ARTAJONA
Y EL REY DE LA FABA
Texto y foto: Fernando Hualde
Iñigo Elizalde en el momento en el que le toca el haba |
Este próximo sábado el Cerco de Artajona será escenario, por vez primera, de la recreación de una vieja tradición convertida en fiesta, la coronación del niño artajonés Iñigo Elizalde como Rey de la Faba.
Va a ser la edición número cuarenta y ocho de la fiesta del Rey de la Faba desde que el Muthiko Alaiak decidió, allá en el año 1964, sacarla al exterior y convertirla en una fiesta itinerante. Este próximo sábado, día 15, será el Cerco de Artajona y su iglesia de San Saturnino quien acoja a esta recreación histórica en la que los artajoneses, y cuantos allí nos acerquemos, podremos ser testigos de cómo era siglos atrás la coronación de un rey en Navarra en presencia del pueblo liso y llano, de los nobles del reino, y del clero. Se nos recordará cómo antes de ser erigido como rey era imprescindible jurar los fueros, y comprometerse en su defensa, y que nuestras libertades nunca fueran a menos sino a más.
Y se nos recordará aquella vieja tradición que introdujeron los Teobaldos, nacida en torno a la fiesta de la Epifanía, de rendir honores de rey a un niño que previamente había sido agraciado con la suerte del haba. En resumen: dos antiguas tradiciones navarras, dos episodios históricos, unidos en un solo acto. Y todo ello lo veremos este sábado en un marco excepcional, el del Cerco de Artajona. El protagonista de esta jornada, pues así lo quiso la suerte del haba el pasado 18 de diciembre, será el niño artajonés Iñigo Elizalde Ventas.
Historia local
Cuando en el año 1964 se debutó en Olite, la fiesta del Rey de la Faba al margen de su papel evocador de la historia de Navarra tenía un objetivo claramente benéfico, de ayuda económica para los estudios de los niños de la Santa Casa de Misericordia, que por aquél entonces eran los más desfavorecidos. Hoy, casi medio siglo después, podríamos decir que en Navarra prácticamente ya no existen niños con esas necesidades; y si alguno hubiese, las ayudas sociales son accesibles para todos. Sin embargo, el Muthiko Alaiak, no ha querido que se perdiese esa carga social que tiene esta fiesta, y ha hecho con ella y de ella una apuesta fuerte por la cultura como elemento de cohesión social. De sobra sabemos que las estructuras de nuestra sociedad son una invitación permanente a la división; nos divide la política, nos divide el fútbol, nos dividen infinidad de cosas. Y, por otro lado, queda demostrado que la cultura es una de las pocas cosas que tiene capacidad para unirnos a todos. Es allí donde el Muthiko Alaiak busca que en cada localidad en la que se celebra la fiesta del Rey de la Faba, sirva esta celebración para que todos nos identifiquemos, no sólo con esa historia general del viejo reino de Navarra, sino con la historia local, con esa historia menuda que se ha forjado a golpe de generaciones, que se ha forjado en esas casas, en esas calles, en esos campos. A la historia grande, la de batallas y reyes, nunca le faltará un historiador que se preocupe de ella –y bueno es que sea así-; pero la historia y la intrahistoria de nuestros pueblos es la que corre riesgo de caer en el olvido; es aquí donde no es fácil encontrar a alguien que se ocupe de ella. Y, si nos fijamos, es esa pequeña historia la única que tiene capacidad en los pueblos para unir a todos los vecinos, la única que relega a un segundo plano a las ideologías y a las clases sociales. Está comprobado.
Además de todo esto, la historia de cada pueblo no tiene por qué perderse, ni tan siquiera difuminarse. Es la suma de todas estas pequeñas historias la que configura la historia de Navarra; y el puzzle de nuestra historia no está como para ir perdiendo piezas.
Y en este caso, Artajona atesora en sus casas, en sus estirpes, y en sus muros, una historia rica, ¡muy rica!. Y la fiesta del próximo sábado vendrá a recordarnos que está muy bien que se conserven y se protejan nuestros monumentos y nuestros elementos emblemáticos más importantes, pero que eso no sirve de mucho –y que nunca nos falte- si a la vez que los conservamos no somos capaces de leer en esas piedras nuestra historia. Afortunadamente Artajona, y esto lo viene demostrando en los últimos años, es un pueblo que se preocupa por su historia, que la recoge, que la difunde, y que la escenifica en su marco natural, en su verdadero contexto.
