13 DE ENERO DE 2008

PASTOREO EN LAS BARDENAS
LA CARA HUMANA DE LA TRASHUMANCIA

Texto: Fernando Hualde



         Poco a poco se nos va aquella última generación de pastores que ejercieron la trashumancia en aquellos años en los que no había vehículos, ni teléfonos, ni medicinas, ni corralizas con baño.

         Siempre ha sido una imagen bucólica la del pastor rodeado de su rebaño. Tal vez estamos demasiado acostumbrados a asociarlo con esa otra imagen que tradicionalmente nos ofrece el pastor del belén de Navidad. Y, sin embargo, la realidad es muy diferente. El oficio de pastor va estrechamente ligado a una serie de aspectos que suelen ser precisamente los que no refleja el belén; hablo de largas caminatas, hablo de las inclemencias del tiempo, hablo del “horario” de trabajo, de mojaduras, de enfermedades del ganado, de la vida en la corraliza o en la majada, y de otros muchos aspectos inimaginables. Y si la práctica de ese oficio la trasladamos a un espacio tan difícil como lo es la Bardena pues la cosa aún se complica más.
         La labor de recogida del patrimonio oral que se está desarrollando en Navarra actualmente, está permitiendo, y de forma muy oportuna, recoger los testimonios de aquellos pastores de los valles pirenaicos que a través de la cañada se desplazaban a la Bardena a pasar el invierno. Son testimonios de gran valor, que corresponden a una época en la que el pastoreo en esa zona era bastante diferente a lo que es hoy; y, sobre todo, son testimonios que nos ayudan a profundizar en esa vertiente humana que tiene la trashumancia. En este tipo de entrevistas hay temas cuya memoria podríamos decir que ya está perfectamente salvaguardada; podría ser el caso de la elaboración del queso, de la artesanía pastoril, de la indumentaria…; pero a cambio había otros temas que han tendido a pasar desapercibidos, que rara vez han sido objeto de estudio, y que afortunadamente ahora, poco a poco, vamos hurgando y despejando dudas: ¿dónde dormían los pastores en la Bardena?, ¿qué comían?, ¿cómo se las apañaban para la higiene personal?, ¿qué contacto tenían con la familia?, ¿qué hacían cuando no se encontraban bien de salud?, ¿cómo sabían en qué día estaban?. Son preguntas a las que poco a poco vamos dando respuesta, respuesta esta que hoy vamos a tratar de compartir con los lectores.


¿Dónde dormían?

         Desplazarse por la Cañada Real con un rebaño de mil cabezas, o superior, significaba que eran varios los pastores que iban con él. Por la noche no siempre era fácil encontrar un recinto más o menos cerrado en donde dejar las ovejas, y aunque así fuese siempre tenía que haber un pastor de guardia para vigilarlas. Así pues, mientras los pastores dormían, uno de ellos se quedaba responsable de vigilar el rebaño; a media noche despertaba a otro para que le hiciese el relevo, y así poder acostarse él. A la noche siguiente dos de los pastores que habían descansado toda la noche eran los que se repartían los turnos de vigilancia; y así sucesivamente.
         Muchas eran las noches que no tenían la suerte de dormir bajo cubierto, por lo que una manta en el suelo era todo el colchón que tenían. Y si el terreno estaba húmedo, o si llovía, lo que hacían era dormir sentados para que fuese menor la superficie del cuerpo que cogiese humedad o mojadura.
         Todos guardan muy buen recuerdo del monasterio de Leire, entiéndase de la época en la que estaba abandonado, pues, aunque sin techo (sin tejado), era un refugio estupendo para meter todo el rebaño y para dormir protegidos del aire y de la lluvia. Algunos pastores de Isaba calculaban la salida de otros rebaños para saber asegurarse que el monasterio iba a estar libre para sus rebaños.
         Ya en la Bardena, por lo general los pastores solían usar corrales viejos que les aportaban un mínimo de refugio y de condiciones de vida. El primer objetivo en estos casos era hacer un buen colchón de paja sobre el que echar la manta.


¿Qué comían?

         Un rebaño trashumante solía estar formado por un grupo de pastores, varios cientos –incluso miles- de ovejas, unas decenas de cabras, una docena de chotos (que eran los que guiaban el rebaño), uno o dos burros (para llevar la carga), y varios perros (que ayudaban a los pastores a la hora de manejar el rebaño).
         Desde los pueblos de origen se salía con provisiones alimenticias como para aguantar los primeros días. El pan era el que más duraba. Eso no quita para que se buscasen algunos puntos desde donde poder enviar a un pastor con un burro a algún pueblo cercano a comprar pan, carne, tocino, u otras cosas. Por ejemplo: la parada en la ermita de San Zoilo implicaba que un pastor se acercase hasta Cáseda a comprar unas cuantas cosas.
         Una vez afincados en alguna corraliza de la Bardena una de las labores era acudir periódicamente con el burro a alguna localidad próxima para comprar pan y carne, que previamente ya se había dejado encargado. De vez en cuando solían cargar el burro con un saco de alubias con el que pasaban casi todo el invierno. Las comidas en la corraliza eran a rancho, es decir, sin plato; lo que se traducía en que a la hora de fregar era la sartén lo único que había para limpiar, y cada uno su propia cuchara. Cada pastor solía llevar más de una cuchara, “porque más de una vez igual las pisabas y se rompían”, decía un ganadero de Burgui.
         Si alguna oveja se moría ya se tenía asegurada la comida para unos días, y nadie se planteaba porqué se había muerto ni si les podía acarrear algún problema ingerir esa carne. “Tan sólo si el cadáver de la oveja se hinchaba era cuando no la comíamos, la dejábamos entonces para los perros”.


