9 DE JULIO DE 2008

PABLO SARASATE
ÚLTIMOS SANFERMINES

Texto: Fernando Hualde


            La casualidad, como si alguien intuyese algo, quiso que los últimos sanfermines que vivió Pablo Sarasate en Pamplona fuesen unas fiestas dedicadas a él; todo un oportuno homenaje.

La conmemoración en este año del centenario del fallecimiento en Biarritz del violinista y compositor Pablo Sarasate, si de algo está sirviendo, y he aquí la paradoja, es para comprobar que Sarasate está más vivo que nunca. A nadie se le escapa que en aquella Pamplona de finales del XIX, como en aquella Pamplona de los primeros años del siglo XX, hubo algunas personas, pocas e insignificantes en su número, que acusaron al violinista de acudir a su ciudad natal a regar su amor propio; pero cierto, y muy cierto, es también que frente a esas voces discrepantes los vecinos de Pamplona, sin distinciones ideológicas, año tras año se volcaban con su paisano a la hora de hacer su estancia en la ciudad lo más agradable posible, acogiéndole con sentimiento y con auténtico cariño.
Y hoy es el día, cuando se van a cumplir cien años de su muerte, en el que se percibe que la llama del cariño a Sarasate sigue encendida, sigue viva, y sin atisbo alguno de que agua ni viento la amenacen. Don Pablo, un siglo después, sigue siendo un personaje querido, un personaje entrañable, un hombre de masas.


En sanfermines

Tiempo habrá de hablar de él en septiembre, en su centenario. Y lo haremos. Pero hoy, cuando su ciudad natal se viste de blanco y de rojo, resulta inevitable echar una mirada retrospectiva hacia aquella última visita que Sarasate hizo a su ciudad en aquellos sanfermines de 1908; porque no hay que olvidarse que nuestro insigne violinista era un hombre sanferminero, de hecho, desde el año 1876 hasta 1908 acudió a todas las ediciones sanfermineras (con la única excepción de 1884), siendo siempre su llegada a la ciudad el acto más multitudinario que se vivía en esas fechas; ni tan siquiera cuando vino de incógnito pudo evitar que sus paisanos se echasen a la calle para celebrar su llegada.
Quedaron para siempre en la historia de las fiestas aquellas recepciones multitudinarias en la estación de tren cada vez que llegaba don Pablo; igual que quedaron para siempre aquellos primeros conciertos de violín, desde el balcón de su habitación en La Perla, con los que Sarasate correspondía al cariño de sus paisanos que por miles se agolpaban delante del hotel para escucharle; como quedó para siempre aquella entrega, también en La Perla, del título de Hijo Predilecto de la ciudad de Pamplona; y así, tantos y tantos momentos que Sarasate y sus paisanos vivieron y protagonizaron en los sanfermines de antaño.
Curiosamente, como si alguien intuyese algo, el Ayuntamiento de Pamplona, presidido por don Daniel Irujo, quiso que los sanfermines de 1908 fuesen todo un homenaje a la figura del paisano Pablo Sarasate y Navascués.


Últimas fiestas

El ciclo festivo de San Fermín comenzaba siempre el 6 de julio con la celebración de las  vísperas y finalizaba el día 14 con la octava. Sin embargo el programa festivo preparado por el Ayuntamiento de la ciudad únicamente comprendía, hasta este año, las jornadas del 6 al 11 de julio, a pesar de que el Ferial de Ganado, las barracas, el teatro o el Juego Nuevo de Pelota se mantenían, al menos, hasta el día 14. La novedad de las fiestas de 1908 estuvo en que el 12 de julio también tuvo su programación festiva; y por si la novedad no fuese suficiente, en la jornada del 12 se celebró, oportunamente, el denominado Día de Sarasate.

Don Pablo, el gran protagonista de este año, llegó a la ciudad en la noche del 1 de julio, sin bien, ya desde el mediodía, se celebraba su llegada con cohetes y gaiteros. La recepción fue multitudinaria. Como ya era costumbre vino acompañado de la pianista Berta Marx y del marido de ésta Otto Goldschmit, alojándose todos ellos, como ya era costumbre ininterrumpida desde 1886, en el Hotel La Perla, en la céntrica Plaza del Castillo.
El Orfeón Pamplones, con el fin de dar más realce a estas fiestas en su honor, editó una revista titulada Sarasate, que salió a la venta el 4 de julio después de que una comisión obsequiase al violinista con varios ejemplares.
Pero el día importante era el 12. Era éste el día que la ciudad había elegido para homenajear a su Hijo Predilecto. La noche anterior don Pablo fue obsequiado por la rondalla aragonesa Pignatelli con una serenata bajo los balcones de La Perla; entre las muchas cosas que le contaron se pudo oír esta jota: “La Rondalla Pignatelli / imos venido a rondar / a Sarasate y a Berta / y a Pamplona en general”, o aquella otra que decía: “Igual que a la Pilarica / i pedido a San Fermín, / viva siempre Sarasate / porque es el rey del violín”.
El momento solemne vino en la mañana del 12, durante el concierto matinal. Tras la brillante intervención de Sarasate -¿quién iba a sospechar que ésta habría de ser la última?- se procedió, por parte del Ayuntamiento, a la entrega y colocación a don Pablo de las insignias de la Orden Civil de Caballero de la Gran Cruz de Alfonso XII. Seguido a este emotivo momento, y situado Sarasate en el palco de honor del consistorio, el Orfeón Pamplonés –bajo la dirección del maestro Ricardo Villa- interpretó el Himno a Sarasate.
Aquella tarde el insigne violinista ocupó la presidencia en el coso pamplonés.
A la una y veinte de la tarde del día 14 Sarasate abandonaba Pamplona, en dirección a Biarritz. El alcalde, como si intuyese algo, instantes antes de partir el tren, obsequió simbólicamente a don Pablo con una medalla de concejal pamplonés.
Don Pablo montó en aquél tren más orgulloso que nunca, conmovido por todo lo que había vivido en esos días tan intensos. Era hombre de sensaciones. Y esas fiestas de 1908 habían sido muy especiales para él. Más especiales de lo que él creía. Fallecía diez semanas después.

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