23 DE NOVIEMBRE DE 2008

DIEGO JACINTO DE ARGUEDAS
UN ALCALDE ABLITENSE DEL SIGLO XVII

Texto: Fernando Hualde



            La historiadora Amaia Ramírez de Arellano Alemán rescató en el año 2002, dentro del V Congreso de Historia de Navarra, la figura de Diego de Arguedas, alcalde de Ablitas en el siglo XVII. Un interesante trabajo sobre un personaje que ambicionó y obtuvo su hidalguía.

Periódicamente desde esta sección, además de acercarnos a la historia de nuestros pueblos y a las tradiciones nuestra tierra, procuramos acercarnos también a algunos de los personajes de la historia de Navarra, particularmente a aquellos que han quedado relegados al olvido, buscando con ello rescatar su memoria dando a conocer su biografía. Se trata de personajes que en algún momento han destacado, bien en el mundo de la cultura, de la milicia, de la vida religiosa, o bien por su ingenio, por su poder, o por otras cualidades, no necesariamente buenas. Todos ellos, absolutamente todos, forman parte de nuestra historia y de nuestro patrimonio.
Así pues, con este espíritu divulgativo, hoy nos trasladamos al extremo sur de Navarra, a la villa de Ablitas, al otro lado del Ebro. Y nuestro personaje de hoy es Diego Jacinto de Arguedas y Alegría, de quien en su momento, en el marco del V Congreso de Historia de Navarra celebrado en septiembre de 2002, la historiadora Amaia Ramírez de Arellano con gran acierto y oportunidad le dedicó una comunicación bajo el título de “Aproximación al cambio social en Navarra. El caso de Diego de Arguedas”, que posteriormente fue publicada dentro de las actas del mencionado congreso. Es este estupendo trabajo el que hoy nos va a servir, obligadamente de forma escueta, a acercarnos a la biografía de este ablitense del siglo XVII.


Antecedentes

Para mejor situarnos hay que entender en primer lugar que Ablitas, por su situación geográfica dentro del Reino de Navarra, fue ruta de invasión y defensa, que fue villa apetecida por reinos y coronas, que en su caserío convivieron gentes de diversa índole: musulmanes, judíos, y cristianos. Es esta una circunstancia común a numerosas villas y localidades de la Ribera de Navarra, que las convierte, desde un punto de vista histórico y humano, en un rico mosaico de culturas, y también en núcleos de población con un patrimonio histórico realmente grandioso.
Como ejemplo de esta riqueza pluricultural que se daba en Ablitas encontramos, sin ir más lejos, el hecho curioso motivado en aquella otra incursión invasora que hicieron los aragoneses, se habla de grupos incontrolados, a mediados del siglo XIV tratando de hacerse con el control de la localidad; aquellos incontrolados se las tuvieron que ver con la potencia defensiva de los contingentes de Pedro IV, mandados militarmente por Martín Enríquez de Lacarra, quien contaba entre otros con un equipo de diez ballesteros de la localidad que tenían todos ellos en común su condición de moros.
 Símbolo y recuerdo de toda aquella época, y jugando un papel muy importante en todo este entramado de pugnas y luchas por este territorio fronterizo, era su castillo defensivo, una fortaleza de origen árabe, y que como tal se caracterizaba por el desproporcionado tamaño de su “torre del homenaje” y por la planta circular de esta; es esta la torre que Ablitas luce en su escudo municipal.


