28 DE OCTUBRE DE 2012

EL TEJEDOR DE TABAR

Texto y fotos: Fernando Hualde

Antiguo telar


Uno de los oficios extinguidos en Navarra es el de tejedor. Desde la primera mitad del siglo XX los telares han dejado de urdir y tramar. Rescatamos hoy la memoria de un saga de tejedores, en Tabar .  

El conocimiento fue pasando de padres a hijos, de una generación a la otra, durante siglos, pero, como en tantos otros oficios, con la llegada del siglo XX, aquella transmisión del conocimiento se vio truncada, y sin retorno. Estamos hablando de los tejedores, del arte de tejer, de pasar la lanzadera de un lado a otro, de entrelazar la trama y la urdimbre manejando los cabos, de convertir, en definitiva, un ovillo de lana o de lino, en un tejido vegetal, sirviéndose para ello del telar.
En Navarra los telares son historia, a pesar de la abundancia de ellos que hubo en algunos pueblos. Y en consecuencia lo mismo podemos decir de los tejedores, que con sus hábiles manos y su destreza, daban vida a esa máquina infernal llena de ovillos y de hilos tensados.
Y antes de poner en marcha el telar para la confección del tejido se imponía una labor previa, que en el caso del tejido a base de lana, requería todo un proceso encaminado a convertir esa lana que sobre su cuerpo lleva la oveja en el ovillo dispuesto ya en la parte alta del telar para ser trenzado; ese proceso pasaba por esquilar, lavar la lana, cardar, torcer, devanar… Y en el caso del lino, los manojos de esta planta, debían de ser igualmente sometidos a un proceso que pasaba por el cardador, la agramadera, el huso y la rueca. Y es a partir de aquí en donde entraba en acción el telar y la mano paciente y artista del tejedor, para convertir esos ovillos en tejido con el que después se podía confeccionar ropa interior, faldas, alforjas, mantas, y determinadas prendas de abrigo.

Ignacio Azcárate, último tejedor de Tabar

De Elcano a Tabar

En la localidad de Tabar (Urraul Bajo) todavía existe la que se conoce con el nombre de Casa del Tejedor. Allí, en esa casa, a la edad de 91 años, fallecía el 9 de enero de 1938 el último tejedor de ese pueblo y de esa zona. Su nombre: Ignacio Azcárate Esquiroz.
Había nacido nuestro hombre en Elcano (valle de Egüés), el 30 de enero de 1848. Hijo y nieto de tejedores, tal vez biznieto y mucho más, ¡quien sabe cuantas generaciones de tejedores hubo en esa familia. Apenas tenemos datos de él. Pero lo que sí sabemos es que en un momento determinado de su vida, en el siglo XIX, después de haber participado en la última guerra carlista, se trasladó a Tabar para trabajar en su oficio en una casa cuyos telares también tenían solera, y que ya entonces se conocía como Casa del Tejedor, propiedad de la familia Iriarte. Y allí casó, y allí crió. Y… a él, a Ignacio Azcárate, le tocó ser el último artesano de este oficio. Venía siéndolo desde hacía muchos años.
“En casa tenía mi abuelo varios telares. Yo lo recuerdo trabajando delante del telar, pasando la lanzadera de un lado a otro, y apretando el hilo cada vez que lo pasaba. Él ya tenía los ovillos preparados para hacer este trabajo. Lo que más hacía era alforjas y mantas, incluso con dibujos. Vendía mucho en el valle de Salazar, y por allá arriba. Y eso es todo lo que recuerdo de él, ¡ya me gustaría acordarme de más cosas!, pero...”; este es hoy el recuerdo y el testimonio que podemos rescatar de su nieto Cipriano Azcárate Aldave, ya en edad nonagenaria, nacido en 1920. Un recuerdo breve, puramente testimonial, que nos ayuda a tomar conciencia de la importancia de intervenir cuanto antes para salvaguardar este tipo de testimonios, por muy escuetos que sean.
Un último apunte. Cuando Ignacio Azcárate se instaló en Tabar, en la Casa del Tejedor, el dueño en ese momento, y también el tejedor, era Ramón Iriarte, nacido en Tabar el 30 de agosto de 1820 (hijo de Manuel Iriarte y de Mari Carmen Lacadena, casados en 1814); Ramón Iriarte se había casado en 1850 con Benita Gil. El oficio de tejedor le llegaba a Ramón a través de la familia de su madre; ella, Mari Carmen Lacadena, fallecida en 1843, era hija de Pedro Juan Lacadena (tejedor) y de Sebastiana Labiano.