La fiesta del Rey de la Faba quiere este próximo sábado reforzar esa labor de todo un pueblo. Es una fiesta que deja huella, que deja un recuerdo imborrable; pero sobre todo es una invitación a preocuparse y a ocuparse de nuestra propia historia. Queremos desempolvarla toda; habrá episodios que gusten más que otros, tal vez otros gusten menos, pero esa, y no otra, es nuestra historia, y tenemos que sentirla y asumirla como nuestra, aprendiendo de los errores para nunca más repetirlos; y exaltando sus valores para que siempre nos sirvan de referencia.
Artajona, para quien no lo sepa, es algo así como un ecomuseo, como un centro de interpretación histórica al aire libre. Basta con pasear por sus calles, o por su término municipal, para encontrar infinidad de elementos que nos hablan de su pasado. Allí están los dólmenes del portillo de Enériz y de la Mina de Farangortea transmitiéndonos información sobre aquellos primeros pobladores; allí está el Cerco, simbolizando a una parte muy importante de la historia de Artajona, con piedras que nos hablan del “reino castellano de Artajona”, con piedras que nos hablan del Cardenal Cisneros, con piedras que nos hablan de la lucha de todo un pueblo por recuperar el título de “buena villa”; allí está, dentro del Cerco, su iglesia de San Saturnino, pionera en Navarra de la devoción a este santo, que nos recuerda la llegada del cabildo de Toulouse, que nos habla del paso de canteros importantes, y que a través de un sorprendente retablo nos cuenta, entre otras cosas, la vida del titular de esta iglesia. Y allí está la pequeña Virgen de Jerusalén, con una antigüedad notoria y con una leyenda que nos habla de Saturnino Lasterra al servicio de Godofredo de Bouillón recuperando para la cristiandad la ciudad de Jerusalén. Y allí están esos escudos heráldicos, y ese crucero; y esas marcas con pintura negra en algunos dinteles, de la época de las Guerras Carlistas, con las que los soldados marcaron el número de pesebres que había en cada casa para alojar a sus caballerías, y con ellas a los oficiales correspondientes. Y allí está esa parte de la historia que nos habla de “los 40 de Artajona”, y la que nos habla de las corralizas, y la que nos habla de… Hay mil historias, y todas ellas forman una sola historia. Sin olvidarnos de las personas que las han protagonizado; recuerdo muy especial para algunos conocidos hijos de Artajona: para José Mª Jimeno Jurío (escritor e investigador), para Félix Zabalegui “Tartaria” (poeta popular), para Pedro Jesús Ripero “Beethoven” (organista y auroro), para Martina de Goikoetxea y Atáun (bienhechora), para Juan de Echaide (capitán, y bienhechor desde México), para Lope de Artajona y para Pedro de Artajona (obispos de Pamplona), para Francisco de Echagüe y Lasterra (abogado y relator de los Tribunales Reales de Navarra), para Juan de Araiz Eza (alcalde de la villa y su representante en las Cortes), para Martín de Ororbia (secretario de Carlos II), para fray Carlos de Bayona y Ortiz (obispo de Guadix), para…; y un recuerdo no menos especial para todos esos miles de artajoneses anónimos, que sin ser nobles ni clérigos han tenido el mérito de dar vida a lo largo de siglos a esta localidad, que han regado campos y huertas con su sudor; que han llenado sus manos de callos construyendo casas, vendimiando, labrando campos, aventando la mies.
A todos ellos, a los anónimos y a los conocidos, a los de hoy y a los de ayer, a todos representará este sábado Iñigo Elizalde cuando sea proclamado rey a los gritos unánimes de “Real, Real, Real”.
Así pues, este próximo sábado Artajona nos espera; la villa se vestirá de medievo no faltando en ella juglares, trovadores, heraldos, clérigos, guerreros, nobles, y otros muchos personajes. Desfilarán todos ellos por el Cerco de Artajona acompañando a su Alteza Real, don Carlos III, a doña Blanca de Navarra, y al Príncipe de Viana; y por un tiempo nos trasladaremos unos siglos hacia atrás, recordando lo que un día fuimos, recordando que Navarra no reconocía a su Rey si este no juraba los Fueros, y recordando que Artajona fue, y es, por méritos propios, una “buena villa”.
Esa es la cita; Artajona nos convoca y nos espera.
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