7 DE ENERO DE 2008

AÑO SARASATE
EN EL CENTENARIO DE SU MUERTE

Texto: Fernando Hualde



         Los próximos sanfermines se cumplirán cien años de la última estancia de Sarasate en Pamplona. El 20 de septiembre de 1908 nos dejaba para siempre en su casa de Biarritz. El centenario de su muerte es una oportunidad única para organizar unos actos de recuerdo a su medida.

         El pasado y lluvioso día 20 de noviembre, y organizado por el Gran Hotel La Perla, la pamplonesa Plaza del Castillo acogía un emotivo acto de recuerdo y de homenaje a la figura del violinista Pablo Sarasate. Un concierto de violín desde su habitación nos evocaba aquella vieja costumbre que, año tras año, repetía don Pablo el día de su llegada a la ciudad, como lo era el hecho de obsequiar a sus paisanos con un pequeño concierto de violín desde el balcón del segundo piso de La Perla, en donde él se hospedaba, mientras miles de personas le escuchaban atentamente sin perderse una sola nota.
         Así pues, este concierto de reinauguración de este hotel pamplonés, servía para recordarnos –y así se hizo desde la megafonía- la inminencia del centenario del fallecimiento en Biarritz de Pablo Sarasate y Navascués, que acaeció tan triste suceso el 20 de septiembre de 1908.


Centenario


         Hace dos años en esta misma sección recordábamos, como si de un “aviso a navegantes” se tratase, que estábamos tan sólo a dos años de esta efeméride, para que a nadie le pillase de sorpresa, para que nadie alegase ignorancia. Y hoy, primer domingo del año 2008, sabiendo que hay ya una comisión que lleva muchos meses preparando este centenario, no queremos perder la ocasión para volver a recordarlo, para decir que desde ya estamos inmersos en este año dedicado a la figura de Sarasate.
         Pamplona, su Ayuntamiento, lo declaró Hijo Predilecto; y hoy, cuando ha pasado algo más de un siglo de aquél nombramiento, tenemos que admitir y reconocer que Pablo Sarasate sigue siendo un personaje querido y admirado por sus paisanos, que su recuerdo sigue vivo, el cariño intacto y además unánime. Está claro que dejó una profunda huella en la sociedad pamplonesa, y a eso ayudó sobremanera su carácter, su generosidad, y su arte. El recibimiento que le tributaban sus paisanos cada vez que llegaba, en víspera de los sanfermines, era el acto más multitudinario que se vivía a lo largo del año en Pamplona, llegando a concentrarse delante del Hotel La Perla un número de personas superior al número de habitantes de la ciudad; y con esto ya está dicho todo. Nadie más era capaz de congregar a tanta gente.
         Un servidor da por hecho que este centenario no va a pasar desapercibido para el Ayuntamiento de Pamplona ni para el Gobierno de Navarra; es obligado que haya actos institucionales de recuerdo al insigne violinista: conciertos, ofrendas, conferencias, premios, publicaciones, propaganda institucional, etc. Debe de haberlos, y creo no equivocarme si digo que se trabaja ya en ello.
         Que no se molesten si desde las tribunas públicas de los medios de comunicación les pinchamos para que hagan más, para que hagan mejor, o si les hablamos de un monumento a Pablo Sarasate en condiciones, es decir, limpio, entero, y no marginado.


Actos populares


         Pero, desde mi agradecimiento sincero hacia todo lo que las instituciones organicen –que siempre será poco-, me gustaría recordar el carácter popular de los recibimientos que la ciudad le hacía a Pablo Sarasate cada año. Cierto es que en aquellas recepciones nunca faltaban las instituciones, pero cierto es también que además de estás a esa cita acudían, y de forma organizada, todas las sociedades musicales, todas las sociedades de recreo, todos los gremios, y en definitiva, todos los habitantes de la ciudad y del entorno. A don Pablo no le faltaban fuegos de artificio en su honor, ni tampoco zezenzuskos (toros de fuego), ni conciertos; de la misma manera que los mozos de la ciudad, con sus músicas, le rondaban toda la noche bajo su habitación; o de la misma manera que cientos y cientos de personas acudían a La Perla a saludarle personalmente, y a todos recibía, y nadie se iba de vacío. Los pobres sabían mejor que nadie que la generosidad de Sarasate no tenía límites.
         Es por ello que entiendo que este año no debiéramos de ser testigos pasivos de ver cómo las instituciones preparan actos de recuerdo al violinista, sino que el evento exige una implicación popular, una implicación de las sociedades musicales, de los casinos, de las peñas, de las entidades culturales, de los medios de comunicación, incluso de los gremios –aunque lamentablemente estos últimos hayan perdido ya la fuerza y el simbolismo que tenían antaño-. Todos cabemos en este recuerdo a Sarasate.
         Los próximos sanfermines el violinista pamplonés debiera de ser el invitado de honor; su figura debiera de impregnar la fiesta igual que lo hizo durante muchos años. Si las peñas y las cuadrillas le saludaban hace más de un siglo en los tendidos de la plaza de toros con sus letreros, ¿porqué no incluirlo ahora en sus pancartas?; si las sociedades musicales le homenajeaban entonces con conciertos, ¿porqué no hacerlo ahora?; si Sarasate entonces se lo dio todo a la ciudad que le vio nacer, ¿cómo no vamos a volcarnos ahora en su recuerdo con motivo del centenario de su muerte?.
         Sé muy bien que la aportación de Hemingway a los sanfermines es cuestionada por algunos pamploneses, y no seré yo quien cuestione esta aportación. Pero de lo que no cabe duda es que Sarasate, pese a la distancia en el tiempo, lo sentimos mucho más de cerca, es nuestro, despierta cariño. Y, a diferencia del Nobel norteamericano, si a Sarasate le quitas esas cualidades artísticas que le llevaron a ser el mejor violinista del mundo, ante lo que te encuentras es ante una persona con unas virtudes y unos valores que son modélicos. Y esto es lo que percibieron los pamploneses durante décadas, y este es el recuerdo que de él nos ha llegado.
         Tenemos tiempo, no mucho, para hacer que este año 2008 la figura de Sarasate tenga un recuerdo a su medida. En ello estaremos, y desde esta sección vaya por delante que no será este el único recuerdo que tenga don Pablo.

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