EL MOLINO DE URBICAIN
PASADO, PRESENTE Y FUTURO
Texto, dibujo y fotos: Fernando Hualde
Recreación del molino de Urbicain |
El valle de Izagaondoa esconde en uno de sus rincones las ruinas de un molino, el de Urbicain, cuya memoria empezamos aquí a reconstruir con este reportaje.
En el valle de Izagaondoa, al pie de la peña de Izaga, se encuentra la localidad de Urbicain. Tiene este pueblo la particularidad de estar completamente deshabitado, ha sido el último pueblo de Izagaondoa en incorporarse a la lista de despoblados. En el siglo XX quedaron deshabitados Beroiz, Guerguitiain, Izánoz y Mendinueta; incluso podríamos citar a Aizpe, perteneciente a Urraul Bajo, pero que durante una época perteneció a Izagaondoa. Y en siglos anteriores desaparecieron Eizaga y Leguin.
Es así como Urbicain ha sido el primero del siglo XXI. Era el mes de diciembre de 2004 cuando el matrimonio formado por Ildefonso Ascunce y Rosario Cía, casi en edad nonagenaria, cerraban la puerta de Casa Pedroz para irse a una residencia. Aquella vuelta de la llave en el portón de Pedroz ponía el punto final a una casa, construida en 1568, y a un pueblo, habitado como mínimos desde el año 1121.
Siete años después la portalada de casa Pedroz amenaza con desplomarse de un momento a otro. De la casa Melchor, antaño palaciega, tan solo quedan las paredes exteriores; y lo mismo podríamos de decir de la casa Icurgui, y de la de la Rosa, y de la de la Abadía, y del resto de edificios. Tan sólo la iglesia se mantiene con un mínimo de dignidad, pero… salvo que alguien lo remedie, también la iglesia de San Esteban tiene sus días contados, ¡qué lejos se quedan aquellos sermones de don Narciso Larraya!.
Bastaría con remontarse un siglo hacia atrás, ¡o ni tan siquiera tanto!, para ver aquella casa de Pedroz con quince personas viviendo en ella: los abuelos Lorenzo y Francisca, la hija y el yerno de éstos, María y Cesáreo, y los once hijos que estos tuvieron. Y quien dice casa Pedroz dice cualquier otra de las que hay en Urbicain. Hoy, sencillamente, cuesta creer que esas casas pudieron tener vida hace tan sólo unas décadas.
Y si algo cuesta creer también en Urbicain es que aquí hubiese un molino harinero. Y cuesta creerlo por dos razones: porque no hay un caudal de agua suficiente para dar vida a la maquinaria de un molino, y porque éste hoy está totalmente oculto a los ojos de cualquiera que quiera encontrarlo.
Pared de la balsa |
Balsadas
Hay que llegar hasta la última casa de Urbicain, que es casa Icurgui; dicho sea de paso, aprovecho para decir que el edificio de casa Icurgui es excepcional, con una estructura externa muy difícil de encontrar en toda Navarra; me atrevería a decir que no hay otro igual. Los dueños de esta casa fueron, además, durante el siglo XX, los propietarios del molino de Urbicain, y en consecuencia los molineros.
Con anterioridad, y durante varios siglos, el molino fue propiedad de casa Melchor, quienes parece que fueron los que tomaron la iniciativa de construirlo.
Pero volvamos a casa Icurgui. A partir de esa casa la travesía del pueblo se convierte en pista que nos conduciría hasta la localidad de Izánoz, si es que de esta quedase tan siquiera una piedra. Que no queda.
Comenzamos el descenso hacia el barranco, y en la curva dejamos a nuestra derecha la desviación que nos llevaría hasta Ardanaz. Y a tan solo doscientos metros de Urbicain, antes de cruzar el cauce e iniciar el ascenso hacia el monte de Izánoz, encontramos a nuestra izquierda un pequeño bosque. Allí, aunque no lo parezca, está oculto el molino.
Lo primero que nos llama la atención es una especie de piscina, sin agua, y con unas paredes levantadas a base de enormes piedras de sillería muy bien trabajadas.
Detalle de la estolda |
¿De dónde saco aquella gente de antaño semejantes piedras?; de hecho, a muy poca distancia de allí está el molino de Zabalceta con un sistema de funcionamiento similar, a base de balsadas, pero las piedras de la pared que forman la balsa de uno y de otro molino no tienen nada que ver. Personalmente me permito apuntar una hipótesis, sin base documental alguna, pero con cierta lógica. Se sabe que siglos atrás casa Melchor fue un antiguo palacio propiedad de los Argamasilla de la Cerda, de Aoiz. Este palacio, seguramente por razones estratégicas, tuvo una torre, torre de Melchor, que estuvo emplazada junto a la orilla del barranco, aproximadamente frente al propio palacio. Aquella construcción sabemos que desapareció, ¿desmochada?, ¿derribada?... no se sabe, o al menos yo no he podido saberlo a pesar de haberla rastreado documentalmente. Y todo me hace pensar que las piedras de aquella torre pueden ser perfectamente las que hoy vemos en la pared de la balsa. Pero insisto, se trata tan sólo de una suposición.
