20 DE SEPTIEMBRE DE 2008

PABLO SARASATE
HIJO IDOLATRADO DE PAMPLONA

Texto: Fernando Hualde



            La presencia en Pamplona de Pablo Sarasate estuvo estrechamente ligada al Hotel La Perla en donde un siglo después se le tributa un homenaje permanente al conservarse intacta su habitación.

Hoy sábado, 20 de septiembre de 2008, se cumplen cien años de la muerte de Pablo Sarasate, un siglo de ausencia en los grandes escenarios musicales del mundo, y también un siglo de ausencia en su Pamplona natal, de la que se despidió al finalizar los sanfermines.
No le han faltado este año a don Pablo gestos de recuerdo, y homenajes, y todo tipo de expresiones populares que vienen a demostrarnos que, pese a esos cien años de ausencia, Sarasate mantiene intacto el cariño que siempre le tuvieron sus paisanos. Esto no ha sucedido con otros muchos personajes que fueron populares en vida.
Ayer viernes, la pamplonesa Plaza del Castillo fue escenario de un acto de recuerdo y de homenaje especialmente particular hacia la figura de este violinista y compositor; igual que él lo hiciera en vida tantas veces en el día de su llegada a la ciudad, allí, en ese mismo sitio, en ese mismo balcón del segundo piso del Hotel La Perla, ante un auditorio similar, un concierto de violín y piano nos permitió ayer evocar, en la víspera del centenario de su muerte, y desde la misma habitación que el ocupó durante dos décadas, aquél gesto generoso que él tenía hacia su ciudad en agradecimiento al cariño y a la acogida que aquí recibía año tras año. Él lo hacía ante miles de pamploneses que aguardaban bajo el balcón de La Perla su aparición, y ayer los pamploneses volvieron a tener la oportunidad, no de escucharle a él en el mismo sitio, pero si de escuchar su música, bajo el mismo balcón, bajo su misma habitación, recordándole, reconociéndole y homenajeándole.

Por un momento sería bueno tratar de entender qué es lo que suponía la música en aquella sociedad del siglo XIX en la que no había televisión, ni fútbol, ni grandes entretenimientos de masas salvo las excepcionales corridas de toros. Así pues, los líderes, los personajes populares de aquella época, la gente los buscaba y los encontraba en el mundo de la música, en los teatros. Y es aquí donde brilla con luz propia la figura de Pablo Sarasate como excelente compositor y como el mejor violinista de la época.
            Para el Hotel La Perla Pablo Sarasate ha sido siempre, por excelencia, un cliente emblemático y especialmente querido. Además de ello, dentro de la historia del hotel, Sarasate es ese personaje que hace de nexo de unión entre los siglos XIX y XX. Su figura nos da pie a introducirnos a través del tiempo y del recuerdo en aquellos sanfermines de antaño, que tuvieron como protagonista al –ayer, hoy, y siempre- insigne violinista. Don Pablo era cliente de La Perla; y de seguro que si su fundadora Teresa Graz viviese, hubiese puntualizado certeramente que más que cliente era amigo.


