5 DE DICIEMBRE DE 2010

MONSEÑOR MARTÍNEZ-COMPAÑÓN
Y SU AVENTURA EN PERÚ

Texto: Fernando Hualde



Descubrimos hoy la figura y la obra de un clérigo navarro, monseñor Martínez-Compañón, que en el siglo XVIII puso en marcha en Perú un ambicioso plan educativo para la población indígena.

Hace unos días el aventurero Miguel de la Quadra-Salcedo presentaba en rueda de prensa la expedición proyectada para la Ruta Quetzal 2011. Nuevamente esta afamada iniciativa va a volver a tener sabor navarro, y lo que es mejor, el paso de la expedición por Navarra va a servir para rescatar, aunque solo sea un poco, la memoria de un hijo de esta tierra, que es aquí un gran desconocido, y que en América goza de un reconocimiento que se aproxima bastante a lo que realmente se merece.
Hablo de Baltasar Jaime Martínez-Compañón, nacido allá en el año 1735 en la localidad navarra de Cabredo. Hablo de uno de esos muchos personajes cuya obra social y humana, hoy más que nunca, es digna de ser puesta como modelo. Hablo de quien oportunamente perpetuó decenas de palabras de diferentes lenguas indígenas que hace mucho tiempo que quedaron ya extinguidas. Y hablo de uno de los más importantes precursores de la educación indígena. Lamentablemente, como digo, en Navarra ha sido hasta la fecha un personaje totalmente e incomprensiblemente desconocido.


Obispo de Trujillo

Recorriendo brevemente su biografía, diremos que Jaime Martínez-Compañón y Bujanda nació en la villa de Cabredo, muy cerca de la Sierra de Codés, un 6 de enero de 1735 (algún biógrafo sitúa su nacimiento en 1737). Nuestro hombre estudió Derecho en la Universidad de Oñate, de la que llegó posteriormente a ser rector. En 1761 es ordenado sacerdote, y siete años después, en 1768, lo vemos ya ocupando el cargo de chantre de la Catedral de Lima, en Perú, por designio del rey Carlos III.
El Papa Pío VI le nombra en 1779 Obispo de la ciudad de Trujillo, accediendo a la sede episcopal en 1780 y permaneciendo en ella durante diez años, pues en 1791 pasa a ser nombrado Arzobispo de Santa Fe, ciudad ésta en la que fallecería siete años más tarde.
Pero vamos a detenernos un poco en sus casi diez años al frente de la diócesis de Trujillo. La verdad es que este buen navarro podía perfectamente haber cumplido con los mínimos que conlleva el cargo; pero es evidente que fue más allá de lo que cualquiera le hubiese pedido. Se “complicó” la vida implicándose en la causa de los indígenas, hasta el punto de que elaboró y puso en marcha un ambicioso plan educativo en toda esa zona que hoy, se mire por donde se miré, es digno de admiración.
Lo cierto es que monseñor Martínez-Compañón no se estuvo de brazos cruzados. Durante sus casi diez años al frente de la diócesis de Trujillo fundó veinte pueblos y trasladó diecisiete; construyó nada menos que 54 escuelas para atender y dar efectividad a todo su plan educativo; construyó también seis seminarios, cuatro casas de educación para indios y treinta y nueve iglesias, a la vez que restauró otras veintiuna; construyó una extensa red de caminos, 180 leguas de nuevos caminos en total; complementado todo ello con la construcción de tres acequias. Se preocupó de fomentar la agricultura del cacao y del lino; y en un ejemplo más de practicidad sembró árboles en toda la región de Sechura.
Para que nos hagamos una idea un poco más clara de la envergadura de toda esta labor, baste con que sepamos que todo el área de trabajo del clérigo de Cabredo ocupaba una extensión de ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados que integran costas, sierras y amplias masas de selva amazónica que en aquél momento eran desconocidas e inexploradas, lo que hoy sería el Valle del río Marañón.


