15 DE MAYO DE 2011

LUMBIER
LA VIÑA, LA UVA Y EL VINO

Texto: Fernando Hualde
Fotos: Grupo Etnográfico de Lumbier

Llenando comportas en Lumbiar

La etnografía existente en torno a la viña, la uva y el vino ha sido rescatada en Lumbier a través de una exposición.  

Atrás, ya en el recuerdo, quedan en Lumbier aquellos tiempos invernales en los que se iba en cuadrillas a preparar las viñas para cultivar la vid. Puestos en hilera, de manera coordinada, se clavaba al unísono la laya en la tierra, ahondando en ella, dejándola preparada para plantar la cepa. Era importante mover la laya al mismo tiempo que los demás para que el trabajo fuese efectivo.
La acción de preparar la tierra para el cultivo de la vid recibía el nombre de ondalan, palabra vasca que podríamos traducir como “trabajo profundo”.
Hoy, cuando todo ese mundo que durante siglos ha pervivido en Lumbier en torno a la viña, la uva y el vino, empieza a difuminarse, y la memoria de ello tiende a perderse, un grupo de vecinos ha recogido la lección que les dieron sus antepasados, la de trabajar al unísono, con el objetivo bien claro, para que el trabajo realizado sea profundo y eficaz. Y es así, con este principio básico del trabajo en la viña con las layas, como han sido capaces de recoger, salvaguardar y exponer la memoria de lo que en Lumbier, durante siglos, ha sido la cultura del vino.

Imagen parcial de la exposición

Exposición

Desde este pasado viernes, y durante dos fines de semana consecutivos, la Comisión de Etnografía de Lumbier nos brinda la oportunidad de echar una mirada retrospectiva a un mundo que se nos va, y que se nos va después de haber sido, junto con la alfarería, uno de los pilares de la subsistencia local durante muchos siglos. Es el mundo de la viña, de la uva y del vino. La sala del Vínculo, en la planta baja de la Casa Consistorial, da cobijo a esta exposición a la que durante los dos últimos meses los vecinos se han ocupado, con todo mimo, de montar y documentar. Es un homenaje sencillo y agradecido, de reconocimiento a tantas y tantas personas y generaciones que en Lumbier se han dedicado a producir vino.
Se ha buscado con esta exposición que las actuales generaciones sepan lo qué era un malacate, que sepan cómo se manejaba la laya, lo que era desforrajinar, o lo que eran las comportas, o cómo se hacía un injerto. Que entiendan porqué en muchas casas, a causa del sulfato, los cántaros que se conservan tienen un tono verdoso. Que conozcan toda la cultura que había en torno al vino, a su elaboración, a su almacenamiento, o a su comercio. Que conozcan el arte que había detrás de un buen cubero a la hora de hacer las duelas a golpe de azuela. Que entiendan y den sentido a esas bodegas que todavía pueden verse en muchas casas de Lumbier, o a todas esas herramientas y aparejos que decoran las entradas de muchas de estas casas. Que vean que detrás de todo ello hay, además, una historia de siglos, a base de conflictos mercantiles, de creación de la cooperativa, y de otras muchas cosas. Todo ello, y mucho más, está presente en esta exposición etnográfica.

