EL ÚLTIMO VECINO DE URBICAIN
Texto: Fernando Hualde
Fotos: Esteban Labiano
Recogemos hoy los recuerdos de un hombre del valle de Izagaondoa,
fallecido esta semana, a quien la historia le asignó el papel de ser el último
vecino de su casa, y de su pueblo.
Este pasado miércoles, a la edad de
97 años, fallecía en la residencia de ancianos “San Isidro”, en Lumbier,
Ildefonso Ascunce Garrués. Había sido él, precisamente, quien en el mes de diciembre
de 2004, cuando ya iba a cumplir 90 años, tomó esa difícil decisión, o
traumática más que difícil, de coger a su mujer, Rosario Cía, e irse con ella a
una residencia de ancianos. Y si digo que es una decisión traumática es porque
detrás de ese acto, aparentemente simple, de girar la llave de una puerta, estaba
el hecho de poner el punto final a una casa… y a un pueblo. Urbicain, en el
valle de Izagaondoa, quedaba deshabitado después de novecientos años de vida
ininterrumpida; y casa Pedroz, construida en 1568, decía adiós a sus últimos
inquilinos.
Testimonio grabado
Casualmente, tres días antes del
fallecimiento de Ildefonso, el domingo día 10 presentaba un servidor en ese
valle el libro “Izagaondoa. Memoria de un valle”, con el que he recogido, salvaguardado
y difundido, los testimonios de medio centenar de personas de este valle sobre
épocas y formas de vida que hoy cuesta imaginar. A veinte de ellas les grabé en
vídeo, para el Archivo del Patrimonio Oral e Inmaterial de Navarra, en donde en
más de sesenta horas de grabación contaron sus recuerdos de aquellos tiempos
que ellos y ellas conocieron y vivieron. He aprovechado la primera parte de
este libro para incluir los dieciséis reportajes que sobre este valle había
escrito en esta sección de DIARIO DE NOTICIAS. En la entrevista que, sobre el
mencionado libro, me hizo la periodista Marian Zozaya, al reproducirla en el
periódico, destacaron en un margen una de las frases que yo le dije: “una acera puede esperar, pero un anciano no
espera”. La frase en cuestión cobra especial sentido con el fallecimiento
de este antiguo vecino de Urbicain.
Esta labor de recogida del
patrimonio oral, en este valle, la comenzaba yo el 10 de noviembre de 2011,
hace siete meses, y lo hacía acudiendo a Ildefonso Ascunce, nacido el 23 de
enero de 1915, sabedor de que, por ley natural, no podía vivir muchos años más,
y de que además tenía este hombre el valor de ser esa persona que, después de
siglos de existencia vital, había puesto el punto final a un pueblo. Su
testimonio era especialmente importante; y quise empezar por él. Pocos pueblos
tenemos en Navarra de los que podamos contar con precisión cómo quedaron
deshabitados.
Ildefonso se nos ha ido ahora. Se
habría perdido para siempre la memoria de lo que él vivió y conoció de no haber
sido por esta entrevista que se le realizó hace siete meses; esta entrevista,
como todas las que se hacen para el Archivo del Patrimonio Oral e Inmaterial de
Navarra, es sometida a una política de conservación, de tal forma que queda
garantizado que dentro de unas décadas, tal vez unos siglos, esa entrevista va
a permanecer guardada, pudiendo servir para que las generaciones futuras
conozcan de primera mano unas formas de vida narradas por sus protagonistas.
Unas semanas antes de realizarse esta grabación, fue el madrileño Faustino
Calderón, entusiasta de los pueblos deshabitados, quien desde Madrid se acercó
hasta Lumbier y también le hizo una entrevista, que la incluyó en su blog a la
hora de hablar de Urbicain (lospueblosdeshabitados.blogspot.com).
Casa Pedroz (Urbicain) |
Resumen
Aprovechamos el reportaje de hoy,
recuerdo agradecido a Ildefonso Ascunce, fallecido esta semana, para reproducir
aquí algunas pinceladas temáticas de lo que fue su entrevista. Que sea este un
homenaje a su persona, también un homenaje a esa generación de hombres y
mujeres que trabajó de sol a sol, alternando ese trabajo con guerras,
postguerras y todo tipo de miserias. Y que sirva esto también de toque de
atención a todos esos municipios navarros que todavía no han dado el paso de invertir
para que la memoria de sus mayores, raíz y esencia de esa localidad, quede
preservada para siempre en este Archivo del Patrimonio Oral.
He aquí el testimonio, muy resumido,
de lo que el último vecino de Urbicain nos contó sobre su pueblo:
ALCALDÍA
Ildefonso
Ascunce llegó a ser alcalde de Urbicain durante 20 años. “Después se hizo cargo la propia Diputación; cada vez que un pueblo se
quedaba con menos de tres casas habitadas la gestión de ese pueblo pasaba a
manos de la Diputación”.
CASA MELCHOR
Era la casa más
importante; tenía un buen portón, buenas piedras en la fachada, unas ventanas
magníficas, y en su interior se destacaba por las escaleras de piedra.
