ALFAREROS DE LUMBIER
UNA HISTORIA PARA NO PERDERSE
Texto y fotos: Fernando Hualde
Al menos durante casi cinco siglos la villa de Lumbier ha sido un centro muy importante de producción alfarera. Esta actividad se extinguió finalmente hace unas décadas, y hoy es el día en el que se impone hacer un esfuerzo por salvaguardar la memoria de lo que allí hubo.
En Navarra, y en otros muchos sitios, son demasiados los oficios que se perdieron en el siglo XX. La revolución industrial y la aparición de nuevos materiales y de nuevas técnicas de trabajo, dieron al traste con toda la manualidad artesana. De entre todos aquellos oficios y gremios vamos a detenernos hoy en el de los alfareros de Lumbier, un gremio que hizo historia, que está omnipresente en cientos de casas de toda Navarra y su entorno, y que, sin embargo, salvo alguna oportuna acción puntual y reciente, su memoria aparece arrinconada, difusa, y parcialmente perdida para siempre.
Rescatar su memoria
Las pasadas Navidades esta localidad acogió una exposición sobre los denominados olleros de Lumbier. Años antes el Centro de Interpretación de la Naturaleza les dedicó un amplio rincón en ese edificio, que sigue siendo un homenaje permanente a ese gremio. Y un poco antes, a una con el nuevo siglo, hubo una corporación que les dedicó una calle. Todo eso está muy bien, y que nunca falten este tipo de reconocimientos, pero es insuficiente. Claramente insuficiente, o escaso, si lo comparamos con todo lo que ha representado este gremio para Lumbier.
Tenemos la suerte de que hace unas décadas el investigador Enrike Ibabe, buen conocedor de todos los entresijos de la cerámica vasca, trabajó etnográficamente con los últimos alfareros lumbierinos, y gracias a aquél oportuno trabajo hoy conocemos muchos detalles de cómo era el trabajo diario de aquellos artesanos del barro. De la misma manera que el profesor Leandro Silván incidió en sus investigaciones en los hornos cerámicos de Lumbier. A esas dos oportunas intervenciones, hoy ya difíciles de realizar, hay que añadir el extraordinario trabajo de Eusebio Rebolé del Castillo, más historiador que etnógrafo, que ha sido capaz de reconstruir la historia del gremio de alfareros en esa villa, desde su primera referencia documental a principios del XVI hasta su desaparición en el siglo XX.
Pero el gremio de alfareros, como digo, se merece más, ¡mucho más!, sobre todo si tenemos en cuenta todo lo que ha significado para la economía local de Lumbier, todo lo que ha significado en la vida cotidiana de cientos y cientos de familias de toda Navarra, y todo su papel como símbolo y embajador de esta localidad.
Desde algunos entusiastas lumbierinos no han faltado intentos serios de trabajar patrimonialmente sobre este gremio, pero…, no sabría muy bien decir las causas, o no quisiera decirlas, pero lo cierto es que aquellos intentos nunca prosperaron. Y estas cosas nunca es bueno dejarlas para momentos mejores; esos momentos pueden llegar tarde. Y hoy es el día en el que ya no vive ningún alfarero lumbierino, los hornos –salvo alguna excepción- están ya desaparecidos, y son muchas las herramientas y las piezas que han pasado a mejor vida.
Intervención patrimonial
A pesar de que la situación, como se ve, no es la óptima ni mucho menos, todavía se pueden hacer muchas cosas. Se pueden y se deben de hacer. Y lo mejor es que hoy existe ya un grupo de trabajo a nivel etnográfico en la localidad de Lumbier con sobrado entusiasmo como para acometer algo serio y fructífero en torno al patrimonio alfarero.
Lo ideal, lo idílico, sería crear en Lumbier un museo que recoja toda la historia y la actividad alfarera de la localidad, pero viendo que aquellos pueblos navarros que en su día dieron el paso de abrir un museo sobre sus parcelas patrimoniales, lejos de recibir el agradecimiento y el apoyo institucional, se les aplica una Ley de Museos que les fuerza a cerrar sus puertas, pues… como que no me atrevo a proponer esta idea, a pesar de entender que es un paso al que no se debe de renunciar.
Pero mientras esto se subsana hay otras cosas que sí que se pueden hacer. La primera de todas ellas, y fundamental, es crear un fondo de información, o una base de datos, que recoja todo lo que se sepa sobre esta actividad. Esto ya se ha empezado a hacer discretamente, y va a buen ritmo, pero se impone el esfuerzo de todos a la hora de recoger datos, fotografías, etc. Y la otra labor, fundamental, es la de ser capaces de catalogar y fotografiar toda la obra alfarera que hoy sobrevive en casas particulares y en colecciones privadas para poder inventariar, una a una, todas las piezas. Esta labor de catalogación permitirá hacer una lista, lo más aproximada posible, de toda la variedad de cerámica que salió de las manos de aquellos alfareros y de sus sagas familiares; de las manos de los Rebolé, Pérez, Goyeneche, Napal, Beroiz, Reclusa, Vicente, Zaro…, y con tierras royas del paraje de Lardín, o con tierras blancas de buro, de los parajes de Larana y del Prado, salieron tinajas, orzas, cántaros, pucheros, jarras, ollas, tazones, tarteras, escudillas, cuchareros, lebrillos, botijos, bebederos, aguabenditeras, macetas, platos de macetas, huchas, potes de resina, y un largo etcétera que poco a poco se irá concretando.
Desde 1501
Y detrás de todo esto, detrás de todos estos vestigios cerámicos, además de sobrevivir todavía algún horno (como mínimo los de los alfareros Blas Beroiz y Justo Goyeneche), lo que hay es una historia, minuciosamente recogida por Eusebio Rebolé del Castillo.
Es una historia rica, una historia que viene a recordarnos que ya en el año 1501 constaba en el libro de fuegos de Lumbier la existencia de un vecino, de nombre Simón, dedicado a la alfarería. A partir de aquella primera referencia documental el gremio de alfareros de Lumbier vemos como, siglo a siglo, se va haciendo más fuerte. Y allí esta el siglo XIX, con 24 alfareros en plena actividad y con un gremio que en 1833 se articula en torno a unas “Ordenanzas y Constituciones del Gremio de Alfareros de Lumbier”. Entre medio no faltan episodios interesantes como el del monopolio del barniz en pleno siglo XVIII por parte de un alfareros estellés al que tiene que hacer frente para evitar los abusos. Y mil detalles más que con tiempo se irán sacando a la luz y que todavía hoy duermen en los viejos legajos del Archivo General de Navarra.
Y dentro de toda esa historia es inevitable citar al siglo XX, como punto final de una actividad secular, con un grupo de alfareros que resistieron hasta donde pudieron, pero a quienes venció la eclosión industrial y los nuevos materiales.
Hoy ya no humean los hornos cerámicos del Gallarape, se han apagado para siempre. Hoy ya no vive ningún alfarero que pueda contarnos cómo era su trabajo. Pero hoy sí que viven personas que conocieron esta actividad; hoy sí que todavía sobreviven cientos de vasijas que nos están dando una información; hoy sí que quedan hornos, tornos, y otras herramientas que aquellos empleaban; y hoy sí que han llegado hasta nosotros esos trabajos, oportunos, que realizó algún investigador recomponiendo la metodología de trabajo que se seguía en Lumbier.
Con todo ello se puede, se debe, recomponer la memoria de un gremio, el de los alfareros, que fue clave en el desarrollo local, y cuya huella, doy fe, hoy perdura en numerosas casas de toda Navarra.
Que no se pierda su memoria.
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