En la Fonda La Perla

            La presencia de Sarasate en los sanfermines, como violinista, data de 1876; desde entonces acudió a las fiestas de Pamplona de forma ininterrumpida –excepto en 1884- hasta el año 1908. Los doce primeros años Sarasate se hospedó en la Fonda Europa, del Paseo de Valencia –hoy Paseo de Sarasate- en donde ya entonces, empezó a arraigar la costumbre entre los pamploneses de acompañarle después de sus actuaciones hasta la fonda entre gritos y aclamaciones de ¡Viva Sarasate!, a los que él correspondía con “vivas” a Navarra.
Fue en el año 1886, al atardecer del 6 de julio, cuando don Pablo se hospeda posiblemente por vez primera en la Fonda La Perla, recientemente reformada, y en la que mantenía una gran amistad con la dueña y fundadora, doña Teresa Graz.
La ciudad de Pamplona recibió con todos los honores a toda la representación musical que vino a las fiestas. Pablo Sarasate vino acompañado del pianista (y secretario suyo) Otto Golschmitid, de Emilio Arrieta (Director del Conservatorio Nacional de Música), de Ruperto Chapí (compositor), y de Manuel Pérez (Director de la Orquesta del Teatro Real). Les recibieron en la estación las comisiones del Ayuntamiento y de las sociedades de recreo, quienes acompañaron al eminente violinista y a sus acompañantes, todos ellos de gran prestigio, hasta la fonda. Delante de don Pablo y de las autoridades iban las charangas de música. Con tal motivo se reunió en la plaza del Castillo numerosa concurrencia. Una vez instalados en la fonda, fueron obsequiados con una serenata por la banda militar del Regimiento de la Constitución, contratada por la industria y el comercio, y por la música de la Casa de la Misericordia.
            En días sucesivos se incorporaron a estos otras figuras musicales como Dámaso Zabalza, Joaquín Larregla, o Felipe Gorriti. La prensa provincial no se pone de acuerdo sobre la presencia en La Perla y en las fiestas del tenor Julián Gayarre, si bien en crónicas escritas años más tarde se relata con detalle cómo en 1886 se habían reunido en La Perla las mejores figuras musicales del momento, con Sarasate y Gayarre como figuras más universales.
            Fue a partir del año siguiente, consolidada más aún la popularidad de Sarasate, cuando tras su llegada ofrecía a sus admiradores el primer concierto desde el balcón. Acostumbraban a ser miles las personas que se reunían delante del hotel para escucharle al violinista su primer concierto, un concierto dedicado gratuitamente a esa ciudad que le recibía multitudinariamente, que le arropaba, y que una y otra vez le mostraba su fidelidad incondicional.
            La llegada del insigne violinista a Pamplona se dice que llegaba a ser más popular y tumultuosa que la misma procesión de San Fermín. Acostumbraba a hacerlo a finales de junio o a más tardar en los primeros días de julio.
            El mencionado José Joaquín Arazuri describe muy bien  la llegada de don Pablo:
“La entrada en la ciudad, en general al oscurecer, se efectuaba por el portal Nuevo, precediendo a la comitiva una de las bandas militares de la Plaza, los gaiteros, y numerosos jóvenes portando hachas de viento. Las autoridades y las representaciones de los casinos acompañaban al artista. La multitud, apiñada en el trayecto que había de recorrer la comitiva, se desgañitaba en vítores y ovaciones al más grande violinista de aquella época.
            El trayecto se iluminaba con bengalas, generalmente de luz roja, que con espectrales y cálidos tonos pintaban a una multitud enfervorizada ante su ídolo que despreciando lucrativos contratos venía a recordar con cariño las horas que vivió en su lejana infancia.
            La comitiva, al llegar a la altura de la iglesia de San Lorenzo, se introducía en la calle Mayor, para recorrer después las calles de Bolserías, Plaza Consistorial, Mercaderes, Chapitela, y Plaza del Castillo.
            La llegada a dicha plaza –sigue narrando Arazuri- era la culminación de tan apoteósico recibimiento. La entrada en el Hotel La Perla, generalmente a hombros de sus admiradores –después de ser apretujado, abrazado y sofocado- era para don Pablo el fin de un largo y fatigoso viaje, compensado por el cariño que le demostraban sus paisanos”.
            Doña Teresa Graz, dueña y propietaria del Hotel La Perla, que era la única en conocer, en los años que fue incógnita, el secreto del día de la llegada, se encargaba de que su habitación estuviese lista para el encuentro anual con el artista. Don Pablo se bañaba y mudaba, al mismo tiempo que la multitud que le había recibido se agolpaba en la plaza, frente al hotel, a los gritos de ¡que salga!, ¡que salga!…, gritos que cesaban cuando Sarasate se asomaba al balcón y, una y otra vez, saludaba agradecidamente a los allí congregados.
            En ese mismo balcón, instantes después –pues así lo esperaba la ciudad- dedicaba Pablo Sarasate su primer concierto a la ciudad de Pamplona, su ciudad natal, la que le idolatraba; y así, los adultos de pie, y los niños sentados en el suelo de las primeras filas, se deleitaban en sepulcral silencio escuchando al internacional número uno del violín. Los balcones de La Perla se convertían en tribuna y escenario, haciendo de la plaza del Castillo el auditorio más soñado y esperado por don Pablo en sus continuas y brillantes giras por Europa. Allá se le pagaba con dinero, aquí con afecto y amor.
            Después de su espontánea primera actuación sanferminera se retiraba don Pablo a su cuarto, para posteriormente cenar con doña Teresa y sus hijos –Víctor e Ignacia-. “¡Qué calor, Dios santo!”, solía decir el violinista pensando, sin duda, en el ajetreo de las siguientes jornadas. Mientras tanto, y hasta bien entrada la madrugada, bandas y charangas merodeaban las puertas del hotel dedicando todo tipo de cánticos al eminente músico. Eran sus fans.
            Al día siguiente, por la mañana temprano, a pesar de no ser don Pablo muy religioso, lo primero que hacía al salir del hotel era visitar primero a Santa María La Real (entonces Virgen del Sagrario), en la Catedral, y después al santo patrono San Fermín, en su capilla. Y es que Sarasate, a pesar de ser un trotamundos –casi un agnóstico-, como buen pamplonés siempre guardaba en su corazón un hueco importante para las devociones populares de su pueblo, que de seguro sus padres con tanto cariño le habrían inculcado en su niñez.

