PADRE ESTEBAN DE ADOAIN
BICENTENARIO DE SU NACIMIENTO
Texto: Fernando Hualde
El próximo sábado Urraul Alto, y con él toda Navarra, conmemorará en Adoain el bicentenario del nacimiento del padre Esteban de Adoain, capuchino, misionero, y un excelente orador, a cuya vida y obra hoy nos acercamos aquí sumándonos al homenaje de sus paisanos.
La suya ha sido una figura que, incomprensiblemente, ha pasado discretamente desapercibida entre los navarros. Y cierto es también que él no buscaba notoriedad. Me refiero a un hombre excepcional, a uno de los grandes misioneros que ha aportado Navarra, se llamaba Pedro Francisco Marcuello Zabalza, aunque su identidad es más conocida bajo el nombre capuchino de padre Esteban de Adoain.
Nació nuestro hombre el 11 de octubre de 1808 en un pequeño pueblo del valle de Urraul Alto, en Adoain, una pequeña localidad entregada de lleno a la agricultura y a la ganadería, cuyo patrono era San Esteban.
Hablamos del año 1808, de una época en la que las carreteras no existían en Urraul Alto, tan sólo caminos de los denominados “de herradura”; en una época en la que el valle tenía en Santa Fe su centro administrativo y religioso; en una época en la que la lengua vasca era la forma de expresarse y de entenderse entre aquellos vecinos, el propio Esteban de Adoain fue un excelente orador euskaldún que mereció posteriormente el reconocimiento y el homenaje de Euskaltzaindia; en una época en la que en ninguna casa de Adoain faltaba el horno de pan, todavía hoy queda alguno; en una época en la que los vecinos de esa localidad mantenían una relación natural con sus vecinos salacencos de Izal, de hecho, si alguien se ponía enfermo se le trasladaba con un bayarte hasta la localidad salacenca, que era donde estaba el médico más próximo; en una época en la que había lobos en el monte, y también otros enemigos de dos patas que, luciendo indumentaria militar francesa, se convirtieron, al servicio de un tal Napoleón, en plaga invasora y saqueadora.
Esta, y no otra, es la época que recibió en aquella tierra de pardixherria (que era como se denominaba a esa parte de Urraul Alto) al que en un futuro sería el padre Esteban de Adoain. Nació en casa humilde, de austera portalada, sin clave labrada y si escudo armorial, de ventana conopial con parteluz (ya perdido), de recia chimenea cuyo fogón aunaba a toda la familia. Y eran, sobre todo, tiempos de profunda religiosidad popular; de hecho podemos decir que Pedro Francisco fue contemporáneo de la vecina iglesia de Zabalza, erigida en 1810 por el entonces abad Bernardo Pérez.
Religioso
Recibió las aguas bautismales en la pila de la iglesia de San Esteban; y no cabe duda que nuestro protagonista vivió en un ambiente familiar religioso. Su madre murió siendo él todavía un niño de once años, lo que le privó de ver a su hijo anunciar en casa su decisión de vestir los hábitos religiosos, concretamente los de la Orden de los Capuchinos. Y fue así como Pedro Francisco Marcuello pasó a llamarse fray Esteban de Adoain.
Un compañero suyo describió al nuevo capuchino como “de aspecto físico gallardo, blanco de tez y rubio de cabello”. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de él a sus compañeros novicios era precisamente su inocencia y su sencillez, dos virtudes que le acompañarían toda la vida, que no fue además una vida fácil, sino que desde su etapa inicial de novicio conoció lo que era la persecución religiosa, el tener que ir de convento en convento si quería salvar el pellejo. No corrían por aquél entonces buenos tiempos en este país para las órdenes religiosas.
Se ordenó sacerdote en Pamplona el 22 de diciembre de 1832; a partir de ese momento se especializó en la atención a los moribundos y a los presos. Pudo vérsele a nuestro hombre entre el grupo de 52 frailes que, precipitadamente, tuvo que huir de Pamplona aquella noche del 5 de agosto de 1834. Le tocó de lleno el decreto de 1836 de abolición de las órdenes religiosas en todo el Estado, con la consiguiente exclaustración y con la consiguiente prohibición de predicar. Así que marchó a Roma, y de Roma a Venezuela, a evangelizar, iniciando así un largo periplo por el continente americano, no exento de mil dificultades. Inmediatamente destacó allí, en Venezuela, el padre Esteban por su oposición a las decisiones del gobierno venezolano que no veía con buenos ojos la labor misionera de los capuchinos, y que quería que estos se limitasen a ser meros funcionarios a sueldo recluidos en parroquias. Fray Esteban aspiraba a más, aspiraba a predicar, a convertir, a bautizar; el no había cruzado el charco para quedarse de brazos cruzados; y todo esto lo transmitía desde sus sermones; sufrió allí todo tipo de penurias, incluida la de la cárcel.
De Venezuela pasó a Cuba en 1850, en donde convivió con San Antonio Mª de Claret y en donde su papel como misionero fue francamente fructífero, de forma especial con los negros, con los presos, y con personas de toda raza y condición. Su defensa de la igualdad dio pie a que el gobierno cubano presionase para que abandonara la isla.
Y de Cuba fue el padre Esteban de Adoain a Guatemala, siempre predicando, rodeado ya de una fama que le convertía en hombre de masas, en un hombre que conseguía que liberales y conservadores se reconciliasen, que se pidiesen perdón los unos a los otros, que el general se pusiese de rodillas delante de sus soldados pidiéndoles su perdón por sus excesos. Aquello sí que era una verdadera revolución, y ello lo certificaban los miles de personas que acudían a escucharle y a defenderle.
