2 DE MARZO DE 2008

CRUZ DE MONJARDÍN
ENTORNO, HISTORIA Y LEYENDA

Texto: Fernando Hualde


            Dentro del arte románico Navarra cuenta con una auténtica joya de orfebrería, la Cruz de Monjardín, que a partir del próximo día 11 una réplica suya podrá también ser venerada en la catedral de la ciudad polaca de Torun.

El viernes este mismo rotativo se hacía eco de la noticia de que el próximo día 11 la catedral de la ciudad polaca de Torun recibirá, para su culto, una reproducción de la cruz procesional de Villamayor de Monjardín, una cruz románica con al menos ocho siglos de antigüedad. La réplica, realizada por Patxi Roldán ha sido encargada por el obispo de aquella ciudad, y será entregada allá por el párroco de la localidad navarra, Piotr Roszak. En la seo polaca compartirá espacio en el altar con una imagen de San Francisco Javier.
Se da la curiosa circunstancia, o casualidad, de que la ciudad de Torun comparte con Pamplona unas mismas opciones a convertirse en el año 2016 en capital europea de la cultura; ambas ciudades presentaron candidatura para ello.
En cualquier caso en torno a esta hermosa pieza de orfebrería ( hecha en madera de roble y recubierta de plata) que se conserva en la parroquia de San Andrés, en Villamayor de Monjardín, hay un entorno geográfico, especialmente bonito, que durante siglos ha acogido físicamente a esta cruz procesional, y hay también una historia y una leyenda a la que brevemente, aprovechando la circunstancia que nos brinda la ciudad polaca, vamos a hacer un repaso.


Deyo


Enfrente del mítico Montejurra, altivo y señorial, se yergue en Tierra Estella, otro monte emblemático. Es el monte Deyo, o Monjardín. Un monte que atesora en su misma cima una rica historia. Montejurra y Monjardín, desde la Edad Media, han sido hermanos a la hora de forjar historia, y compañeros de lucha en tiempos de las guerras carlistas.
Allá en la cima de Monjardín, a 895 metros de altura, sobreviven a duras penas los restos de una fortaleza; baluarte militar que pasó en el año 908 de moros a cristianos gracias a la bravura de Sancho Garcés. Fue aquella acción una gesta militar importante por lo que suponía poder dar paso a las tropas navarras hacia el valle del Ebro.
            Aquél castillo, como es lógico, sufrió a lo largo de los siglos una permanente evolución. De hecho en el siglo XIV la fortaleza vio cómo un rayo echaba por tierra parte de la torre; para su reparación hubo que subir las tejas con caballerías desde Igúzquiza, igualmente se rehizo la escalera de piedra, y se puso cubierta de losas a uno de los dos aljibes. En el siglo XV, en 1416, asistió el castillo a otra importante fase de rehabilitación. Pero seguramente es en los siglos XIX y XX cuando el castillo de Monjardín más se deteriora.
            Iñaki Sagredo, que ha recorrido esta fortaleza por tierra y por aire, además de aportarnos las medidas exactas del castillo (72 metros de un extremo a otro, y unos 30 en su parte más ancha), hace en uno de sus libros una perfecta definición de su estado actual: “Al castillo se sube por una cómoda escalinata de piedra en el extremo norte de la peña. Ya en la puerta, por el ángulo que forma el muro, se deduce que debió de haber una torre con sus saeteras para la defensa de esta entrada.
            Accedemos al recinto y comprobamos que la fortaleza no tiene hueco o patio de armas tras los muros, sino que las murallas crean un recinto llano donde destaca la ermita de construcción tardía.
            A la izquierda de la puerta están los edificios contemporáneos, hoy derruidos, y cerca el aljibe. Tras la ermita, mirando hacia Los Arcos, hay restos de un habitáculo caído (…). Aquí se encontraban los escasos restos de la torre del homenaje que, supuestamente, sería cuadrada y de unas medidas nada despreciables de 7x7 metros en su cara externa (…).


Cruz de Monjardín

Entre las ruinas de esta fortaleza, bien guardado entre murallas, se ve la ermita que acoge a San Esteban de Deyo (antiguo nombre de este paraje), patrón de esta histórica montaña y de esta tierra de Deyo. A través de Blanca Urabayen, que puede sentir el gozo de haber desempolvado las señas de identidad de su pueblo y de haberlas dado a conocer –y esto sí que ya no se lo quita nadie-, sabemos que la ermita se construyó en 1585, y que la cruz que en ella había, un Cristo románico de orfebrería, era una pieza única en Navarra dentro de su género.

Esta, la Cruz de Monjardín, que mide 78 centímetros de altura por 47 de anchura, estuvo en Sevilla en las exposiciones universales de 1929 y de 1992 como elemento representativo del románico en Navarra. La leyenda, o la tradición oral, nos dice que cuando Sancho Garcés II reconquistó Monjardín y expulsó de su cima a los moros –hablamos del año 914-, pasó previamente con su comitiva por el lugar de Luquin, y allí nos dicen que se hizo con una cruz de madera. Tras su triunfo sobre los musulmanes aquella cruz se convirtió en todo un símbolo al que la piedad popular posteriormente forró de plata y de arte. Curiosamente no es esta la única leyenda que existe en torno a la Cruz de Monjardín, pues existe otra que la vincula con el Palacio de Igúzquiza, propiedad de los Vélez de Medrano, de donde desaparecía para aparecer en Monjardín; era un pastor quien la encontraba; y fueron sus dueños quienes, entendiendo el signo que había detrás de aquellas desapariciones, decidieron que era allí, en la cima, en donde debía quedar la cruz.
A ella le rinden tributo y le expresan su devoción los vecinos de Villamayor los días 3 de mayo y 14 de septiembre. Hasta ella, en su actual emplazamiento de la parroquia, se acercan también en romería los vecinos de Arbeiza, Azqueta, Igúzquiza, Zubielqui, Zufía, Labeaga y Urbiola. Es, sin duda, todo un hito religioso de una zona de Navarra enclavada en plena ruta jacobea, que merece una visita sosegada, pausada, disfrutando con los cinco sentidos de esos pueblos, de ese entorno y de esas hospitalarias gentes.

         La Cruz de Monjardín se ha conservado, y se venera, y es signo de identidad y de fe de un pueblo y de toda una comarca. Asegurados de su buena salud, incluso con la tranquilidad de que ya existe una réplica, tal vez sea el momento de mirar hacia la cima, hacia aquellas piedras que la coronan y pedir, y exigir, una intervención adecuada y más afortunada en la fortaleza.

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