EL CERCO DE ARTAJONA
LA FORTALEZA QUE SOBREVIVIÓ A CISNEROS
Texto: Fernando Hualde
El Cerco de Artajona es un espacio de historia. Así ha sido durante siglos, y así ha vuelto a ser este fin de semana acogiendo entre sus muros el “X Encuentro con la Historia de Artajona”.
Sale este reportaje justo cuando Artajona acaba de vivir en el interior del Cerco un fin de semana medieval, con ese “X Encuentro con la Historia de Artajona”; y sale también a la vez con sus fiestas en honor a la Virgen de Jerusalén a la vista, que empiezan el día 7, pero que desde este miércoles ya conocerán actos previos de pre fiestas.
Así pues, aprovechando este paréntesis festivo de los artajoneses, y al hilo de lo que se ha vivido este fin de semana en el Cerco, vamos a dedicar el reportaje de hoy a este recinto amurallado, que desde hace cinco siglos es único en Navarra, y sobre el que en los últimos años se está interviniendo para devolverle la dignidad que merecía.
Es evidente que Artajona sabe mirar atrás, sabe buscar en el pasado sus referencias históricas; y esto es obligado para quien quiere entender su presente y proyectar su futuro. Vimos el sábado, entre otras muchas cosas, la llegada de los canónigos de Toulouse, igual que ayer, domingo, pudimos ver esa escenificación sobre el “Reino de Artajona”, todo ello con una importante implicación de los vecinos, que se aprenden sus papeles, que ensayan, que cuidan sus atuendos, y que saben dejar atrás cualquier motivo de división que pueda existir, en este caso en beneficio de su propia historia y de su patrimonio. Las prioridades están claras. Esto, los que hemos visto estos dos días en el Cerco, sí que es vivir la historia, y de una manera didáctica y divertida.
Llegada de los canónigos
Pensando ahora en quienes no han tenido la suerte de estar este fin de semana en Artajona, vamos desde aquí a hacer un esbozo histórico de lo que allí se ha recreado.
Tendríamos que remontarnos al siglo XI, cuando ya la torre almenara tenía unos siglos de existencia y tenía ya cierta veteranía en su papel de vigía. Era el año 1070 cuando un noble, García Aznárez, dice haber recibido de manos del monarca Sancho IV el de Peñalén la propiedad de la villa de Artajona en agradecimiento a su fidelidad y a los múltiples servicios prestados al susodicho monarca.
A su vez, este noble, a quien con tanta generosidad le habían recompensado, pues… también quiso ser agradecido con quienes a él le habían ayudado. Y en consecuencia, lo primero que hizo fue donar la iglesia de Santa María al monasterio de San Juan de la Peña, que tantas veces había acogido a García Aznárez.
Los sobresaltos de los artajoneses no habían hecho sino empezar. Unos años más tarde, en el año 1084, el obispo de Pamplona, francés, de nombre Pedro de Rodez –que también debía de ser muy generoso-, pues sorprendió a todos haciendo donación de la iglesia de Artajona, la principal, al cabildo de Saint-Sernin (San Cernin) de la localidad de Toulouse, en la Francia natal del nuevo prelado pamplonés. Y es así como los vecinos de Artajona vieron cómo en poco tiempo una de sus iglesias pasaba a ser propiedad del Monasterio de San Juan de la Peña, y la iglesia principal pasaba a manos de unos canónigos franceses bajo el visto bueno del monarca Sancho Ramírez. En este último caso los clérigos de Toulouse no sólo pasaban a ser propietarios del templo, sino que pasaban a ser dueños también de grandes extensiones de tierras dentro del término artajonés, y se convertían en los destinatarios de varios de los impuestos que pagaban aquellos vecinos. Aunque… todos estos cambios de propiedad, a los vecinos no les afectaba para nada, seguramente que les daba igual que la iglesia fuese de uno o de otro, o que los diezmos se los cobrase uno u otro.
Lo cierto es que los canónigos franceses se desplazaron hasta Artajona para hacer oficialmente toma de posesión de sus nuevas propiedades. Encabezó la comitiva Hugo de Conques y un tal Poncio Vital. Es cuestión de cerrar los ojos y tratar de imaginar aquella llegada de los canónigos tolosanos: ¿expectación?, ¿indiferencia?, ¿solemnidad?..., no se sabe.