Cultura Moche

Al margen de esta magna obra social y educativa, hay otro aspecto en la vida de monseñor Martínez-Compañón que sorprende sobremanera. Estamos ante un arqueólogo y ante un etnólogo de primer orden.
Carlos III encargó a las autoridades eclesiásticas y a las autoridades civiles, a través de una Real Cédula, que se ocupasen de proteger y recoger en aquél continente todas aquellas cosas que considerasen “raras”, curiosas, o de una antigüedad notoria, para que no se perdiesen. Probablemente, desde la perspectiva de hoy alguien podría considerar aquello como un expolio al patrimonio indígena, sin embargo hay que admitir que de aquél patrimonio indígena tan sólo ha llegado hasta nuestros días aquello que entonces se recogió. Aquél material quedó depositado en el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid.
Y es aquí en donde hoy Perú puede decir que la labor de Martínez-Compañón fue clave para conocer hoy, con todo lujo de detalles, la realidad natural y sociocultural de aquellas gentes. El trabajo que hizo el de Cabredo fue recogido en nueve volúmenes que contenían 1.411 dibujos (era un buen dibujante), que hoy se conservan en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, y que sirvieron para publicar la obra Trujillo del Perú.
Martínez-Compañón estudió, ordenó y catalogó numerosas piezas de cerámica de la denominada Cultura Moche. Todas ellas las dibujó, y son esos dibujos los que hoy con gran celo se conservan. A todos esos dibujos hay que añadir cartas y planos, retratos de obispos de Trujillo, uniformes civiles y militares, clero secular y regular, trajes de indios y de españoles, descripción minuciosa de costumbres, de la vida agrícola, de la industria, minería, caza, pesca, deportes, música y danza, medicina, flora, fauna y arqueología. Aquél ingente trabajo sirvió entonces, y desde entonces, para que los habitantes del Perú conociesen mucho más a fondo su historia, para que la valorasen y para que la amasen. Se le considera por ello al de Cabredo como uno de los grandes de la primera arqueología científica europea y el más importante precursor de la arqueología iberoamericana.
Podemos decir que la Cultura Moche, desarrollada entre los siglos I y VIII, y otras muchas civilizaciones prehispánicas, fueron sometidas a un profundo trabajo de investigación y de protección por parte de este navarro.
Una de las cosas curiosas, y finalizo con ello esta breve semblanza, es que este obispo de Trujillo se ocupó de elaborar lo que ha venido a denominarse desde entonces la Lista de Martínez-Compañón. Se trata de una lista de 43 palabras traducidas a las diferentes lenguas que se hablaban en su diócesis, es decir, están escritas en nueve idiomas, que son: castellano, quechua, yunga, colán, catacaos, culli, hivito y cholón. Varias de estas lenguas hoy están totalmente extinguidas, y estos 43 vocablos es todo lo que se conoce de ellas.
Es de celebrar, por tanto, que la expedición de la Ruta Quetzal 2011 contribuya a rescatar la memoria de este navarro, apreciado y querido en Perú, particularmente por los indígenas, y aquí, en su tierra, relegado injustamente al desconocimiento más absoluto. Jaime Martínez-Compañón es orgullo de Cabredo y de Perú, y ahora, de la mano de Miguel de la Quadra-Salcedo, aspira también a ser orgullo de toda Navarra.

2 comentarios:

  1. Magnifico trabajo, y estupenda iniciativa. Me gustan estas historias de nuestro patrimonio navarro. Yo he seguido un poco la de Fray Raimundo de Lumbier (Sangüesa 1616), confesor del rey Felipe IV y de las infantas Mariana y Margarita de Austria, calificador de la Inquisición, Catedrático de Prima de Teología de la Universidad de Zaragoza, etc... y es apasionante. J.M.A.L.

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  2. Fue Arzobispo de santafé en Nueva Granada (hoy Bogotá)

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