Alcalde y noble

Es en esta villa de Ablitas, en esta villa sobre la que dos reinos diferentes fijaban su interés, y en esta villa en donde fijada ya su pertenencia a Navarra los monarcas la utilizaban como moneda de cambio para pagar favores y hazañas, en la que hábilmente Amaia Ramírez de Arellano nos contextualiza su investigación sobre Diego de Arguedas.
Ablitas inmediatamente fue convertida en señorío. Brilla con luz propia la figura ya mencionada de Martín Enríquez de Lacarra, alférez de Carlos II, que fue el primero en mandar sobre esta villa y sobre la de Fontellas, a cambio simplemente de un tributo anual de 400 libras; vino después el chambelán Rodrigo de Úriz, encargado de la Cámara del Rey; a este le sucedió otro Martín Enríquez de Lacarra, hijo de quien había sido el primer mandatario de la villa, con el que el linaje nobiliario de los Lacarra se perpetuó al frente de esta localidad durante largos años, hasta que esta familia se dividió en dos bandos que en el siglo XVIII pugnaban abiertamente por la herencia del señorío, por un lado estaban los señores de Ablitas, y por el otro lado estaban los vizcondes de Valderro.
Es así como en el siglo XVII nos encontramos en esta villa de la Ribera de Navarra con la figura nobiliaria del Conde de Ablitas don Gaspar Enríquez de Lacarra y Navarra, cuyas rentas eran administradas por Diego de Arguedas, que a su vez ostentaba el cargo de Alcalde Mayor del Condado.
Habría que situarse en aquél siglo XVII para entender la importancia que en aquella época tenían los títulos nobiliarios. Como muy bien recuerda en su trabajo Amaia Ramírez de Arellano, los hidalgos constituían el estrato inferior del estamento nobiliario; se diferenciaban del resto de la población campesina en que quedaban exentos del pago de pechas, y además tenían la posibilidad de poseer vecindades foranas. De igual modo participaban en los empleos de la administración local. Por lo demás no era especialmente grande la diferencia entre hidalgos y simples labradores en cuanto a mentalidad o modos de vida. En cualquier caso esa exención del pago de impuestos hacía, especialmente en ese siglo XVII, que muchas familias que se habían enriquecido progresivamente como culminación de ascenso social que podía durar varias generaciones, solicitasen la concesión de una ejecutoria de hidalguía, es decir, solicitaban la posibilidad de comprar su condición de nobles.
Este era el caso de Diego Jacinto de Arguedas y Alegría, más conocido como Diego de Arguedas, quien apoyándose en su condición de Alcalde Mayor del condado y en su condición de administrador de las rentas del conde, peleó ante las instancias superiores para que se le reconociese su hidalguía; algo que finalmente lo consiguió en el año 1677. Este proceso de concesión de ejecutoria de hidalguía para Diego de Arguedas fue llevado por su procurador Miguel de Gayarre, en el que este, sabedor de lo importante que era para la consecución de este título el acreditar unos antecedentes nobiliarios, trató de emparentar a Diego de Arguedas, familiar del Santo Oficio de la Inquisición, con un primo segundo suyo, residente en Madrid llamado Francisco del Castillo, que era nieto de la Marquesa de Arguedas. Hubo también que remontarse a los testamentos de sus padres Francisco de Arguedas y María de Alegría; de sus abuelos Blas de Arguedas y Ana de Eslava; y de sus bisabuelos Francisco de Arguedas y Lucía de Frías. Sabemos también, a través de este proceso, que la sepultura familiar estaba en la parroquia tudelana de San Salvador.
Y es que Diego de Arguedas, ya con anterioridad a su condición de Alcalde Mayor, tal y como pone de manifiesto la historiadora Ramírez de Arellano que investigó sobre su etapa anterior, era una persona ambiciosa y luchadora. Pleiteó con su propio padre, Francisco de Arguedas, sobre el aprovechamiento de los comunales de la villa de Ablitas. Así mismo, los procesos conservados en el Archivo General de Navarra aluden a la intensa actividad ganadera de esta familia, propietaria de una importante cantidad de ganado. Fue esto, sin duda, lo que le permitió a Diego de Arguedas acceder a los puestos de responsabilidad a los que llegó en 1636 mediante el proceso de insaculación.
Estos son, a modo de pinceladas, algunos bosquejos de la vida de este hombre, a quien muy bien se le podría hacer un estudio como mandatario local, cuya acción tampoco estuvo exenta de algunas irregularidades que acabaron en los tribunales. Nada nuevo en los tiempos de hoy.


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