A quien sí que sabemos que no gustó la donación hecha a los canónigos franceses fue a los monjes de San Juan de la Peña. Hasta entonces ellos, propietarios de la iglesia de Santa María, pagaban sus diezmos a la villa, como todos los demás vecinos; y se encontraban con que ahora se los tenían que pagar a los franceses, y por ahí no pasaban ellos, con lo cual, ni cortos ni perezosos, llevaron a los galos a los tribunales, aún sabiendo que nada se podría hacer, pero es que el derecho al pataleo no se lo podía quitar nadie.
El pleito fue duro, salpicado de impagos, deudas, excomuniones, y otras muchas cosas impropias de quienes debieran de tener unos intereses menos mundanos y terrenales. Y en 1121 la justicia dictaminó que la razón estaba de parte de los canónigos franceses. A partir de entonces todavía se tardó cinco años en cerrar todas las heridas, y finalmente en 1126 los galos pudieron proceder a hacer, solemnemente, la consagración del templo, consagración esta que vino acompañada de la dedicación de este templo a la figura de su patrón San Saturnino (San Cernin, en lengua occitana). Todo ello, dentro del Cerco.
Reino de Artajona
Y el otro episodio que este fin de semana se ha recreado en Artajona es el que alude al “Reino de Artajona”. Seguro que a muchos lectores les sorprende tan pomposo nombre, y la verdad es que este episodio nunca ha sido de dominio público. ¿Fue realmente Artajona un reino?. Mi obligación es empezar diciendo que hay algunos historiadores que discrepan con esta denominación; pero… a la vez, tampoco es ninguna aberración.
Vamos a tratar de conocer la historia de esto, que en el fondo viene a ser más de lo mismo, Artajona como moneda de cambio. Nunca nos han faltado monarcas generosos.
El protagonista en esta ocasión es el rey García Ramírez, quien en uno de esos arranques de generosidad le obsequió a su esposa la villa de Artajona, y también algunas más del entorno. Todo quedaría en un capricho intrascendente si no fuese porque su esposa era nada menos que Urraca de Castilla, lo que vino a ser algo así como regalar una parte del Reino de Navarra al Reino de Castilla. Esto sucedió en el año 1153, y desde ese año hasta 1158, que es cuando se deshace el entuerto, pudimos conocer en Navarra, para nuestra vergüenza y como símbolo de debilidad, lo que algunos han llamado el “Reino castellano de Artajona”, o más brevemente “Reino de Artajona”.
Y esa es, de forma breve y resumida, la historia de dos acontecimientos curiosos que este fin de semana se han evocado, o recreado, en su marco natural, en el Cerco de Artajona.
Por ello es importante conocer la historia. Ello nos va a ayudar a ver en el Cerco algo más que piedras; no hay que olvidar que durante siglos la villa era ese espacio, y allí se desarrolló la vida y la historia. Por lo tanto hay que saber ver más allá de la estética de las piedras; y sin duda a ello nos ayuda toda esa actividad que en los últimos años están desarrollando los vecinos, que además pueden presumir de tener un recinto amurallado que sobrevivió a las demoliciones del Cardenal Cisneros en el siglo XVI; algo bueno sacaron, por su condición de agramonteses, de la invasión que hicieron los beaumonteses, que por estar dominados por ellos, Cisneros entendió que esa fortaleza no era necesario eliminar.
Vaya desde aquí la enhorabuena a los artajoneses por toda esa labor que vienen desarrollando, que es mucha y es buena, históricamente acertada, y patrimonialmente la mejor inversión. A todo este esfuerzo de sacar a la luz la historia local se suma ahora la próxima edición de la fiesta del Rey de la Faba, en enero, a celebrarse en la iglesia de San Saturnino, en el Cerco de Artajona, y que vendrá -lo hace ya- a sumarse a esa tarea de dar a conocer la historia de una “buena villa” cuyos vecinos y autoridades demuestran ser merecedores de este esfuerzo.
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