16 DE MARZO DE 2008

COFRADÍAS Y PASOS
EN LA SEMANA SANTA DE LUMBIER

Texto: Fernando Hualde


            La historia de la Semana Santa de Lumbier, de sus cofradías y de sus pasos, ha quedado salvaguardada gracias a la labor de investigación y difusión del lumbierino Eusebio Rebolé Del Castillo, que ha dedicado a este tema su último libro.

Hoy es Domingo de Ramos, atrás ha quedado la Cuaresma que venció a don Carnal, con sus cuarenta días y sus cuarenta noches. El Domingo de Ramos marca, dentro de los ciclos litúrgicos de la iglesia Católica, el comienzo de la Semana Santa. Y estos días tienen en Navarra expresiones de religiosidad popular francamente interesantes y que, llegadas estas fechas, desde esta sección procuramos acercarnos a algún rincón de nuestra geografía para dar a conocer esta parcela de nuestro patrimonio y de la religiosidad popular navarra, como ya lo hicimos anteriormente con Corella y con Pamplona.
Hablamos de cofradías y de hermandades, de pasos, de mozorros entunicados, de procesiones, de pies descalzos y mortificados, de velas o de cirios, de penitentes y de penitencias, de crucifijos, de Dolorosas, de sermones, de ayunos y abstinencias, de ángeles y de volatines, de plegarias, de coronas de espinas, de ritos en torno al agua y al fuego, de Vía Crucis penitencial, y de otras muchas expresiones, algunas de ellas ya extinguidas en el costumbrismo navarro, como lo fue en su día el uso de carracas y tabletas, solemnes himnos en latín, rigurosos lutos, mantillas, o determinados actos piadosos de flagelación colectiva que hoy nos sorprenderían y nos sobrecogerían.
Es por ello que hoy, con la excusa de la reciente edición del libro “Cofradías y Pasos de Semana Santa de Lumbier”, del lumbierino Eusebio Rebolé Del Castillo, vamos a introducirnos en la Semana Santa de esta localidad de la merindad de Sangüesa; y lo hacemos de la mano de este escritor, que es una mano sabia y docta para la que la historia de Lumbier tiene ya pocos secretos, y a quien un día habrá que agradecerle toda su inmensa labor de investigación y de difusión.


Cofradías y pasos

Eusebio Rebolé empieza su trabajo por hacer un inventario de todas las cofradías religiosas, y pasos procesionales, que han existido en Lumbier. Es importante tener en cuenta que un número importante de estas cofradías y asociaciones religiosas nacen y viven para la Semana Santa. Este inventario se basa en dos soportes importantes: por un lado está un informe del siglo XVIII que afecta a todo el Reino de Navarra y que, en consecuencia, hace un repaso exhaustivo a cada una de las cofradías y pasos existentes en Lumbier; y por otro lado está un listado del año 1928.
La suma de estas dos referencias, y la documentación localizada en determinados archivos, le permiten al autor recomponer un listado amplio de cofradías lumbierinas, muchas de ellas con un historial completo que abarca desde su fundación hasta su disolución, con estatutos incluidos; de otras la información es incompleta, pero al menos se pueden aportar pruebas documentales de su existencia; y las menos…, siguen allí, fieles a la cita anual. Detrás de todas ellas lo que hay son personas con nombres y apellidos, gentes humildes de fe recia, y manos anónimas, y también hombros, que generación tras generación han soportado el peso de cada uno de los pasos procesionales que podían verse por las calles de Lumbier la tarde-noche del Jueves y del Viernes Santo. Hablo de los pasos de la Vera Cruz, del Sepulcro, Oración del Huerto, Cruz a cuestas, y el de la Soledad.
Atrás han quedado cofradías como las de la Vera Cruz, la del Santísimo, la de San Ramón, la del Rosario, la de San Juan Bautista, o la de los santos Justo y Pastor, por poner algunos ejemplos, aunque algunas de ellas poco o nada tengan que ver con la Semana Santa; atrás han quedado algunos pasos que ya ni los más ancianos recuerdan; y atrás han quedado incluso algunas peanas de santos y vírgenes que tuvieron en otro tiempo su propio equipo de portadores. Rebolé, tras hurgar en los vetustos libros de estas cofradías, así como en los viejos legajos de archivos parroquiales y diocesanos, las ha dejado documentadas en la medida que ha podido, algunas de ellas con sus reglas, constituciones u ordenanzas, con números de miembros o cofrades, con la relación de fiestas que celebraban, gastos de cera, misas, y otros detalles curiosos a los que el autor ha sabido dar el justo valor.
Como muy bien dice Eusebio Rebolé, “detrás de estas asociaciones religiosas hay unas concisas historias, escritas por las manos del pueblo, las auténticas, sin engaño ni doblez, donde surgen las primeras generaciones y las que reemplazan a las anteriores”.


La Semana Santa de hoy

En la Semana Santa de 1928, tal y como queda reflejado en un inventario de la iglesia parroquial de Lumbier remitido al obispado, se sabe que estaban presentes las cofradías de Las Tribus de Israel, Santo Sepulcro, la Soledad, Oración del Huerto, la de la Vera Cruz, y la de la Cruz a Cuestas. Pero en estas cofradías del ayer más inmediato, en las de hoy, y en las de siglos atrás, lo que hay es la implicación de todo un pueblo; rara era la familia que no tuviese algún cofrade militante, que sumado esto a la religiosidad popular que todo lo impregnaba, explica el hecho de que en Lumbier esta antorcha nunca se haya apagado, que haya habido un relevo generacional ininterrumpido, y la prueba de ello la vemos hoy en el paso de la entrada de Jesús en Jerusalén; la veremos este Viernes Santo con la presencia en la calle de los niños “apóstoles”, la veremos con ese curioso estandarte y esa Cruz que abren la procesión pero que antes portaron los devotos entunicados de la Trinidad en ascensión penitencial a aquella ermita, con ese paso de la Oración en el Huerto que en 1958 le tomó el relevo a otra antigua imagen y que alguien se ocupar de adornar con ramas de olivo, con ese otro paso del Beso de Judas cuya historia nos retrotrae a la historia del “niñico” atado a la columna, con la presencia de La Flagelación (otros le llaman Los Azotes), y la de La Cruz a Cuestas, y el Santo Sepulcro, la Magdalena, y la Soledad.
Detrás de cada uno de estos pasos hay una cofradía, o hermandad; hay unos portadores, unos ritos, unas túnicas, una continuidad generacional que en muchos casos es una sucesión de siglos y siglos. Y sobre todo lo que hay es una fe, una fe que en este caso queda concentrada en esa mano y en ese hombro que agarran, levantan, mecen y transportan por las calles de Lumbier una imagen religiosa de la Pasión de Cristo, en medio de un silencio solamente roto por los rítmicos y secos golpes de un palo que aporta unanimidad a todos esos movimientos.
Sé muy bien que ningún paso es más importante que otro; puede ser más antiguo, tal vez más artístico, o más documentado; pero en ese cortejo procesional ninguno sobra, todos configuran una secuencia bíblica que empieza por la entrada de Jesús en Jerusalén y acaba con su resurrección, conociendo su momento cúlmen con la expiración en la Cruz. Pese a ello Eusebio Rebolé dedica en su libro una mención muy especial a dos cofradías, tal vez por ese arraigo popular del que gozan: la del Santo Cristo de la Vera Cruz, y de la las Doce Tribus de Israel.


Vera Cruz

El Santo Cristo de la Vera Cruz, o simplemente la Vera Cruz, es una de las cofradías más antiguas que se conocen en Lumbier, fundada en 1581, si bien sus constituciones no fueron aprobadas por el Obispado hasta el año 1623. Rebolé aporta el dato de que en el siglo XVII tenía 170 cofrades, un número elevado para una localidad como esta; no es de extrañar, por tanto, que esta cofradía tuviese en la iglesia parroquial su propia capilla, llamada de la Vera Cruz o del Santo Cristo, cuya ornamentación en el siglo XVII fue sufragada por María de Arielz cumpliéndose así su última voluntad expresada en su testamento.
Después de una pequeña crisis acaecida a finales del XVIII y que acabó con la expulsión de uno de sus miembros, esta cofradía tomó nuevo impulso con la redacción en 1804 de unos nuevos estatutos, u ordenanzas, fieles a los principios fundacionales de 1581. Rigen el gobierno de esta hermandad, y con periodicidad anual, un prior y dos mayordomos que han de ser honrados y del pueblo, que a su vez se encargan de nombrar a sus sucesores. Los fondos económicos de la Vera Cruz se guardaban en la clásica arca concejil, es decir, en un arca de madera con tres recias cerraduras cuyas llaves estaban repartidas entre el prior y los dos mayordomos, lo que obligaba a la presencia de los tres para poder abrirse.
Curiosamente sobre esta cofradía recaía la responsabilidad del cuidado y limpieza de todos los pasos e imágenes que salían en las procesiones de la Semana Santa, así como la del mantenimiento de todas las vestiduras de los ángeles y de los “apóstoles” que en la procesión llevaban las insignias de la Pasión de Cristo.
Se renovaron los estatutos en 1904, decretando entonces que los cofrades no podían ser un número superior a doce, “mirando siempre que estos sean de buena conducta, que no sean blasfemos, escandalosos, ni embriagados”.
La imagen titular de esta cofradía en un Santo Cristo, tallado en madera de tilo –tanto el Cristo como la cruz-, que data de hacia el año 1630.


Doce Tribus de Israel

Por último, la hermandad de las Doce Tribus de Israel es una cofradía fundada en Lumbier en el año 1764 para participar en la procesión del Viernes Santo; a pesar de esta misión hay que decir que es la única cofradía que no tiene paso, pero que en lugar de este aportan a la comitiva religiosa la Cruz, los estandartes con los nombres de las doce tribus de Israel, los niños representando a los doce apóstoles con sus símbolos, los ángeles, el centurión y el repique de las campanillas, exactamente tal y como se instituyó cuando se fundó. Toda una institución que da vida al día de Viernes Santo con la cuestación por las casas de los niños que representan a los Doce Apóstoles, y con su vistosa presencia en la procesión a la que acuden desde la casa del centurión.

Todo esto, contado de forma muy resumida, es la Semana Santa de Lumbier; quien quiera más allí está el libro, incluso la posibilidad de acercarse este viernes a Lumbier para vivir en directo esta tradición secular. Eusebio Rebolé ha tenido la visión y la agudeza de salvaguardar esta parte tan importante del patrimonio lumbierino; ha hurgado en la memoria de los más ancianos, ha buscado documentos, con santa paciencia ha ido montando las piezas de este rompecabezas hasta conseguir una visión mucho más nítida de este capítulo de la religiosidad popular de los lumbierinos. Desde aquí le doy las gracias por ello, y también por sus libros y trabajos anteriores, todos ellos extraordinarios. Aunque sé que Eusebio Rebolé ha cumplido con creces, quedo, igual que me consta que lo están haciendo muchos lumbierinos, a la espera de su siguiente libro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario