CALLEJA DE LA SAL
ENTRE LAS CALLES CHAPITELA Y ESTAFETA
Texto y fotos: Fernando Hualde
Oculto a los ojos de la mayoría de los pamploneses existe, en pleno centro de la ciudad, un rincón con mucha historia.
La semana anterior nos acercábamos desde estas páginas, con la excusa de su 130 aniversario, a la historia del Hotel La Perla. Y esta semana, tratando de complementar esa historia, vamos a acercarnos a otra parcela curiosa del patrimonio pamplonés; vamos a conocer una antigua calle que hoy permanece oculta a los ojos de la mayoría de los pamploneses, una calle que discurre paralela entre las de Chapitela y Estafeta, y que hace casi ciento sesenta años quedó convertida en un patio.
Si observamos un mapa antiguo de Pamplona que sea anterior a 1853, una de las cosas que nos va a llamar la atención es que la Plaza del Castillo no era del todo cuadrada; en una de sus esquinas del lado norte, concretamente la de la calle Chapitela, tenía un solar sin edificar, lo que se traducía en la presencia de una pequeña plazuela. En la calle Chapitela el lado de los números impares era más corto que el de los pares. Desde esa plazuela se accedía a la denominada Calleja de la Sal, encajonada entre Chapitela y Estafeta, y sin salida por su lado norte al estar cerrada por los edificios de la calle Mercaderes. Aparece ya documentada la existencia de esta calle en el siglo XV: “(…) una estrecha rúa que desde la calle Mayor de la Navarrería (hoy Mercaderes) llegaba hasta el castillo”, especificando que esa calle estaba entre las hoy denominadas de Chapitela y Estafeta. Otro documento del siglo XVIII también alude a ella, como una “belena a espaldas de la calle Chapitela, que rige desde el vivac hasta las calles públicas de los Mercaderes”.
Se trataba realmente de uno de los pocos reductos que quedaban de las abundantes callejas que siglos atrás existieron en la Plaza del Castillo, que precisamente fueron desapareciendo por ser focos de insalubridad. Un acta municipal de 1634 nos dice que aquellos callizos estaban repletos de basuras, hasta el extremo de que “estaba embarazado el uso y paso para la plaza del Castillo, y lo que es peor, que si no se limpian podría la hedentina que hay, causar enfermedades contagiosas y otros inconvenientes, mayormente entrando los calores”.
Comercio de la sal
Pues bien, si la denominada Calleja de la Sal subsistió hasta mediados del siglo XIX, fue precisamente porque en esa plazuela en la que desembocaba (ocupada hoy por el edificio de La Perla), conocida popularmente como el Rincón de la Sal, era ese lugar en el que tradicionalmente se comercializaba la sal, producto básico e indispensable para conservar los alimentos en aquellos tiempos en los que no había luz eléctrica, y en consecuencia no había frigoríficos. Tanto la plazoleta como la calleja eran utilizadas por el Ayuntamiento de la ciudad para almacenar y vender la sal; la venta de este producto estaba permitida en esta plazuela y en los soportales de los dos edificios siguientes (actuales números 2 y 3 de la Plaza del Castillo), que entonces eran las casas de Sarasa y de Echeverría. Estaba prohibido vender sal en ningún otro sitio.
Este emplazamiento para la venta de la sal quedó clausurado para tal efecto el 25 de noviembre de 1796, siendo trasladado a la calle de Santo Domingo. Aquél acuerdo municipal que ponía fin a siglos de venta de la sal en ese rincón decía que “las personas que suelen conducir a esta Ciudad sal para su venta, acostumbran descargarla para su despacho en la esquina de la casa del Mayorazgo de Sarasa, sita al remate de la calle Chapitela, y si hace mal tiempo se introducen en el cubierto que bajo dicha casa hay con comunicación a los otros de la Plaza del Castillo, de modo que con frecuencia se ve dicho cubierto, especialmente en invierno, totalmente embarazado con sacos, caballerías, vendedores y compradores, privando a las gentes de transitar por él, sin embargo de ser un paso preciso y muy frecuentado, las que se ven precisadas a atravesar por lo descubierto con mucha incomodidad, particularmente cuando hay humedades y nieves, y lo mismo en tiempo de calores; y a fin de evitar estos inconvenientes, acuerda y determina que los conductores de sal hagan su descarga y venta en la plazuela que hay delante del Hospital General”.
Proyecto de edificio
Corría el año de 1852 cuando don Pedro Esteban Górriz, vecino del edificio nº 21 de la calle Estafeta y propietario de la tienda que había en su planta baja, pidió permiso al Ayuntamiento de Pamplona para levantar un nuevo edificio en el lugar donde hacía esquina la calle Chapitela con la Plaza de la Constitución (hoy Plaza del Castillo).