Allí, en primera línea, predicando con el ejemplo, estuvo el capuchino navarro atendiendo a los indios cuando el cólera hacía estragos, y cuando nadie, por temor al contagio, quería acercarse a ellos.
Y pasó después a El Salvador. Centroamérica fue su campo de misión. Imposible relatar aquí todos los pormenores de lo que para aquellos indígenas supuso la presencia del capuchino de Adoain; tan sólo decir que finalmente fue desterrado, y con él sus compañeros; y que miles de campesinos y de indígenas rodearon el convento para impedir que las fuerzas gubernativas lo expulsasen.
Pero no fue América el único continente en donde ejerció de misionero. Europa era también tierra de misión, y a Europa volvió. El 6 de marzo de 1873 llegaba su barco al puerto de Le Havre, y desde allí, atravesando Francia, viajó hasta Bayona, en donde recibió el permiso para restablecer la Orden Capuchina en la península ibérica. Hizo sus incursiones a tierras navarras, y tuvo oportunidad de predicar en su propia lengua, el euskera.
En Santa Fe
Cincuenta años después de haber salido de su pueblo, el padre Esteban de Adoain regresaba a su tierra con el encargo de predicar. Pisó de nuevo las calles de Adoain, y fue muy esperada su predicación en la basílica de Santa Fe, muy cerca de su pueblo.
Es cuestión de cerrar los ojos e imaginarse al padre Esteban de Adoain, capuchino, con sus largas barbas blancas que le llegaban hasta la cintura, con su hábito, con su gran crucifijo colgado del pecho…, arengando a sus paisanos aquél lejano 24 de septiembre de 1876. Es fácil imaginar aquél ambiente de austeridad que se vivía en esta basílica; no resulta difícil imaginarse a aquellos religiosos, con sus largos hábitos, rezando laudes, o vísperas, mientras paseaban breviario en mano por el sencillo claustro monacal, a la vez que el hermano lego, o el cocinero, se esforzaba en sacar agua del pozo –aljibe, para ser más exactos- que había, y hay, en el centro de aquél escenario. Una de las alas del claustro tuvo su sobre piso (hoy sólo se conserva una parte de este), en donde a aquellos frailes me los veo entregados al estudio y a la escritura, manejando viejos legajos de teología, dogmas y moral. Me veo también a aquellos hombres paseando hacia Escániz y cruzando el saludo con el lugareño que guiaba el carro de bueyes a su regreso de Campogrande, o por el camino que sube a Aizkurgi, o meditando sobre lo humano y lo divino sentados allí, en una piedra, en el carasol de Santa Fe. Aunque seguro que no todo era idílica paz para ellos, pues lo cierto es que ha sido tradición en esa zona llevar a los niños llorones a la basílica, pues se decía que una bendición recibida en ese lugar curaba tan terrible mal. Pero su vida religiosa se desarrollaba, fundamentalmente, en la iglesia, un templo de nave única con ábside semicircular, rematada con una torre sencilla que hoy se nos muestra desnuda de campanas. Se dice, y posiblemente con mucho fundamento, que tanto la iglesia como el claustro son de estilo románico, pero lo cierto es que a día de hoy nos ha llegado un conjunto monumental bastante descafeinado, pero no por ello deja de ser bello, armonioso, y mágico. Sí, creo que magia es la palabra que mejor define todo lo que Santa Fe transmite, sobre todo si uno se acerca allí un día cualquiera, soleado y primaveral, sin que sea fin de semana, y no tiene más compañía que las piedras y los pájaros, unos y otros transmitiendo sus mensajes.
En ese ambiente vivió unos días el padre Esteban de Adoain mientras realizaba la campaña misional que le había encomendado en esta diócesis el Obispo. A partir de ese momento fray Esteban sería solicitado desde numerosos lugares de toda la geografía española, querían oírle predicar, querían tener el privilegio de poder escuchar a tan prestigioso orador. Y recorrió nuestro hombre todo el país de norte a sur, de este a oeste, varias veces, fundando conventos, predicando, con los pies vendados y totalmente hinchados, sin caer en el desaliento. También divino impaciente, como aquél otro navarro, de Xavier, que le precedió siglos atrás.
Y es así como murió, en Sanlúcar, un 7 de octubre de 1880. Así pues, esta semana conmemoramos el bicentenario de un nacimiento (día 11), y el 128 aniversario de su muerte (día 7).
La localidad de Adoain vivirá el próximo sábado día 11 una serie de actos conmemorativos, religiosos y culturales, que servirán para recordar y homenajear a un hombre recio, montañés, que un buen día, en palabras de Miguel Ángel Osés, cambió su pequeño rebaño por un mundo a quien pacer. Es, sin duda, una pena que este doscientos aniversario haya pasado tan desapercibido, tanto más tratándose de una persona de la talla humana del padre Esteban de Adoain. Pero, a toro pasado, vamos a quedarnos con esa otra idea de austeridad y de sencillez, que son las que envuelven este bicentenario; dos valores mucho más acordes a la figura de nuestro capuchino, que sabrá ver con buenos ojos este gesto de su pueblo, de su valle, y de sus gentes, que son los que en definitiva han sabido estar a la altura de la conmemoración que teníamos delante.
Me llama la atención que en este artículo aparezca la palabra "bayarte", usada antaño también en San Adrián.
ResponderEliminarQuería comentar que en esta parte de la Ribera Navarra su uso era con "ll"-ballarte-, pronunciación constatada por hablantes de cierta edad, antes de que el yeismo se generalizada por todo el territorio navarro.
Un saludo.
Jesús Allo