8 DE MARZO DE 2009

VECINOS DE FUNES
QUE HOMENAJEARON A LOS ALMADIEROS

Texto: Fernando Hualde



            El 2 de agosto de 1988 salía desde Sangüesa una almadía cuyo viaje reproducía el trayecto de los antiguos almadieros pirenaicos. Eran vecinos de Funes quienes navegaban sobre ella, finalizando el trayecto el día 16 de ese mes en El Bocal.

El pasado 1 de marzo se inauguraba en Funes una exposición que recoge los recuerdos y la memoria de lo que en 1988 fue el último viaje de una almadía por el río Aragón, cubriéndose entonces el trayecto desde Sangüesa hasta la presa de El Bocal. Aquellos almadieros no eran del Roncal, ni del Salazar, ni tan siquiera del Pirineo; eran de Funes, vecinos de un pueblo que durante siglos ha visto pasar por su término a innumerables almadías de los valles pirenaicos; un pueblo que, como todos los de este recorrido fluvial, se ha abastecido de los pinos y abetos del Pirineo navarro para hacer andamios, para hacer las vigas de sus casas, para construir retablos, y para mil detalles más. Cierto es que ya no bajan las almadías, pero cierto es también que aquellas que bajaron de alguna manera siguen estando presentes en edificaciones de toda la geografía foral, de norte a sur y de este a oeste, recordándonos de forma permanente que las almadías son patrimonio de toda Navarra.
Esto explica que en 1988 un reducido grupo de entusiastas de Funes, aventureros natos, entrasen en contacto con Ángel Galán, de la localidad roncalesa de Garde, a quien le encargaron la construcción de una almadía. Querían ellos homenajear a todos aquellos almadieros que mantuvieron vivo este oficio durante siglos; y a la vez, ¿porqué no decirlo?, daban rienda suelta a ese espíritu aventurero que les llamaba a vivir el río desde las perspectiva del propio río, una sensación única que te permite conocer una parte de nuestra tierra que permanece oculta a los ojos de quien viaja en coche, en bici, o simplemente a pie.


Proyecto


Aquél homenaje se tradujo en un viaje en almadía, desde Sangüesa hasta El Bocal, en el mes de agosto de 1988; un viaje que se hacía por un cauce fluvial en el que desde décadas atrás no se había limpiado el río, ni se habían conservado los puertos de las presas, ni se había contemplado que en un futuro una almadía pudiese volver a bajar por allí –con todo lo que ello conlleva-. En definitiva, un viaje lleno de dificultades, del que uno de los promotores, Javier Elizondo Osés, ha recopilado toda su memoria.
La idea surgió en marzo de 1988, animados los de Funes, en buena manera, por las historias que Ángel Galán, de Garde, les había contado sobre la vida de los almadieros roncaleses. Inicialmente se apuntó la posibilidad de navegar en Semana Santa, pero el padre de Ángel Galán, también llamado Ángel, les hizo ver que la construcción de una almadía tiene todo un proceso y unos momentos, sobre todo si se pretendía que fuese una almadía como las que durante siglos navegaron por los cauces navarros. Y eso es lo que quería la cuadrilla de Funes, una almadía de tres tramos de buena madera de coníferas, con sus remos, con sus barreles, con sus jarcias, con sus 22 metros de longitud, con sus 3’5 metros de anchura, con sus cuatro toneladas de peso.
Ángel Galán (el padre) recibió el encargo de construir la almadía que había de protagonizar este viaje. Mientras tanto en Funes se formaba un equipo de trabajo comprometido en sacar todo esto adelante; se trataba de (en orden alfabético) Antonio De la Cruz Eraso, Javier Elizondo Osés, Jesús Elizondo Osés, Ramón Martínez Escuchuri, José Antonio Medrano Fernández, Javier Osés Díaz, Luis Alberto Pardo Martínez, Luis Pérez De Carlos, Jesús María Sobejano Abad, y Francisco Javier Zapata Cabeza.
Dentro de este equipo estaban los que habían de navegar sobre la almadía, y también los encargados de hacer todos los trámites necesarios con la Confederación Hidrográfica, los que había de buscar ayudas y subvenciones, los que iban a dar el apoyo desde tierra (en furgoneta) con el transporte de material, etc. Todo un equipo de trabajo perfectamente coordinado; al que había que unir la labor experimentada de Ángel Galán; la colaboración de la serrería de los hermanos Mainz (situada cerca de Enaquesa); la colaboración puntual del burguiar José Ayerra, que ayudó en Sangüesa al montaje de los tramos; y la ayuda desinteresada del hermano de dos de los expedicionarios, que prestó gratuitamente su camión; y la de un empresario de la construcción, de Funes, que cedió también gratuitamente su furgoneta para el transporte de material y para la asistencia por tierra a los navegantes.
Fue así como desde la serrería roncalesa se transportó toda la madera previamente preparada durante meses hasta Sangüesa. En un principio se habló de armarla y aguarla en las inmediaciones de la piscifactoría de Yesa, pero finalmente se optó por hacer estas labores en la ribera del río Aragón, entre la presa y el puente de Sangüesa. Así pues, el montaje de los tramos y la aguada se hizo entre los días 31 de julio y 1 de agosto.