            Pero justo es decir que para don Pablo no todo fueron amigos en su ciudad natal, pues no faltó quien, en 1900, desde un periódico local acusó a Sarasate de que venía a Pamplona “para regar su amor propio”. La noticia le llegó al acusado, y ese año, pese a que se le pidió que anunciase su llegada, llegó discretamente en un coche hasta la puerta del hotel. Por primera vez desde hacia varios años no hubo entrada triunfal. Cuando se enteró el consistorio de que Sarasate estaba ya en la ciudad se organizó, como muestra de afecto, y en señal de desagravio, un “zezenzusko” (toro de fuego) y un baile en la plaza del Castillo; miles de personas se concentraron ante el hotel para vitorearle y para mostrarle su más profundo cariño. El Orfeón Pamplonés se adhirió al acto obsequiando al artista con una brillante actuación. En aquellas fiestas muchísimos pamploneses se colocaron en sus solapas pequeñas fotografías del admirado Sarasate.


Hijo predilecto

            En el pleno municipal que el consistorio pamplonés celebró el 10 de febrero de 1900, el señor Utray –concejal-, presentó la siguiente propuesta:
            “El concejal que suscribe tiene el honor de proponer al Excmo. Ayuntamiento se sirva acordar el nombramiento de Hijo Predilecto de Pamplona al eminente artista Excmo. Sr. Don Pablo Sarasate y Navascués”.
            El Ayuntamiento, recogiendo el sentir popular de la ciudad aprobó por unanimidad la moción presentada por el señor Utray; y así se lo hizo saber al galardonado enviándole el siguiente telegrama:
            “Pablo Sarasate, Plaza Malesherbes 5 principal. París.
            Con motivo creación Museo Sarasate, y cumpliendo deseos anteriores, este Ayuntamiento en sesión celebrada hoy, ha acordado por unanimidad declarar a V.E. Hijo Predilecto de Pamplona.
            Tengo gran satisfacción de comunicarlo a V.E.
            El Alcalde accidental, Lazcano”.

