23 DE ENERO DE 2011

CARBONEROS EN EUGI
UN OFICIO EXTINGUIDO

Texto y fotos: Fernando Hualde

Edificio que acoge al Centro de Referencia Histórica de Eugi
 

En los montes de Eugi ya no salen las columnas de humo como antaño. El oficio de carbonero ha pasado a mejor vida, y con él el carbón vegetal. He aquí algunos testimonios de lo que aquello fue.

Recientemente se ha inaugurado en Eugi el Centro de Referencia Histórica, un espacio que recoge la historia y las formas de vida de esta localidad. Estamos ante una puesta en valor de determinados elementos del patrimonio local cuya importancia trasciende ampliamente de ese ámbito, convirtiéndose en referencia obligada para quien quiera investigar o profundizar en temas como la explotación de la magnesita, la elaboración de armaduras (Eugi contaba siglos atrás con la principal fábrica de todo el estado), la fabricación de armas –muy especialmente balas de cañón-, y el mundo de las ferrerías en general.
Este centro, incide también de lleno en determinados aspectos etnográficos de la vida local, como la matanza del cerdo, los carnavales, las fiestas, el contrabando, los recursos naturales, etc. Y dentro de estos últimos recursos, hoy vamos a fijarnos en uno de ellos, el del carbón.


Carbón para todo

Siglos atrás las carboneras tenían una especial importancia en los montes de Eugi; a la función propia de estas, común a cualquier otra localidad, había que añadir lo necesario que era aquí el carbón para mantener encendidas de forma permanente todas las fraguas de las ferrerías y de la fábrica de armas. No resulta difícil imaginar aquellos montes llenos de columnas de humo, síntoma inequívoco de la vida que en ellos había. Todavía hoy pueden verse los gigantescos depósitos de carbón que tenía, a orillas del Arga, la Real Fábrica para su funcionamiento.
¿Cuántas carboneras se habrán quemado a lo largo de los siglos en los montes de Eugi?, ¿cuántos kilos de carbón se habrán producido aquí?. Son datos que nunca llegaremos a saber, pero que sin duda nos sorprenderían. Lo que sí es cierto es que el mundo del carbón ha sido en Eugi de vital importancia; el de carbonero ha sido uno de los oficios que estaba totalmente entroncado en el día a día de los vecinos de esta localidad fronteriza, igual que el de contrabandista. Uno de los últimos carboneros locales fue Narciso Azparren, que murió con 102 años; y probablemente los últimos carboneros que ejercieron en esta localidad fueron Javier Loizu y Javier Vidaurreta (de casa Jaunzar), que a finales de los años ochenta del siglo XX todavía hicieron una carbonera. Salvo esta excepción hay que decir que las últimas carboneras se hicieron hacia el año 1960. A mediados del siglo XX se calcula que podía haber en esta localidad unos treinta carboneros.
Era frecuente en el monte de Eugi la construcción de carboneras por parte de los vecinos del pueblo. Sin embargo todavía hoy hay quien recuerda que hace muchos años venían a hacerlas personas de Tierra Estella, concretamente de las Améscoas; si bien hay que dejar claro que la tradición carbonera de los vecinos de Eugi no solo es incuestionable, sino que además, documentalmente, será en Navarra de las más antiguas que existen.
Desde que se cerró la fábrica de armas el carbón que se hacía en los montes de Eugi servía para atender las necesidades de cada familia, pero también se comercializaba en Pamplona. Se han recogido algunos testimonios de vecinos de Eugi, lógicamente de tiempos mucho más actuales, que recuerdan que los mayores se dedicaban a transportarlo hasta la capital con caballerías: “Había un tal Soto, ‘Sotico’ le llamábamos, que solía llevar el carbón a Pamplona a lomos de las caballerías; incluso había mujeres que también se dedicaban a eso. Salían de noche, y entre Saigós y Eugi había un tramo que en invierno se formaba mucho hielo, y recuerdo que tenían que andar echando mantas en el suelo, sobre el hielo, para que pudiesen pasar las caballerías. En Pamplona vendían el carbón, y muchas veces ese mismo dinero que ganaban lo gastaban en comprar otras cosas que traían al pueblo; así que iban sin dinero y volvían sin dinero”, recordaba Guillermo Oroz (Eugi, 1930), buen conocedor del oficio de carbonero por haber trabajado en ello no pocas veces.

            Hasta el año 1961 el concejo de Eugi hacía un reparto para la elaboración del carbón de 80 lotes para 80 familias. No quiere esto decir que las 80 familias se dedicasen a hacer carbón, pues muchas de ellas cedían su explotación a otras, bien la totalidad del lote, o bien parcialmente.
De cada lote salían 40 toneladas, lo que equivalía a 40 cargas; a su vez cada carga suponía unos 4 sacos de carbón; y cada saco pesaba 30 kilogramos.