El viaje

Finalmente, el 2 de agosto, la almadía iniciaba su periplo dejando atrás el atadero sangüesino y la altiva silueta de la iglesia de Santa María. Había llegado la hora de la verdad, la hora de enfrentarse al río, la hora de revivir y recrear lo que fue la realidad de los antiguos almadieros navarros. El homenaje era ya una realidad, a pesar de ser conscientes de que la navegación no se hacía precisamente en las mejores fechas, y ya no había posibilidad de echarse atrás. A partir de ese momento era el río el que mandaba, y a eso había que añadir el arte de manejar unos remos en la punta y en la coda de la almadía. Toda una aventura.
La realidad, y sirva esto para corregir errores que en su día se publicaron y que algunos hemos arrastrado, es que esta almadía navegó por los cauces del río Aragón y del río Ebro cubriendo el trayecto que separa la ciudad de Sangüesa con El Bocal, cerca de Tudela.
El viaje no fue fácil, porque tal y como he indicado al principio, el río hace décadas que ha perdido su condición de navegable; es materialmente imposible bajar una almadía como se bajaba a mediados del siglo XX. Pero el tesón de los de Funes pudo más que todos estos obstáculos; tuvieron paciencia para desmontar y montar los tramos cada vez que el río lo exigió, pues ya no existen rampas en las presas, salvo la que todavía queda en el Canal de Tauste.
Lo cierto es que, como muy indica Javier Elizondo Osés, “se saltaron todas las presas y represas existentes, desde Sangüesa hasta El Bocal de Tudela”; es decir, se superó la presa y la represa de Gabarderal, la presa y el puente de Cáseda, la represa y la presa de Gallipienzo, la presa de Murillo El Fruto, la presa de Carcastillo, la represa del Monasterio de la Oliva, la famosa presa de Santacara, la presa rota de Mélida, la presa de Caparroso, y la de Marcilla, y la de Milagro, y la presa de Las Norias (Tudela), la del Canal de Tauste (Tudela), y finalmente la presa de Pignatelli, en el Canal Imperial de Aragón. La última presa que se saltó fue la de El Bocal, si bien la fuerza lateral del agua dejó definitivamente inservible la almadía. Era el 16 de agosto de 1988, tras dos semanas de navegación.
Solamente quienes conocen el oficio de almadiero pueden llegar a percibir el esfuerzo que supone desmontar y montar los tramos en cada uno de estos obstáculos, con todo lo que ello implicaba de tener que llevar ataduras vegetales para todas estas maniobras.  En alguna presa, como es el caso de la de Caparroso, sí que consiguieron, a pesar del importante desnivel, realizar el salto sin llegar a desmontar la almadía, con todo lo que esto supone de peligro, pues al saltar las presas sin puerto, el primer tramo llega a ponerse casi vertical, de tal manera que cuando entra en el agua se frena, mientras que el posterior avanza con fuerza, no habiendo otra unión entre ambos tramos que unas ataduras vegetales; si estas ataduras se rompían, ese tramo central caería sobre el tramo puntero donde se sitúan los dos remeros delanteros.
En otros lugares fue necesario utilizar las trancas para ayudar a avanzar a la balsa, pues el escaso cauce no daba para más. Pero la realidad, y no habría sido muy diferente la realidad de siglos atrás, es que la almadía llegó hasta El Bocal a fuerza de tesón, de tenacidad, y de valentía.
En todo el trayecto se vivieron momentos emotivos, sin duda, por todo lo que había de evocación y de homenaje; pero para quienes materializaron este proyecto, sin ninguna duda, el momento más emocionante lo vivieron al llegar al término de Funes, el 11 de agosto, en donde se concentraron una gran cantidad de vecinos, tanto para recibirles, como para despedirles al día siguiente; era sano orgullo de un pueblo reconociendo la gesta de sus paisanos. Y no era para menos.