El permiso de obras solicitado entonces incluía el derribo de la última casa de la calle Chapitela, propiedad del solicitante, para realzarlo de nuevo añadiéndole a este edificio una parcela más, de lo que resultaría lo que hoy conocemos con el nº 21 ó el edificio de Óptica Rouzaut. Además de esto se solicitaba permiso para levantar un nuevo edificio que, haciendo de continuación del anterior, completase la cuadratura o la forma trapezoidal de la Plaza.
Concedido el permiso, y antes de que se iniciasen las obras, los vecinos de la calle Estafeta que tenían salida a la antigua Calleja de la Sal iniciaron una campaña de cartas y de recogida de firmas en oposición al nuevo edificio que iba a cerrar la vieja calleja. Pero el Colegio de Arquitectos, el Ayuntamiento y la Diputación Provincial se posicionaron abiertamente a favor de don Pedro Esteban Górriz por considerar que la futura construcción iba a embellecer notoriamente la estética de la Plaza, a la vez que denunciaban el reiterado incumplimiento que de las normas de higiene y saneamiento hacían los vecinos de la calle Estafeta que tenían salida a la mencionada calleja, pues arrojaban allí basuras y no barrían su parte correspondiente. Así mismo los vecinos de las casas del entorno presentaron varias denuncias ante el Ayuntamiento por las condiciones de higiene y por los malos olores existentes en esa calleja, llamada “de la Sal”, “incluso arrojan allí las aguas sucias” denunciaban; en septiembre de 1855 las autoridades, ante el cúmulo de denuncias procedieron a hacer un reconocimiento de esta calleja, certificando que las alcantarillas estaban limpias, y que los malos olores procedían de las basuras que se vertían desde las ventanas, puntualizándose además que se había comprobado “que la calleja no barre nadie, y como no puede entrar en ella el carro de la basura para limpiarla y recoger las porquerías, se determina que cada una de las casas que tienen salida a la referida calleja se les prohíba absolutamente el arrojar ninguna clase de porquería (…)”. Eso no quitaba para que todavía en el año 1859 los antiguos vecinos de la calleja andaban solicitando al Ayuntamiento una indemnización de perjuicios por haber privado a sus casas de la calle Estafeta del paso que antiguamente tenían en la Plaza de la Constitución (Plaza del Castillo) por el cubierto llamado de la sal.
Esta polémica, y el afán de las autoridades locales y provinciales por aportarle a la Plaza de la Constitución un elemento arquitectónico que le diese categoría, y que completase su vocación trapezoidal y sus incompletos soportales, desencadenó por parte del Colegio de Arquitectos la realización de un proyecto de fachada lo suficientemente elegante y distinguido –armonioso a su vez con la sencillez arquitectónica de la Plaza- que en cierta manera justificase el levantamiento en el viejo “Rincón de la Sal” del nuevo edificio que iba a mirar a la Plaza de la Constitución.
Las obras de construcción de este edificio se iniciaron durante el año 1853, con el resultado de lo que hoy conocemos con el número 1 de la Plaza del Castillo, es decir: el actual edificio del Hotel La Perla. Se trataba de una casa porticada con cuatro plantas de alzada (además de la planta baja). La vieja calleja “de la Sal” quedaba convertida a partir de ese momento en un patio interior, y los vecinos que en ella vivían tuvieron que abrir portales en sus fachadas de Estafeta.
Del aquél nuevo edificio que se levantó en la plaza poco es lo que se sabe, tan sólo que inicialmente tuvo una estructura interna de viviendas particulares en cada piso, que en su planta baja tenía un establecimiento comercial en el que se vendía de todo, y que con el paso de los años el edificio entero pasó a ser propiedad de la familia Baleztena (Pedro Estebán Górriz lo vendió a la familia Arraiza, que emparentaron con los Baleztena, últimos titulares de la propiedad).
El levantamiento del edificio del nº 1 de la Plaza del Castillo (o de la Constitución), animó a otros edificios próximos a acometer obras de reforma en sus fachadas, como fue el caso del edificio anexo de la calle Chapitela, o de la denominada casa Foronda, edificio nº 3 de la plaza.
Pedro Esteban Górriz
Del promotor de este edificio del número 1 de la Plaza del Castillo, Pedro Esteban Górriz Artázcoz, además de que poseía una tienda en la calle Estafeta, poco es también lo que hasta ahora se sabía. A través de la documentación conservada en el Archivo Municipal de Pamplona se tiene constancia de que en 1886 su panteón estaba en muy mal estado de conservación, tal y como quedó reflejado en una de las actas municipales del mes de octubre de ese año. Pero una investigación tan exhaustiva como la que se ha hecho y se está haciendo sobre La Perla obligaba a ampliar algo más la información de quien fue el promotor del edificio.
Así pues, sabemos que Pedro Esteban Górriz, nacido en Subiza, era hijo de Lucas Górriz, quien en la Guerra de la Independencia mandaba el tercer batallón Voluntarios de Mina, falleciendo en febrero de 1811 en la acción del Carrascal contra las tropas francesas, mandada por él.
Sabemos también que era sobrino de José Górriz, coronel, que fue quien sustituyó a Lucas Górriz al frente de aquél tercer batallón. José Górriz fue fusilado posteriormente por los franceses en la Ciudadela de Pamplona en el mes de octubre de 1814, hecho este que le hizo merecedor del título de Primer mártir de la Libertad y un acuerdo de las Cortes de 1821 mandando que su nombre se inscribiera con letras de oro en su salón de sesiones.
Pedro Esteban Górriz recibió su educación en el colegio que los Padres Escolapios tenían en Sos del Rey Católico (Zaragoza), y muy joven todavía, estuvo agregado –en honor a su apellido- al Estado Mayor del General Mina en Cataluña y Navarra. Concluida la guerra, y tras haber emigrado Mina a Inglaterra, Pedro Esteban Górriz se ocupó en numerosas ocasiones, como persona de su confianza que era, en llevar y traer correspondencia entre Mina y sus correligionarios los liberales de Navarra, hasta que hecho preso en una de las puertas de Pamplona, fue encerrado en la Ciudadela pamplonesa y trasladado después a Sevilla y a Cádiz, acusado de conspirador contra el gobierno absoluto. Tenía Pedro Esteban diecisiete años en el momento de su detención, y había ya cumplido veintiuno cuando obtuvo la libertad en Cádiz, de donde volvió a Sevilla para casarse con una dama cuyo apellido era Moreda.
Durante unos años permaneció alejado de su Navarra natal, haciendo su vida en Sevilla, en Madrid, y en Talavera. En estas ciudades montó varias fábricas de perfumería, tintes y estampados, hasta que en 1839, habiendo obtenido el título de agrimensor, marchó a Guadalajara.
En los montes de esta provincia se hallaba en labores propias de su profesión, cuando se le presentó un emigrado político pidiéndole amparo para librarse de las persecuciones que sufría. Pedro Esteban Górriz, ciertamente, le protegió y le salvo, pero esta acción tuvo un alto precio para el navarro, el de la privación de su libertad durante cuatro años, el embargo de su mobiliario, y el verse envuelto en un complejo proceso judicial. La condena la cumplió en la prisión de Rioscco, en donde ejerció de escribiente para el comandante hasta que fue indultado; mientras tanto, su mujer y sus hijos estuvieron residiendo en Sigüenza.
Hay que decir que desde muy niño Pedro Esteban Górriz mostró una gran afición por la mineralogía; esto, y su carácter emprendedor, le llevaron a recorrer y a analizar los montes de Guadalajara; no hay que olvidar que Pedro Esteban se había quedado sin recursos económicos, y que él y su familia sobrevivían en ese momento gracias a la labor de bordadora de su esposa.
Y la sorpresa la encontró el navarro en el término municipal de Hiendelaencina cuando realizaba aquí unas exploraciones del terreno. Allí, en aquellas tierras, encontró unos importantes yacimientos de plata que rápidamente los convirtió en minas. Inscribió en el registro las minas de Santa Cecilia, Suerte, y Fortuna. A la entrada de Hiendelaencina se colocó entonces una columna de piedra con una inscripción que decía: Santa Cecilia, Suerte, y Fortuna, descubiertas por D. Pedro Esteban de Górriz, en 14 de junio de 1844. Esta columna se puede ver hoy en la plaza de la localidad. Sirva como referencia que en el año 1845 había ya 200 pozos abiertos.
La explotación de aquellas minas, y la posterior venta de sus acciones, le reportaron a nuestro hombre una inmensa fortuna. Incluso llegó a ostentar el título de Marqués de Hiendelaencina.
A partir de ese momento regresa a Pamplona en donde poco después le vemos como propietario de una tienda en la calle Estafeta, propietario del edificio número 21 de la calle Chapitela, y propietario del solar contiguo en el que levantó, como ya hemos visto, el actual edificio que hoy acoge al Gran Hotel La Perla.
Esta es la historia de una calleja y de un rincón que se ubican, precisamente en el mismo solar que siglos atrás se alzó el castillo que mandó construir el rey Luis el Hutín, que es el castillo que da nombre a la plaza. Un rincón, en definitiva, con mucha historia.
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