pamplona se concentra un porcentaje muy importante de la base documental de la historia de Navarra; el Archivo General de Navarra, el Archivo Municipal de Pamplona y el Archivo Diocesano de Pamplona conviven a relativamente poca distancia. De esos tres importantes archivos hoy vamos a fijarnos en el último de los citados, el Archivo Diocesano de Pamplona, que puede presumir de tener una catalogación impecable. Vaya por delante que los otros dos archivos citados, de los que ya hablaremos en futuras ocasiones, también la tienen.
Tomo nº 31
Todo esto viene a cuento de que acaba de publicarse el tomo número 31 de los catálogos del Archivo Diocesano. El primer tomo vio la luz en el año 1988, editado por el Gobierno de Navarra, en medio de todos los parabienes que entonces, acertadamente, le dedicó el consejero socialista Román Felones. Desde entonces el gobierno foral ha ido editando periódicamente un tomo detrás de otro, dando luz así a la impresionante labor que durante las últimas décadas han desarrollado los sacerdotes José Luis Sales Tirapu e Isidoro Ursúa Irigoyen con toda la Sección de Procesos que acoge ese archivo.
Ya sabemos que un catálogo documental no es como una novela; el catálogo tiene un público muy limitado, y seguramente que si alguien piensa en hacerse rico con la venta de estos libros se va a llevar un chasco de los grandes. Pero en el otro lado de la balanza está la responsabilidad institucional de recoger, cuidar, catalogar, difundir y hacer accesible todo el patrimonio documental que hay en Navarra; que es algo que no se puede ni se debe descuidar.
Y el Archivo Diocesano es un fondo documental de una magnitud que nos sorprendería, lo mismo en cantidad que en calidad de documentos. Los miles de documentos que allí se conservan inciden de lleno en la intrahistoria de todas las localidades de Navarra, inclusive aquellas que ya nadie habita. Son numerosos los pueblos que un día perdieron su vida humana, primero, y después sus casas, y su nombre; sin embargo la memoria de ellos se mantiene viva en el Archivo Diocesano y en el Archivo General de Navarra a través de infinidad de legajos y viejos papeles que a algunos se les antojan ilegibles. Es fundamental conservar todo esto; es fundamental darle la importancia que merece, que es mucha; y es fundamental ejercer responsablemente esos mencionados principios de recuperación, conservación, catalogación, difusión y accesibilidad; principios estos en los que obligadamente se apoya en Navarra la Ley de Patrimonio y la nueva Ley de Museos.
Como digo, acaba de salir el tomo número 31 de la catalogación de la Sección de Procesos del Archivo Diocesano. Este tomo tiene una particularidad, y es que ha tenido que ser editado por el Arzobispado. Hasta ahora lo hacía el Gobierno de Navarra, pero parece que el nº 30 lleva unos años atascado en las imprentas forales, y no acaba de ver la luz en base a otras prioridades editoriales. Es una verdadera pena que se haya forzado ese retraso. La edición de los catálogos del Archivo Diocesano ha decidido, con muy buen criterio, seguir su marcha, en esta ocasión bajo el patrocinio de la propia Diócesis.
La otra novedad de este nuevo tomo –a la venta en el Archivo Diocesano- es el relevo del sacerdote Isidoro Ursúa por el seglar Antonio Prada Santamaría. Merecido descanso el de Isidoro Ursúa, autor de varios libros sobre Navarra, particularmente sobre su valle de Guesalaz. El archivero diocesano José Luis Sales queda como denominador común de todo este trabajo de catalogación.
Por lo demás, este tomo número 31 incluye la ficha, nada menos, que de 1602 procesos, todos ellos del siglo XVIII.
Labor de catalogación
Sé muy bien que a José Luis Sales le gusta pasar desapercibido. La suya, en mi opinión, es siempre una labor callada y discreta; sin embargo, aun a riesgo de que se me enfade un poco, quisiera dejar constancia aquí de todo el trabajo que esconde cada uno de esos tomos que van saliendo a la luz, sin olvidarme en absoluto de la parcela de responsabilidad que le corresponde a Isidoro Ursúa, y desde hace poco a Antonio Prada.
Catalogar un proceso significa, en este caso, leérselo de arriba abajo, o la mayor parte de su texto, para buscar la base del argumento; en algunos casos hablamos de cientos de páginas de difícil caligrafía; sirva como dato curioso de que en este último tomo solamente los trescientos primeros procesos ya alcanzan la cifra de 25.000 folios. Para ello hay que descifrar lo que pone; y descifrarlo conlleva dominar la historia eclesiástica, conocer el mecanismo de funcionamiento interno de la diócesis, conocer las abreviaturas que se emplean en cada época, conocer los vocablos de cada momento, un dominio total de la paleografía, manejar con habilidad apellidos y topónimos, y muchas cosas más que no voy a enumerar para no cansar al lector. Y una vez leído todo el proceso hay que hacer la ficha correspondiente, en la que resumidamente se explica en qué consiste ese proceso y cual es la sentencia; esa ficha lleva además los datos propios de una catalogación (nombre del secretario, fecha, signatura, etc.).
Y ahora piensen ustedes que a lo largo de esos 31 tomos hay miles de fichas, y a partir de allí deduzcan todo el trabajo profesional que esconden esas páginas. Sépase también, a título de curiosidad, que tal y como está estructurada la Sección de Procesos, se puede precisar ya que la catalogación de esa sección se cerrará con 44 tomos.
Bien…, no es momento aquí de lamentaciones sobre ese atasco editorial forzado desde el Gobierno de Navarra, que por otra parte es de esperar y desear que se resuelva cuanto antes. Y sí que es momento, después de 31 tomos, de quitarse el sombrero ante todo el trabajo realizado, que es mucho y muy bueno. Yo invitaría a los lectores a acercarse con más frecuencia a nuestro patrimonio documental; una buena forma para iniciarse en él son precisamente estos tomos del Archivo Diocesano, que cuentan con su índice toponímico, con su índice onomástico, y con su índice de materias; y que además los resúmenes de sus contenidos, diría incluso, están escritos con cierta gracia, convirtiéndolos en algo muy ameno y repleto de curiosidades protagonizadas por nuestros antepasados.
Sobra decir que ningún Ayuntamiento navarro, ni biblioteca que se precie, debiera dejar de tener esta colección de catálogos. En ellos queda reflejada una parte muy importante de la historia y de la intrahistoria de cada localidad de Navarra. En los últimos años se ha conseguido, gracias al mencionado equipo de trabajo, sacar a la luz, averiguar, qué es lo que había en todos esos miles de legajos; y lo que allí había, y hay, es nuestro pasado, el pasado de quienes nos precedieron, con nombres y apellidos, con fechas, con lugares… y ese es un tesoro que será aún más valioso el día que podamos anunciar que ha visto la luz el último de los tomos, el número 44.
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