Antiguamente
eran los propietarios del molino, pero después lo vendieron a los de casa Icurgui.
CASA PEDROZ
Construida en
1568 por Pedro Oroz y señora. Tiene una portalada redonda que está a punto de
caerse. En la planta baja tenían la cuadra, la masandería, el horno, y la
bodega. La casa tenía en propiedad algo más de 26 robadas de viñas. “Cuando nos fuimos de casa, las cubas y la
prensa allí se quedaron”.
La última
generación de esta casa estuvo compuesta por doce hermanos, uno de ellos murió
a los pocos días de nacer; los otros once eran: Lorenzo, Casilda, Pedro,
Ildefonso, Santos, Daniel, Jesús, Paulino, Elena, Teresa y Eulalio. Todos ellos
eran hijos de Cesáreo Ascunce (de Mutilva) y de María Garrués (heredera de la
casa). Y a su vez María era hija de Lorenzo Garrués (heredero de la casa) y de
Francisca Iriso. Se sabe que a Lorenzo se le murió la mujer, y seguidamente se
casó con una hermana de ésta; con la primera tuvo tres o cuatro hijos, y con la
segunda el resto.
“A
la abuela no le queríamos mucho, tenía mucho genio, y en cuanto veía que no
teníamos escuela nos juntaba a todos para enseñarnos el catecismo, y eso no nos
gustaba nada”, decía Ildefonso.
Propiedad de la
casa era el corral que hay anexo a la casa de la Abadía (en donde vivía el
pastor), y la Casa de la Rosa.
En diciembre de
2004 los últimos habitantes de la casa y del pueblo, Ildefonso Ascunce y su
esposa Rosario Cía (sin hijos), se marcharon a vivir a la residencia de
ancianos de Lumbier. Desde entonces Urbicain quedó despoblado.
ESCUELA
Desde Urbicain
y desde Izánoz iban a la escuela de Turrillas. A la escuela de ese pueblo
acudían únicamente los vecinos de estos tres lugares. Recordaba el caso de un
maestro que vivía en Izánoz, y que desde allí iba y volvía todos los días a
Turrillas a dar clase.
FIESTAS
Se celebraban
el 2 de septiembre, en honor a San Esteban (patrón y titular de la iglesia). Si
llovía se hacía el baile en alguna casa, pero sino en la calle.
HERRERO
En Urbicain no
había ningún herrero. Para este servicio había que desplazarse a Ardanaz,
Tabar, Artieda, Urroz, Aoiz… según lo que quisieses.
JUEGOS
No recuerda
ningún juego en especial
LUZ ELÉCTRICA
Urbicain se
abastecía de luz desde el molino de San Vicente, pero era un tendido de dos
hilos, que no te permitía encender muchas luces. Después se puso un trazado
nuevo, “creo que de tres hilos”, pero
el problema fue que desde un lado a ese nuevo tendido se le hizo llegar hasta
Iriso, y desde el otro lado se le hizo llegar hasta Indurain, así que Urbicain
se quedó sin luz. Fueron necesarias unas gestiones posteriores para que
finalmente el nuevo tendido llegase hasta Urbicain.
MOLINO
El molino
perteneció siempre a la Casa Melchor, pero estos lo vendieron posteriormente a
los de Casa Icurgui, que son los que se encargaron de su explotación hasta el
final. En los últimos años tan sólo se molía el pienso para los animales.
“Funcionaba
a balsadas. En una balsa recogíamos el agua de un barranco que bajaba de Izaga.
Cuando la balsa estaba llena se subía la compuerta y esa agua hacía funcionar
al molino; y cuando ya tenía poca fuerza el agua se volvía a cerrar la
compuerta y había que esperar a que se volviese a llenar la balsa”,
decía Ildefonso Ascunce.
PROPIEDAD
En el último
cuarto del siglo XX (seguramente en los años setenta) el pueblo fue comprado
por José Biurrun Echeverría, conocido también como “el catalán”, y más conocido aún como “el puritos”. Compró todo el pueblo, excepto la casa pedroz y sus
correspondientes propiedades.
La salud de
Ildefonso hizo que éste, que llevaba las tierras del terrateniente, acabase
vendiéndole sus campos (limitándose desde entonces Ildefonso a criar algunos
animales en casa).
José Biurrun
(natural de Biurrun) tenía su “cuartel general” en Lecaun, a donde acudía
periódicamente Ildefonso a rendirle cuentas.
REYES MAGOS
“En
mi infancia lo único que nos traían los Reyes Magos eran cuatro higos secos;
¿qué más quieres que nos trajesen si éramos once hermanos?”.
SACERDOTES
“Por
mi padre sé que hubo un cura que vivía en casa de la Abadía, pero no sé cómo se
llamaba. Después –a ese ya le conocí yo- vino don Ángel, que vivió en nuestra
casa (Casa Pedroz), y ya después vino don Narciso Larraya, que era de Iriso, y
ese vivió en la casa de la Abadía”.
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