Lumbier.- Bodega en la calle Mayor

Proceso

Lo que sí es cierto es que aquél oficio que estaba omnipresente en el día a día de los lumbierinos, es hoy prácticamente un oficio extinguido. A aquella vieja costumbre de echar el reinau que todavía, cada 6 de enero subsiste en algunos barrios de Lumbier, le seguí poco después el inicio de todo un proceso viticultor. Era entonces, segunda quincena de enero y febrero, el momento de preparar la tierra, layando en ondalan, para plantar las cepas que forman la viña. Clavar y voltear, clavar y voltear, clavar… una y otra vez, todos al unísono. Después marcar, y finalmente plantar. Hileras de cepas, ¡bien rectas!, paralelas, y dejando siempre espacio entre una y otra para el paso de una caballería. La labor de plantación nunca debía de ser posterior al día de San José (19 de marzo), ni tampoco la poda. En unos casos se colocaba directamente la planta de uva de la variedad deseada, y en otros casos se ponían las plantas llamadas americanas, que eran las que permitían, al año siguiente, injertarles el tipo de uva que se quería cultivar.
Desde ese instante, hasta el momento de la vendimia (esta se iniciaba aproximadamente seis meses después), el objetivo era cuidar y limpiar la viña. Era la hora del aladro, de quitar todas las hierbas, de abonar, de desforrajinar (quitar los sarmientos tiernos que le hacían perder fuerza a la vid), de desnietar (quitar los hijuelos a los sarmientos), de cortar las puntas, y de luchar contra el mildiú a base de sulfatar y más sulfatar.
La recolección, o vendimia, se hacían a una con el inicio del otoño. Allí que iban las cuadrillas armados con sus hocetas (hoz pequeña y bien afilada, con un mango de madera) y sus canastos de mimbre. Se cortaban los racimos, y conforme se llenaban los canastos se llevaban a las comportas, que normalmente estaban colocadas ordenadamente encima de un carro. Todavía hoy se conserva alguna comporta de mimbre, aunque las más comunes y las más prácticas eran las de madera, a base de duelas y aros.
Prensa de vino
Aquél carro, de tracción animal, era el que transportaba las repletas comportas hasta el pueblo, concretamente hasta el lago (lagar), en aquellas frescas bodegas. Se iniciaba aquí todo un ritual; vaciadas las comportas, los hombres procedían a pisar la uva, normalmente de noche, con los pies descalzos y bien limpios, los pantalones remangados, y la boina bien calada para que la cabeza no pasase frío. Como mínimo se hacía esta operación durante tres noches seguidas. Quedaban así bien deshechos los granos de uva. Ya después, todo ese líquido se le dejaba reposar unos días para que empezase a fermentar el mosto; el ruido, como de efervescencia, era el que denunciaba que se había iniciado la fermentación. Era el momento de vaciar el lago, esto se hacía a través de una canalización que transportaba todo ese líquido hasta un pozo, para de allí pasarlo a las cubas, unas cubas gigantes (1000, 2000… litros de capacidad) en donde seguía la fermentación. Una vez hecha esta operación era importante recoger todos los desperdicios, o restos, que quedaban en el suelo del lago, el orujo, que se metía en una prensa para exprimirlos bien y sacar de ellos todo el caldo posible. Dos meses después, aproximadamente, ese vino ya estaba en condiciones de ser bebido; ese era el momento de trasvasar el vino a las pipas (cubas pequeñas, de unos 40 ó 50 litros de capacidad). De las pipas se pasaba el vino a los garrafones y a los pellejos para facilitar su distribución. De allí a botellas, jarras, botas… Y ya faltaba menos para arrancarse con unas buenas jotas.

Cooperativa de Lumbier

Conciencia etnográfica

Importante es, y mucho, este esfuerzo que se ha hecho estos meses en Lumbier sobre el mundo del vino, igual que lo es el que se está desarrollando en torno a la alfarería, o el que se está haciendo en torno al patrimonio documental de esa villa; son esfuerzos que se complementan a la perfección con la labor desarrollada el año pasado con las entrevistas que se realizaron para el Archivo del Patrimonio Oral e Inmaterial de Navarra, o con la labor que se viene desarrollando en los últimos años en torno a la historia y al patrimonio fotográfico de la localidad.
Pero tan importante, o más, es esa conciencia que se va forjando alrededor del patrimonio histórico y cultural de la villa de Lumbier; en sus casas, doy fe, se conserva material etnográfico de gran interés, cuyo número de piezas podría equivaler a la suma de los fondos del Museo Etnográfico “Julio Caro Baroja” (Estella) y del Museo Etnográfico del Reino de Pamplona (Arteta). Todo este material está allí, oculto en la intimidad de muchos hogares, y afortunadamente se conserva y se cuida con mimo. Cada casa es una caja de sorpresas que, de repente, te permite adentrarte en el mundo de la alfarería, o en el del vino y las bodegas, o en el de la elaboración del chocolate, o la carpintería, la fontanería…, a la vez que tropiezas con las guerras carlistas, con el fascinante mundo de la iluminación, o con cocinas y habitáculos en los que hace muchas décadas que se detuvo el tiempo. Y es por ello que la labor de concienciación etnográfica que se está haciendo en Lumbier, además de buena, es especialmente importante.

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