LA QUE NUNCA FALTÓ
Texto y foto: Fernando Hualde
“Sangüesa, la que nunca faltó”. Este es el lema que figura bajo el
escudo de esta ciudad. La que nunca faltó… ¿dónde?, ¿cuándo?.
En más de una ocasión me he
encontrado, por parte de algún curioso por la historia, con la pregunta de qué
significaba ese lema que exhibe Sangüesa en su escudo; e incluso… ¿qué pinta la
enseña cuatribarrada en el escudo de esa ciudad?. Pues bien, vamos a aprovechar
hoy para dar unas pinceladas históricas que nos ayuden a entender estos enigmas
de la heráldica que, por lo general, siempre tienen su razón de ser.
Petilla
Nos trasladamos en el tiempo al año
1135. Acaba de morir el rey Alfonso el Batallador, que hasta entonces había
reinado conjuntamente en Aragón y en Navarra. Y nos trasladamos también, en el
término de Sangüesa, al paraje de Vadoluengo. Se reúnen allí, ese año,
representantes de ambos reinos. Por parte de los aragoneses estuvieron
comisionados don Cajal y don Férriz, de Huesca, y don Pedro Atarés, de Borja;
mientras que por parte de Navarra acudieron el Conde don Ladrón y don Guillermo
Aznárez, de Oteiza, y don Giménez Aznárez, de Torres.
Se dice que en aquella reunión se tomó
el acuerdo de que a partir de ese momento Ramiro el Monje, hermano del
fallecido Alfonso el Batallador, reinase en Aragón; mientras que García
Ramírez, hijo de García Sánchez el de Nájera, reinase en Navarra, quedando así,
de nuevo, separados ambos reinos.
Esa separación de terrenos, cuya
línea fronteriza no estaba perfilada con claridad, provocó pugnas y tensiones,
y no pocas desavenencias. Y es en este contexto cuando vemos cómo en el año
1139 el rey de Navarra entra con sus tropas, desde Sangüesa, hasta la zona de
Sos para recuperar lo que entendía que era suyo. Y tomó primero la villa de
Sos, después tomó Filera (pueblo próximo a Sos, ya desaparecido), y finalmente
conquistó Petilla en el mes de diciembre de aquél año.
Pasaron los años, y en estos no
faltaron quejas y reclamaciones por parte de los aragoneses, hasta que a
finales del siglo XIII, el monarca navarro Felipe el Hermoso, quiso apaciguar
sus demandas devolviéndoles algunos pueblos con sus respectivos términos. Pero
esta devolución, o entrega, o regalo (como le queramos llamar), para lo que
realmente sirvió fue para dejar a Petilla rodeada de tierras aragonesas, lo que
ayudó a que se incrementasen las quejas por parte de los aragoneses
argumentando que no era normal que la villa de Petilla siguiese perteneciendo a
Navarra, cuando “estaba internada dos
leguas más en territorio de Aragón”. A estas quejas añadieron ellos la
propuesta de recuperar Petilla utilizando la fuerza de las armas.
Esta propuesta se materializó en el
año 1308, reinando en Navarra Luis el Hutín, que es cuando el ejército aragonés
rodeó y sitió la villa navarra de Petilla. Ante esta acción bélica Sangüesa
reclutó varias compañías, integradas por sangüesinos y montañeses, a la vez que
le pedían al monarca navarro que enviase algunos escuadrones de caballería.
Inmediatamente Luis el Hutín envió la ayuda militar necesaria y puso al frente
del ejército combatiente a Fortuño Almoravid, alférez del Estandarte Real de
Navarra. Así pues, desde Sangüesa salió hacia Petilla un importante ejército;
las tropas aragonesas que rodeaban Petilla se agruparon y salieron al encuentro
de los navarros, esperándoles en una zona llana para que los montañeses
navarros no tuviesen ventaja. La batalla fue muy dura, y sangrienta, y también
muy igualada en fuerzas; hasta que la vanguardia del ejército navarro, con
mayoría de sangüesinos, logró romper la resistencia de los adversarios. En el
paraje de Camporreal les arrebataron todas las provisiones, y con ese botín,
más lo que llevaban los navarros se reforzó la guarnición y el avituallamiento
en Petilla.
Aibar
Tras aquella acción bélica los
aragoneses, heridos en su orgullo, le declararon la guerra a Navarra; y a esta
declaración le siguió la organización de tropas, bien armadas, dispuestas a
invadir Navarra.
Ante esto, el rey Luis el Hutín,
convirtió a la villa de Urroz en plaza de reclutamiento, haciendo el
consiguiente llamamiento a las armas para defender el reino de la ofensiva
aragonesa.
Pero mientras se organizaban las
tropas navarras los aragoneses no perdieron el tiempo, y atravesando el río
Aragón por el vado de San Adrián, se adentraron en el término de Aibar,
saqueándolo todo, llegando hasta las vegas de Olite y de Tafalla. Se hicieron
con un importante botín, y con él a cuestas iniciaron el regreso a su tierra.
Para entonces en Aibar los vecinos, a su manera, trataron de hacerles frente.
No les vencieron ni mucho menos, pero les entretuvieron lo suficiente como para
que llegase la noche, y los aragoneses no se atreviesen a cruzar el río,
forzándoles a acampar en el término de Aibar.
Y es en ese momento cuando Sangüesa,
con la ayuda de Aibar, sabedora de que no podían estar esperando a la llegada
de ayuda, toma la decisión de atacar a los aragoneses al amanecer del día
siguiente. Ignoraban los aragoneses que esa noche los vecinos de Sangüesa y
Aibar habían acampado muy cerca de ellos, cerca de la desembocadura del Onsella
en el Aragón.