            Sin embargo el incidente periodístico reseñado anteriormente impidió ese año la preparación del acto de entrega de este título. Tuvo que ser dos años más tarde, en julio de 1902.
El esperado momento, debidamente anunciado en el programa de fiestas, tuvo lugar en la tarde del día 6 cuando el Ayuntamiento, después de asistir a las vísperas, se dirigió al Hotel La Perla en donde se hospedaba Sarasate para proceder a la entrega solemne del pergamino que acreditaba a don Pablo como Hijo Predilecto de su ciudad natal.
         La corporación hizo su entrada en el edificio a las siete menos cuarto de la tarde, quedando en el exterior –como es lógico- la banda de música y la comparsa de gigantes y cabezudos. En la misma recepción del hotel esperaba  Sarasate, acompañado de su familia y de sus amigos, a los mandatarios de la villa. Tras el saludo y las presentaciones la comitiva se acomodó en uno de los salones dando comienzo a la ceremonia.
         Primero fue el discurso del Alcalde, señor Viñas, quien rememoró su participación años atrás en el acto de colocación de una lápida conmemorativa en la casa natal del violinista. Tuvo palabras emotivas y sinceras, “salidas del alma” dijo él, acabando su discurso con la solemnidad que el momento requería: “Por eso, en nombre del pueblo de Pamplona, tengo el alto honor de entregarle este pergamino al Hijo Predilecto de esta ciudad, de la que era ya hace mucho tiempo, no hijo querido, sino hijo idolatrado”.
         Respondió brevemente Sarasate, profundamente emocionado, agradeciendo tal galardón y dando las gracias a la ciudad: “me enorgullezco, pues, de pertenecer a la noble raza navarra, y solo quisiera mostrarme digno del tributo tan altamente honroso y glorioso de ser hijo predilecto de Pamplona, que toda mi vida ostentaré con entusiasmo, pues quiero que brille en mi escudo el preciado dictado de pamplonés, navarro y español”.
         Seguidamente se hizo entrega del pergamino, obra del pintor Manuel Salví.
         Fue obligada la presencia de Sarasate y de las autoridades en los balcones de La Perla, siendo aclamado el primero, que estaba escoltado por dos maceros, por algo más de 6.000 personas. Desde esa atalaya don Pablo pudo escuchar a la Orquesta Santa Cecilia y al Orfeón Pamplonés interpretar conjuntamente el Himno a Sarasate, compuesto por el maestro Villa.


Jugador de mus

            De la vida hotelera de don Pablo no se conocen muchos detalles; pero sí algunos, los suficientes para hacernos una idea de su carácter.
            Don Pablo destacaba en el hotel por su afición a jugar al mus. En el comedor que había entonces en el primer piso pasaba todos los días sus buenos ratos jugando al mus con los amigos. Su mala suerte en el juego era tan grande como su afición a jugar, o lo que es lo mismo: siempre perdía.
            Sucedió en una ocasión –y precisamente por suceder solo en una ocasión es reseñable- que la suerte le acompañó, y quiso la fortuna que esa mañana ganase don Pablo la cantidad de… ¡2 pesetas!. Loco de contento acudió a la dueña del hotel y le exclamó: “¡doña Teresa, a mí me podrán discutir de música, pero no de jugar al mus!”. Y como consideró que ése era su día de fortuna le pidió a doña Teresa que le cosiese el “pesetón” en su chaqueta de violinista, en el sitio exacto donde debía apoyar el instrumento. Y es así como esa tarde acudió don Pablo al teatro y dio su concierto. Estuvo más brillante, si cabe, que nunca.
            Tenía fama igualmente de ser una persona excesivamente generosa, y así se lo demostraba a cuantos iban a visitarle al hotel; lo mismo daba que el visitante fuese conocido que desconocido. A todos obsequiaba, bien con un puro o bien con un vasito de vino y unas ricas pastas. Numerosos eran pues sus visitantes, y cuantioso, por lo tanto, el importe de la factura del hotel. Cuenta José Joaquín Arazuri que en una ocasión al pagar la factura en la recepción del hotel dijo a un amigo suyo: “Vaya, me ausento de Pamplona. Voy a ver si trabajo para poder pagar la factura del próximo año…”.
Finalmente visitaría don Pablo el hotel por última vez en las fiestas sanfermineras de 1908. Dos meses después, en Biarritz, un 20 de septiembre, el más grande violinista de la historia nos abandonaba para siempre. Se trataba tan sólo de un abandono físico.
            Con don Pablo Sarasate escribe el Gran Hotel La Perla una página de su historia. Se han pasado después, igual que se pasaron antes, otras muchas páginas –y no menos importantes-, pero… hay que reconocer que ninguna ha sido tan entrañable para La Perla como esta.


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