Texto y fotos: Fernando Hualde
Antiguo telar |
Uno de los oficios
extinguidos en Navarra es el de tejedor. Desde la primera mitad del siglo XX
los telares han dejado de urdir y tramar. Rescatamos hoy la memoria de un saga
de tejedores, en Tabar .
El conocimiento fue pasando de padres a hijos, de
una generación a la otra, durante siglos, pero, como en tantos otros oficios,
con la llegada del siglo XX, aquella transmisión del conocimiento se vio
truncada, y sin retorno. Estamos hablando de los tejedores, del arte de tejer,
de pasar la lanzadera de un lado a
otro, de entrelazar la trama y la urdimbre manejando los cabos, de convertir,
en definitiva, un ovillo de lana o de lino, en un tejido vegetal, sirviéndose
para ello del telar.
En Navarra los telares son historia, a pesar de la
abundancia de ellos que hubo en algunos pueblos. Y en consecuencia lo mismo
podemos decir de los tejedores, que con sus hábiles manos y su destreza, daban
vida a esa máquina infernal llena de ovillos y de hilos tensados.
Y antes de poner en marcha el telar para la
confección del tejido se imponía una labor previa, que en el caso del tejido a
base de lana, requería todo un proceso encaminado a convertir esa lana que
sobre su cuerpo lleva la oveja en el ovillo dispuesto ya en la parte alta del
telar para ser trenzado; ese proceso pasaba por esquilar, lavar la lana,
cardar, torcer, devanar… Y en el caso del lino, los manojos de esta planta,
debían de ser igualmente sometidos a un proceso que pasaba por el cardador, la
agramadera, el huso y la rueca. Y es a partir de aquí en donde entraba en
acción el telar y la mano paciente y artista del tejedor, para convertir esos
ovillos en tejido con el que después se podía confeccionar ropa interior,
faldas, alforjas, mantas, y determinadas prendas de abrigo.
Ignacio Azcárate, último tejedor de Tabar |
De Elcano a Tabar
En la localidad de Tabar (Urraul Bajo) todavía
existe la que se conoce con el nombre de Casa del Tejedor. Allí, en esa casa, a
la edad de 91 años, fallecía el 9 de enero de 1938 el último tejedor de ese
pueblo y de esa zona. Su nombre: Ignacio Azcárate Esquiroz.
Había nacido nuestro hombre en Elcano (valle de
Egüés), el 30 de enero de 1848. Hijo y nieto de tejedores, tal vez biznieto y
mucho más, ¡quien sabe cuantas generaciones de tejedores hubo en esa familia.
Apenas tenemos datos de él. Pero lo que sí sabemos es que en un momento
determinado de su vida, en el siglo XIX, después de haber participado en la
última guerra carlista, se trasladó a Tabar para trabajar en su oficio en una
casa cuyos telares también tenían solera, y que ya entonces se conocía como
Casa del Tejedor, propiedad de la familia Iriarte. Y allí casó, y allí crió. Y…
a él, a Ignacio Azcárate, le tocó ser el último artesano de este oficio. Venía
siéndolo desde hacía muchos años.
“En
casa tenía mi abuelo varios telares. Yo lo recuerdo trabajando delante del
telar, pasando la lanzadera de un lado a otro, y apretando el hilo cada vez que
lo pasaba. Él ya tenía los ovillos preparados para hacer este trabajo. Lo que
más hacía era alforjas y mantas, incluso con dibujos. Vendía mucho en el valle
de Salazar, y por allá arriba. Y eso es todo lo que recuerdo de él, ¡ya me
gustaría acordarme de más cosas!, pero...”; este es hoy el recuerdo y el testimonio
que podemos rescatar de su nieto Cipriano Azcárate Aldave, ya en edad
nonagenaria, nacido en 1920. Un recuerdo breve, puramente testimonial, que nos
ayuda a tomar conciencia de la importancia de intervenir cuanto antes para
salvaguardar este tipo de testimonios, por muy escuetos que sean.
Un último apunte. Cuando
Ignacio Azcárate se instaló en Tabar, en la Casa del Tejedor, el dueño en ese
momento, y también el tejedor, era Ramón Iriarte, nacido en Tabar el 30 de
agosto de 1820 (hijo de Manuel Iriarte y de Mari Carmen Lacadena, casados en
1814); Ramón Iriarte se había casado en 1850 con Benita Gil. El oficio de
tejedor le llegaba a Ramón a través de la familia de su madre; ella, Mari
Carmen Lacadena, fallecida en 1843, era hija de Pedro Juan Lacadena (tejedor) y
de Sebastiana Labiano.