Los aragoneses trataron de maniobrar
al ver lo que se les avecinaba, pero sangüesinos y aibareses hicieron una
pinza, desde un flanco y desde el otro, que forzó al ejército aragonés a
meterse dentro del cauce del río Aragón, desde donde la fuerza del agua les
impedía toda maniobra. Las crónicas de aquél combate hablan de ciento veinte
bajas entre los sangüesinos, y más de cuatro mil entre los aragoneses.
Obviamente se les arrebató todo el botín que llevaban. Un grupo de infanzones
de Sangüesa, durante esta contienda, logró arrebatar “a los bravos patriotas que la custodiaban” la bandera, o
estandarte real, de Aragón. Exhibiendo esa bandera, y en medio de vítores y
aclamaciones, entraron los combatientes a Sangüesa. Aquella victoria suponía el
final de la guerra.
Mientras tanto en Urroz seguían
todavía con los preparativos de organizar la defensa del reino. Y hasta allí
llegaron los representantes sangüesinos con el Estandarte Real de Aragón para
ofrecérselo al rey y contarle la importante victoria, lo que trajo consigo la
disolución inmediata de las tropas que ya estaban preparadas.
Luis el Hutín, tras recibir el
estandarte, hizo acto seguido donación del mismo a la entonces villa de
Sangüesa. Esta donación vino acompañada de la concesión de que al lado del
castillo que usaban en su escudo, pusieran otro cuartel blasonado con las
cuatro barras rojas del de Aragón, luciendo sobre campo de plata, en lugar de
sobre dorado, que eran las armas de aquél reino, y además que emblemasen su
blasón con el título de “La que nunca
faltó”.
Cruz de los Azadones
Podría acabar aquí la historia, pero
resultaría un tanto incompleta si así lo hiciese. El rey Luis el Hutín no solo
donó el Estandarte Real de Aragón a Sangüesa, y lo integró en su escudo, sino
que además les concedió el derecho de exhibirlo.
Dicen que el paso de los años lo
cura todo; y la realidad es que Navarra y Aragón recuperaron su buena
convivencia, y también una buena relación comercial. Pero la espina allí estaba
siempre, y la costumbre que había en Sangüesa, el día del Corpus, de sacar en
el cortejo, junto a otros estandartes religiosos, el susodicho estandarte,
generaba entre los aragoneses el lógico malestar. Hasta que un día…
Fue un día del Corpus, a mediados
del siglo XV. Un cronista posterior lo narró así: “Salía la procesión de Santa María, lanzaban al aire las campanas sus
sonidos recios y su eco se dilataba en la paz del llano y se esfumaba hasta los
montes verduzcos de los confines; como coros proféticos, entonaba la multitud
salmodias dulces; formaban las filas los hombres ataviados con la elegancia del
tiempo; los mayorazgos, hijosdalgos e infanzones lucían calzones cortos, de
raso, y ceñían a su cintura puntiagudos espadines; caminaba la formación lenta
y acompasada, al son de los atabales y clarines, por la Rúa Mayor; los frailes
Franciscanos y los del Carmen, los de la Merced y los de Santo Domingo, rezaban
quedo y a paso monacal, con las manos escondidas en las flotantes mangas,
impávidos, con la seriedad de nazarenos, acompañaban al Santo de los Santos;
ostentaban los gremios sus banderas alineadas en el centro de la calle, e iba
presidiéndolas el Estandarte Real de Aragón. De súbito, se turbó la procesión.
Gritan y corren los muchachos, las mujeres y los hombres, y en maremagnum se
dirigen a la calle Mediavilla, desenvainan los hidalgos e infanzones sus
relucientes espadines y todos, en tropel, van veloces hacia él. Ocurría que, al
pasar el Estandarte Real frente a la posada, un hombre, jinete, en ligero
caballo, presentándose instantáneamente en el centro de la calle, arrebató el
Estandarte a su portador, y al galope, dirigíase, por las calles de Mediavilla
y La Población, al Portal de Aragón. Todo el pueblo corría en pos de él, y
hubiera reconquistado el trofeo si en el campo de La Landa, próximo al
cementerio actual, no resbalase el caballo, dando en tierra con el jinete.
Diéronle alcance los más ágiles y, quitándole la bandera después de porfiada
resistencia, la empaparon en la sangre de este heroico patriota aragonés”.
Y precisamente, allí donde murió el
aragonés, se puso después una columna de piedra, y sobre ella una cruz de
hierro; la misma que hoy es conocida como la Cruz de los Azadones.
Ciertamente aquél hombre no
consiguió llevarse el Estandarte Real de Aragón, pero sí que consiguió que
desde ese momento no se exhibiese más en procesión alguna, acompañando este
gesto por parte de los sangüesinos con el incremento de un gran respeto hacia
este símbolo, y hacia la vecina Aragón.
Estamos hablando de una bandera que,
en palabras de Miguel Ancil, en su libro “Compendio de la Historia de Sangüesa”
(1931), la describía –por haberla conocido a finales del siglo XIX- como “un trozo largo de tela de color grisáceo
con manchas sanguinolientas, convertido en harapos por la acción del tiempo, y
en cuyo centro ostentaba la custodia o relicario, que se conserva guardado en
un cuadro existente en el Archivo Municipal”.
Con todo el respeto, y también con
todo el orgullo, hoy, como ayer, Sangüesa sigue siendo “la que nunca faltó”.
En un incendio que se porduzco en al Archivo de Sanguesa alla por los años 50, yo vi ese pendon clavado en un monton de arena en la Galeria, manchado y roto, y varias espadas de sanguesinos ilustres que las habian donado al Ayuntamiento.Eso alguien lo dijo.
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