Lo cierto es que, igual que sucede con el mencionado molino de Zabalceta, este molino harinero de Urbicain está en localidades en las que hay un pequeño cauce de agua, pero muy escaso. Esta circunstancia obligó a la construcción de este ingenio. El agua del barranco que baja de Izaga fue canalizada hasta esta balsa, o antepara, y desde allí, a través de un conducto, la estolda, se le hacía salir con gran presión sobre la rueda motriz.
Todavía hoy, esta balsa se nos muestra como toda una obra de ingeniería, como una construcción fuerte, sin filtración alguna, y con un sistema de suministro de agua que de alguna manera garantizaba el funcionamiento del molino durante buena parte del año, asegurándose también de que el agua llegaba a la rueda motriz con la suficiente fuerza. Es digna de estudio esta balsa.
La rueda volandera apoyada sobre la rueda fija |
La molienda
Desde un lateral de la balsa se accedía al interior del molino. Hoy no aconsejo yo hacerlo a causa del estado de ruina de esta construcción. Se entraba directamente a la sala de la molienda. En la misma entrada se descargaban los sacos de grano, llevados hasta allí a lomos de las caballerías. Todavía puede verse en las paredes de esta sala algunos huecos, tederos, que se empleaban para poner en su interior las teas encendidas, que venía a ser el sistema de iluminación alternativo a los candiles de carburo o de aceite, en aquellas épocas en las que la luz eléctrica brillaba por su ausencia. De hecho, a principios del siglo XX, se consiguió llevar la luz eléctrica hasta Urbicain, desde el molino de San Vicente (Urraul Bajo), pero el tendido no llegó hasta este molino.
En esa sala, bajo el soporte de una estructura de madera, estaba la tolva, también de madera, una especie de embudo gigante cuyo vértice apuntaba directamente sobre el orificio central de la rueda volandera. Sobre ella, sobre la tolva, se descargaban los sacos de grano.
El molinero, mediante una palanca levantaba, justo en el piso o túnel que había debajo suya, la compuerta de la estolda para que el agua cayese directamente sobre la rueda motriz. Esta era de hierro, 140 centímetros de diámetro, rodeada en todo su perímetro de pequeños compartimentos que facilitaban, con la fuerza del agua, dar vueltas sobre un eje de hierro que, en su parte superior, tras atravesar el techo y una rueda fija de piedra, hacía girar la rueda volandera, haciéndola frotar sobre la rueda fija.
Detalle de la rueda motriz |
Una vez activado esto, el propio molinero iba dando paso desde la tolva al grano, situándose este entre las dos ruedas de piedra, o muelas, la fija y la volandera, de entre 20 y 22 centímetros de grosor, y 137 centímetros de diámetro, cada una de ellas. Con otra palanca graduaba la separación entre ambas ruedas, consiguiendo de esta manera que la molienda fue más fina o menos fina, dependiendo del uso que se le fuese a dar.
El resultado de aquella molienda caía directamente sobre un cajón de madera que estaba situado en la parte frontal, entre la pequeña ventana y las ruedas. Así es como funcionaban estos molinos, y este de Urbicain en particular. “Últimamente ya solo molíamos pienso para los animales”, me cuenta Ildefonso Ascunce, último usuario de este molino.
En cuanto se veía que la rueda motriz ya iba despacio, eso quería decir que el agua no salía con suficiente presión, o lo que es lo mismo, la balsa se estaba quedando sin agua. Lo que se hacía en ese momento era cerrar la estolda, y volver a abrir la compuerta que cincuenta metros más arriba desviaba el cauce del barranco, hasta que la balsa se volvía a llenar. Por eso era importante aprovechar los meses de invierno.
Hasta este molino acudían, principalmente, los vecinos de Urbicain, de Izánoz y de Turrillas; los mismos tres pueblos cuyos niños daban vida a la escuela de Turrillas.
La rueda motriz y su eje |
El molino de Urbicain, como el de Zabalceta, está pidiendo a gritos una intervención urgente que frene su avanzado deterioro, que limpie y consolide las ruinas, que permita interpretar las técnicas de aprovechamiento del agua, la elaboración del pan, y el acarreo de las cargas de harina con caballerías. Evidentemente su recuperación patrimonial, no muy costosa desde el punto de vista económico, supondría la creación de un nuevo recurso turístico que, sumado a las fuentes y a la nevera, consolidarían a los valles de Izagaondoa y Unciti como una especie de ecomuseo al aire libre con el agua como protagonista.
Mientras tanto, sirvan estas líneas para empezar a reconstruir la memoria de este molino, que no deja de ser una labor tan importante como la anterior.
Excelente reportaje, digamos que es un dos en uno, pues a la vez que vas desgranando el funcionamiento y el estado del molino, vas haciendo constantes referencias al pueblo de Urbicain y a sus vecinos.
ResponderEliminarTe doy toda la razón en que estas maravillas de la ingenieria de nuestros antepasados deberian ser rescatadas del olvido y tratar de rehabilitarlas para que las generaciones venideras sepan y valoren como estas gentes sabian sacarle recurso a todo sin ayuda de tecnologia ni maquinaria.
Encomiable labor la que haces por tu tierra en todas sus variantes culturales, trabajo impagable.
Saludos.