Detalle de telar

Libros de cuentas

Ciertamente Cipriano Azcárate no conserva un recuerdo que permita recomponer cómo era la vida y el trabajo de aquellos tejedores; justo tuvo tiempo de llegar a ver trabajar a su abuelo cuando este era ya muy mayor, pero nada más; era entonces Cipriano demasiado joven.
Sin embargo, esa falta de recuerdos la ha sabido compensar este hombre conservando en su poder dos cuadernos de cuentas de los trabajos en esa casa de Ramón Iriarte, tejedor. Su estado de conservación no es muy bueno, y teniendo en cuenta que entre los dos cuadernos abarcan desde el año 1704 hasta 1856, es obligado entender que no todas las cuentas son del mismo tejedor, salvo que el hijo se llamase igual que el padre.
Podemos decir, y decimos, que hemos tenido la gran suerte de que en los últimos meses, y haciendo alarde de una gran paciencia, ha habido en Lumbier una persona, Lola Mauleón, gran aficionada a la etnografía, que se ha dedicado, página por página, a transcribir toda la información que contienen. La dificultad era grande, pues en algunos casos la letra era absolutamente ilegible, mientras que en otros casos la dificultad era aún mayor: faltaban los bordes de muchas páginas por obra y gracia de los roedores.
En cualquier caso Lola Mauleón ha hecho un trabajo digno de profesionales, un trabajo que requería el conocimiento de los pueblos del entorno, de los nombres de los mismos, de los apellidos, de los nombres de las casas, de topónimos, etc. Son documentos en los que el tejedor, año por año va haciendo cuenta de los lienzos que va trabajando, a la vez que recoge las cuentas de todo lo que le adeuda o le paga cada cliente. Esto nos permite conocer que su negocio tenía un área geográfica que abarcaba a Urraul Bajo, Ibargoiti, Izagaondoa, Unciti, y ocasionalmente Lumbier y Sangüesa, principalmente; vemos también que rara era la vez que recibía dinero a cambio de su trabajo, que en esos casos solían ser reales y maravedís; por el contrario, se le pagaba con lana, con lino, con cáñamo, con estopa, con trigo, con cántaros de vino, con cebada, cebollas, maiz, garbanzos, patatas, miel, cargas de cal,  blanqueta, maraña, liencito, granillo, terliz, estameña, vaeta, bonbaste, conportillas…; este tipo de intercambios era la práctica habitual en los pueblos; entiéndase que el dinero apenas se usaba a la hora de hacer compras ni ventas. Y hablamos de medidas como pintas, baras, brazas, robos, cuartales, onzas, almudes, tercias, etc.
El primer cuaderno, de 72 páginas, abarca desde 1704 hasta 1794 (salvo algunas anotaciones familiares posteriores), y la transcripción de sus páginas permite conocer que no solo de tejer vivía este hombre, sino que ocasionalmente se dedicaba a comercializar vino a zonas ya más distantes como podían ser el Roncal o Cizur. Así mismo, se puede ver en las cuentas del año 1722 que en aquél momento además de hacer tejido también llegaba a hacer algo de ropa, de hecho se le ve vendiendo calzones, ongarinas, ropillas, chaquetas, y alguna almilla, que es una especie de jubón de paño negro. Solamente esta parte del cuaderno nos permite hacer una idea del tipo de indumentaria que se vestía en aquella época, incluso de los precios de la misma.
El segundo cuaderno, de 35 páginas, abarca desde 1851 hasta 1856, lo que nos permite intuir que un cuaderno intermedio puede haber desaparecido. Este segundo documento va en la línea del primero, con algunos apuntes de gran interés etnográfico, que, por poner un ejemplo, nos permiten conocer que los peines (cardadores) se compraban en Sangüesa, y que el precio estaba en función del número de caminos (púas de hierro).

Estamos hablando, por lo tanto, de 105 páginas las que ha trabajado minuciosamente Lola Mauleón, de Lumbier; tomándose la molestia de llegar a hacer un pequeño diccionario que ayuda a entender mucho mejor todo ese trabajo de trascripción.
Requieren ambos cuadernos un estudio con detenimiento, con selección de apellidos y de nombres de casas, pueblo a pueblo. De ellos se pueden obtener infinidad de datos, incluso podemos conocer los diferentes cultivos que había en cada pueblo, oficios, precios, etc.
Hoy el oficio de tejedor lleva muchas décadas extinguido en Navarra; testimonios como el recogido en Tabar de boca de Cipriano Azcárate son ya muy difíciles de encontrar. Dejamos aquí, por tanto, constancia de una reliquia de nuestro pasado, y lo hacemos con la esperanza de que su difusión ayude a perpetuar la memoria de esta saga familiar de tejedores. Así sea.


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