Panorámica de Eugi con el embalse

Construcción de las carboneras

            El tiempo para hacer carbón era todo el año, aunque se procuraban evitar las temperaturas extremas. No era bueno hacerlo cuando hacía exceso de frío, ni cuando hacía demasiado calor.
A la hora de levantar una carbonera se buscaban pequeñas eras, comúnmente llamadas plazas, que debían de estar en sitio llano. Las plazas ideales eran las viejas, las que ya se habían usado otras veces; “era mejor la tierra empleada otras veces”, decía Guillermo Oroz, uno de los últimos carboneros.
El primer trabajo era hacer un círculo con estacas para delimitar lo que había de ocupar la carbonera, y después se trataba “de dejar la plaza bien llana”.
Con pequeñas leñas se levantaba en el centro la chimenea, de hueco cuadrado. Y a partir de allí se iba construyendo la carbonera a base de piezas de leña de unos 20 centímetros de diámetro. Esta leña no debía de tocar el suelo, por lo que previamente se le había hecho un colchón fino de ramas, que se asemejaba en su aspecto a la rueda de una bicicleta, con sus radios. Las leñas más largas se ponían en la parte baja, y conforme más pequeñas eran se iban poniendo más arriba; hasta completar el cono. “Se aprovechaba todo”, dice Guillermo Oroz.
Una vez construida la carbonera se cubría bien con hoja de helecho, y después con tierra (la capa de hojas de helecho evitaba que la tierra entrase dentro). Y a partir de allí era cuando, con una “escalera” se accedía hasta la parte alta y se metía fuego en su interior; previamente se había llenado de minúsculas leñas, del tamaño de un dedo o más pequeñas; todo este material que se metía era lo que se denominaba betegarri. Con una vara larga de haya, el haga, se ayudaban para mover esas pequeñas leñas facilitando así que prendiesen; y una vez conseguido esto se dejaba que la combustión siguiese su proceso.
Inicialmente cerca de la punta del cono se hacía unos arrondokos (agujeros) para facilitar la combustión y para que todo respirase bien. Conforme se iba quemando todo el interior se iban haciendo los agujeros más abajo, sabiendo que estos servían para derivar la combustión hacia esa zona. Había que vigilar el aire, “donde pegaba el aire no hacía falta hacer agujeros; y si había cerca algo de agua, no sé porqué, pero el fuego tenía tendencia de ir hacia allí”, explicaba Francisco Mari Sotro. Era importante que se fuese quemando todo a la vez. Cuando del agujero salía humo azul eso quería decir que el carbón ya estaba hecho.
Era fundamental vigilar bien la carbonera, sobre todo los primeros días.
A la hora de apagar la carbonera lo que se hacía era limpiar la capa exterior de tierra, de tal forma que se quitaba un pequeño tramo vertical de tierra (hasta dejar el helecho o la leña a la vista), y se volvía a llenar de tierra seca (nunca tierra húmeda), también se aprovechaba la que se había quitado, pero antes había que limpiarla con un rastrillo, de tal manera que lo que quedaba era casi todo polvo; seguidamente se hacía lo mismo con la franja contigua, y así hasta completar todo el perímetro.
El siguiente paso era hacer lo mismo, pero quitando además de la tierra la capa exterior de carbón; y en cada vuelta se hacía la misma operación de renovación de la tierra y se iba quitando carbón con el mako hasta desmontarla completamente.
Si a la hora de construir la carbonera no se había hecho previamente una buena base de ramas, lo que solía suceder era que la parte inferior de las leñas que estaban más abajo (la parte más próxima al suelo) se quedaba sin quemar, sin hacer carbón; a esos tramos de leña se les llamaba lintxos.
El trabajo de la carbonera finalizaba con la tarea de cargar todo el carbón en sacos. “Normalmente de una carbonera de tres alturas sacabas unos 200 sacos de carbón”, decía Francisco Mari Sotro.

Hoy, metidos ya en la segunda década del siglo XXI, las carboneras en Eugi pertenecen al pasado, como tantas otras formas de vida. Todavía, como se puede ver, podemos recoger testimonios de lo que un día fue aquello, de cómo se hacían, cuando, quienes… Dentro de no muchos años, ya ni eso.
Es por ello, que este nuevo espacio cultural del que se ha dotado el concejo de Eugi, trata de mantenerse fiel al espíritu de aquellos carboneros. Los últimos que mantuvieron vivo este oficio ocupaban a la hora de levantar las carboneras las mismas plazas que antes habían ocupado sus padres, y sus abuelos, y otras muchas generaciones que les precedieron. Ese espacio físico, como esa técnica que empleaban, se la transmitían generacionalmente, así lo hicieron durante muchos siglos, hasta… ayer.
Así pues, el concejo ha querido recoger todo ese rico patrimonio que tiene Eugi, y dejarlo preparado para que, como las plazas de las carboneras, pueda transmitirse a partir de ahora de una generación a otra para que nada de esta historia se pierda. Que no se rompa ahora la cadena. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario