9 DE NOVIEMBRE DE 2008

MONASTERIO DE LA OLIVA
ARTE CISTERCIENSE

Texto: Fernando Hualde



            El arte cisterciense, presente en Navarra a través de los monasterios de la Oliva y de Fitero, nos muestra en este primero sus expresiones más primitivas, convirtiendo a la Oliva en la cuna de los monasterios cirtercienses peninsulares.

En plena Ribera de Navarra, junto a la localidad de Carcastillo, bajo el vuelo de las cigüeñas, se levanta altivo y austero el Real Monasterio de Santa María de la Oliva en donde un día se estableció la orden del Cister.
Con anterioridad a la presencia cisterciense era esa un tierra, en plena zona fronteriza, que sufría el problema de no estar claramente deslindada. La muerte de Alfonso el Batallador, en el año 1134, puso punto final a una larga etapa de unión y concordia entre los reinos de Navarra y de Aragón durante la que nadie se había preocupado de definir las mugas, ni falta que había hecho hasta entonces, pues en toda esa zona los monarcas de ambos reinos habían compartido reinado sin problema alguno. Por el lado de Aragón quedó Ramiro el Monge, y por el lado navarro quedó García el Restaurador; a ellos les quedó la labor de perfilar los límites de sus reinos en esa área geográfica.
Y es precisamente en esa época, a mediados del siglo XII, cuando hacen aquí su aparición los monjes del Cister, instalándose cerca de Carcastillo, una villa que años antes, en 1129, había sido agraciada por Alfonso el Batallador con el Fuero de Medinaceli. Los cistercienses eligieron para el emplazamiento de su Monasterio de Santa María un pequeño poblado llamado Oliva, cuyo nombre quedó desde entonces como si fuese el apellido de este monasterio. Erróneamente, con el tiempo, alguien le aplicó indebidamente un artículo determinado al nombre de Santa María de Oliva, convirtiéndolo en “la Oliva”, como si de una aceituna se tratase. A día de hoy, consolidado el nombre, solo queda aceptarlo.
Otro día ya hablaremos despacio de su historia; alguna vez hemos llegado a abordar en esta misma sección la no siempre buena relación entre el monasterio y Carcastillo. Hoy vamos a centrarnos en el arte.


Templo abacial

Dentro de la fachada de este templo abacial, de entrada, lo que se aprecia es una mezcla de distintos estilos. Esto es algo que se da en el resto del templo, como se da también en la catedral de Tudela o en el vecino monasterio de Fitero, también cisterciense. La causa de esta mezcla de estilos está en el hecho de construirse en un momento en el que la arquitectura vivía una evolución permanente. Aunque en el caso concreto de la fachada lo que encontramos también es tiempos diferentes de construcción que van desde el siglo XII hasta el XVII, que es cuando se construye el remate de la fachada, con su frontón y con su torre. Sépase que desde el punto de vista arquitectónico, y en lo que a su interior se refiere, la iglesia del Monasterio de la Oliva está considerada como una de las iglesias más perfectas de la llamada escuela hispano-languedociana.
En el exterior resalta la portada gótica por su sencilla esbeltez, con seis pares de columnas monolíticas acodilladas, que se nos muestran coronadas con unos frisos ricos de decoración y filigranas. El tímpano, acorde con el estilo cisterciense, se nos muestra austero, arquitectónicamente liso, dando exclusiva importancia al rico crismón, con un “Agnus Dei” tallado en su parte central, flanqueado exteriormente en su mitad inferior, además de por el sol y la luna, por las figuras de Cristo y de la Virgen.
La imposta superior es una rica exposición, en sus canes y en las zonas intermedias, de personajes grotescos, de animales, de escenas costumbristas, de motivos religiosos, de caballeros y frailes, en donde tampoco falta la clásica rueda de la fortuna.


Claustro gótico

            De obligada visita para quien se acerque a este monasterio es el claustro. Estamos ante una galería porticada de estilo gótico, que en su día vino a sustituir a otro claustro románico. Se hizo este claustro en dos etapas, iniciándolo a mediados del XIV el abad don Lope de Gallur. A esta primera etapa corresponden, por ejemplo, los elegantes calados de las arquerías que cierran las cuatro crujías, así como la cubierta del ala oriental.
            La segunda época de este claustro se inicia en 1470 de la mano del abad don Pedro de Eraso, llevando a buen término el abovedamiento de las tres crujías. Quiso dejar su huella este hombre mandando esculpir las armas de los Eraso, dos lobos andantes, en las claves centrales.

Es este un repaso muy general y muy sencillo, suficiente para tener unos conocimientos básicos de lo que hay en este entrañable rincón de Navarra. El consejo es ir allí, sin prisa, disfrutar de cada detalle, del ambiente monacal, del silencio, de la piedra. Hemos destacado aquí la iglesia abacial y el claustro, que son los dos platos fuertes, pero hay más; véase la Sala Capitular , véase la Sala de Novicios, véanse los restos del antiguo claustro románico, y véase, al noreste del monasterio, alineado con la última sala mencionada el primitivo templo erigido por los monges poco después de 1149; dedicado inicialmente a Santa María, cambió de titular al crearse después el templo abacial, conociéndose desde entonces bajo la curiosa advocación de San Jesucristo, y que todavía hoy se considera a este pequeño templo como la cuna en España de las iglesias cistercienses.


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