20 DE DICIEMBRE DE 2010

LUIS ROUZAUT
OTRA VISIÓN DE NAVARRA

Texto: Fernando Hualde



No es un libro más; sus páginas sacan a la luz una visión nueva de la Navarra de los años veinte. Imágenes desconocidas en su mayoría, las que forman el fondo fotográfico creado por Luis Rouzaut, a partir de este mes al alcance de todos.

Soy plenamente consciente de que el libro de fotografías de Luis Rouzaut, recientemente editado por Saga Editorial, ha recibido ya en este rotativo una amplia cobertura informativa. A pesar de ello, no me resisto a hacerle una modesta valoración desde mis escasos conocimientos de la técnica fotográfica, en este caso desde un punto de vista comparativo, y valorando la aportación que esta nueva secuencia fotográfica nos aporta.
Habría que empezar por decir, y para decir esto no hace falta ser un experto en fotografía, que las imágenes que ahora ven la luz a través de este libro, son algo así como una bocanada de aire fresco. En Pamplona se ha tenido la suerte, grandísima suerte, de tener entre sus vecinos investigadores al doctor José Joaquín Arazuri, que fue capaz de recuperar y agrupar abundante material fotográfico de la Pamplona de antaño, material todo este que después popularizó gracias a la difusión que le dio a través de numerosos libros. Esto es una suerte, y de las grandes. Dentro de la colección de fotografías de Arazuri las teníamos de autores muy diversos y muy conocidos, inclusive de él mismo.
Evidentemente, cuando ya han pasado varios años de aquella labor divulgadora que acometió el doctor Arazuri, es de agradecer, por un lado, la aparición de un nuevo libro de fotografías de Pamplona (en este caso también del resto de Navarra), y por otro lado la publicación de nuevas imágenes, inéditas en su mayoría.
El libro “Luis Rouzaut. Óptico de profesión… y cronista de la vida navarra a principios del siglo XX”, tiene tres partes claramente diferencias: Pamplona, Sanfermines, y Navarra (incluida aquí la vecina localidad altoaragonesa de Tiermas, perteneciente en otro tiempo al Reino de Navarra). Todas las fotografías publicadas se corresponden con una época muy concreta: los años veinte.


Aportaciones

Sería un error decir que esta nueva colección de fotografías es más de lo mismo. Para empezar no abundaba precisamente el material fotográfico que nos reflejase el ambiente rural de Pamplona. En este sentido, y aunque una única foto no subsane esta deficiencia, vemos en la página 15 una foto excelente, una imagen costumbrista de la trilla delante del fuerte de San Bartolomé.
Otra imagen, aparentemente inocente, pero que nos aporta elementos nuevos, la vemos en la página 77; vemos allí a dos caballeros y a un perro posando para el fotógrafo. A sus espaldas se vislumbra, y se identifica por la arboleda, lo que hoy es la avenida de la Baja Navarra; y a sus pies, bajo estos, tenemos una hermosa piedra redonda. Esta piedra cubre una de las bocas de acceso al acueducto que desde Subiza conducía el agua hasta el mismo centro de la Plaza del Castillo (hasta la fuente de la Abundancia, o Mariblanca); de este acueducto lo más famoso que conocemos es una de sus partes aéreas, la que está en el término de Noain. Esta canalización tenía, aproximadamente cada cien metros, unas bocas de acceso que se cubrían con estas piedras redondas; obsérvese en la fotografía que más atrás hay otra piedra de estas. Quien quiera conocer como era realmente este sistema puede verlo en el término de Badostain, en el camino que va por debajo de la carretera. De la parte que afecta a Pamplona ya no queda nada visible; las actuales obras de Lezkairu, cerca de la chimenea de la vieja tejería, han dejado ahora al descubierto uno de estos tramos, pero es previsible que a corto plazo las excavadoras acaben con esos restos, igual que sucedió al construirse la nueva gasolinera que hay junto al Seminario, o igual que sucedió en la Plaza del Castillo al construirse el parking.
Otra joya de este libro son las fotografías que afectan a la Plaza de Toros, incendiada en 1921, e inaugurada la actual en 1922. La demolición de la plaza quemada y las obras de la nueva quedan perfectamente recogidas aquí; y creo no equivocarme si digo que nunca se había publicado un reportaje tan amplio sobre aquél relevo del coso taurino.
Arazuri, en “Pamplona, calles y barrios”, nos mostró la fachada de varias tiendas de la vieja Iruña; y ahora este nuevo libro da continuidad a esas imágenes mostrándonos otras que desconocíamos, y que solo perviven en la memoria de los más ancianos. Véase en la página 64 la tienda de Odón Rouzaut, que estaba en el número 24 de la calle Chapitela, enfrente de la actual óptica de Rouzaut, un poco más abajo de la paragüería. Y véase en la página 65 la fachada de Casa Puntos, en el Paseo de Sarasate, con un niño jugando al aro delante de su escaparate. O la imagen de la página 61, en la que puede verse, en la Plaza del Castillo, el establecimiento del fotógrafo Roldán, que acostumbraba a exponer en vitrinas algunas de sus fotografías.
Igualmente, teníamos muy vistas abundantes fotografías de desfiles militares en Pamplona, pero nos quedaba por ver la más impresionante de todas, la que este libro nos muestra en la página 45, el paso de un convoy militar por el Paseo de Sarasate a la altura de Correos, imagen esta que no tiene desperdicio en ninguno de sus detalles.
El apartado dedicado a los Sanfermines viene acompañado de abundante material fotográfico del encierro, que refleja a la perfección la realidad de esta carrera en los años veinte, sin las apreturas actuales. Nos permite descubrir que cuando los toros llegaban al ruedo en aquella plaza no cabía un alfiler, estaba totalmente abarrotada de público.
Aporta también nuevas imágenes a las que ya conocíamos de las barracas y de las churrerías en la calle Padre Moret, al pie de la muralla de la Ciudadela. La elaboración de los churros en la trastienda del tenderete o los improvisados estudios fotográficos son algunas de las joyas fotográficas de este libro.


Recorrido por Navarra

Especialmente atractiva, en mi opinión, es la tercera parte del libro, la dedicada a Navarra, con algunos guiños a Aragón, concretamente al balneario de Tiermas, del que se exhibe en estas páginas un material fotográfico francamente bueno, tanto más si tenemos en cuenta que no son muchas las fotografías que se conservan de aquél balneario y de aquél soberbio puente medieval cuyos restos hoy reposan bajo las aguas del pantano de Yesa.
Navarra está representada con fotografías inéditas de Lekunberri, Huarte-Pamplona, Sangüesa, foz de Lumbier, Javier, Erice de Iza, Noain, Burlada, Irurzun, Osquía, Uli (intuyo por el paisaje que se trata de Uli Bajo), Lizoain, Beriain (término municipal), y de Zunzarren. Además de Pamplona, claro.
Y probablemente, desde un punto de vista etnográfico, una de las aportaciones más interesantes que hace este libro, además de mostrarnos cómo era por dentro la consulta de un óptico oculista, o la procesión del Corpus en Pamplona, sea esa exhibición fotográfica que nos muestran sus páginas en torno al mundo de la caza. Pueden verse aquí cómo eran las palomeras, por fuera y por dentro, que nada tenían que ver con los actuales puestos que estamos acostumbrados a ver hoy; pueden verse las escopetas que usaban, los perros en su labor de rastreo, la indumentaria. Parece que aquella cuadrilla de las fotos se dedicaba básicamente a la paloma y al conejo, a este último le buscaban en los cados de los campos que forman la zona de Uli Bajo, Mugueta, Larequi, y Artajo; hasta este último pueblo se desplazaban los cazadores en el ferrocarril del Irati, mostrándonos el libro unas fotografías totalmente desconocidas de este tranvía eléctrico.
Tampoco la pesca se escapa de esta muestra fotográfica. Vemos a la cuadrilla de Rouzaut pescando en el río Aragón a su paso por Tiermas (en la página 175 le vemos pescando una anguila), o en el río Erro, a su paso por Zunzarren (valle de Lizoain)

Hay que felicitar y agradecer a la familia Rouzaut por haberse animado a sacar a la luz todo este material atesorado por Luis Rouzaut; especialmente el empeño que le ha puesto Patxi Gurrea. Mención muy especial a Juan Pedro Bator (Saga Editorial) por haberse “lanzado a la piscina” editando un libro con todo esto, merecía realmente la pena. No puedo ni debo olvidarme de Joaquín Ahechu por todo el trabajo de escaneado. E inmejorable la labor literaria que ha aportado Juan José Martinena, labor esta que, sin duda, le da un doble valor a esta colección fotográfica. Creo que todos estamos de enhorabuena.

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