Higiene personal


         A la pregunta de cuándo se bañaban le ha seguido siempre una respuesta socarrona: - ¡Contentos si conseguíamos algo de agua para poder afeitarnos y lavar un poco la cara una vez a la semana!. Era agua que se solía coger de alguna balsa, lo que quiere decir que no era apta para el consumo, aunque la daban por válida para ser usada en la limpieza de la cara, de la sartén, de los pucheros, para afeitarse…
         Cuando un pastor acudía a algún pueblo próximo a hacer la compra, nunca le faltaban en el burro dos o tres cántaros o porrones de hojalata para llenarlos allí de agua limpia y corriente de alguna fuente, para después poder beber y guisar.
         Era en primavera, al regresar a casa, cuando se aprovechaba el río para una higiene a fondo, de ropa y de cuerpo, que les permitía llegar a casa, al reencuentro con los suyos, de forma más o menos presentable.


Calendario


         Uno de los enigmas del pastoreo bardenero ha sido el saber cómo se las apañaban para saber en qué día estaban. Hablamos, claro está, de aquellas épocas en las que no era corriente el uso de los calendarios. Había que ingeniárselas para saber en qué día de la semana estaban, o en qué mes, pues no hay que olvidar que allí llegaban en septiembre y se iban en mayo. Sobra decir que socialmente se les consideraba a los pastores trashumantes exentos de la obligación religiosa de la misa dominical.
         Había varias formas para orientarse. Por un lado estaba el hecho de que en la Bardena compartían espacio con los labradores de la zona, los cuales los domingos no acudían a trabajar. “El día que veíamos que no venían, decíamos ¡ya ha caído otra semana!”, decía un pastor de Ochagavía.
         Igualmente toda cuadrilla de pastores pertenecientes a una misma casa llevaban siempre una libreta y un lápiz en donde anotaban todos los gastos que hacían. Era habitual que en la última hoja, cada noche, marcasen una cruz, y así sabían los días que iban pasando. En algunas corralizas esta cruz, u otra señal, se hacía en la pared o en la cara interior de la puerta (si es que todavía quedaba sitio).


Automedicación


         ¿Qué hacíais si os dolía la cabeza?; ante esta pregunta la respuesta no se hace esperar: “aguantarnos”. Así de sencillo. Algunas veces, si el pastor de los recados se acordaba, tal vez traía una caja de aspirinas, pero rara vez se usaban. El pastor, por ley natural, estaba acostumbrado a convivir con el dolor, con la fiebre, con el malestar, y a darle a todo esto la mínima importancia.
         Ante una herida sangrante lo primero que buscaban los pastores era un corral; allí, en los corrales, abundaban las telarañas, y una buena telaraña puesta encima de la herida era el mejor remedio para cortar la hemorragia. Se dice que la tela de araña es lo que más se asemeja a la piel humana.
         Para desinfectar una herida un remedio bastante eficaz era el de echarle vino; todos sabemos que el alcohol es lo mejor para desinfectar. Sin embargo, el remedio más popular, aunque a algunos ahora les pueda dar un poco de asco, era el de orinar encima de la herida. Quien piense que aquello era una barbaridad le invito a que vea la composición de las actuales pomadas desinfectantes. Aquellos hombres sí que sabían.


Noticias de la familia


         Estar ocho meses fuera de casa inevitablemente generaba una cierta incertidumbre sobre la situación de la familia; pero lo habitual era que, salvo situación especial de desgracia, no hubiese ningún tipo de comunicación. No obstante las cartas que se han podido consultar en algunas casas mayormente eran cartas intercambiadas con el patriarca de la familia comunicando las altas y las bajas del ganado o el precio del arriendo de las corralizas; en estas escasas cartas se aprovechaba para dar noticias propias y noticias de todos los pastores del pueblo, incluso del valle; y también a la inversa: “Dile a Mariano que esté tranquilo, que su madre ya se ha recuperado de la pulmonía”. Eran cartas que los pastores recibían en el pueblo más próximo, en donde ya tenían avisado al cartero que si llegaba alguna carta que la guardase.

            Estos son algunos aspectos más o menos íntimos, o poco estudiados, de la vida del pastor en la Bardena. Seguramente que la recogida del patrimonio oral va a seguir aportando nuevos datos, nuevos aspectos, nuevos secretos. En muy poco tiempo ya solo podremos recoger el testimonio de aquella generación posterior que bajaba las ovejas a la Bardena en camiones, o que si las bajaba andando se mantenía en comunicación permanente con la familia a través del móvil, o que al final del día se retiraba a la casa que tenía en el pueblo próximo para cenar caliente y dormir en cama. Son etapas de la evolución; y esta generación de la que hoy hemos recogido aquí algunas pinceladas de su testimonio representa a una actividad bardenera con más de un milenio de actividad sin apenas haber evolucionado. Quedan aquí aspectos por recoger, y lo que es peor, queda también por relatar cómo vivían los otros cuatro meses del año. Pero eso lo guardamos para otro día.


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