Anécdotas

Recorrer tantos kilómetros sobre un almadía por los ríos Aragón y Ebro obligadamente da pie a una rica muestra de anécdotas. Imposible citarlas todas, pero Javier Elizondo ha salvaguardado el recuerdo de algunas de ellas.
Por ejemplo, en la presa de Gabarderal estaban los de Funes empleándose a fondo para sacar la almadía de una zona de rocas. Desde la orilla un miembro del equipo grababa en vídeo la difícil maniobra; y estando en ello se le acercó al muchacho un sorprendido pastor que al ver el apuro de sus compañeros se armó de lógica y le dijo: “¿porqué os tomáis tanto trabajo para bajar la madera por el río, pudiendo hacerlo con un camión?”.
Sabido es de siempre que a los almadieros nunca les faltó que alguna mujer desde la orilla les dijese algo. Y los de Funes no fueron en esto una excepción. Al pasar por la zona de la Azucarera de Marcilla, después de varios días de navegación, una mujer les gritó: “¿de dónde venís?”; “desde Sangüesa” fue la respuesta, pues esa era la verdad; y ante esta respuesta ella contestó: “¿y a qué hora habéis salido?”.
Pero una de las curiosidades de este viaje fue que en El Bocal se pudo vender la madera. Eso significaba que la recreación era completa; se imitaba así a los antiguos almadieros, que regresaban a sus casas tras haber vendido la madera, y con el dinero en el bolsillo. Hay que aclarar que, además, en este caso lo curioso fue que el comprador fue precisamente uno de los últimos almadieros roncaleses, de Burgui concretamente, que había bajado por esas aguas antes de que se cerrase la presa de Yesa. Su apellido era Recari.

Esta es, de forma muy resumida, la historia de aquél viaje cuyas imágenes podemos ver estos días en la Casa de Cultura de Funes. La memoria de todo ello ha quedado recogida por Javier Elizondo, que se ha servido para ello del diario de a bordo que entonces se hizo. Son en total 217 páginas las que él ha escrito con todo ello, que incluyen 384 fotos así como numerosos planos, que ojalá llegue el día en que podamos verlo publicado.
Lamentablemente las mejores fotos se perdieron en la presa de Cáseda al caerse la máquina al agua; ha sido necesario extraer ahora fotogramas de toda la grabación en vídeo para poder ilustrar esta memoria de una aventura y de un homenaje en el que un grupo de amigos, la mayoría de ellos de Funes, realizó en 1988.
Queda aquí el agradecimiento de un roncalés hacia este grupo de Funes, que supieron entender que las almadías son patrimonio de toda Navarra, y que ese patrimonio descansa sobre el esfuerzo y sobre la vida de decenas de generaciones de familias pirenaicas que posibilitaron que la madera de esos valles esté hoy repartida por toda Navarra, La Rioja, Aragón y Cataluña.


No hay comentarios:

Publicar un comentario