Detalle de telar |
Libros de
cuentas
Ciertamente Cipriano
Azcárate no conserva un recuerdo que permita recomponer cómo era la vida y el
trabajo de aquellos tejedores; justo tuvo tiempo de llegar a ver trabajar a su
abuelo cuando este era ya muy mayor, pero nada más; era entonces Cipriano
demasiado joven.
Sin embargo, esa falta de
recuerdos la ha sabido compensar este hombre conservando en su poder dos
cuadernos de cuentas de los trabajos en esa casa de Ramón Iriarte, tejedor. Su
estado de conservación no es muy bueno, y teniendo en cuenta que entre los dos
cuadernos abarcan desde el año 1704 hasta 1856, es obligado entender que no
todas las cuentas son del mismo tejedor, salvo que el hijo se llamase igual que
el padre.
Podemos decir, y decimos,
que hemos tenido la gran suerte de que en los últimos meses, y haciendo alarde
de una gran paciencia, ha habido en Lumbier una persona, Lola Mauleón, gran
aficionada a la etnografía, que se ha dedicado, página por página, a
transcribir toda la información que contienen. La dificultad era grande, pues
en algunos casos la letra era absolutamente ilegible, mientras que en otros
casos la dificultad era aún mayor: faltaban los bordes de muchas páginas por
obra y gracia de los roedores.
En cualquier caso Lola
Mauleón ha hecho un trabajo digno de profesionales, un trabajo que requería el
conocimiento de los pueblos del entorno, de los nombres de los mismos, de los
apellidos, de los nombres de las casas, de topónimos, etc. Son documentos en
los que el tejedor, año por año va haciendo cuenta de los lienzos que va
trabajando, a la vez que recoge las cuentas de todo lo que le adeuda o le paga
cada cliente. Esto nos permite conocer que su negocio tenía un área geográfica
que abarcaba a Urraul Bajo, Ibargoiti, Izagaondoa, Unciti, y ocasionalmente
Lumbier y Sangüesa, principalmente; vemos también que rara era la vez que
recibía dinero a cambio de su trabajo, que en esos casos solían ser reales y
maravedís; por el contrario, se le pagaba con lana, con lino, con cáñamo, con
estopa, con trigo, con cántaros de vino, con cebada, cebollas, maiz, garbanzos,
patatas, miel, cargas de cal, blanqueta, maraña, liencito, granillo, terliz, estameña, vaeta, bonbaste, conportillas…;
este tipo de intercambios era la práctica habitual en los pueblos; entiéndase
que el dinero apenas se usaba a la hora de hacer compras ni ventas. Y hablamos
de medidas como pintas, baras, brazas, robos, cuartales, onzas, almudes,
tercias, etc.
El primer cuaderno, de 72
páginas, abarca desde 1704 hasta 1794 (salvo algunas anotaciones familiares
posteriores), y la transcripción de sus páginas permite conocer que no solo de
tejer vivía este hombre, sino que ocasionalmente se dedicaba a comercializar
vino a zonas ya más distantes como podían ser el Roncal o Cizur. Así mismo, se
puede ver en las cuentas del año 1722 que en aquél momento además de hacer
tejido también llegaba a hacer algo de ropa, de hecho se le ve vendiendo
calzones, ongarinas, ropillas,
chaquetas, y alguna almilla, que es
una especie de jubón de paño negro. Solamente esta parte del cuaderno nos
permite hacer una idea del tipo de indumentaria que se vestía en aquella época,
incluso de los precios de la misma.
El segundo cuaderno, de 35
páginas, abarca desde 1851 hasta 1856, lo que nos permite intuir que un
cuaderno intermedio puede haber desaparecido. Este segundo documento va en la
línea del primero, con algunos apuntes de gran interés etnográfico, que, por
poner un ejemplo, nos permiten conocer que los peines (cardadores) se compraban
en Sangüesa, y que el precio estaba en función del número de caminos (púas de hierro).
Estamos hablando, por lo
tanto, de 105 páginas las que ha trabajado minuciosamente Lola Mauleón, de
Lumbier; tomándose la molestia de llegar a hacer un pequeño diccionario que
ayuda a entender mucho mejor todo ese trabajo de trascripción.
Requieren ambos cuadernos un
estudio con detenimiento, con selección de apellidos y de nombres de casas,
pueblo a pueblo. De ellos se pueden obtener infinidad de datos, incluso podemos
conocer los diferentes cultivos que había en cada pueblo, oficios, precios,
etc.
Hoy el oficio de tejedor
lleva muchas décadas extinguido en Navarra; testimonios como el recogido en
Tabar de boca de Cipriano Azcárate son ya muy difíciles de encontrar. Dejamos
aquí, por tanto, constancia de una reliquia de nuestro pasado, y lo hacemos con
la esperanza de que su difusión ayude a perpetuar la memoria de esta saga
familiar de tejedores. Así sea.
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